Conoc¨ª a Robert Redford (1? parte)
Al pasar por la plaza de Sant Oleguer, en el barrio del Raval, ver¨¢ que no es una plaza cualquiera. Sus bancos sirven para el reposo de un grupo de indigentes sui g¨¦neris que se juntan todo el d¨ªa para contar sus peripecias acompa?ados de cartones de vino. Otras veces, se sientan las prostitutas de la calle trasera de Sant Ramon, quienes, vencidas por el cansancio, recuperan fuerzas antes de ponerse nuevamente de pie a esperar al cliente.
Intrigada por la juerga de los indigentes, un buen d¨ªa decid¨ª acercarme y conversar con ellos. Ah¨ª conoc¨ª a Robert Redford . Me presentan a Robert y a su hijo: un cart¨®n de vino rosado Don Sim¨®n que lleva bajo el brazo como si cargara a un peque?o. "No me gusta eso de Robert y su hijo", le reclama a uno del grupo. "Bueno, bueno, mis disculpas, se?ora. Le presento a mi amigo Robert Redford y su biber¨®n", corrige.
Es un hombre de unos 55 a?os vestido con ropas gastadas: abrigo largo de lana color verde oscuro, sombrero color beis, zapato tipo mocas¨ªn bastante castigado y un jersey oscuro con una mancha seca de v¨®mito. Lleva la barba a medio salir y cuando r¨ªe descubre su dentadura sin los cuatro dientes de arriba. Al cuello lleva una cruz de brillantes de bisuter¨ªa porque dice: "Soy muy creyente. Antes cada domingo iba a la iglesia a llevarle al cura los peri¨®dicos que me robaba"; suelta una carcajada y da otro trago al vino rosado.
Robert me cuenta que desde hace 30 a?os va a esa plaza porque antes de convertirse en indigente viv¨ªa en la calle de Lancaster: "?sta es la plaza de las cuatro esquinas, porque si te fijas hace cuatro esquinas. ?Te das cuenta? Aqu¨ª anta?o vend¨ªan todo tipo de art¨ªculos robados. Ha cambiado mucho, tanto como las prostitutas, ?madre m¨ªa! En las buenas ¨¦pocas eran de calidad, ?guap¨ªsimas!, pero ahora son fen¨®menos, cuando paso me gritan: '?Vamos, vamos!'. Se me pegan las m¨¢s feas porque traigo vino encima".
-?Por qu¨¦ le llaman Robert Redford?
-?Pues por guapo, m¨ªreme!
Robert se levanta el cuello del abrigo y se acomoda el sombrero como gal¨¢n de pel¨ªcula d¨¢ndose lentamente una vueltecita para que lo mire bien y exclama: "?Ya ve que tengo clase!".
-?Desde cu¨¢ndo toma?
-Desde que mi padre trajo en Navidad una canasta llena de licor que le dieron en el trabajo. Yo era peque?o y como mi hermano siempre ha sido la oveja negra de la familia que no toma, pues me lo tom¨¦ yo.
Robert relata que vive en la calle desde 1982, cuando dej¨® a su mujer y sus dos hijos, a quienes no volvi¨® a ver. Su residencia han sido los cajeros autom¨¢ticos en invierno y en verano el parque de Montju?c. "Me han robado mont¨®n de veces dentro de los cajeros, quit¨¢ndome hasta los zapatos, por eso ahora estoy muy contento durmiendo en el albergue de Zona Franca, y las mujeres de la Cruz Roja ?est¨¢n bien buenas! En el albergue me dan un bistec de este tama?o", hace un hueco entre sus manos para se?alar un descomunal pedazo de 50 cent¨ªmetros.
Busca en sus bolsillos la tarjeta de identidad para mostrarme que es originario de Barcelona y que su verdadero nombre es Antonio. "No ponga mi apellido", me pide. Saca primero un rollo de papeles. "?Ah, mire! ¨¦stas son mis recetas para las almorranas, ¨¦sta para los nervios y ¨¦sta para el est¨®mago".
Es inseparable de un libro sobre cine elemental que lleva dentro de la bolsa de pl¨¢stico donde tambi¨¦n porta el vino. "Siempre quise ser decorador de pel¨ªculas", dice Robert, a quien la vida s¨®lo le permiti¨® ser pintor del metro y otros trabajillos itinerantes. "?O sea que ha hecho un poco de todo?", le digo. "Mas bien de nada un poco, porque como dice la canci¨®n de Manolo Escobar, ?viva el vino y las mujeres!", canta al tiempo que me presenta a Iomar, la ¨²nica mujer del grupo: "Mire, ella se lanz¨® a las v¨ªas del metro, pero no se mat¨®. Que le cuente su historia". Entonces me dispongo a escuchar a Iomar.
(Continuar¨¢).
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