Biograf¨ªa de una decisi¨®n
La triunfante supervivencia literaria de Clar¨ªn, m¨¢s all¨¢ de un culto local ovetense, ha sido casi un milagro. Lo aborrecieron muchos de sus contempor¨¢neos, que le tem¨ªan, y siempre tuvo en contra a los tradicionalistas y ultramontanos, que eran (y son) legi¨®n. Entre los m¨¢s j¨®venes, Unamuno -que le debi¨® tanto- fue cicatero en su reconocimiento, y Maeztu, imp¨ªamente agresivo; Baroja y Valle-Incl¨¢n, que mendig¨® sus rese?as, lo ignoraron. S¨®lo Azor¨ªn, otro deudor, lo alab¨® sin reservas en sus inicios pero ya no volvi¨® a hablar de ¨¦l. Los a?os veinte y treinta fueron de eclipse general de los valores decimon¨®nicos, pero cuando en los cuarenta Gald¨®s vio rebrotar su popularidad, Clar¨ªn fue vetado. E incluso la bibliograf¨ªa acad¨¦mica le lleg¨® tarde, ya mediados los sesenta, aunque fue de una espl¨¦ndida altura cient¨ªfica e intelectual. Yvan Lissorgues, nuestro autor, lo demostr¨® con dos ¨ªtems fundamentales sobre el pensamiento pol¨ªtico y religioso de Clar¨ªn que aparecieron en 1980 y 1983. Y ahora revalida su magisterio con este nuevo libro.
Leopoldo Alas, Clar¨ªn, en sus palabras (1852-1901)
Yvan Lissorgues
Ediciones Nobel. Oviedo, 2007
1.174 p¨¢ginas. 50 euros
Nos faltaba una biograf¨ªa de Alas. Tenemos la de su amigo Gald¨®s, de Pedro Ortiz Armengol, a la que poco m¨¢s hay que pedir, y de Juan Valera, al que Clar¨ªn trat¨® poco, vamos disponiendo de un epistolario -que compila Leonardo Romero- a cuya conclusi¨®n deber¨¢ esperar cualquier empe?o biogr¨¢fico. Con muy buen criterio, tambi¨¦n Lissorgues ha confiado a las propias palabras de su retratado -en sus cartas, pero sobre todo en los art¨ªculos de prensa- la parte del le¨®n de este extenso recuento. La vida de Clar¨ªn fue una opaca rutina confortable que aliviaba aquello que Pardo Baz¨¢n (ambos no se estimaban nada) defini¨® como "un alma tan dolorida en una complexi¨®n tan neuro-biliosa". Era suspicaz, s¨ª, pero tambi¨¦n vulnerable (adoraba a sus amigos) y, en cualquier caso, como se?ala su bi¨®grafo, lo "neuro-bilioso" fue la consecuencia de una humillante y dolorosa tuberculosis intestinal que amarg¨® su vida con estre?imientos y dolores cr¨®nicos, am¨¦n de fatigas pertinaces. Lissorgues sabe muy bien lo que dice cuando plantea que una vida, m¨¢s que una hilera de acontecimientos, "es conciencia, grado de conciencia". Y eso, una enorme y generosa conciencia, fue el escritor m¨¢s complejo y m¨¢s culto del siglo XIX espa?ol.
Pese a ambos atributos, puede que tomara alguna decisi¨®n equivocada: quiz¨¢ la peor fue haber cultivado en demas¨ªa aquella "cr¨ªtica sat¨ªrica" que era un g¨¦nero de lucimiento pero que convidaba tambi¨¦n a la palabrer¨ªa ingeniosa de la que abusaba a menudo. A vueltas de ella, nos ha llegado su memoria bajo el seud¨®nimo que lo identifica, aunque sus mejores conocedores prefieran el nombre civil de Leopoldo Alas (en realidad, Garc¨ªa-Alas). Un seud¨®nimo no oculta, m¨¢s bien patentiza y estereotipa. Como explicaba a su amigo Nogu¨¦s, "pens¨¦ emplearle s¨®lo para obras ligeras; hoy, como tengo por ligero todo lo m¨ªo, Clar¨ªn soy para todo". No creo que fuera muy sincero al escribir eso, o al presentarse as¨ª en 1881: "Yo soy Clar¨ªn (...) y sigo distingui¨¦ndome por no tener pelos en la lengua y por ser entrometido". No era su mejor definici¨®n... En 1888, Francisco Giner de los R¨ªos, tan sagaz catador de almas, le amonestaba: "?Es que todav¨ªa no ha tomado usted el modelo y oscila? Esto es, duda, ni siquiera sabe a punto fijo si es cr¨ªtico o novelista o periodista". Aunque tambi¨¦n Giner cre¨ªa saber de fijo que "usted no es un dilettante, aunque no s¨¦ bien todav¨ªa qui¨¦n es usted. Es decir, s¨¦ perfectamente que usted es uno de los hombres que hacen m¨¢s po¨¦tica labor de desasnar a los dem¨¢s". Esta biograf¨ªa deja muy claro que Giner llevaba toda la raz¨®n y aqu¨ª y all¨¢ consigna el eco permanente de los proyectos aplazados, mucho m¨¢s suyos que tantos art¨ªculos a vuelapluma: aquellas novelas sobre seres dubitativos como Una median¨ªa, Juanito Reseco o Esperaindeo (que so?aba dedicar a Gald¨®s); aquel drama La millonaria, que a lo mejor se parec¨ªa (lo he pensado a veces) a La visita de la vieja dama, de D¨¹rrenmatt.
No es que desde?emos al analista pol¨ªtico que diseccion¨® la pol¨ªtica y la persona de C¨¢novas, ni al mejor lector de novelas de su tiempo. Y no s¨®lo de novelas: para el Clar¨ªn de 1896, "el libro, el libro es una especie de espiritismo-verdad; es, en lo humano, lo que el dogma cat¨®lico de la comuni¨®n de los santos". Pero evidenciarlo por escrito no era siempre tan f¨¢cil, ni hab¨ªa tiempo material para hacerlo... Por eso, al saludar en un generoso prefacio la tarea incipiente de un joven colega, Rafael Altamira, escribi¨® unas frases estremecedoras, pero, a la vez, muy sinceras: "Si yo quisiera hacer una s¨ªntesis fiel, exacta, ingenua, del resultado actual de tantos miles de batallas que se han dado en mi coraz¨®n y en mi cerebro, la f¨®rmula adecuada y acaso m¨¢s bella la encontrara en el silencio".
El silencio... Lo que nunca le rode¨®, en un pa¨ªs lleno de palabras, y lo que tampoco se atrevi¨® a proponerse como auto-terapia. Dej¨® patente, en todo caso, que discrepaba de casi todo. Su vinculaci¨®n pol¨ªtica al posibilismo de Castelar es un ejemplo: le constaba que en el castelarismo hab¨ªa mucho de mercanc¨ªa averiada y hasta de oportunismo, pero el propio Castelar -ese gran desconocido- le ganaba el coraz¨®n porque ve¨ªa en ¨¦l algo m¨¢s que profusi¨®n y grandilocuencia. Tambi¨¦n cuando abraz¨® el misticismo religioso -pero nada cat¨®lico- de sus ¨²ltimos a?os era consciente de vincularse a algo demasiado gaseoso, pero no todo pod¨ªa reducirse a la ¨¢spera batalla contra los est¨²pidos cat¨®licos y los mequetrefes que le acosaban: el obispo Mart¨ªnez Vigil que le denunci¨® por haber regalado ejemplares de La Regenta a sus alumnos, o por haberse batido en duelo con Emilio Bobadilla; el resentido Navarro Ledesma que le abofete¨® en el Ateneo de Madrid, a la vista de Giner y Azc¨¢rate; el obispo de Salamanca que busc¨® la expulsi¨®n de su amigo, el penalista Dorado Montero, de su c¨¢tedra salmantina...
?Tanta mediocridad ambiente y tanto por hacer! Los a?os finales -que Lissorgues ha narrado con especial intensidad- resultan casi febriles para Alas: cada vez m¨¢s radical en su kulturkampf hispano y personal, cada vez m¨¢s interesado por la sensibilidad socialista y tan profundamente cr¨ªtico con la pol¨ªtica colonial como conmovido por el sacrificio de tantos espa?oles de fila. Es muy posible que la breve vida de Clar¨ªn tuviera de a?adidura secretos que nunca conoceremos, como sus paisanos nunca conocieron los de la sorda y anciana Do?a Berta ni las congojas del desdichado Bonis, ni las de Ana Ozores, o como nunca se llegaron a ver los dos personajes de 'El d¨²o de la tos' (la mayor¨ªa de los relatos del autor nos hablan de la imposibilidad de saber algo del coraz¨®n de los dem¨¢s). Pero esta biograf¨ªa tan meticulosa y a la vez tan vehemente en su simpat¨ªa, tan llena de rigor y conocimiento, nos aproxima al calor que emana de unos huecos que su autor ha tenido muy presentes. L¨¢stima que este memorable trabajo y la estupenda ejecutoria de la editorial que lo ha acometido se hayan visto empa?ados por una tipograf¨ªa pr¨®diga en erratas (y hasta en faltas de ortograf¨ªa) y que ha convertido en un caos los usuales cambios de tama?o de los tipos. Seguro que una pr¨®xima edici¨®n, que el libro merece, enmendar¨¢ estos descuidos. -
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