La aventura de ir de compras
Uno se va acostumbrando a la forma de atender en los comercios de Espa?a, que cuando reci¨¦n se llega del extranjero parece tan curioso, eso de que las dependientas discutan entre s¨ª sus problemas privados a todo volumen y aunque se percatan de la presencia del cliente contin¨²an sin ning¨²n pudor: "Te lo digo yo. Voy a renunciar. Ve la cantidad de ropa que tengo que doblar y la hora que es. ?Joder! Encima hay que llegar a casa a limpiar todo porque el Sergi no se pone con nada. ?Que renuncio a todo. A todo!".
Por tercera vez le hago con la mano una se?al para que me haga caso. Finalmente me atiende y me conduce al probador, donde me pruebo algunos modelitos y no resisto pedir el ¨²til consejo de la dependienta: "?Qu¨¦ falda cree que se me ve mejor?". Ella levanta los hombros con fastidio y contesta: "?T¨² misma!".
Contin¨²o las compras en una tienda de ni?os de Ciutat Vella donde entro como Quasimodo, jorobada de cargar tantos bultos con una mano y empujando el cochecito de beb¨¦ con la otra. La vendedora me ve de reojo, pero contin¨²a en el mostrador, quiz¨¢ eso de levantar las posaderas para ayudar al cliente a abrir la puerta no est¨¢ en su contrato laboral. Le pido ayuda, entonces me abre la puerta y exclama: "Tendr¨¢s que aprender a apa?arte tu sola, eh, porque as¨ª ser¨¢ la mayor¨ªa de las veces, no habr¨¢ alguien que te ayude".
Uno agradece que con las rebajas vengan incluidas las lecciones de emancipaci¨®n femenina y entonces record¨¦ a un amigo que al regreso de su viaje a Jap¨®n, contaba que en las tiendas de all¨¢ el ritual es acompa?ar al cliente hasta la puerta para despedirlo y entregarle en la mano su compra, que ha sido envuelta delicadamente.
Al llegar a casa te percatas de que una de las prendas est¨¢ defectuosa, as¨ª que hay que ir corriendo al local, porque aunque dicen que hay crisis econ¨®mica, en las tiendas no se nota y seguro que s¨®lo quedar¨¢n restos. Ya en la fila, una de las chicas contesta una llamada y deja colgados a los clientes, que somos m¨¢s de cuatro en cada una de las dos cajas: "S¨ª, cari?o, a las nueve salgo... a las nueve... si nos podemos ver m¨¢s tarde. Quiz¨¢ tomamos un caf¨¦ o vamos al cine...".
Contin¨²a hablando por varios minutos y me empiezo a desesperar. Uno podr¨ªa disculpar a la cajera si brindara una buena dosis de sexo oral, pero esos di¨¢logos ins¨ªpidos me provocan el reclamo: "?Oiga, tengo prisa! ?Nos podr¨ªa atender?". La dependienta regresa y le muestro la ropa que voy a devolver. Me mira con cara de sospecha. Ense?o la prueba fehaciente: un agujero en la prenda. Me vuelve a mirar con sospecha y da el veredicto: "No se puede devolver. Ese agujero no es de f¨¢brica". Trato de persuadirla dici¨¦ndole: "?Le suena la palabra calidad total?". "No trabajamos esa marca", me contesta.
En vista de que en Espa?a el cliente nunca tiene la raz¨®n, me dirijo a una mercer¨ªa para que me vendan algo que pueda tapar el agujero y me atiende una mujer muy amable que me ense?a varias opciones, pero se le va quitando la amabilidad conforme no me decido por nada y al despedirme, no sin antes darle las gracias, saca un bufido por la nariz levantando la ceja y mir¨¢ndome al estilo James Bond en Licencia para matar.
Mi consuelo es acordarme de las dependientas norteamericanas, que reciben con una efusividad tal que raya en la falsedad: "Hi! My name is Jane, it's a pleasure to serve you". Te brindan una sonrisa tan estirada que a veces dudas si es ella o el maniqu¨ª el que te est¨¢ atendiendo y te mandan al probador entusiasmadas con un mont¨®n de ropa que te quieren ensartar, y al prob¨¢rtela te dicen: "Wow, you look fantastic!", aunque parezcas un personaje salido de carnaval.
Vi¨¦ndolo as¨ª, creo que prefiero la manera honesta de atender en Espa?a, aunque sea con el ce?o fruncido y a rega?adientes.
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