Consejos vendo
De un tiempo a esta parte, las administraciones p¨²blicas le han cogido gusto a apelar a nuestra conciencia. Ya no se trata s¨®lo de exigir el pago de tributos o el cumplimiento de extensos reglamentos; hay que ir m¨¢s lejos: invadir la vida privada, re?irnos amablemente y exigir de nosotros conductas que permitan redimirnos de antiguas bajezas y miserias. El s¨ªmbolo perfecto de la moralina p¨²blica es la campa?a institucional, o campa?a de sensibilizaci¨®n (el eufemismo es frecuente), como medio para promover nuevas formas de comportamiento o de consumo y denunciar las que practic¨¢bamos anta?o.
Acostumbro escuchar la radio por la ma?ana, en la cocina, mientras me sacudo el sopor nocturno y las lega?as. Luego despierta la tropa y comienza la compleja intendencia que requiere una familia. Se trata de una movilizaci¨®n masiva, una diaria activaci¨®n de microondas, cafeteras y exprimidores. Pues bien, en mitad de ese humilde hero¨ªsmo, similar al que practican tantos hogares al menos cinco d¨ªas por semana, la radio no deja de emitir, y as¨ª, a trav¨¦s de cu?as publicitarias, los gobiernos explican no ya lo que debemos hacer por decreto sino lo que deber¨ªamos hacer, m¨¢s que por decreto, por consejo, advertencia o exhortaci¨®n.
La sugerencia moral es la fase preliminar antes de que llegue la coacci¨®n
Como no he hecho o¨ªdos sordos, rese?o algunos de los m¨¢s recientes sermones gubernativos: 1) Utiliza el transporte p¨²blico en vez del veh¨ªculo privado; 2) Consume productos del agro vasco con label de calidad; 3) Realiza las compras en el peque?o comercio y no en grandes superficies. Uno se pregunta sobre la ideolog¨ªa de fondo que gu¨ªan estas amonestaciones.
Mientras preparas un biber¨®n o exprimes unas naranjas, la autoridad critica que utilices tu coche. ?No es curioso? Pagas el impuesto de circulaci¨®n, el de tracci¨®n mec¨¢nica, el de la gasolina y qui¨¦n sabe cu¨¢ntos m¨¢s, incluso contratas el seguro obligatorio: todo para que luego el cobrador te llame contaminador, insolidario y ego¨ªsta. Y mientras preparas el mismo biber¨®n o exprimes las mismas naranjas la autoridad indica que consumas, por favor, productos del pa¨ªs. Nada dice de si cuestan m¨¢s o menos que los otros, pero s¨ª que debemos hacerlo. Como a m¨ª ese consejo me suele coger con naranjas entre las manos, confieso que siento alivio: desde Euskadi, creo, consumir naranjas aut¨®ctonas es imposible.
Por ¨²ltimo, el peque?o comercio: curiosa tutela de la administraci¨®n sobre ciertos contribuyentes en detrimento de otros. A m¨ª me gusta el peque?o comercio y recurro a ¨¦l por razones de proximidad espacial o personal, pero no hay que ser idiota a la hora de gestionar la econom¨ªa dom¨¦stica. Las grandes superficies permiten concentrar las compras, tienen horarios amplios y adem¨¢s precios competitivos. Es curioso que el poder p¨²blico pase por alto, en sus homil¨ªas, estos peque?¨ªsimos detalles.
La sugerencia moral es s¨®lo una fase preliminar a toda verdadera actuaci¨®n gubernativa: la coacci¨®n. Si a pesar de pagar toda clase de impuestos a¨²n no has renunciado al coche siempre quedar¨¢n otros recursos. Por ejemplo, el Gobierno auton¨®mico valor¨® recientemente la posibilidad de cobrar peaje por entrar en coche a las ciudades. Y es que al principio toda nueva imposici¨®n se basa en alguna raz¨®n de inter¨¦s p¨²blico, aunque con el tiempo, la raz¨®n original se desvanece y s¨®lo queda el ¨¢nimo recaudatorio.
S¨ª, peaje para llegar a la ciudad en coche. ?Querr¨¢ decir que los que ya vivimos en ella estaremos exentos? Me temo lo peor: tambi¨¦n habr¨¢ peaje para llegar al campo en coche. Exquisita simetr¨ªa fiscal. Al tiempo.
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