?Dejar¨¢ China de ser china?
La comunidad china en todo el mundo celebra ahora la Fiesta de la Primavera, que marca la entrada en el nuevo a?o lunar. M¨¢ximos dirigentes de numerosos pa¨ªses cursan sus felicitaciones como expresi¨®n de reconocimiento. La presencia cultural china es cada vez m¨¢s apreciable en todos los rincones del planeta. En China, la fiesta, celebrada con gran estruendo, al igual que otras expresiones culturales, evidencia la identificaci¨®n social con tradiciones que no decaen en absoluto a pesar de vivir un vertiginoso proceso de tr¨¢nsito desde una sociedad rural y atrasada a otra urbana y moderna.
En los ¨²ltimos 30 a?os, China ha experimentado una transformaci¨®n apreciable a primera vista. Casi de repente, el empe?o revolucionario en dejar a un lado las viejas tradiciones dej¨® paso al temor a que la apertura al mundo sugerida por la reforma provocase un naufragio de la propia identidad.
China piensa en su A?o Nuevo que los Juegos Ol¨ªmpicos le traer¨¢n suerte
Los chinos digieren en su cosmovisi¨®n todo lo que les llega del exterior
Lo innegable es que usos y costumbres, especialmente en el medio urbano, se han ido alterando a medida que la presencia occidental se ha hecho m¨¢s evidente en el pa¨ªs y pudiera pensarse que esa "invasi¨®n" de otras culturas y modos de vida amenaza con reducir la cultura china tradicional a un entorno marginal, a la defensiva y decadente. Bien es verdad que las nuevas prioridades exigidas por esa primac¨ªa otorgada ahora al desarrollo tienen su impacto en las relaciones humanas y culturales, pero, casi con toda seguridad, fue mayor la l¨®gica destructora del mao¨ªsmo con su voracidad a la hora de eliminar los Cuatro Viejos (viejas ideas, vieja cultura, viejas costumbres y viejos usos) que los epid¨¦rmicos efectos del nuevo auge modernizador. Y cabe imaginar que, al igual que ocurri¨® con el mao¨ªsmo, los vaticinios de un arrinconamiento de la cultura tradicional no se vean corroborados por la realidad.
La sociedad china dispone de una enorme capacidad para digerir cuanta influencia llega del exterior y hacerla propia, adapt¨¢ndola a su peculiar idiosincrasia y dot¨¢ndola de una identidad espec¨ªfica que refleja la fuerza de su nacionalismo. As¨ª ha ocurrido a lo largo de su dilatada y compleja historia.
La China milenaria, la republicana, la mao¨ªsta, y la de los tiempos de la reforma se decantan y superponen a modo de capas sucesivas, y sin dejar que las contradicciones pesen m¨¢s que sus atributos globales. Hoy, la comida r¨¢pida de firmas occidentales goza de atractivo entre los m¨¢s j¨®venes, pero ello no equivale en modo alguno a desprecio de su riqu¨ªsima gastronom¨ªa, quiz¨¢s lo que m¨¢s a?oran de su pa¨ªs los chinos residentes en el extranjero.
Los dirigentes de la China actual apuestan por la f¨®rmula decombinar el progreso con una identidad alejada del debate ideol¨®gico cl¨¢sico y basada en la apropiaci¨®n utilitaria del viejo pensamiento confuciano. Es algo m¨¢s que nacionalismo en tiempos de bonanza. Es el reconocimiento, al fin y al cabo, de que su l¨®gica mental, en cierta medida, es diferente a la nuestra, y una concesi¨®n al valor de tradiciones y supersticiones en una sociedad cuyo laicismo le ahorra enormes debates est¨¦riles. Que el 8 del mes octavo de 2008 se inauguren los Juegos Ol¨ªmpicos -el ocho es el n¨²mero de la suerte para los chinos- ejemplifica la intensidad de esa comuni¨®n social que sirve de s¨®lido aglutinante de tan amplia y compleja colectividad.
A simple vista, pudiera parecer que esa cultura tradicional va perdiendo terreno en favor de comportamientos m¨¢s ajenos que gozan de amplio predicamento en diversos medios, pero lo cierto es que hoy d¨ªa solo cabe hablar, en t¨¦rminos generales, de usos ocasionales y ret¨®ricos. Por otra parte, son inmensa mayor¨ªa los intelectuales que reclaman la tradici¨®n cultural china y a nadie se le ocurre decir ahora, como ocurri¨® durante el Movimiento del Cuatro de Mayo de 1919, que la tradici¨®n china es la culpable de nada. Por eso, en lo sustancial, China sigue siendo china.
Pero en una sociedad globalizada, el problema tiene otra dimensi¨®n. ?Ser¨¢ capaz China de internacionalizar su cultura? Cabe suponer que en paralelo al crecimiento econ¨®mico y de su influencia en el mundo, la cultura tratar¨¢ de ganar su espacio en una concepci¨®n diplom¨¢tica que reconoce cada d¨ªa m¨¢s el valor del soft power.
Los centros del Instituto Confucio, que se multiplican a un ritmo que no admite comparaci¨®n, aunque volcados en la difusi¨®n del idioma, reflejan en cierta medida esa realidad. Pero, en paralelo, se puede constatar un reto dif¨ªcil de salvar: el atractivo general de la cultura china, cuya base para nosotros es el exotismo, es inversamente proporcional a la capacidad de comprensi¨®n por parte de la mayor¨ªa de los extranjeros. Lo cual es una limitaci¨®n seria.
Los puntos comunes entre la cultura china y otras del planeta son escasos. Casi todo es original y diferente, y en ello radica gran parte de su atractivo y de su fuerza, dimanada de una cosmovisi¨®n que todo lo abarca desde un prisma propio. Para nosotros, ello dificulta mucho la apreciaci¨®n de los matices, por ejemplo, de las artes marciales o de la ?pera de Pek¨ªn, y complica enormemente las posibilidades de audiencia exterior de la cultura china, que exigir¨¢ un gigantesco esfuerzo pedag¨®gico.
A pesar de ello, m¨¢s all¨¢ de las cuestiones que a primera vista pueden llamar nuestra atenci¨®n acerca de la supervivencia y la universalidad de la cultura china, el cambio m¨¢s acentuado y de mayores consecuencias ya se ha iniciado. Es aquel que reivindica un nuevo papel para la ley en la sociedad china.
Si la apertura al exterior promovida por Deng Xiaoping supuso una ruptura hist¨®rica de mucho mayor trascendencia que la propia reforma, la sustituci¨®n del cultivo de la virtud individual -que merodea a¨²n en las proclamas del presidente Hu Jintao sobre los 10 tab¨²es de los funcionarios o los ocho honores y deshonores- como base de la estabilidad y armon¨ªa social equivale a una aut¨¦ntica revoluci¨®n que, lentamente y sin apenas hacer ruido, incorpora la potencialidad suficiente como para transformar de ra¨ªz un aspecto clave y esencial de su identidad y tradici¨®n. Ese profund¨ªsimo cambio establecer¨¢ un m¨¢s inteligible hilo de comunicaci¨®n entre Oriente y Occidente que facilitar¨¢ la comprensi¨®n desde la diferencia y el encuentro cultural y global.
Xulio R¨ªos es director del Observatorio de la Pol¨ªtica China (Casa Asia- IGADI).
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