Mentirijillas de consejero
Con el rictus del empleado que sale voluntariosamente a defender a su jefe, el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Juan Jos¨¦ G¨¹emes, ha sido el encargado de transmitir dos mensajes que no son suyos, sino de la presidenta madrile?a, Esperanza Aguirre: que el doctor proscrito Luis Montes, acusado sin pruebas, con la alevos¨ªa de una denuncia an¨®nima, y finalmente absuelto del delito de sedar con exceso a enfermos terminales no recuperar¨¢ su puesto en el hospital Severo Ochoa de Legan¨¦s; y que desde que el doctor Montes no trabaja en el hospital ha bajado el n¨²mero de fallecidos entre los enfermos terminales. Le importa poco al consejero G¨¹emes que la justicia haya establecido sin lugar a dudas la inocencia de Luis Montes y su equipo o que la relaci¨®n de muertos esgrimida para justificarse est¨¦ manipulada. De hecho, la mortalidad ha crecido en los ¨²ltimos dos a?os si se tiene en cuenta el descenso de la poblaci¨®n hospitalizada en el Severo Ochoa. ?l s¨®lo responde ante su jefa, ante su partido y, probablemente, ante su antecesor y responsable de este desaguisado, Manuel Lamela.
G¨¹emes insiste en convertir al m¨¦dico absuelto en la versi¨®n hispana del Doctor Muerte. El consejero utiliza la t¨¦cnica de lanzar infames mentirijillas contando con la inadvertencia o la amnesia de los votantes. Como esa falsedad de que la Comunidad no tiene arte ni parte en el proceso contra Montes y su equipo, cuando fue quien lo inst¨®; o la grosera mutaci¨®n de la causa original de despido del m¨¦dico -los inexistentes homicidios a golpe de narc¨®tico- en una destituci¨®n puramente "profesional", perpetrada por G¨¹emes con la tranquilidad de quien carece de memoria o de aprensi¨®n.
Tiene inter¨¦s averiguar por qu¨¦ Manuel Lamela, con el apoyo entusiasta de Esperanza Aguirre, organiz¨® esta cacer¨ªa de m¨¦dicos en el Severo Ochoa. ?Quiz¨¢s porque hemos venido a este mundo para sufrir, como mandan los c¨¢nones del pensamiento reaccionario? ?Por qu¨¦ los partos tienen que cumplirse con dolor y la muerte exige el requisito imprescriptible de la angustia? El subalterno G¨¹emes no acert¨® a explic¨¢rnoslo.
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