Despedirse a la francesa
1
- El pasado d¨ªa de San Esteban, caminando por la rue de Rome de Par¨ªs, me dediqu¨¦ a imaginar que me encontraba en Barcelona y que, tratando de vencer el aplastante aburrimiento de tanta fiesta navide?a sin tregua, me dedicaba a confeccionar un cat¨¢logo de las veces en mi vida que me hab¨ªa despedido a la francesa. A medida que iba imaginando esto, fui viendo que el cat¨¢logo se me hac¨ªa peligrosamente infinito, pues no paraba de recordar despedidas que pod¨ªan inscribirse en la tradici¨®n del sans adieu ('sin adi¨®s'), que es la expresi¨®n francesa que en el lenguaje coloquial espa?ol del XVIII se acu?¨® en la forma despedirse a la francesa, aunque en este caso para reprobar a alguien que, sin despedida ni saludo alguno, se retirara de una reuni¨®n.
Dej¨¦ de confeccionar mi abrumador cat¨¢logo mental cuando, al llegar al Boulevard Haussmann, me concentr¨¦ ya s¨®lo exclusivamente en la expresi¨®n sans adieu, que tan de moda estuvo a lo largo del XVIII entre la gente de la alta sociedad de Francia cuando era costumbre retirarse sin despedirse del sal¨®n donde ten¨ªa lugar una velada, y hacerlo sin tan siquiera saludar a los anfitriones. Parece que lleg¨® a tal extremo este h¨¢bito, que era considerado un rasgo de mala educaci¨®n lo contrario, saludar en el momento de marcharse. A todo el mundo le parec¨ªa bien que uno, por ejemplo, mirara el reloj de la casa con signo de impaciencia y diera a entender que no ten¨ªa m¨¢s remedio que irse, pero jam¨¢s se ve¨ªa con buenos ojos que se le ocurriera saludar antes de ausentarse.
En realidad -acab¨¦ pensando- despedirse a la francesa deber¨ªa seguir siendo considerada una forma muy elegante de partir, pues si no decimos ni una palabra de despedida seguramente eso se debe al inmenso agrado que nos produce la compa?¨ªa con la que estamos y con la cual tenemos el prop¨®sito de volver: si nos vamos sin decir palabra es porque decir adi¨®s significar¨ªa una muestra de desagrado y ruptura.
2
- De noche, en el hotel, repar¨¦ en que las v¨ªctimas de esa expresi¨®n peyorativa cambian de una lengua a otra: el espa?ol que se despide sin decir adi¨®s lo hace a la francesa; el ingl¨¦s que se va sin decir adi¨®s tambi¨¦n (french leave), pero el franc¨¦s que se va sin despedirse lo hace a la inglesa: filer ¨¤ l'anglaise.
Llov¨ªa en Par¨ªs, y la noche se presentaba incierta. Volv¨ª a la ingente labor de repasar mi historial de despedidas y me vino enseguida a la memoria el d¨ªa en que me desped¨ª de Claudio Magris en la puerta del hotel Condes de Barcelona. Ven¨ªamos de almorzar y hab¨ªamos bajado por el paseo de Gr¨¤cia y me desped¨ª efusivamente porque, como se hospedaba en aquel hotel, di por sentado que se quedaba all¨ª. Nos abrazamos, nos despedimos, y segu¨ª bajando por el paseo de Gr¨¤cia, pero muy poco despu¨¦s vi con sorpresa que segu¨ªa caminando al lado de Magris. Tal vez ¨¦l hab¨ªa cre¨ªdo que era yo el que se quedaba en aquel hotel o que me dispon¨ªa a enfilar la calle de Mallorca y por eso me desped¨ªa. El hecho es que Magris pensaba seguir bajando por el paseo de Gr¨¤cia porque, como pronto yo ver¨ªa, se dirig¨ªa a un establecimiento en la esquina con la calle de Val¨¨ncia. Y claro, hab¨ªa seguido caminando, tal como ten¨ªa previsto.
Marchamos los dos en extra?o silencio y cuando lleg¨® a esa tienda de la calle de Val¨¨ncia, tanto ¨¦l como yo, incapaces de resolver el embrollo, nos despedimos a la francesa, lo cual me pareci¨® lo m¨¢s atinado, pues -pens¨¦ como si fuera un nativo de los mares del sur- a fin de cuentas los saludos ya han tenido lugar.
Y digo lo de nativo porque ese d¨ªa me vino a la memoria algo que cuenta Robert Louis Stevenson (Cuentos de los mares del sur) que le ocurri¨® la ma?ana en que, tras haberse saludado con los ind¨ªgenas de una de las islas Gilbert, se vio obligado por falta de viento a esperar tres d¨ªas en el peque?o puerto de la isla. Durante esos tres d¨ªas, los ind¨ªgenas permanecieron escondidos detr¨¢s de los ¨¢rboles y no dieron se?ales de vida, porque los saludos ya hab¨ªan tenido lugar.
Mis saludos con Magris hab¨ªan tenido ya lugar frente al Condes de Barcelona y, a partir de aquel momento, ya no nos qued¨® nada que intercambiar, y creo que hicimos muy bien en recorrer en silencio -cual ind¨ªgenas de los mares del sur- el resto del camino que nos quedaba, y a¨²n m¨¢s en no repetir la escena de la despedida. Sin duda, unos nuevos abrazos efusivos habr¨ªan sido, en aquellas circunstancias, simplemente rid¨ªculos.
3
- Nada me parece tan pl¨²mbeo como los domingos y como las despedidas de fin de a?o. Tienen la mala sombra de recordarnos el paso inexorable de los d¨ªas a pesar de que el Tiempo no sabe que pasa el tiempo. En los domingos, por ejemplo, hasta respirar se convierte en un lamento. Y es que en los domingos uno siente que han dejado de existir las relaciones entre las personas y las actividades de cualquier tipo. En los domingos padecemos el tiempo y es como si todos contuvi¨¦ramos el aliento y prob¨¢ramos a ver c¨®mo ser¨¢ el m¨¢s all¨¢. Los domingos son una enfermedad no visible, como un mal interior, una enfermedad moral. Los domingos son espantosos. Pero a¨²n hay algo peor: las celebraciones de fin de a?o. Nos recuerdan, al igual que los domingos, que ha pasado una semana m¨¢s, en este caso, un a?o. Nos recuerdan el paso del tiempo y, encima, tenemos que festejarlo. Este 2007 me deja una sensaci¨®n de desagrado notable. En Par¨ªs, creo estar en un lugar apropiado para darle el portazo que se merece, dejarlo ah¨ª sin un adi¨®s, despedirlo a la francesa. O, mejor dicho, a la inglesa. Filer ¨¤ l'anglaise. No se merece nada mejor este a?o.
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