No corta el mar sino vuela
La autoficci¨®n est¨¢ de moda porque de la experimentaci¨®n con esa po¨¦tica salen buenas novelas, aunque sus autores no le den su nombre real.
No fue muy famosa y tampoco es una gran pel¨ªcula pero funciona porque claudica ante las armas del melodrama y sobre todo cuenta con una ventaja maravillosa. Lo que el espectador ve contado y montado por un director de cine tiene alguna relaci¨®n de veracidad biogr¨¢fica con un sujeto real, que fue boxeador en los a?os treinta, se rompi¨® una mano y sigui¨® boxeando con la mano rota en plena pavorosa crisis de la Norteam¨¦rica de los a?os treinta, se qued¨® sin nada y volvi¨® a boxear hasta ser lo que nadie imagin¨® que ser¨ªa, campe¨®n del mundo. Cinderella man, de Ron Howard, es sepia virada a verde esmeralda, esforzadamente artificiosa y pese al buen hacer de Russell Crowe nada absuelve a la pel¨ªcula de ser una f¨¢bula blanda que alecciona ben¨¦volamente sobre la superaci¨®n y el esfuerzo: una pel¨ªcula mediocre, pero una historia conmovedora.
Hay un desplazamiento pasivo, involuntario, de otra gama novelesca donde el texto no se urde en primera persona
Las novelas tratan de estas cosas cada dos por tres pero en las letras europeas de los ¨²ltimos a?os tambi¨¦n lo hacen cada dos por tres con una particularidad m¨¢s: muchos autores ensayan el juego de hacer de s¨ª mismos y de sus vidas los protagonistas de sus f¨¢bulas novelescas, de tal manera que esas novelas acaban pareciendo biograf¨ªas noveladas de los novelistas escritas por los mismos novelistas. Un mont¨®n de novelas recientes o antiguas han utilizado el recurso de urdir una autobiograf¨ªa novelesca cuyo protagonista tiene grandes semejanzas, externas o internas, evidentes o m¨¢s sutiles con el autor real y su experiencia: ese espacio colonizado a la biograf¨ªa y a la historia, a la autobiograf¨ªa misma, es justamente el espacio de la autoficci¨®n, hoy inequ¨ªvocamente naturalizado en manos de Joseph Roth, Imre Kert¨¦sz, Claudio Magris o J. M. Coetzee.
Ignoro si se trata de una moda, de una tendencia o de una afici¨®n. Puede ser las tres cosas y las tres son leg¨ªtimas, y han dado buenos resultados en casa: desde aquellos libros que se planean como novelas en sentido estricto, y son adem¨¢s autoficciones (Manuel Vicent y sus tres novelas sobre su propia vida, Miguel S¨¢nchez-Ostiz y varias de las suyas), hasta cl¨¢sicos como Jorge Sempr¨²n, que han construido novelas con personajes narradores y protagonistas que tend¨ªamos a leer como la recreaci¨®n de un s¨ª mismo muy cercano a s¨ª mismo. No hay coto cerrado ni l¨ªmites, seguimos en el campo abierto de la novela o en la cervantina escritura desatada, y s¨®lo hay razones para alegrarse de esa pluralidad de manifestaciones de un g¨¦nero en plena marcha marina o a¨¦rea (contra lo que a menudo parece que piensan algunos cr¨ªticos y algunos autores), es decir, la novela moderna.
La inquietud de algunos, entre los que a ratos vagos me cuento, puede proceder del efecto conmovedor y convincente que esos relatos causan, como me sucedi¨® a m¨ª mismo como espectador de Cinderella man: historias conmovedoras pero pel¨ªculas o novelas mediocres. De la misma manera que el cine, la novela ha sabido explotar el efecto de persuasi¨®n que causa una base real y ver¨ªdica para la historia que cuenta, como si el hecho de advertir directa o indirectamente sobre esa veracidad de partida de la experiencia novelada a?adiese una disposici¨®n de lectura distinta, m¨¢s c¨¢lida, m¨¢s cr¨¦dula. Es innegable que es as¨ª; es muy discutible que ese dato procure una garant¨ªa de nada. Los mejores escritores han usado ese recurso de la novela, que est¨¢ en ella desde que existe el g¨¦nero, y no lo han hecho pensando en sus lectores sino en ellos mismos: en una titubeante o decidida exploraci¨®n de un ¨¢mbito que conocen muy bien, su propia vida, y que es materia vasta y a menudo muy basta para obtener de ella argumentos, tramas, personajes, ambientes o asuntos. Ni ?lvaro Pombo ni el Carlos Castilla del Pino de Discurso de Onofre, ni Javier Mar¨ªas ni Mu?oz Molina, ni Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, Javier Cercas o Juli¨¢n Rodr¨ªguez (por citar autores que estudia el reciente libro de Manuel Alberca, El pacto ambiguo. De la novela autobiogr¨¢fica a la autoficci¨®n, en Biblioteca Nueva) discuten en absoluto el estatuto del creador de novelas ni se suman a moda alguna. Act¨²an como narradores dispuestos a explotar la inmediatez elusiva y potencial de su propia biograf¨ªa como elemento de fabulaci¨®n de la verdad, que es el fin de cualquier buen novelista. Pero no impugnan otras novelas u otros m¨¦todos novelescos. Incluso dir¨ªa m¨¢s, me parece que cuando el lector identifica una gran novela o la siente mientras la lee, en el acto mismo de la lectura, prescinde en absoluto ya, captado por ella o absorbido en ella, de si lo que se relata ah¨ª tiene o no tiene que ver con una versi¨®n ficcionalizada, o novelesca, del autor porque ya es verdad: hay que ser muy bruto para creer que una espl¨¦ndida novela como Las ben¨¦volas, de Jonathan Little (o muchas de las de Verg¨ªlio Ferreira o Fernando Vallejo), no explota elementos de la experiencia biogr¨¢fica de su propio creador, del mismo modo que hay que ser muy bruto para creer que Eleg¨ªa, de Joseph Roth (o muchas de las de Ferreira o de Vallejo), s¨®lo toma materiales reflexivos y depresivos de la biograf¨ªa de su autor. Y entonces volvemos a estar donde est¨¢bamos: la novela de calidad dota de verdad a lo que es verdad o casi es verdad, pero tambi¨¦n a lo que no lo es en absoluto o casi en absoluto.
La autoficci¨®n es hoy una modalidad creciente en la novela literaria porque de la experimentaci¨®n con esa po¨¦tica salen buenas novelas, y no porque hagan cabriolas sus autores entre los l¨ªmites del coraje o la cobard¨ªa para dar su nombre real al protagonista o para cercenar este o aquel aspecto de sus personas reales. ?se es un asunto relevante para la taxonom¨ªa o la topograf¨ªa acad¨¦mica de la novela, pero no para disfrutarlas. La evidencia de esa nueva colonizaci¨®n de la novela, como depredadora nata, tiene s¨®lo un efecto colateral: el desplazamiento pasivo, involuntario, de otra gama novelesca donde el texto no se urde en primera persona, donde el protagonista o narrador carece de semejanzas con el autor o donde el tiempo, el espacio, los personajes, el medio social o el drama mismo desarrollado (o la ausencia de drama) son ajenos a la biograf¨ªa vivida del novelista. No tengo la convicci¨®n de que sea un problema sino nada m¨¢s que un estadio, ni temo por la novela porque padezca el acoso de lo autobiogr¨¢fico con una insistencia m¨¢s alta hoy; me pregunto sin embargo si su empuje no va a acabar soliviantando a quienes hacen novelas sin meter sus biograf¨ªas como trama ficticia. -
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