Malaria: la batalla decisiva
Hadrack Nuru no lo sabe, pero es un soldado en primera l¨ªnea de una guerra mundial contra el terrorista m¨¢s eficiente jam¨¢s visto. El terrorista se llama Plasmodium falciparum, el par¨¢sito de la malaria, que invade los organismos de 500 millones de personas cada a?o y mata cada d¨ªa a tantas personas como Al Qaeda en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. M¨¢s del 90% del mill¨®n de v¨ªctimas anuales corresponde a ?frica, y la gran mayor¨ªa de ellas son ni?os menores de cinco a?os.
Shadrack Nuru, que tiene nueve meses, es uno de los beb¨¦s soldados de ?frica, reclutado con la bendici¨®n de su madre para la primera ofensiva que ha lanzado la humanidad contra la malaria con posibilidades reales de triunfar desde que el primer mosquito escupi¨® el primer par¨¢sito en el sistema circulatorio humano hace mucho tiempo, antes incluso de Hip¨®crates, el griego inventor de la medicina que anot¨® por primera vez los s¨ªntomas de la enfermedad, hace 2.500 a?os. Los sucesores actuales de Hip¨®crates est¨¢n de acuerdo en que ning¨²n mal ni la peste bub¨®nica, ni la tuberculosis ni el sida ha causado m¨¢s enfermedad y muerte en la historia de la humanidad, ni se ha mostrado tan dif¨ªcil de derrotar. Diezm¨® ej¨¦rcitos durante las dos guerras mundiales y entre sus v¨ªctimas m¨¢s ilustres se encuentran Alejandro Magno, Dante, el sacro emperador Carlos V y Lord Byron.
Shadrack es uno de los 340 beb¨¦s de la regi¨®n de Bagamoyo, en Tanzania, que est¨¢n en la vanguardia de la campa?a mundial para derrotar a este tenaz enemigo. Los beb¨¦s participan en una serie de ensayos cl¨ªnicos ciegos que est¨¢n llev¨¢ndose a cabo en toda ?frica para comprobar la eficacia de la vacuna m¨¢s prometedora que se ha creado contra la malaria. A la mitad se les inyecta la vacuna experimental; a la otra mitad, una vacuna de control.
Los m¨¦dicos del centro de salud e investigaci¨®n de Bagamoyo en el que se llevan a cabo los ensayos no saben qu¨¦ ni?o ha recibido cada cosa, pero cuando vieron a Shadrack hace poco, esperaron que no hubiera sido la vacuna experimental. El ni?o, tendido sobre una manta, sufr¨ªa convulsiones, le sal¨ªa espuma por la boca y los ojos se le quedaron en blanco. Su madre, cuyo ¨²nico hijo es Shadrack, miraba la escena paralizada de dolor, consciente de que no pod¨ªa hacer nada para ayudar, que ni siquiera cogerle en brazos pod¨ªa servir de algo, porque el ni?o hab¨ªa entrado en una inconsciencia febril. Uno de los dos m¨¦dicos presentes dijo que parec¨ªa malaria cerebral, el tipo m¨¢s mortal.
Como habitante de Bagamoyo, un h¨²medo pueblo a orillas del oc¨¦ano ?ndico, el m¨¦dico tiene un inter¨¦s personal, m¨¢s all¨¢ del cient¨ªfico, en encontrar una vacuna que prevenga la enfermedad. Tanto ¨¦l como otros m¨¦dicos con los que habl¨¦ en el centro de salud un destartalado complejo de casas bajas que alberga a investigadores sobre la malaria de categor¨ªa mundial me dijeron que los ataques de malaria en esa zona eran tan corrientes como el resfriado com¨²n en Europa. Uno me dijo que calculaba haber sufrido 70 ataques de malaria a lo largo de sus 38 a?os de vida.
La madre de shadrack miraba a su beb¨¦ y sufr¨ªa, pero ten¨ªa motivos para agradecer la decisi¨®n de haberle ofrecido para los ensayos de la vacuna, porque los que dirigen la lucha local contra la malaria vigilan rigurosamente la salud de sus guerreros infantiles. Para la Tanzania rural, en la que como contaban los m¨¦dicos de Bagamoyo sigue dedic¨¢ndose 10 veces menos dinero a la malaria que al sida, el env¨ªo de una ambulancia a por Shadrack apenas 24 horas despu¨¦s de que su madre detectara los primeros s¨ªntomas de la enfermedad represent¨® un servicio cinco estrellas. Sus posibilidades de sobrevivir, una vez en el hospital, eran muy superiores a la media de un pa¨ªs en el que, seg¨²n los m¨¦dicos de Bagamoyo, murieron de malaria unos 100.000 ni?os en 2007.
Si Shadrack sobrevive y llega a adulto, puede que un d¨ªa mire hacia atr¨¢s con cierto orgullo por el peque?o papel que desempe?¨® en la guerra mundial contra los terroristas invisibles de la naturaleza. ?l y los otros 339 ni?os de los ensayos de vacuna en Bagamoyo forman parte de un gran proyecto en el que acabar¨¢n interviniendo 16.000 ni?os de media docena de pa¨ªses africanos. La monumental tarea consiste en evaluar la eficacia de la vacuna RTS,S, en la que el m¨¦dico espa?ol Pedro Alonso, responsable de las alentadoras pruebas cl¨ªnicas llevadas a cabo en Mozambique durante los ¨²ltimos cinco a?os, ocupar¨¢ un papel central. Hasta ahora, los resultados con RTS,S, fabricado por el gigante farmac¨¦utico GlaxoSmith?Kline, han demostrado una eficacia de alrededor del 65% en el grupo m¨¢s vulnerable, el de los ni?os menores de un a?o.
Alonso es uno de los generales en esta guerra. La direcci¨®n estrat¨¦gica procede de una pareja de Seattle, Bill y Melinda Gates. Los mil millones de d¨®lares proporcionados por su fundaci¨®n privada para la salud han sido el motor de una campa?a mundial por la que el gasto en la lucha contra la malaria se ha cuadruplicado desde el a?o 2000. Hace tres meses, el 17 de octubre, el matrimonio m¨¢s rico del mundo organiz¨® una reuni¨®n del alto mando de la malaria. Invitaron a Seattle a los 300 mayores expertos del mundo cient¨ªficos, altos funcionarios de la ONU y de gobiernos, responsables de ONG, ejecutivos de la industria farmac¨¦utica para discutir c¨®mo maximizar su talento y energ¨ªa. El punto culminante de la reuni¨®n fue un discurso que pronunci¨® Melinda Gates.
Cont¨® que ella tambi¨¦n hab¨ªa tenido una experiencia Shadrack. Desde que visit¨® la cl¨ªnica que dirige el doctor Alonso en Manhi?a (Mozambique) le persigue el recuerdo, dijo, de una ni?ita a la que los m¨¦dicos hab¨ªan diagnosticado un caso severo de malaria. Ning¨²n ni?o debe morir de malaria. Ning¨²n ni?o, declar¨®. Y la ¨²nica forma de acabar con la muerte por malaria es acabar con la malaria. Al decir acabar se refer¨ªa, cosa que provoc¨® exclamaciones entre los asistentes, a erradicar, lo que en la comunidad de los dedicados a la malaria denominan la palabra e, porque hasta aquel momento la hab¨ªan considerado casi tab¨² peligrosamente so?adora para la mente cient¨ªfica Cada vida, continu¨® la se?ora Gates, tiene el mismo valorTodo lo que no sea proponerse a erradicar la malaria es aceptar la malaria; es hacer las paces con la malaria Y eso es sencillamente inaceptable.
Si se trataba de no hacer las paces, por tanto, hab¨ªa que hacer la guerra. Conquistar la malaria es una de las tareas m¨¦dicas m¨¢s ambiciosas de todos los tiempos, reconoci¨® Melinda Gates; pero ret¨® a las principales mentes cient¨ªficas del mundo a em??prenderla. Para la mayor¨ªa de los 300 de Seattle, el discurso marc¨® un hito. Los Gates tienen toda la raz¨®n, reflexion¨® Pedro Alon?so, que estuvo en Seattle y ha pasado su vida de adulto luchando contra la malaria en toda ?frica. Por supuesto que es complicado, pero la gran verdad moral que han sabido identificar los Gates es que no apuntar a la erradicaci¨®n es inaceptable. Por eso desde la reuni¨®n de Seattle ya no se trata de saber si vamos a derrotar a la malaria, sino cu¨¢ndo y c¨®mo.
Eso no quiere decir que la vacuna RTS,S, con la que su nombre se ha asociado en todo el mundo, sea la soluci¨®n. Alonso est¨¢ de acuerdo con otro de los generales de esta guerra, Marcel Tanner, en que, pese a la probabilidad de que la primera vacuna contra la malaria se registre en 2011, ¨¦sta no es la soluci¨®n definitiva contra la enfermedad, del mismo modo que las ofensivas militares en Afganist¨¢n e Irak no son la respuesta permanente contra el terrorismo humano.
Ser¨¢ una vacuna eficaz, pero imperfecta, dice Marcel Tanner, que habla suajili con fluidez, dirige el Instituto Tropical Suizo, financiado en parte por los Gates, y reparte su vida entre la tranquila y acomodada Basilea y el ?frica subsahariana. Por desgracia, no es como la vacuna del sarampi¨®n o la polio. Tardaremos d¨¦cadas en vencer la malaria, ¨¦sa es la realidad. Porque no existe una bala m¨¢gica. Necesitamos muchas balas m¨¢gicas. Hace falta una estrategia compleja en muchos frentes para combatir la malaria.
Esa expresi¨®n, estrategia en muchos frentes, es una especie de mantra para los m¨¦dicos y cient¨ªficos que conoc¨ª en Tanzania, tanto en Bagamoyo como en el centro de salud e investigaci¨®n del que depende, en Ifakara, a 300 kil¨®metros y siete horas de baches hacia el interior. Ir all¨ª desde Suiza es como viajar en el tiempo. En la fr¨ªa e impecablemente burguesa Basilea vi a Tanner y visit¨¦ el vasto campus as¨ª lo llaman de alta tecnolog¨ªa del gigante farmac¨¦utico Novartis, el mayor fabricante mundial del mejor f¨¢rmaco existente hoy contra la malaria. Es el prototipo de la gran farmac¨¦utica: una ciudad de la era espacial podr¨ªa ser Seattle dentro de una antigua ciudad europea, con unos 20 edificios altos relucientes de interiores que van desde los pasillos enmoquetados y forrados de madera hasta los salones de techos altos, grandes ventanales y suelos de m¨¢rmol, amueblados con sillones de cuero blanco y negro.
Cuando se pasa de ah¨ª al valle de Kilombero, en el ¨²ltimo tramo en la lenta carretera que va de Bagamoyo a Ifakara, uno entra en un mundo en el que la revoluci¨®n tecnol¨®gica del siglo XX apenas ha llegado. Es verdad que de vez en cuando se ve alg¨²n veh¨ªculo motorizado, y bastantes bicicletas; y algunos hombres llevan camisetas de f¨²tbol con los nombres de Ronaldinho y Beckham. Pero las mujeres visten como debi¨® de encontrarlas el doctor Livingstone, y los ni?os descalzos, muchos pr¨¢cticamente desnudos en medio del calor tropical, parecen vivir en una burbuja temporal, un continuum que no ha cambiado desde hace milenios. La naturaleza es tan abundante que no hay ninguna necesidad acuciante. Las aldeas que bordean la carretera a Ifakara son escenarios de El libro de la selva de Walt Disney: caba?as de barro, grandes mangos cargados de frutos, plataneros, cocoteros, grandes campos llenos de ma¨ªz y ca?a de az¨²car, y en todas partes, unas cabras orondas y de pelo reluciente, adem¨¢s de alg¨²n babuino que otro y, a lo lejos, alg¨²n elefante y alguna jirafa. Un para¨ªso, si no fuera por la malaria, por el duelo que causa y la desesperada carga que supone para la fr¨¢gil econom¨ªa de la agricultura de subsistencia, de la que vive casi todo el mundo.
Ifakara, me hab¨ªa dicho Marcel Tanner, significa lugar de muerte. Hasta hace 10 a?os, era la zona de malaria m¨¢s letal del mundo; lo siguen siendo algunas de las zonas rurales aleda?as. El precio de tanta exuberancia tropical son las aguas pantanosas en las que se reproducen m¨¢s mosquitos que en ning¨²n otro lugar del mundo. Ifakara tiene el r¨¦cord mundial de n¨²mero de mosquitos encontrado en una casa, en una habitaci¨®n: 6.000, en 1988. Si existen la voluntad y la tecnolog¨ªa necesarias para contarlos, es gracias a la presencia, en la ciudad, de un centro de salud e investigaci¨®n fundado hace medio siglo por el millonario farmac¨¦utico suizo Rudolf Geigy. Tanner, su heredero cient¨ªfico, transform¨® el centro, de un laboratorio de campo suizo, en una especie de universidad de Oxford de la malaria, un foco de conocimiento en el coraz¨®n de la zona de guerra, que hoy dirigen los tanzanos y al que hacen peregrinaciones obligatorias los principales expertos mundiales.
?ste era el lugar para hacer dos preguntas: una, por qu¨¦ representa la malaria un reto cient¨ªfico tan enorme, y dos, por qu¨¦ es necesario, para derrotar la enfermedad, luchar en tantos frentes.
La respuesta a la primera pregunta me la dieron en el laboratorio del centro de Ifakara, equipado, en parte, gracias a la Fundaci¨®n Gates, como pr¨¢cticamente todos los proyectos relacionados con la malaria en el mundo. Uno odia el par¨¢sito de la malaria, pero tiene que admirarlo por su complejidad, su infinita capacidad de mutar y desarrollar resistencia a las armas que la humanidad emplea contra ¨¦l, me explic¨® Debora Sumari, bi¨®loga molecular. Cada nuevo f¨¢rmaco que creamos acaba, con el tiempo, confundido, despistado por el par¨¢sito, que altera dr¨¢sticamente su ADN y se disfraza. Es un par¨¢sito muy listo, siempre un paso por delante de las mentes cient¨ªficas m¨¢s preparadas.
Sumari pasa los d¨ªas observando los diminutos organismos a trav¨¦s de potentes microscopios. En esta guerra mundial, se ve como una esp¨ªa infiltrada tras las l¨ªneas enemigas, me dijo con una sonrisa, que se dedica a reunir datos sobre la forma de vida y las costumbres del adversario para tratar de adelantarse a su siguiente paso. Es como una partida interminable de ajedrez contra un adversario brillante y astuto.
El veh¨ªculo de transmisi¨®n de la malaria, el mosquito Anopheles, tambi¨¦n es bastante brillante y astuto, y casi tan inescrutable como el par¨¢sito. Gerry Kileen, un entom¨®logo irland¨¦s que lleva cuatro a?os y medio en Tanzania y es un experto mundial en el mosquito, bromeaba s¨®lo en parte cuando me coment¨®: Sabemos m¨¢s sobre el oso polar que sobre el mosquito; ?ni siquiera sabemos qu¨¦ come el maldito!. Kileen, que est¨¢ en ello, admira al mosquito con el mismo ¨¢nimo ambiguo que mueve a Debora Sumari a admirar al par¨¢sito que transporta. Lamentablemente hay que reconocerlo: el mosquito es un asesino listo y elegante.
O asesina. Los machos no necesitan sangre para sobrevivir; s¨®lo las hembras, para poner sus huevos. De modo que las que pican a los humanos son las hembras. El proceso es el siguiente. El mosquito, perteneciente al g¨¦nero Anopheles, transmisor de la malaria, lleva el par¨¢sito en las gl¨¢ndulas salivares. Se posa sobre la piel humana, localiza un vaso sangu¨ªneo y lo perfora con su aguij¨®n afilado y serrado. Entonces escupe saliva para evitar que se coagule la sangre, y absorbe ¨¦sta en su cuerpo. Luego, los par¨¢sitos entran en el torrente sangu¨ªneo humano y se dirigen hacia el h¨ªgado, donde permanecen sin que se los detecte entre 7 y 10 d¨ªas. El h¨ªgado es una especie de gimnasio orgi¨¢stico donde los par¨¢sitos no s¨®lo se hacen grandes y fuertes, sino que tambi¨¦n se reproducen en escandalosas cantidades, hasta multiplicar el n¨²mero original que sali¨® de la saliva del mosquito por 20.000. Despu¨¦s invaden el organismo con efectos devastadores: matan gl¨®bulos rojos, diezman el hierro del cuerpo y obstruyen los vasos que riegan los ¨®rganos vitales. Cuando empieza a fallar el riego del cerebro malaria cerebral, el receptor humano del par¨¢sito muere.
La quinina, un producto natural descubierto por primera vez en Per¨² hace cientos de a?os, en las cortezas de los ¨¢rboles, es el arma m¨¢s antigua contra la malaria; el origen a su vez de un sofisticado derivado que se llama cloroquina, que represent¨® tal vez la ¨²nica contribuci¨®n de valor duradero que hizo Alemania durante la II Guerra Mundial. Pero el ¨²ltimo y mejor f¨¢rmaco que hay hoy en el mercado es el Coartem, medicamento que combina un producto natural derivado de una planta originalmente hallada en China con un compuesto qu¨ªmico. Novartis produce el 70% del Coartem que hay en el mundo y, aunque es, con diferencia, el f¨¢rmaco del que produce m¨¢s volumen, lo vende a precio de coste. En realidad, Novartis pierde dinero con ¨¦l, porque tambi¨¦n distribuye de forma gratuita en toda ?frica un mont¨®n de folletos educativos para ense?ar a administrar la medicina. (En el primitivo despacho de un trabajador sanitario de una aldea cercana a Bagamoyo, vi en la pared el mismo cuadro de dosis de Coartem, con fotos y en suajili, que me hab¨ªa mostrado un directivo elegantemente vestido de Novartis en Basilea).
Si se toman las pastillas con la periodicidad recomendada, y a tiempo, el par¨¢sito muere al cabo de tres d¨ªas. Muchas de las pruebas con Coartem se hicieron aqu¨ª en Ifakara, y funciona, me explic¨® Jullu Boniphace, el jefe de Sumari en el laboratorio de Ifakara. Pero sabemos que, en cualquier momento, el par¨¢sito nos sorprender¨¢. Debemos estar en alerta permanente. Si nos dormimos, tendremos al enemigo en la puerta.
Cuando Boniphace dice nosotros se refiere a toda la guarnici¨®n de la malaria en Ifakara, cada uno con su campo especializado. Los esp¨ªas del laboratorio tienen su funci¨®n, pero su trabajo se quedar¨ªa en ciencia abstracta, como dice ¨¦l, si los soldados encargados de ¨¢reas como la log¨ªstica y la propaganda no cumplieran con su deber.
La propaganda, o la educaci¨®n, es una dimensi¨®n de la guerra de la que podr¨ªa ser f¨¢cil olvidarse si uno est¨¢ en Seattle, pero es un instrumento tan esencial para combatir la malaria como las principales mentes cient¨ªficas de las que habl¨® Melinda Gates. Uno de nuestros peores enemigos es la ignorancia, explicaba Angel Dillip, una soci¨®loga m¨¦dica que ayuda a dirigir una especie de circo itinerante de m¨²sicos y actores que llegan en grandes camiones a aldeas remotas y tratan de hacer hincapi¨¦ en la urgente necesidad de buscar ayuda m¨¦dica inmediata en cuanto aparecen los primeros s¨ªntomas de fiebre, agotamiento y dolores musculares. Un problema importante es la fe de la gente en los curanderos tradicionales, que les dicen que la enfermedad es una maldici¨®n creada por un jinn, un esp¨ªritu, y que s¨®lo ellos pueden curarla, explic¨® Dillip.
La log¨ªstica incluye, por un lado, un departamento de estad¨ªstica en Ifakara, que da empleo a m¨¢s de 60 trabajadores de campo y mantiene actualizados los historiales de salud y econom¨ªa b¨¢sica de 19.000 hogares. Sin esos datos ser¨ªa imposible que, por ejemplo, Novartis pudiera valorar la eficacia de los nuevos f¨¢rmacos. La log¨ªstica significa asimismo llevar los medicamentos y aspecto fundamental en los ¨²ltimos a?os las mosquiteras a zonas lejanas en las que las carreteras son pr¨¢cticamente inexistentes. La aparici¨®n de mosquiteras tratadas con insecticida, lavables y cada vez m¨¢s eficaces fruto de la enorme investigaci¨®n hecha, entre otros, por Pedro Alonso en los a?os noventa ha contribuido de forma significativa a reducir el n¨²mero de muertes por malaria en Ifakara desde aquel recuento hist¨®rico de mosquitos de 1988.
Ifakara ofrece una visi¨®n del ¨¦xito, como dice un m¨¦dico local, pero el problema es que la concentraci¨®n de armas de ¨²ltima generaci¨®n en este rinc¨®n de la guerra planetaria no se va a poder replicar f¨¢cilmente en el resto de ?frica. Y, pese a todo, no son suficientes ni siquiera aqu¨ª para poder erradicar la malaria, lo cual se?ala hasta qu¨¦ punto la pobreza es un obst¨¢culo en la lucha contra la enfermedad.
Si un pa¨ªs como Italia, en el que la malaria fue end¨¦mica desde la ¨¦poca del Imperio Romano hasta los a?os treinta, ha sido capaz de acabar con ella, es en gran parte gracias a proyectos de obras p¨²blicas que permitieron eliminar las alcantarillas abiertas en las que se cr¨ªan las larvas de mosquito; eso sumado a que la gente tiene ventanas en las casas y a que existe acceso r¨¢pido a la asistencia m¨¦dica. La pobreza africana significa, como me explic¨® un m¨¦dico de Bagamoyo, que los padres muchas veces se ven obligados a tomar decisiones cruelmente complicadas. Si uno vive lejos de una ciudad y su hijo cae enfermo en una ¨¦poca en la que una familia que vive de la agricultura no tiene m¨¢s remedio que sembrar, la elecci¨®n que tiene que hacer es imposible, me explic¨® el doctor Kafuruki Shubis. ?Se lleva al ni?o al centro de salud, un viaje que le cuesta un dinero que casi no tiene y en el que tarda dos o tres d¨ªas, entre ir y volver, cuando sabe que eso supone dejar los campos sin sembrar y a su familia hambrienta? ?O deja que se muera su hijo?.
A veces, un padre escoge esto ¨²ltimo, dec¨ªa el doctor, una prueba m¨¢s de lo compleja y multifrente que es la guerra contra la malaria cuando se examina lo que se vive en ?frica; y una prueba m¨¢s de la importancia del dinero para que el sue?o de los Gates pueda hacerse realidad.
No obstante, al empezar el siglo XXI, el dinero est¨¢ llegando. En los a?os cincuenta hubo un esfuerzo para combatir la enfermedad en todo el mundo, pero se acab¨® abandonando cuando se vio que ?frica era demasiado dif¨ªcil de tratar con la ciencia de la que se dispon¨ªa. Despu¨¦s vinieron 30 a?os en los que, salvo un reducto de m¨¦dicos obstinados, el mundo pr¨¢cticamente se dio por vencido.
Hasta que un d¨ªa, en el a?o 2000, Bill Gates mir¨® a su alrededor y decidi¨® que la forma m¨¢s fruct¨ªfera de reinvertir los millones acumulados a trav¨¦s de su imperio del software, Microsoft, era intentar establecer un equilibrio sanitario entre los pa¨ªses ricos y los pa¨ªses pobres. El impulso ofrecido por la Fundaci¨®n Gates ha desembocado en la aparici¨®n de un nuevo fen¨®meno, una asociaci¨®n del sector p¨²blico y el privado en la que los gobiernos sobre todo los de Estados Unidos y Reino Unido, hasta ahora juntan sus recursos con los de organismos internacionales como la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, instituciones ben¨¦ficas privadas y empresas farmac¨¦uticas para luchar juntos contra la malaria. En el caso del desarrollo de la vacuna RTS,S, esta nueva colaboraci¨®n ha sido decisiva. Si el presidente de GlaxoSmithKline hubiera propuesto el desarrollo de algo tan complejo, lento y costoso como la vacuna de la malaria s¨®lo con el dinero de la empresa, sabiendo que el ¨²nico mercado para tal vacuna ser¨ªa el de los pa¨ªses m¨¢s pobres, le habr¨ªan despedido de forma inmediata. As¨ª son las cosas en el mundo capitalista, comenta Pedro Alonso, y tiene poca utilidad pr¨¢ctica gritar en contra. Por tanto, dado que compa?¨ªas como GSK son las ¨²nicas capaces de desarrollar y fabricar una vacuna tan compleja, la soluci¨®n ha sido que el sector p¨²blico de esta nueva coalici¨®n mundial se encargue tanto de financiar los ensayos de laboratorio precl¨ªnicos como de ofrecer una garant¨ªa de adquisici¨®n de un n¨²mero suficiente de vacunas, una vez que est¨¦n registradas, para cubrir los costes empresariales.
Gracias a este esfuerzo coordinado, y al dinero que, a d¨ªa de hoy, procede en un tercio del sector privado y en dos tercios de los contribuyentes, ha sido posible que lugares como Bagamoyo e Ifakara cuenten con sofisticados centros de investigaci¨®n; gracias a ello ha sido posible que mosquiteras gratuitas hayan llegado al 20% de la poblaci¨®n africana necesitada, y que haya m¨¢s en camino; que la producci¨®n y la distribuci¨®n de Coartem hayan aumentado 25 veces en los tres ¨²ltimos a?os; que se est¨¦n llevando a cabo investigaciones para estudiar desde peces que devoran las larvas de mosquito y dispositivos electr¨®nicos que fr¨ªen a los mosquitos cuando est¨¢n volando, hasta un complejo programa en el que se est¨¢ trabajando en Estados Unidos para extraer saliva infectada de los mosquitos y utilizarla como vacuna antiparasitaria; y la propia vacuna RTS,S, que no es m¨¢s que una de las posibles balas m¨¢gicas, pero quiz¨¢ la mejor que haya surgido hasta el momento.
Salim Abdulla, que en la actualidad dirige el centro de investigaci¨®n de Bagamoyo, tiene un doctorado de la Escuela de Medicina Tropical de Londres y es un veterano de Ifakara, donde desempe?¨® un papel crucial en el desarrollo de Coartem. Fue uno de los 300 de Seattle y se le considera uno de los generales de la guerra contra la malaria, junto a Alonso y Tanner. Abdulla posee una sana dosis de escepticismo cient¨ªfico, pero ve motivos para ser optimistas. Somos la primera generaci¨®n en la historia de la humanidad con una seria posibilidad de vencer la malaria, me dijo. Pero ni se me habr¨ªa pasado por la cabeza decir algo semejante hace 10 a?os, cuando est¨¢bamos solos, olvidados y con poco dinero. Ve¨ªamos todo el bombo que rodeaba al VIH-sida, ve¨ªamos la malaria y, francamente, nos deprim¨ªa. Pero ahora hay una energ¨ªa dirigida hacia aqu¨ª, hacia los que estamos en ?frica dedicados a esta guerra, que no hab¨ªamos sentido nunca. Lo vi en Seattle y me impresion¨®.
?Tambi¨¦n le impresion¨® la ret¨®rica churchilliana de los multimillonarios? Somos dolorosamente conscientes de los obst¨¢culos a sortear. Aplaudimos el trabajo cient¨ªfico, pero sabemos mejor que nadie que la gran pregunta es: ?cu¨¢l es el mejor uso de esos recursos cient¨ªficos?, ?qu¨¦ efectos ¨²tiles pueden tener en el mundo real? Los Churchill hacen los llamamientos a la erradicaci¨®n; nosotros somos la gente que lucharemos para llevarla a cabo. El reto es enorme, pero precisamente por eso damos las gracias a los Churchill, a los Bill y Melinda Gates. Nos sirven de inspiraci¨®n a los soldados de a pie para creer que un d¨ªa venceremos.
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