Hero¨ªnas en guerra
Entre los muchos intentos de "captar" cerebros por parte del espionaje ruso destaca el de Albert Einstein, tras el cual aparece el nombre de Margarita Konenkova.
En 1998 salieron a la luz nueve cartas escritas en un elegante alem¨¢n, casi po¨¦tico, y enviadas entre 1945 y 1946 por Einstein a Mosc¨², a casa de Margarita Konenkova, una supuesta agente secreta sovi¨¦tica especializada en secretos nucleares que hab¨ªa vivido junto con su marido, el escultor Sergei Konenkovo, en Greenwich Village (Nueva York) entre mediados de la d¨¦cada de 1920 y 1945. "Acabo de lavarme el pelo, pero no con mucho ¨¦xito; no soy tan cuidadoso como t¨²", le dec¨ªa en una de ellas el eminente cient¨ªfico. (...)
Su verdugo le dispar¨® un solo tiro en la nuca. Ten¨ªa 23 a?os y junto a ella murieron otras dos agentes
Takeko Ishida, que actu¨® en China en la II Guerra Mundial, lleg¨® a ser una de las m¨¢s temidas esp¨ªas de Asia
Nada en las cartas hace suponer que Einstein estuviere enterado de las actividades secretas de su amante, y es presumible que ni siquiera miembros de la familia de Margarita supiesen de ellas. De hecho, su nombre no empez¨® a vincularse con el espionaje hasta 1995, cuando se publicaron las memorias del antiguo esp¨ªa ruso Pavel Sudoplatov, Special Tasks. Seg¨²n ¨¦l, la misi¨®n de Margarita -alias Lucas- consist¨ªa en influir sobre Robert Oppenheimer [considerado "el padre de la bomba at¨®mica"] y otros cient¨ªficos estadounidenses que frecuentaba en Princeton (Nueva Jersey).
En la primera mitad de 1940, Einstein hab¨ªa alertado a Roosevelt sobre el horrible peligro de que los alemanes se adelantasen en la construcci¨®n de bombas at¨®micas, y convenci¨® al presidente de que lanzase un programa de investigaci¨®n para anticip¨¢rseles. Pero el cient¨ªfico alem¨¢n no se dedicaba de lleno a la f¨ªsica nuclear y no particip¨® directamente en el proyecto; por tanto, es poco probable que conociese los detalles t¨¦cnicos de la producci¨®n de plutonio y uranio enriquecidos. Y tampoco resulta cre¨ªble que Einstein pudiese haber contado nada de esto a Margarita, que no hubiese entendido el intrincad¨ªsimo lenguaje t¨¦cnico. Lo que s¨ª es factible es que le comentase la magnitud del proyecto, y si bien esto no habr¨ªa ayudado a los rusos a producir la bomba, habr¨ªa acelerado su elaboraci¨®n. (...)
Los esfuerzos de Margarita no tuvieron ning¨²n efecto sobre la voluntad de Einstein de ayudar a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y no existe ninguna prueba de que "aprendiese" algo significativo sobre armas at¨®micas. El ¨²nico triunfo de la rusa fue lograr persuadirle para que se encontrase con el vicec¨®nsul sovi¨¦tico en Nueva York, Pavel Mijailov. ?ste no le quer¨ªa a causa de la bomba at¨®mica, sino que estaba interesado en que el f¨ªsico, a quien avalaba su fama, hablase favorablemente sobre la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Pero tampoco esto surti¨® efecto porque la mente m¨¢s brillante del siglo XX rechaz¨® colaborar en la propaganda sovi¨¦tica.
La mujer que m¨¢s tiempo sirvi¨® en el SOE [Special Operations Executive], convirti¨¦ndose en agente secreta meses antes de que ¨¦ste se crease, fue para muchos la mejor representante de los servicios secretos brit¨¢nicos durante la II Guerra Mundial: Christine Granville. Entre sus haza?as, salt¨® en paraca¨ªdas en numerosas ocasiones, atraves¨® los montes Tatra esquiando para infiltrarse en Polonia, organiz¨® grupos de resistencia por toda Francia y combati¨® codo con codo con los maquis; no dud¨® en sobornar a militares, lider¨® equipos de sabotaje y de fugas, y burl¨® varias veces a la temida Gestapo, arrebatando de las mism¨ªsimas fauces de la muerte a algunos de sus camaradas.
Una de sus mayores proezas tuvo lugar en agosto de 1944. Un d¨ªa de dicho mes, el comandante alem¨¢n Fritz Harlan, jefe de prisiones, se sent¨ªa satisfecho porque hab¨ªan dado caza a tres destacados esp¨ªas: el coronel Cammaerts, de Scotland Yard; el capit¨¢n Sorensen, del servicio secreto estadounidense, y el comandante Zane Fielding, detenidos en un control cuando viajaban camuflados en un veh¨ªculo de la Cruz Roja. Iban a ser fusilados a las 6.30 del d¨ªa siguiente y la Resistencia no ten¨ªa tiempo de montar un operativo de rescate.
Harlan estaba sumido en sus pensamientos cuando son¨® el tel¨¦fono y le comunicaron que una extranjera insist¨ªa en verle. Se trataba de una guapa muchacha morena que, en un perfecto alem¨¢n, dijo venir de Londres y ser sobrina nada menos que del mariscal Bernard Montgomey, que hab¨ªa derrotado a Rommel en El Alamein (Egipto). Ante la estupefacci¨®n de Harlen, a quien aquella situaci¨®n hab¨ªa provocado la risa, la joven, muy seria, le exigi¨® la inmediata entrega de los tres prisioneros brit¨¢nicos, citando sus respectivos nombres. Si aceptaba, su vida ser¨ªa respetada cuando las tropas aliadas llegasen, afirmando que no tardar¨ªan demasiado en hacerlo. ?Aquello era demasiado! Como ¨²nica respuesta, el comandante le dijo que estaba loca, pero ella, fr¨ªa como el hielo, sigui¨® insistiendo y se atrevi¨® incluso a amenazarle: "Si los tres mencionados prisioneros o yo sufrimos el menor da?o, todos los alemanes de esta prisi¨®n, con usted al frente, ser¨¢n irremisiblemente ahorcados tan pronto sea ocupado este pa¨ªs". Su interlocutor no aguant¨® m¨¢s la incertidumbre y le pregunt¨® qui¨¦n era: "Soy una esp¨ªa inglesa", fue la escueta contestaci¨®n. ?l entonces empez¨® a encolerizarse, pero ella continuaba hablando en el mismo tono severo, con una seguridad pasmosa. Para convencerle de que no ment¨ªa, le dio detalles sobre la situaci¨®n en que se hallaba la guerra en los distintos frentes y que Montgomery estaba ya muy cerca de donde ellos se encontraban. Para acabar, repiti¨® una vez m¨¢s su ultim¨¢tum.
Harlan empez¨® a mostrarse preocupado, incluso algo asustado. Alemania no estaba en aquellos momentos en una situaci¨®n f¨¢cil, y Hitler ya no hablaba de triunfo, sino, simplemente, de resistir. Finalmente, tras once horas reunidos, decidi¨® acompa?ar a la muchacha a la celda donde se hallaban los tres prisioneros, que fueron liberados enseguida.
Aquella mujer tan decidida que hab¨ªa logrado enga?ar a uno de los gerifaltes nazis era la condesa polaca Kristina Skarbek, m¨¢s conocida por su nombre de guerra, Christine Granville, cuya probada sangre fr¨ªa y sus conocimientos de diez idiomas la convirtieron en una de las piezas m¨¢s valiosas de los Servicios Especiales. (...)
Adem¨¢s de actuar en Francia, Christine tambi¨¦n estuvo destinada en Italia, donde un buen d¨ªa se top¨® con una patrulla alemana. Cuando le ordenaron levantar las manos, obedeci¨®, pero lo hizo sosteniendo en una de ellas una granada: "?No se muevan o saltamos todos hechos pedazos!". Gracias a su capacidad de improvisaci¨®n, ella y su compa?ero pudieron escapar. Y fue en una misi¨®n en Budapest donde se encontr¨® con el h¨¦roe polaco Andrzej Kowerski, conocido en el SOE como Kennedy, que se convertir¨ªa en el gran amor de su vida y con quien se dedic¨® a organizar v¨ªas de escape de Polonia.
Cuando los alemanes firmaron la capitulaci¨®n, en mayo de 1945, Christine se encontraba en Londres y no se alegr¨® en absoluto con la noticia. "?Qu¨¦ clase de paz es ¨¦sta? Mi patria se halla bajo la bota rusa. ?Para Polonia no ha habido liberaci¨®n, sino s¨®lo un cambio de opresores!". (...)
Otra agente que s¨ª muri¨® por la "causa", ajusticiada pocos meses antes de finalizar la contienda, fue Violette Szabo, nacida en Par¨ªs en 1921 y cuya aventura se hizo p¨²blica gracias a una pel¨ªcula de 1958, Carve her name with pride, dirigida por Lewis Gilbert y basada en la biograf¨ªa hom¨®nima de Rubeigh James Minney.
En 1940, Violette se cas¨® con ?tienne Szabo, un oficial franc¨¦s de ascendencia h¨²ngara perteneciente a la Legi¨®n Extrajera. Su breve luna de miel termin¨® con la vuelta de su marido a ?frica; ambos ignoraban en ese momento que ya no volver¨ªan a verse. Lo que la llev¨® a ofrecer sus servicios a los aliados fue la muerte de su esposo en la batalla de El Alamein, tras lo cual supo transformar su pena en acci¨®n y fue reclutada por la FANYS [Secci¨®n Francesa del SOE]. (...)
En las primeras horas del 8 de junio de 1944, s¨®lo dos d¨ªas despu¨¦s del desembarco aliado y tras un par de tentativas frustradas, se lanzaron en paraca¨ªdas en las afueras del pueblo de Sussac, cerca de Limoges. Li¨¦wer no tard¨® en comunicar a Violette que necesitaban que fuese a Pompadour para establecer un encuentro con Jacques Poirier, conocido como N¨¦stor. Hacia las 9.30 de ese mismo d¨ªa, ella y el joven maquis Jacques Dufour, conocido por sus camaradas como Anastasio, emprendieron la marcha en un Citro?n; ambos iban armados. Tras recoger durante el trayecto a Jen Bariaud, cerca de la ciudad de Salon-la-Tour, se toparon con una barricada alemana que hab¨ªa sido establecida como parte de la operaci¨®n para intentar rescatar al comandante Helmut K¨¢mpfe, que hab¨ªa sido capturado. Durante la lucha, los dos hombres lograron escapar, pero Violette, que les daba fuego de protecci¨®n en su retirada -se dec¨ªa que era la mejor tiradora del SOE-, fue apresada. (...)
De Limoges fue r¨¢pidamente transferida a la prisi¨®n Fresnes, en Par¨ªs, y a principios de agosto de 1944 inici¨® el largo viaje hacia Ravensbr¨¹ck, donde hubo de pasar varios meses de trabajos forzados. Finalmente, el 5 de febrero de 1945 tuvo lugar su ejecuci¨®n. Su verdugo le dispar¨® un solo tiro en la nuca. Ten¨ªa 23 a?os y junto a ella murieron otras dos agentes de la Secci¨®n Femenina, Denise Bloch y Lilian Rolfe.
Al a?o siguiente de su fallecimiento y de que su cuerpo desapareciese en el crematorio de Ravensbr¨¹ck, su hija recibi¨® en su nombre la Cruz de Jorge brit¨¢nica de manos de Jorge VI, y posteriormente se le concedi¨® la Cruz de Guerra. (...)
Desde los tiempos remotos en que Dalila logr¨® enga?ar a Sans¨®n hasta la actualidad, las mujeres han aportado no s¨®lo un grano de arena, sino much¨ªsimos m¨¢s en nutrir los ¨¦xitos del espionaje. Resulta una tarea pr¨¢cticamente imposible confeccionar una lista completa de las que hasta ahora han particidado en la guerra secreta, pero, a pesar de su elevado n¨²mero, sus m¨¦ritos contin¨²an ignor¨¢ndose. Siguen silenciadas como en otras muchas actividades, tal vez a¨²n m¨¢s por ser el espionaje una actividad secreta que a menudo no se ve con buenos ojos. (...)
Puede que la mayor¨ªa de ellas no supiesen nada de armas, ni de t¨¢cticas militares, ni de tecnolog¨ªa, pero la base del servicio de informaci¨®n -incluso del que se sirve de la m¨¢s moderna tecnolog¨ªa- es la psicolog¨ªa y el coraje, aptitudes innatas que no son atributos exclusivos del var¨®n.
Justamente la psicolog¨ªa era el factor que m¨¢s valoraba en un esp¨ªa Takeko Ishida, que actu¨® en China durante la II Guerra Mundial y lleg¨® a convertirse en una de las m¨¢s temidas agentes de Asia. En 1961, cuando contaba con 45 a?os, Takeko inaugur¨® una escuela de espionaje industrial en Tokio. Aunque aceptaba alumnos de uno y otro sexo, s¨®lo admit¨ªa a los que reun¨ªan ciertas cualidades (inteligencia, buena salud, nervios templados...). Seg¨²n ella, "el contacto personal es el m¨¢s importante veh¨ªculo de un buen esp¨ªa", y con ¨¦l se pueden obtener mejores frutos que con cualquier otro sistema. Por eso, adem¨¢s de ense?ar a abrir una caja fuerte sin dejar huellas o a reproducir documentos con diminutos aparatos fotogr¨¢ficos, tambi¨¦n aleccionaba a los varones a agradar a las mujeres, y viceversa. "Es indispensable conocer a fondo el car¨¢cter de la v¨ªctima. La materia b¨¢sica de mis ense?anzas es la psicolog¨ªa", constataba. (...) -
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