Matar por placer
Cuentan en el telediario horrorizados e impotentes ciudadanos de Vigo que esas competiciones asesinas que se llevaron al otro barrio a dos personas que cometieron el pecado de circular en la noche por una calle transitada eran una pr¨¢ctica tan cotidiana como popular entre los killers del volante, que el vecindario avisaba continuamente de esta barbarie a la polic¨ªa, pero que siempre contestaban que no pod¨ªan venir debido a sus m¨²ltiples ocupaciones. Y flipas. Y te da asco. Y te da miedo. Y sabes que pasear por las aceras, cruzar el sem¨¢foro o un paso de peatones es como moverte por la amenazante jungla. Pero all¨ª, si recibes un bocado o un zarpazo, tal vez obedezca a que el animal que te agrede ten¨ªa hambre o le has jodido la siesta, o cree que intentas robarle su tesoro, que podr¨ªa tener un motivo en un universo sin reglas morales.
Aqu¨ª no hacen falta razones. El conductor que se salta sem¨¢foros porque va puesto de alcohol y de sustancias o porque no se ha puesto de acuerdo con la vida, el hortera de bolera o el agriado hombre de orden que arreglar¨ªa los males del pa¨ªs en cinco minutos y que aceleran cuando el ingenuo peat¨®n cruza el territorio que cree leg¨ªtimo, el arrogante y anfetam¨ªnico motorista que va espantando en direcci¨®n prohibida a la gente que camina por la acera, no atentan contra la salud de los dem¨¢s porque les espere una cuesti¨®n de vida o muerte, o un simple beneficio, sino porque se lo dictan sus sagrados genitales. Lo hacen con impunidad, sabiendo esos homicidas en potencia que la posibilidad de que les entrullen los desganados guardianes de la ley es remota y que cualquier sociedad civilizada rechaza eso tan cavernario del linchamiento.
Dice la familia de los muertos que no desean venganza, sino justicia. Lo m¨¢s justo y placentero ser¨ªa observar los desparramados sesos de los conductores que juegan con la vida del pr¨®jimo.
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