Monarqu¨ªa parlamentaria
Cuando ya ha empezado la campa?a de felicitaciones al rey Juan Carlos por su pr¨®ximo 70? aniversario es oportuno recordar que la instituci¨®n mon¨¢rquica no tiene ning¨²n sentido en un sistema democr¨¢tico, en la medida en que ¨¦ste se desarrolle como tal. Democracia y monarqu¨ªa son contradictorias, y lo l¨®gico de una democracia es que sea republicana. De desarrollarse la democracia espa?ola en la direcci¨®n establecida en el pre¨¢mbulo de la Constituci¨®n espa?ola de 1978, escrito por Tierno Galv¨¢n, lo coherente es que algun d¨ªa haya una reforma constitucional que sustituya la monarqu¨ªa parlamentaria por la rep¨²blica parlamentaria. No hay prisa, y menos cuando salen republicanos derechistas, pero lo coherente es que rep¨²blica, democracia y federaci¨®n vayan juntas, mientras que monarqu¨ªa y democracia son una conjunci¨®n que chirr¨ªa.
Un cargo p¨²blico en democracia nunca deber¨ªa tener car¨¢cter vitalicio. Esto vale para reyes, presidentes y alcaldes
El sinsentido de la instituci¨®n mon¨¢rquica en un sistema representativo ya fue denunciado por Paine en su Rights of Man (1791), cuando discut¨ªa con Burke sobre la distinci¨®n entre viejos y nuevos sistemas liberales, al decir que el realmente viejo sistema liberal era el hereditario, mientras que el nuevo era completamente representativo. Y, en consecuencia, rechazaba todo sistema hereditario. La monarqu¨ªa es una instituci¨®n hereditaria y vitalicia que no casa con un sistema representativo, fundado en la democracia y en la legitimaci¨®n de los gobernantes mediante elecci¨®n popular. Jefferson reafirm¨® las ideas de Paine al avisar de que era necesario limitar los mandatos del presidente de la rep¨²blica federal. Porque pod¨ªa haber el peligro de un exceso de concentraci¨®n de poder si no se cortaba la posibilidad de permanencia ilimitada en el cargo. Tambi¨¦n Sim¨®n Bol¨ªvar lo sostuvo. Monarqu¨ªa es el poder de uno, y sea mediante reelecci¨®n o bien de forma hereditaria, nunca es buena una excesiva permanencia en el poder. Un cargo p¨²blico en democracia nunca deber¨ªa tener car¨¢cter vitalicio o permanencia ilimitada. Esto vale para reyes, presidentes y alcaldes. Para Juan Carlos y Hugo Chaves. Aunque un presidente de la rep¨²blica en democracia lo es mientras gane elecciones, mientras que un rey en democracia o en dictadura es un rey vitalicio. Sea bueno o malo, no se va ni est¨¢ previsto que renuncie, salvo en casos excepcionales con la intervenci¨®n de las Cortes Generales en el caso espa?ol.
Es verdad que la monarqu¨ªa se ha hecho compatible con la democracia representativa mediante la f¨®rmula de la monarqu¨ªa parlamentaria. Esto equivale a que el rey reina pero no gobierna, asume la m¨¢s alta representaci¨®n del Estado pero no puede tener responsabilidad pol¨ªtica. Fraga intent¨® que el rey tuviera m¨¢s atribuciones, especialmente en situaciones de excepci¨®n, mediante la propuesta de la monarqu¨ªa constitucional y parlamentaria, pero fracas¨® y los constituyentes aprobaron la regulaci¨®n de la forma pol¨ªtica del Estado como una monarqu¨ªa parlamentaria, equiparable a las europeas. Esencialmente es as¨ª, aunque con matices, como el poder real que ha tenido el rey en el mando supremo de las Fuerzas Armadas, o bien la discriminaci¨®n hacia la mujer que supone la previsi¨®n sucesoria. Pero en las democracias representativas actuales el monarquismo peligroso no es el de los reyes, sino el de los presidentes o primeros ministros. Sarkozy o Bush son presidentes republicanos que se comportan como monarcas. Y Blair o Aznar eran presidentes de Gobierno que se sent¨ªan reyes.
El m¨¦rito de la corona espa?ola ha sido la discreci¨®n y la voluntad de mantenerse al margen en lo posible del juego pol¨ªtico, asumiendo el rol institucional que le corresponde. Desde los inicios de la transici¨®n, la monarqu¨ªa ha hecho lo que le conven¨ªa para su supervivencia y compatibilidad con un sistema democr¨¢tico. Era la soluci¨®n si nos atenemos a la desgraciada historia del constitucionalismo espa?ol y al c¨²mulo de errores y atropellos contra el constitucionalismo liberaldemocr¨¢tico de la dinast¨ªa de los Borbones. Al final han aprendido, pero no se pueden borrar las complicidades de la dinast¨ªa borb¨®nica con las opciones autoritarias, el doble juego de Don Juan en sus negociaciones con Franco y el nombramiento por ¨¦ste ¨²ltimo de Juan Carlos como pr¨ªncipe sucesor. Estos son hechos, no interpretaciones. El nacimiento de la monarqu¨ªa juancarlista fue por designaci¨®n del caudillo Franco, lo que conllev¨® complicidades y silencios del actual rey de Espa?a ante la represi¨®n y los asesinatos de la dictadura. Asimismo son hechos y no interpretaciones las acciones de la monarqu¨ªa en favor de la consolidaci¨®n de la democracia espa?ola, pero quedan dudas sobre su entorno ante los acontecimientos previos al golpe del 23-F, as¨ª como es conocida la excelente relaci¨®n de la Casa Real con los otrora considerados empresarios modelo de la econom¨ªa catalana y espa?ola, y que han terminado condenados por la justicia.
El rey de Espa?a disfruta, en general, de un trato exquisito por parte de la prensa espa?ola. El balance global de su actuaci¨®n es positivo con borrones que se pueden callar, pero que es imposible olvidar. Porque ser¨ªa como renunciar a nuestro pasado colectivo, a nuestra memoria a¨²n hoy secuestrada, que parece imposible restablecer incluso con un Gobierno socialista. La reconciliaci¨®n, que excluye cualquier revanchismo, demanda el reconocimiento moral para todos los que en los tiempos m¨¢s dif¨ªciles defendieron la democracia, a diferencia de los que se acomodaron en la dictadura. Esto no ha sucedido todav¨ªa en el grado exigible. M¨¢s bien estamos viviendo en un ambiente de parabienes para antiguos colaboradores de Franco y pidiendo disculpas por los que lucharon contra el dictador. Del rey Juan Carlos lo m¨¢ximo que se puede decir es aquella frase que Jordi Nadal dec¨ªa sobre Carlos III a sus alumnos de la Facultad de Ciencias Econ¨®micas: "Era un rey normal, su normalidad le hizo parecer excepcional". Juan Carlos es un rey normal y vista nuestra historia es una suerte, pero no exageremos. Las monarqu¨ªas, incluidas las parlamentarias, tienen mal futuro si las democracias lo tienen bueno.
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