Am¨¦rica Latina y el abecedario pol¨ªtico
La propuesta del presidente Hugo Ch¨¢vez de conceder a la guerrilla colombiana la condici¨®n de beligerante leg¨ªtimo ser¨ªa tratar de construir una sociedad nueva desde la barbarie y las c¨¢rceles inhumanas en la selva
En los a?os de la guerra fr¨ªa, el comunismo organizado, a pesar de las apariencias, desempe?aba un papel moderador, de equilibrio, de realismo pol¨ªtico, dentro de los movimientos de izquierda de esa ¨¦poca. El retiro de los misiles bal¨ªsticos de Cuba, durante la crisis de octubre de 1962, fue, por ejemplo, una decisi¨®n de Nikita Kruschev y del poder sovi¨¦tico, no de Fidel Castro y sus seguidores, y esa decisi¨®n de ¨²ltima instancia evit¨® una guerra nuclear. En los a?os de la Unidad Popular chilena, el partido comunista se ubicaba m¨¢s bien en el centro de la coalici¨®n gobernante y era tambi¨¦n una fuerza realista, con aspectos pragm¨¢ticos, frecuentemente acusada y atacada, por esto mismo, desde la extrema izquierda. Y hace pocos d¨ªas, una secretaria de Estado del sector cultural de Italia, persona de formaci¨®n pol¨ªtica s¨®lida, me comentaba aqu¨ª, en Santiago de Chile, que el terrorismo fue derrotado en su pa¨ªs en los a?os setenta gracias a un entendimiento entre el partido comunista italiano y la democracia cristiana. De lo contrario, me observaba esta persona, la rep¨²blica italiana, que ya hab¨ªa pasado por el asesinato de Aldo Moro, habr¨ªa sido destruida por el terrorismo.
El tiempo no corre en este comienzo del siglo XXI a favor de una ultraizquierda anacr¨®nica
Cuando Ch¨¢vez insult¨® a Aznar tild¨¢ndolo de fascista, Zapatero le contest¨® con argumentos impecables
Suelo reflexionar sobre estas cosas, sobre las relaciones entre la izquierda organizada de hace algunos a?os y la izquierda suelta, que tiende a desmelenarse y a radicalizarse con relativa facilidad, con escaso sentido de la autocr¨ªtica, en estos tiempos avanzados de lo que podr¨ªamos llamar la posguerra fr¨ªa. Veo manifestaciones frecuentes, en los terrenos m¨¢s diversos, de ese ultraizquierdismo que el mismo Lenin defini¨®, en un escrito c¨¦lebre, como una "enfermedad infantil del comunismo". Algunos piensan, en su fuero m¨¢s ¨ªntimo, que no tengo derecho, desde mi perspectiva, desde no se sabe muy bien qu¨¦, a opinar sobre estas delicadas cuestiones, pero, desde luego, y no me costar¨ªa mucho demostrarlo, piensan mal y, adem¨¢s de eso, piensan poco.
En estos d¨ªas, personas razonables, de calidad, se han sentido impresionadas por los argumentos del presidente Ch¨¢vez en favor de conceder beligerancia a las guerrillas de las FARC en Colombia. Si fueran reconocidas como beligerantes leg¨ªtimos, ?no se podr¨ªa avanzar en forma pr¨¢ctica, r¨¢pida, tangible, en los procesos de devoluci¨®n de rehenes y de pacificaci¨®n? El razonamiento tiene una apariencia que podr¨ªa impresionar, pero la verdad es que esconde una falacia profunda. En primer lugar, nadie nos puede garantizar que darle un estatuto legal a las guerrillas colombianas pondr¨¢ t¨¦rmino a su conducta delictiva, a su pr¨¢ctica del secuestro de ciudadanos pac¨ªficos, a sus rehenes atrozmente encadenados en la selva, acciones que constituyen un nuevo regreso a la barbarie en nuestro mundo latinoamericano. Con esa l¨®gica que nos propone Ch¨¢vez, bastar¨ªa con organizar grupos insurgentes y violentos, dedicados al crimen pol¨ªtico, para pasar despu¨¦s a la etapa de la guerra civil institucionalizada, con bandos reconocidos por la comunidad internacional. En esta forma, el atropello de los derechos humanos de los rehenes, de la poblaci¨®n civil, har¨ªa el efecto de un chantaje de gran eficacia. Desaparecer¨ªa entre nosotros, en nuestro desgraciado Nuevo Mundo, la noci¨®n de Estados y de Gobiernos leg¨ªtimos. Para m¨ª, lo ¨²nico que se vislumbra en estos casos, el ¨²nico hecho pol¨ªtico real, son los conocidos delirios criminales del estilo de Sendero Luminoso, en el Per¨² de hace algunos a?os, o del r¨¦gimen siniestro de Pol Pot en la Cambodia de la posguerra de Vietnam.
Las FARC de Colombia est¨¢n muy lejos de ser un fen¨®meno nuevo, in¨¦dito, del que se pueda esperar un progreso y una actitud negociadora, de fondo pac¨ªfico. Son, por el contrario, un cabo suelto, un resto de los a?os de la guerra fr¨ªa y del viejo extremismo de izquierda que todav¨ªa sobrevive, y sin el menor porvenir pol¨ªtico. Puede que en determinadas circunstancias, y sobre todo para intentar la liberaci¨®n de los rehenes, sea conveniente negociar con ellos, pero esto es otro asunto. El presidente Hugo Ch¨¢vez, a mi juicio, comete un error esencial: en este comienzo del siglo XXI, el tiempo ya no corre a favor de una izquierda anacr¨®nica. El hombre nuevo, del que se hablaba tanto en la jerga ideol¨®gica de ¨¦pocas anteriores, no se divisa en ninguna parte por esos lados. No se puede iniciar la construcci¨®n de sociedades nuevas, m¨¢s humanas, m¨¢s justas, m¨¢s pr¨®speras, poniendo como cimientos unas inhumanas y arbitrarias c¨¢rceles del pueblo en plena selva. Ya hablaban as¨ª, con esa misma fraseolog¨ªa y esa misma jerigonza, los tupamaros uruguayos de los a?os sesenta. ?Qu¨¦ sobrevivi¨®, qu¨¦ podemos rescatar ahora de todo eso?
Nosotros, en el mundo nuestro, no hemos sabido sacar en todos los casos las conclusiones correctas: no hemos podido analizar siempre con lucidez las razones del fracaso del socialismo real, del derrumbe de los muros ideol¨®gicos del siglo anterior. Nos llega a veces una pel¨ªcula de Alemania, una obra de teatro de Polonia, una novela de Rumania, pero nos cuesta mucho comprender que las situaciones ah¨ª narradas, mostradas, puestas en escena, nos conciernen en forma directa. Nos cuesta mucho traducir los sucesos ajenos y relacionarlos con experiencias nuestras. Eso s¨ª, no todo est¨¢ perdido: el p¨²blico sale de no se sabe d¨®nde, forma largas colas, espera con infinita paciencia, y el mensaje llega al final, a pesar de todo.
El ultraizquierdismo de ¨¦pocas pret¨¦ritas, el anarquismo deshilvanado, con sus ocasionales brotes de imaginaci¨®n, con sus frases escritas en los muros de hace ya nada menos que 40 a?os, aparece de nuevo, estalla en alg¨²n espect¨¢culo callejero, en alg¨²n escenario m¨¢s o menos improvisado, en competencia con la far¨¢ndula oficial, y luego desaparece. Predomina una curiosa sensaci¨®n de que el "artista", en su calidad de h¨¦roe medi¨¢tico, tiene derecho a todo. En sus cursos de teatro, por ejemplo, la Universidad Cat¨®lica de Chile presenta un espect¨¢culo de fin de a?o. Como no he podido ver la obra, estoy obligado a hablar de o¨ªdas, por referencias. Seg¨²n me dicen, se trata de una adaptaci¨®n muy libre de Insultos al p¨²blico, del austr¨ªaco Peter Handke. La adaptaci¨®n parte por la gram¨¢tica y el t¨ªtulo, ya que aqu¨ª, en nuestra ilustrada provincia, se llama: Insultos al p¨²vlico. No es demasiado chistoso, que digamos, pero es, como se dice ahora, lo que hay. Pues bien, una persona bien informada, cultivada, me cuenta que en esta obrita universitaria, se insulta en forma grosera, inequ¨ªvoca, entre otros, a la presidenta Bachelet, y en seguida, para darle un contenido esc¨¦nico a estos insultos, sale al escenario una gorda descomunal desnuda. El ingenio de los responsables de este engendro, como se puede apreciar, no es superior al de la traducci¨®n de la palabra "p¨²blico" por la palabra "p¨²vlico", pero la creencia de que estos insultos pueden estar justificados por la libertad constitucional de expresi¨®n s¨ª que es grave y penosa. Y el decano de la facultad respectiva, que se encuentra de viaje, nos sale con que algunos pasajes de esta adaptaci¨®n "no hac¨ªan recomendable" que se representara m¨¢s de dos veces, en lugar de las ocho veces que de hecho se represent¨®. Es decir, se pod¨ªa injuriar y calumniar a la presidenta y a otras personas, pero poco. Y agrega el decano que nunca pens¨® en prohibir la obra, a pesar de que la consideraba "pobre en propuesta art¨ªstica".
Pues bien, si yo hubiera estado en su caso, habr¨ªa prohibido la obra sin tantos escr¨²pulos y por dos motivos poderosos: por su p¨¦sima calidad est¨¦tica, que un jefe responsable no puede admitir as¨ª como as¨ª, y por atentar, en nombre de un concepto equivocado de la libertad de expresi¨®n, contra los derechos de los dem¨¢s y en particular de una presidenta de la Rep¨²blica elegida libremente por los chilenos. No es poca cosa.
El episodio me vuelve a llevar al tema de Ch¨¢vez. Cuando Ch¨¢vez insult¨® al ex presidente espa?ol Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar tild¨¢ndolo de fascista, el presidente del Gobierno actual, a pesar de pertenecer a la formaci¨®n contraria, le contest¨® con argumentos impecables. Lo que ocurre es que nosotros, en esta Am¨¦rica Latina de la posguerra fr¨ªa, hemos hecho algunos progresos, relativos progresos, pero nos hemos olvidado de asuntos fundamentales. Vivimos en democracias renovadas y, en algunos casos, en econom¨ªas m¨¢s o menos aceptables, pero con niveles de cultura pol¨ªtica que todav¨ªa no pasan de las primeras letras del silabario. Y nosotros, los chilenos, somos demasiado t¨ªmidos para elevar la voz en estos casos. Enfermos, me parece a menudo, de prudencia.
Jorge Edwards es escritor chileno.
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