Decirlo todo
1 - "Cuando Rimbaud pon¨ªa el pu?o encima de la mesa" (Pierre Michon).
2 - Siempre que he hablado con Pierre Michon -las dos veces de noche y en la surrealista Nantes- ha terminado por decirme, con voz cavernosa y melanc¨®lica, que hay tres tipos de escritores: el b¨¢rbaro, del que C¨¦line es un ejemplo indiscutible; el intelectual a lo Beckett, y un tercero en el que se combina lo mejor de ambos, Faulkner, por ejemplo. "Faulkner o Bola?o", ha precisado en las dos ocasiones. Para ¨¦l, este ¨²ltimo fue tambi¨¦n una admirable combinaci¨®n entre el b¨¢rbaro y el intelectual. Ni que decir tiene que el propio Michon pertenece a ese tercer tipo de escritor, al mundo de los detectives entre palmeras salvajes, al mundo del intelectual de pu?o encima de la mesa.
Michon es alguien que hall¨® ya en la madurez su propio estilo -agazapado, invisible durante a?os- mientras escrib¨ªa Vidas min¨²sculas, y con el estilo le lleg¨® tambi¨¦n el tono y el ritmo, un ritmo que con asombro observ¨® que le era ¨ªntimamente natural. Ese ritmo lo mantuvo en obras maestras como Rimbaud el hijo, donde -como afirma Men¨¦ndez Salm¨®n en una reciente entrevista- el gran Michon nos explic¨® qu¨¦ demonios es la poes¨ªa. Ahora sabemos que la poes¨ªa estaba en la mirada que el futuro poeta Rimbaud dirigi¨® a su horizonte mientras esperaba que Carjat le fotografiara. Porque ahora sabemos con Michon que esa mirada de quien se dispon¨ªa a ser la poes¨ªa misma apuntaba al vigor futuro, la capitulaci¨®n por venir, la temporada en el infierno y Abisinia, la sierra sobre la pierna en Marsella. Y porque pensamos que el joven Rimbaud, con el semblante iluminado del que un d¨ªa iba a decirlo todo, estaba ya ah¨ª en esa fotograf¨ªa hoy tan c¨¦lebre, estaba ah¨ª ya apuntando hacia la poes¨ªa, aunque s¨®lo veamos su cuerpo, el pelo revuelto, la corbata torcida para la eternidad. Y en los versos -termina pregunt¨¢ndose Michon-, ?se ve acaso el alma? Pasan el viento, el mundo y la poes¨ªa como si fueran iluminaciones y quemaran carbono.
3 - Pierre Michon es, en el buen sentido, extra?o. Tambi¨¦n lo es, con talento evidente, el asturiano Ricardo Men¨¦ndez Salm¨®n, que en la entrevista en la que habla de su admiraci¨®n por Michon dice que le gustar¨ªa saber por qu¨¦, a?o tras a?o, tenemos que soportar a falsos escritores. Ah¨ª el autor de La ofensa y de Gritar se muestra intransigente: "?Por qu¨¦ tan intolerante? Porque me niego, como dir¨ªa Michon, a convertir el milagro en profesi¨®n, el talento en carrera literaria. La literatura no es un oficio, es una enfermedad; uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque est¨¢ infectado, porque lo ha ganado la tristeza".
En una de la historias de Gritar -alta literatura en este conjunto de relatos reci¨¦n publicado- aparece precisamente esa enfermedad que el autor opone a la idea de la escritura vista s¨®lo como un oficio. Es un cuento memorable en el que la enfermedad, el dolor oculto, aparece con el nombre de mal de los constructores. Es el mal de los que quieren decirlo todo, el mal de los que tan alejados est¨¢n de los falsos escritores. Es el mal que, seg¨²n nos dice, anida, por ejemplo, en la casa de la familia Kafka, donde Franz nos cuenta la historia del mal como si hubiera le¨ªdo a Rimbaud y Michon de golpe: "La compulsi¨®n de familias enteras que transmit¨ªan de padres a hijos el af¨¢n desmesurado por la perfecci¨®n y acabamiento de las cosas terrenales; cosas que, como es notorio desde Plat¨®n, son de por s¨ª inconclusas, imperfectas e hijas del azar".
Es el mal de los que buscan la perfecci¨®n, un mal no muy conocido en Espa?a, por cierto. Es la obsesi¨®n por aproximarse a una meta que jam¨¢s se alcanza, pero que se intenta con valeroso esfuerzo que fracasa. Sin duda es una met¨¢fora de la alta literatura que cultivan todav¨ªa algunos h¨¦roes o severos chiflados, esos tipos de los que parece hablarnos Michon, "hombres de pura cepa que luchan por el bien que creen sentir dentro de s¨ª" y cuyo inmenso fracaso es tambi¨¦n un inmenso logro que nos recuerda aquello que Onetti dijera de Faulkner: "Lo que admiro en ¨¦l es su estilo, esa obsesi¨®n por decirlo todo, aunque sea imposible". Decirlo todo es, a fin de cuentas, el prop¨®sito que gui¨® la obra de Kafka, el h¨¦roe de las familias que padecen el mal de los constructores. Recuerdo que en Descripci¨®n de una lucha le hace decir Kafka a un personaje: "Ya no quiero o¨ªr fragmentos. Cu¨¦ntemelo todo del principio al fin. Menos no pienso escuchar".
En otra de las historias de Gritar, en la titulada La vida en llamas, Men¨¦ndez Salm¨®n parte de unos agudos contrastes de vida y muerte para reflexionar sobre el dolor oculto que existe en cada vida que nos rodea y contarnos c¨®mo un acontecimiento feliz para alguien puede convivir en un mismo espacio de tiempo y lugar con la desgracia de otro. Una vez m¨¢s vuelve a mi memoria Mus¨¦e des Beaux Arts, de Auden: "Sobre el dolor nunca se equivocaron / los Viejos Maestros: qu¨¦ bien entendieron / su posici¨®n humana; c¨®mo surge mientras alg¨²n otro come o abre una ventana o sencillamente pasea aburrido".
S¨®lo que el dolor oculto del extra?o Rimbaud es m¨¢s bien una variante extrema del mal de los constructores. La vida de Rimbaud fue un viaje a la libertad que desemboc¨® en una huida a ?frica para huir tambi¨¦n de la poes¨ªa y all¨ª terminar con su dolor ¨ªntimo m¨¢s oculto: el de no querer convertirse en hijo de sus obras. En Rimbaud el hijo, Michon corteja como nadie la angustia de ese dolor, lo que probablemente convierte su libro en el mejor que se ha escrito jam¨¢s sobre este poeta. Cargar con Rimbaud el hijo debe ser ahora el mal oculto de Michon, enfermo a la sombra de las palmeras salvajes y del oro de la buena literatura, el pu?o sobre la mesa.
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