La facci¨®n clerical
La ofensiva desplegada por una parte de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica durante esta legislatura no es una exhibici¨®n de fuerza de la Iglesia, es una expresi¨®n de la debilidad de sus promotores. Si algunos obispos ultramontanos han decidido comportarse como agitadores, repitiendo mensajes apocal¨ªpticos desde las ondas radiof¨®nicas o las calles, es porque en su espacio propio, los p¨²lpitos, convocan a una exigua minor¨ªa de ciudadanos, insuficiente para imponer ning¨²n punto de vista por los procedimientos aceptados en democracia. Estos obispos no han hecho los deberes ni siquiera en el interior de la Iglesia, cuyo nombre no cesan de invocar para ocultar que s¨®lo se representan a s¨ª mismos. Por cada obispo espa?ol que se alista en la bandera del integrismo, otro obispo espa?ol se mantiene fiel al compromiso alcanzado en la Constituci¨®n sobre sus relaciones con el Estado.
La vida y la familia son la coartada para lograr lo que les importa: que el poder pol¨ªtico vuelva a estar al servicio de la fe
Aunque por escaso margen, la parte de la jerarqu¨ªa que est¨¢ detr¨¢s de la actual campa?a de agitaci¨®n fue derrotada en las ¨²ltimas elecciones a la presidencia de la Conferencia Episcopal. Las pr¨®ximas dir¨¢n si las cosas han cambiado o no a su favor, pero, en cualquier caso, su hipot¨¦tica victoria deber¨ªa ser puesta en contexto. Si lograran la presidencia de la Conferencia, podr¨ªan hablar leg¨ªtimamente en representaci¨®n de los obispos espa?oles, algo que ahora no hacen si no es como usurpadores. Pero, aun as¨ª, no hablar¨ªan tampoco en representaci¨®n de los cat¨®licos espa?oles, porque la Iglesia no tiene por costumbre, que se sepa, consultar a los fieles la elecci¨®n de sus cargos ni de sus planes evang¨¦licos y, mucho menos, pol¨ªticos. Si en el primer terreno pueden hacer lo que estimen conveniente, en el segundo, no. La insolente met¨¢fora del pastor y el reba?o tiene sus l¨ªmites, y ¨¦ste es uno en el que probablemente los cat¨®licos no van a ceder. Pero tampoco los no cat¨®licos, puesto que ser¨ªa tanto como admitir que la voluntad pol¨ªtica de unos ciudadanos sea secuestrada por un grupo de varones en h¨¢bito talar que se autoproclaman portavoces de quienes no les han dado mandato pol¨ªtico alguno.
En cuanto a los mensajes apocal¨ªpticos que han lanzado durante esta legislatura, habr¨ªa que interpretarlos como lo que son: una involuntaria confesi¨®n acerca del proyecto integrista que han abrazado, no un pron¨®stico veros¨ªmil sobre los riesgos que supuestamente corre la sociedad espa?ola o su r¨¦gimen pol¨ªtico. Con Benedicto XVI se ha instalado un ide¨®logo en la sede de Roma, un veterano de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, es decir, la Santa Inquisici¨®n, y eso es lo que ha animado a una parte de los obispos espa?oles a airear consignas como la de que el laicismo radical acaba con la democracia. Se trata de una consigna reveladora porque no pretende oponer ning¨²n laicismo moderado al radical. Tampoco defender la democracia, al menos la que se concreta en la f¨®rmula establecida por la Constituci¨®n de 1978. Su prop¨®sito es diferente, y consiste en propalar la idea de que el laicismo es en s¨ª mismo una ideolog¨ªa radical. La realidad es exactamente la contraria: el laicismo fue el remedio que algunas monarqu¨ªas europeas adoptaron durante el siglo XVII para hacer frente a las guerras de religi¨®n, provocadas por fan¨¢ticos que, como estos de hoy, defend¨ªan que el poder pol¨ªtico deb¨ªa estar al servicio de la fe. El laicismo no es, entonces, ni radical ni moderado; sencillamente, regula o no regula las relaciones entre la esfera pol¨ªtica y la religiosa.
Al formular la consigna contra el laicismo desde un equ¨ªvoco deliberado, desde un aut¨¦ntico pase de trileros que pretende desacreditar el sustantivo adjunt¨¢ndole un adjetivo desacreditado, el grupo de obispos que se ha erigido en facci¨®n clerical quiere colocarse en situaci¨®n de esgrimir el argumento m¨¢s preciado para cualquier agresor: poder presentarse como agredido. Esto es, encontrar la manera de convertir sus desmanes en respuesta a unos supuestos desmanes previos. Es as¨ª como se entiende que, de pronto, hayan decidido describir la situaci¨®n en Espa?a como un on¨ªrico campo de batalla en el que un Gobierno ha partido en guerra contra la vida y la familia mediante leyes que, sin embargo, llevan d¨¦cadas promulgadas. Si la cruzada emprendida hoy no se emprendi¨® contra otros Gobiernos m¨¢s afines es porque, en realidad, la vida y la familia son la coartada para alcanzar lo que de verdad les importa: que el poder pol¨ªtico vuelva a estar al servicio de la fe. Por descontado, la coartada se activa o no seg¨²n convenga.
Todo el peligro que encierra el proyecto integrista de la facci¨®n clerical lo conjura su condici¨®n de minor¨ªa, sin duda entre los cat¨®licos espa?oles y, por ahora, en la Conferencia Episcopal. Por eso es, en efecto, una facci¨®n. Por eso, adem¨¢s, sus miembros descienden de los p¨²lpitos y act¨²an como agitadores.
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