El a?o que cambi¨® el mundo
"Desear la realidad est¨¢ bien, realizar los deseos est¨¢ mejor". La consigna no dejaba lugar a dudas, puesto que a la revoluci¨®n de 1968 dejaba olisquear desde lejos los tufos que caracterizan a la org¨ªa. La misma significaci¨®n medular se encerraba en el "ser realistas, pedir lo imposible", o, lo que es lo mismo, que todo lo so?ado se cumpliera y que cualquier bien llegara a las manos con el simple derecho de existir. No pod¨ªa, pues, considerarse extra?o que los detractores observaran el movimiento como una pataleta de hijos mimados. Y obscenos.
El talante dionisiaco del 68 se opon¨ªa al orden sexual que reinaba en la sociedad burguesa, y ello constituy¨® el n¨²cleo basal de la revuelta. Una revuelta generada no por fuerzas mas¨®nicas ni porque hubiera subido el precio del trigo al modo de la revoluci¨®n de 1789, sino por la potencia del org¨®n.
Todas las cr¨ªticas a los fuegos de artificio pol¨ªtico del 68 no tienen en cuenta su hoguera fundamental, encendida desde el sexo, y gracias, decisivamente, al movimiento de liberaci¨®n de la mujer. Sin el concurso de la liberaci¨®n femenina no habr¨ªa sido posible llegar a nada, pero con su complicidad saltaron los tabiques del tinglado tradicional.
El capitalismo, sin embargo, se mantuvo airosamente en pie. M¨¢s a¨²n: el odiado capitalismo mut¨® su antigua piel por un sat¨¦n de irisados colores, y con ello obtuvo capacidad para respirar mejor y desarrollarse como una verbena de consumo agregada a la fiesta del orgasmo, el antiautoritarismo, la aventura y el amor a la revoluci¨®n.
Daniel Bell presagiaba en Las contradicciones culturales del capitalismo el conflicto que podr¨ªa crearse dentro del sistema cuando la ¨¦tica del trabajo, derivada del ascetismo protestante, fuera asaltada por un modo de vida basado en el goce inmediato y el placer consumista. Pero el conflicto no cre¨® jam¨¢s par¨¢lisis alguna, sino, por el contrario, un efecto acelerador.
As¨ª, el libro m¨¢s citado y c¨¦lebre de Bell ha ido convirti¨¦ndose en su obra m¨¢s acertada si se lee, aproximadamente, en sentido inverso. Contradicciones en el sistema, s¨ª; pero, en lugar de romper el mecanismo, como cre¨ªan Bell y los del 68, se registr¨® un superaccidente de cuya energ¨ªa el capitalismo sali¨® tan rejuvenecido como por un exfoliante de Clarins.
La semilla del diablo
De hecho, los a?os sesenta constituyen la d¨¦cada crucial en que el conspicuo capitalismo de producci¨®n, oscuro, austero y represor, empez¨® a girar hacia el cromatismo musical del capitalismo de consumo. Las fuerzas econ¨®micas no siempre se muestran con toda claridad, pero terminan siendo las que explican sustantivamente el ¨¦xito o el fracaso de las ideas, adem¨¢s de ser parte de su producci¨®n.
Mayo del 68 signific¨®, para los analistas sociopol¨ªticos, la cristalizaci¨®n conjunta del malestar obrero, el malestar estudiantil en la universidad y la explosi¨®n del reino juvenil que estaba coci¨¦ndose desde los a?os veinte.
En 1925, Ortega y Gasset repet¨ªa en La deshumanizaci¨®n del arte su constataci¨®n, entonces asombrosa, de que los muchachos, en lugar de avergonzarse por su inmadurez y esforzarse en adoptar hechuras de viejo para ganar reputaci¨®n, empezaban a sentirse ufanos de su apariencia.
?Qu¨¦ significaba esta traslaci¨®n al look? Ten¨ªa que ver con que el viejo hab¨ªa perdido liderazgo, y sus puntos de vista no le conduc¨ªan, entre los trastornos tecnol¨®gicos, art¨ªsticos y sociales, a atinar en sus observaciones, fueran referidas al cine, el arte abstracto o la serificaci¨®n industrial. Los j¨®venes representaban, de un lado, la barbarie de siempre, pero, de otro, la opci¨®n acaso de ¨®pticas m¨¢s acordes con la novedad.
Mayo del 68 fue, cuarenta a?os m¨¢s tarde, el ¨¦xito de la cohorte juvenil que cabalg¨® sobre la cresta de los espasmos ideol¨®gicos, art¨ªsticos y econ¨®micos, mientras ganaba la relevancia que sus mayores dilapidaron con el fracaso humano de las dos guerras mundiales.
El creciente valor de la materia joven signific¨®, en suma, un vuelco en la jerarqu¨ªa del valor. Y tambi¨¦n, inmediatamente, de todos los valores. El prototipo burgu¨¦s basaba su moral en tres virtudes capitales: el ahorro, la utilidad y la finalidad. Mayo del 68 y su m¨¢ximo motor emocional refutaba cada uno de esos principios. Frente al ahorro y la contenci¨®n sexual, propugnaba el gasto orgasm¨¢tico (la energ¨ªa del org¨®n que teoriz¨® Wilhem Reich); frente a la renuncia, el placer sin espera.
La revoluci¨®n "?ahora!" fue el grito matriz que hoy se refiere a cualquier cosa, desde el electrodom¨¦stico hasta la casa, del viaje al snack que se disfruta sin intervalo.
El ahorro se revel¨® entonces equivalente a la represi¨®n (el ahorro de sexo femenino hasta la boda), y la utilidad o la finalidad se manifestaron como la marca desencantada del proyecto y de la acci¨®n. Mayo del 68, encarnado en la org¨ªa, empujaba en la otra direcci¨®n.
Frente al ahorro represivo, el gasto; contra la calculada utilidad, la inmediatez, y frente a la finalidad, la aventura. La reuni¨®n de estos tres elementos dibuja el tri¨¢ngulo de la cultura de consumo, pero entonces no se sab¨ªa, ni se tomaba, en ning¨²n sentido, al consumo como un bien.
La expresi¨®n "sociedad de consumo" apareci¨® por primera vez en los a?os veinte en Estados Unidos y se populariz¨® en Europa durante los cincuenta y los sesenta. Maldecir ahora la sociedad de consumo resulta tan pesado como rancio, pero entonces era una manera joven y anticapitalista de ser. Para Jos¨¦ Luis Aranguren (Cuadernos para el Di¨¢logo), el consumismo era "un reduccionismo economicista de la vida", y para Jean Baudrillard, "constitu¨ªa un sistema que se hallaba en trance de destruir las bases del ser humano" (La societ¨¦ de consommation. Deno?l, 1970). ?sta era la doctrina central.
Efectivamente, si los protagonistas del 68 apelaban a la creatividad, al placer, al poder de la imaginaci¨®n, a una liberaci¨®n generalizada, hac¨ªan tambi¨¦n un llamamiento para acabar con la sociedad de consumo, que vino a ser despu¨¦s, parad¨®jicamente, lo m¨¢s creativo que cab¨ªa imaginar y lo m¨¢s acorde con sus anhelos de pecados sin penitencia.
La paradoja, por tanto, era ¨¦sta: los presupuestos de la revoluci¨®n sesentayochista proced¨ªan de la sociedad de consumo que crec¨ªa bajo sus pies, pero sus l¨ªderes repudiaban con vehemencia el consumismo, siendo ellos, por excelencia, grandes consumistas: del tiempo, del sexo, de los derechos, de los mass media.
Como un bordado
De hecho, tanto Mayo del 68 como el sistema general de consumo son inconcebibles sin la gigantesca explosi¨®n de los mass media. La comunicaci¨®n de masas y el consumo de masas, la fiesta y el contagio sesentayochistas fueron cruz¨¢ndose en una copulaci¨®n reproductora. De ah¨ª que la revuelta fuera, de una parte, muy amplia, a la manera de una endemia, y de otra, muy ef¨ªmera. Nacida y desarrollada como un suceso sensacionalista en un peri¨®dico amarillo, por roja que pareciera.
Los media difundieron la nueva visi¨®n de la sociedad, la universidad, la psiquiatr¨ªa, la familia, la escuela, la relaci¨®n intersexual, los derechos de la mujer, y recrearon, con su ejercicio, la composici¨®n de una estampa nueva.
Cuarenta a?os despu¨¦s no vale la pena calificar de ¨¦xito o fracaso aquella subversi¨®n porque, sencillamente, sus vindicaciones se han inscrito en el alma social como un bordado del mismo hilo. Y tan naturalmente como corresponder¨ªa a un ritmo que se engasta, y forma parte interna de la melod¨ªa que ha sonado mundialmente despu¨¦s. La melod¨ªa del nuevo capitalismo de consumo que no cesa de alzar su volumen y su difusi¨®n, con o sin MP3.
La m¨²sica fue adem¨¢s capital, un medio de comunicaci¨®n potente que ha continuado hasta hacerse el himno gen¨¦rico de la juventud a la moda. La moda, la moda joven y la moda sin adjetivaci¨®n ingresaron, a su vez, en el sistema como una faceta m¨¢s del ritmo dominante.
Antes de los sesenta, la moda era algo casi exclusivo de la mujer, pero despu¨¦s se fue haciendo espect¨¢culo total. Lo femenino, con todo, fue important¨ªsimo, permeando en lo juvenil y subversivo como un aire esencial de los nuevos tiempos.
Sin la mujer, en suma, no habr¨ªa sido factible la fiesta del 68, y gracias a su vigoroso movimiento de liberaci¨®n se emanciparon dos o tres sexos a la vez. El suyo, que funcionaba como gran polic¨ªa de las buenas costumbres, y el sexo masculino, que obtuvo la inesperada franquicia para intercambiar sus deseos con los de sus parejas.
Aquella renuncia a llevar sujetador fue literalmente la p¨¦rdida del sujetador. Mientras ellas se sacaban de encima esta sujeci¨®n facilitaban el paso a una relaci¨®n sin los dolorosos frenos inherentes a las asimetr¨ªas.
No hubo tiempo para culminar la gran idea sexualista, pero ?qui¨¦n duda que se consumaron muchos cortejos? Buena parte de la guerra de generaciones de entonces proced¨ªa no tanto del choque mao¨ªsta con los progenitores como de la incompatiblidad entre sus dict¨¢menes sobre el sexo y el matrimonio y la teor¨¦tica del amor libre.
Muchas o todas las comunas fracasaron, y pr¨¢cticamente cualquier intento de tr¨ªos a la manera de Jules et Jim provocaron neurosis; pero tanto Truffaut como nosotros, sus coet¨¢neos, no desperdiciamos la oportunidad para ensayar.
De ah¨ª aquello tan conocido de "la imaginaci¨®n al poder". ?Qu¨¦ imaginaci¨®n? ?Qu¨¦ poder? Todo aquello que proced¨ªa de inaugurar excitadamente una transgresora, so?ada y revolucionaria realidad sexual. El LSD, la marihuana, el hach¨ªs, la droga en general aureolaba la juerga, y si fue, de un lado, una complacencia en el placer individual, fue, de otro, un signo de oro para se?alar el nuevo momento del valor.
Con la droga se obten¨ªa gozo inmediato, sin esperas. Al igual que suced¨ªa con las adquisiciones a plazos o con las hipotecas despu¨¦s. Primeramente se acced¨ªa al bien, y m¨¢s tarde llegaban los efectos secundarios. Todo lo contrario a la ecuaci¨®n de las generaciones precedentes al 68, que primero pon¨ªan la abnegaci¨®n, el ahorro, la espera, y m¨¢s tarde optaban a la debida compensaci¨®n.
La inversi¨®n de este enunciado can¨®nico, proyectado en casi todos los ¨¢mbitos de la realidad, decidi¨® el rumbo de la cultura. El capitalismo se salv¨® por su incuestionable poder, pero, indudablemente, porque transform¨® su personalidad.
Lo sesentayochistas no pueden considerarse, ni mucho menos, los exclusivos autores de esta transformaci¨®n, puesto que proced¨ªa sobre todo de la dial¨¦ctica productiva, pero fueron quienes la hicieron visible y hasta vistosa cuando apenas hab¨ªa empezado.
Fueron los grandes promotores del consumo, negando, sin embargo, el consumo. Grandes promotores de la revoluci¨®n social siendo superindividualistas. Formidables aliados de las protestas de la clase baja cuando, en su mayor¨ªa, proced¨ªan de la clase alta o media alta.
Las contradicciones de Mayo de 68 son tantas que hacen a¨²n m¨¢s brillante su memoria. De cada contradicci¨®n brota una chispa, y de todas ellas, una luminaria que, si fracas¨® en sus objetivos pol¨ªticos expl¨ªcitos, ha triunfado rotundamente en el deslizamiento de sus intuiciones y emociones sustanciales. Gran ¨¦xito de la feminidad, sin duda.
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