La felicidad y los restaurantes chinos
?A qu¨¦ responde la man¨ªa gastron¨®mica que afecta a las clases medias-altas de Catalu?a y que tan bien refleja su prensa? Desde luego, a todo el mundo le gusta comer bien, pero la obsesi¨®n aqu¨ª ha llegado al extremo de que Roger Biergel invitase a Kassel como ¨²nico artista catal¨¢n digno de ser representado en la ¨²ltima Documenta a un famoso cocinero, sin que nadie se diera por aludido, ni mucho menos ofendido. Aqu¨ª detecto un fen¨®meno que valdr¨ªa la pena analizar.
Mientras espero que alguien con m¨¢s luces haga el diagn¨®stico, adelanto la hip¨®tesis de que ese fanatismo tragaldabas que nos aqueja, aunque puede parecer un signo de decadencia, quiz¨¢ tenga m¨¢s bien que ver con la prosperidad, con la felicidad de la que vienen gozando desde hace d¨¦cadas las clases medias-altas catalanas. Felicidad cuantificable en salud, en bienestar, en longevidad, en prosperidad econ¨®mica y en seguridad. ?Pocas oligarqu¨ªas del mundo son tan felices como la nuestra! Y no s¨®lo la oligarqu¨ªa, sino los catalanes en general en una reciente encuesta se declaraban, en una proporci¨®n muy alta, felices con sus vidas. As¨ª pues, seg¨²n las estad¨ªsticas eso del catal¨¤ emprenyat sobre el que tantas c¨¢balas se hacen son roman?os, gaitas. Gaitas que se explican por la renuencia est¨¦tica a reconocer que uno es un panxacontenta. Parece m¨¢s elegante mostrarse arisco, desafecto...
Just the way they comb their hair/ makes me shout: what a beautiful world! Claro que la felicidad nunca es completa. Como dice el poeta, "y sin embargo hay algo que se queja". Somos animales neur¨®ticos. Nuestras zamponas clases medias-altas han devorado toda su tierra, desde el Pirineo y el Canig¨® hasta las costas, incluida la monta?a de Montserrat, el Empord¨¤ y la Fageda d'en Jord¨¤. Y aunque la poseen toa, toa, toa, la mera posibilidad de que les sea arrebatada por forasteros y vecinos -?siempre infinitamente superiores en n¨²mero!- les impele al s¨ªndrome de la retentiva anal. Cualquier cosa antes que compartir el goce. El goce, sea la tierra, el poder, el dinero o los excrementos.
?Manes de Lacan! ?Qu¨¦ puedo oponer a tan redonda felicidad? ?Qu¨¦ terapia aplicar a tal neurosis gastron¨®mica y retentiva anal? S¨®lo se me ocurre una cosa, los restaurantes chinos. Noches en los restaurantes chinos, sean El Jard¨ªn Feliz, La Gran Muralla, Pek¨ªn, Hang-Zhou, Chun Zu¨¢ o cualquiera de los muchos otros que se anuncian en las calles con dos esferas rojas y un tubo de ne¨®n verde. No los chinos sofisticados, sino los de batalla, los de barrio, los de men¨² econ¨®mico. Dentro, la decoraci¨®n de un exotismo convencional se multiplica en los apliques dorados con forma de pictogramas, l¨¢mparas mortecinas de las que cuelgan cordelitos rojos, espejos pintados con escenas de damiselas en quimono, junto a un lago, con alguna grulla aqu¨ª y all¨¢ y alg¨²n arbolito caedizo, o con dragones, o juncos desliz¨¢ndose por tranquilas aguas... Todo ese kitsch codificado en una f¨¢brica de Pek¨ªn de una vez y para siempre, cuya naturaleza de simulacro barato y sin pretensiones llega a la apoteosis cuando lo vemos reducido a pedazos, a escombros, a astillas de pl¨¢stico amontonadas a la puerta de un restaurante que acaba de cerrar, todo ese kitsch, digo, cuaja y se destila en el color rosa y la textura oleosa, densa, de la salsa agridulce con que sazonar¨¢s el rollito de primavera, el arroz tres delicias y dem¨¢s platos con los que te recomiendo vivamente comulgar al menos una vez por semana.
Es ideal hacerlo a solas, y a horas avanzadas, cuando el comedor est¨¢ vac¨ªo y los camareros chinos, siempre serviciales, siempre reservados, siempre con su lustrosa cabellera negra y su extrema delgadez, parecen todav¨ªa m¨¢s remotos, distinguidos y misteriosos.
Poco desarraigo es ¨¦ste, lo admito, poco exotismo, pero a m¨ª, para esta noche, ya me vale.
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