Soplan vientos constantinianos
La Iglesia ortodoxa venera como santo al emperador Constantino, pero Dante lo relega al infierno. En el c¨ªrculo superior, el de los que casi se salvan, est¨¢n los que pecaron por amor, como Paolo y Francesca de R¨ªmini, mientras que los simon¨ªacos, y entre ellos Constantino, est¨¢n mucho m¨¢s abajo, en el octavo c¨ªrculo. Dante lo increpa duramente: "?Ay, Constantino! ?De cu¨¢ntos males fue madre, no tu conversi¨®n, sino aquel dote que de ti recibi¨® el primer Papa rico!". Dante acert¨® en los considerandos y en el fallo condenatorio, pero estaba equivocado en los resultandos. La conversi¨®n de Constantino es m¨¢s que dudosa, y en todo caso debi¨® de recibir el bautismo poco antes de morir. En cuanto a la dote, Dante se refer¨ªa a la llamada donatio Constantini, un documento entonces tenido por aut¨¦ntico, seg¨²n el cual el emperador, tras recibir el bautismo de manos del papa san Silvestre, le habr¨ªa hecho donaci¨®n formal de la ciudad de Roma y su territorio: ser¨ªa el t¨ªtulo de propiedad de los Estados Pontificios. El humanista florentino Lorenzo Valla demostr¨® en 1440 su falsedad, por lo que, perseguido por la Inquisici¨®n, estuvo en un tris de arder en la hoguera, de la que s¨®lo le salv¨® la protecci¨®n de Alfonso V el Magn¨¢nimo, de quien un tiempo fue secretario en N¨¢poles. Pero con raz¨®n denunciaba Dante el da?o espiritual que para la Iglesia hab¨ªa entra?ado el constituirse en un Estado pol¨ªtico poderoso y rico.
Estamos palpando la pesada herencia de 40 a?os de control eclesi¨¢stico de modas, espect¨¢culos, prensa y playas
Hablando con rigor hist¨®rico, Constantino no fue constantiniano. En el llamado edicto de Mil¨¢n, del 313, ¨¦l y el coemperador Galerio se limitaron a legitimar la religi¨®n cristiana, con la sincret¨ªstica motivaci¨®n de que, cuantos m¨¢s dioses se veneraran, m¨¢s saldr¨ªa ganando el Imperio. Constantino sigui¨® ostentando la dignidad de pont¨ªfex m¨¢ximus de la religi¨®n pagana oficial. M¨¢s adelante favoreci¨® de distintos modos a la Iglesia y a sus jerarcas, pero no fue hasta Teodosio I el Grande (por cierto, hispano) que se empez¨® a imponer por la fuerza el cristianismo y a perseguir a paganos y jud¨ªos.
Podr¨ªamos definir el constantinismo como aquel sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado en virtud del cual el Estado presta todo su poder pol¨ªtico, econ¨®mico y social a la Iglesia, y ¨¦sta avala moralmente a la potestad civil y exige en conciencia a sus fieles que se le sometan.Parece entonces que las cosas se le ponen f¨¢ciles la Iglesia. Despu¨¦s de la Guerra Civil el obispo Eijo Garay visitaba una parroquia de suburbios de Madrid y el p¨¢rroco dec¨ªa que "ahora" todo iba muy bien. "?Y los j¨®venes?", pregunt¨® el prelado. "?Magn¨ªfico!", contest¨® el cura. "Antes no me ven¨ªa ninguno a misa, y ahora me los traen formados". Un obispo brasile?o, Geraldo de Proen?a Sigaud, fundador y alma del grupo m¨¢s reaccionario en el concilio Vaticano II, el Coetus Internationalis Patrum, sosten¨ªa que a Dios le es m¨¢s f¨¢cil salvar las almas en una "sociedad cristiana" (l¨¦ase: constantiniana) que en una "sociedad revolucionaria" (democr¨¢tica): "En una sociedad revolucionaria Dios pesca las almas con anzuelo. En una sociedad cristiana las almas se pescan con redes".
Posiciones parecidas, aunque m¨¢s elegantemente, sosten¨ªa el P. Jean Dani¨¦lou, futuro cardenal, en su libro L'oraison, probl¨¨me politique (1965). Polemizando con el dominico Jean-Pierre Jossua (delf¨ªn del P. Congar), dec¨ªa que los fuertes, como el P. Jossua, pueden ser fieles a su fe aun en un ambiente adverso, pero los "peque?os", los d¨¦biles, no ser¨¢n cristianos practicantes sin la protecci¨®n de un contexto pol¨ªtico favorable.
Siempre ha sido una tentaci¨®n de la Iglesia entenderse con los dictadores, que le ponen las cosas f¨¢ciles, pero al precio de renunciar a toda cr¨ªtica. ?scar Romero refiere que en una visita ad l¨ªmina, el 7 de mayo de 1979, Juan Pablo II le recomend¨® "mucho equilibrio y prudencia, sobre todo al hacer las denuncias concretas [se refer¨ªa a las largas homil¨ªas en las misas dominicales, en las que ?scar Romero se hac¨ªa eco de todas los casos que le llegaban de la represi¨®n policiaca, militar y paramilitar], que era mejor mantenerse en los principios, porque es riesgoso caer en errores o equivocaciones al hacer denuncias concretas". Replica el obispo: "Yo le aclar¨¦, y ¨¦l me dio la raz¨®n, que hay circunstancias, le cit¨¦ por ejemplo el caso del padre Octavio (un sacerdote asesinado), en que se tiene que ser muy concreto porque la injusticia, el atropello, ha sido muy concreto". En otra audiencia, el 30 de enero de 1980, el Papa le dijo que "tuvi¨¦ramos en cuenta no s¨®lo la defensa de la justicia social y el amor a los pobres, sino tambi¨¦n lo que podr¨ªa ser el resultado de un esfuerzo reivindicativo popular de izquierda, que puede dar por resultado tambi¨¦n un mal para la Iglesia". No era un mal para la Iglesia el asesinato de campesinos, o de sacerdotes defensores de los campesinos, pero s¨ª lo era perder favores constantinianos.
Los inconvenientes del sistema constantiniano se denunciaron ya en una ¨¦poca muy temprana. El emperador Constancio, hijo de Constantino, metido a te¨®logo para poner paz entre los ortodoxos -que defend¨ªan que el Hijo es igual al Padre- y los arrianos -seg¨²n los cuales era inferior-, crey¨® oportuno imponer un razonable t¨¦rmino medio entre ambos, que ser¨ªa el semiarrianismo: el Hijo es casi igual al Padre, s¨®lo un poco inferior. Por otra parte, la subordinaci¨®n del Hijo al Padre suger¨ªa la del Papa al emperador. No fue ning¨²n revolucionario, sino un obispo proclamado despu¨¦s santo y doctor de la Iglesia, Hilario de Poitiers (315-367) quien, en una apolog¨ªa dirigida al emperador Constancio, afirmaba que hubiera preferido ser obispo en tiempos de Ner¨®n o Diocleciano, porque no hubiera tenido miedo a las torturas, seguro de la ayuda divina. "Aquel combate contra enemigos declarados me ser¨ªa ventajoso, porque no cabr¨ªa duda de que ser¨ªan perseguidores (...). Pero ahora luchamos contra un perseguidor enga?oso, contra un enemigo que acaricia, contra el anticristo Constancio, que no hiere las espaldas, sino que acaricia el vientre; no proscribe para la vida, sino que enriquece para la muerte; no encierra en la c¨¢rcel para la libertad, sino que honra en el palacio para esclavizar; no tortura los costados, sino que se apodera del coraz¨®n; no corta la cabeza con la espada, sino que mata el alma con el oro; no amenaza p¨²blicamente con el fuego, sino que a escondidas enciende el infierno. No combate, para no ser vencido, sino que adula, para dominar. Confiesa a Cristo para negarlo; dice que trabaja por la unidad, pero es para que no haya paz. Fuerza a los herejes, para que no sean cristianos; honra a los sacerdotes para que no sean obispos; construye techos de iglesias para destruir la fe", asegura.
Estamos palpando la pesada herencia de 40 a?os de pr¨¢cticas cristianas forzadas y de control eclesi¨¢stico de modas, espect¨¢culos, prensa y playas, pero un importante sector de la Iglesia espa?ola quisiera volver a aquellos tiempos. En 1913, en el clima retauracionista y antimodernista del papa P¨ªo X, se conmemor¨® triunfalmente el VI centenario del edicto de Mil¨¢n, que puso fin a las persecuciones romanas. Si no hay cambios profundos en el v¨¦rtice de la Iglesia, el VII centenario, el 2013, se celebrar¨¢ con m¨¢s alharacas a¨²n, porque soplan vientos constantinianos.
Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.
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