Tiempos de democracia y cambio
Despu¨¦s de a?os ofreciendo el peor rostro de s¨ª mismo (Guant¨¢namo, Abu Graib, torturas, c¨¢rceles secretas, espionaje telef¨®nico), Estados Unidos cautiva al mundo con la proyecci¨®n de sus elecciones primarias, con el espect¨¢culo de una democracia abierta y competitiva, llena de energ¨ªa y de propuestas para afrontar saludablemente un nuevo ciclo de su historia.
Y el mundo lo sigue con atenci¨®n, claro, porque su desenlace afectar¨¢ de alguna manera la vida de cada uno de nosotros. Pero tambi¨¦n por la pasi¨®n del juego, por el magnetismo de los personajes que participan en ¨¦l, por la fascinaci¨®n, en definitiva, que produce el ejercicio de la pol¨ªtica en libertad.
En el aeropuerto de Charleston, una mujer desped¨ªa con l¨¢grimas en los ojos a su marido que part¨ªa para Irak. Ambos eran j¨®venes, negros y se les ve¨ªa llenos de vitalidad y de ilusi¨®n. Hab¨ªan votado el d¨ªa anterior con la esperanza de que eso sirviera para poner fin a esa guerra. Se emocionaban al contar sus planes y les daba miedo que se vieran truncados tr¨¢gicamente.
Nada garantiza que elegir¨¢n a un buen presidente. Pero s¨ª que elegir¨¢n al que quieran
Les preocupaba, por supuesto, su hipoteca, su seguro de salud, la educaci¨®n de sus hijos, como a cualquier familia en cualquier parte del mundo desarrollado. Pero quer¨ªan, sobre todas las cosas, que acabara la guerra de Irak. Especialmente ella. ?l, el sargento Bowers, estaba muy orgulloso de sus galones y de su trabajo, y, aunque confesaba no entender mucho de pol¨ªtica, se dec¨ªa orgulloso tambi¨¦n de que un negro pudiera ser presidente de su naci¨®n.
Es una curiosa coincidencia la de coger el fusil para combatir en Irak justo un d¨ªa despu¨¦s de haber votado en Carolina del Sur. Es toda una met¨¢fora de un pa¨ªs que vive un tiempo de cambio con una desbordante intensidad, y con algo de desconcierto tambi¨¦n.
Y en este tiempo de cambio y confusi¨®n surge como un faro la potencia de su sistema pol¨ªtico. En los maizales de Iowa o en los casinos de Las Vegas, en la rica Nueva Inglaterra o en el pobre Sur, los ciudadanos han discutido estas semanas con inusitado inter¨¦s las soluciones que el pa¨ªs requiere hoy. Directamente, sin intermediarios, sin partidos ni consignas ni listas cerradas. Los candidatos son escrutados hasta la saciedad por miles de votantes a los que acceden personalmente y por cientos de periodistas en b¨²squeda constante del tal¨®n de Aquiles de todos, en los dos bandos. El prop¨®sito es el de someter al aspirante a la m¨¢xima presi¨®n: el que no la soporte, menos soportar¨¢ la presi¨®n de la Casa Blanca.
A veces, desde luego, esto degenera en algunas puestas en escena un tanto cinematogr¨¢ficas y en un peque?o circo medi¨¢tico -indagaciones demasiado personales o acusaciones y cr¨ªticas basadas en meros rumores y sospechas-. ?se es el riesgo. Pero, en la medida en que los candidatos pasan un a?o recorriendo el pa¨ªs, recibiendo consejos de expertos, realizando encuestas, escuchando a decenas de organizaciones c¨ªvicas, a l¨ªderes locales y figuras influyentes, intentando descifrar los deseos y las necesidades de los votantes, es un riesgo menor. En ¨²ltima instancia es un riesgo que se ve compensado por la capacidad de los ciudadanos de influir decisivamente en la marcha de la campa?a. No s¨®lo eligen directamente a sus candidatos, sino que les obligan a adaptar sus programas y sus ofertas a lo que los electores reclaman. No al rev¨¦s. No menos importante, son los propios electores los que pagan con sus contribuciones -no con el dinero p¨²blico- las campa?as de sus favoritos. As¨ª, todos se ven obligados a poner su bolsillo donde est¨¢ su coraz¨®n.
La experiencia demuestra que nada de esto garantiza que los estadounidenses elegir¨¢n a un buen presidente. Pero s¨ª que elegir¨¢n al que quieran elegir.
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