Raza y g¨¦nero en Estados Unidos
Muchas cosas han cambiado en Estados Unidos desde los a?os sesenta, desde el surgimiento de los movimientos de protesta a favor de los derechos civiles. Sin esas movilizaciones, que abrieron las puertas de las reformas pol¨ªticas, ni Barack Obama ni Hillary Clinton estar¨ªan luchando hoy por la presidencia del pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo. Pero la libertad y la dignidad para millones de mujeres y negros no pudieron ganarse sin un desaf¨ªo fundamental a la distribuci¨®n existente del poder. Muchos estadounidenses, empezando por los blancos del sur, se sintieron amenazados por esos cambios y la pol¨ªtica gir¨® a la derecha. Desde que Richard Nixon gan¨® las elecciones en 1968, despu¨¦s de que en ese mismo a?o cayeran asesinados Martin Luther King y Robert Kennedy, han pasado cuatro d¨¦cadas. En ese largo per¨ªodo de tiempo, los dem¨®cratas s¨®lo han gobernado doce a?os, cuatro con Jimmy Carter y ocho con Bill Clinton; los republicanos, veintiocho. Ser negro o mujer s¨ª que importa, aunque ni Obama ni Hillary Clinton est¨¢n interesados en que la raza o el g¨¦nero se conviertan en los temas centrales de la campa?a. Repasemos la historia.
La lucha por los derechos civiles de los sesenta abri¨® el camino a Obama y Hillary
La elecci¨®n de un negro o una mujer superar¨ªa el legado m¨¢s sombr¨ªo de EE UU
En los a?os que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estaba, en palabras de Winston Churchill, "en la cima del mundo". Era sin duda la primera potencia militar, pero lo que llamaba realmente la atenci¨®n era su fortaleza econ¨®mica, la riqueza material que inundaba a millones de hogares y la paz y armon¨ªa que reinaban tras m¨¢s de quince a?os de depresi¨®n y guerra. Muchos observadores celebraban que todo eso ocurriera en una sociedad democr¨¢tica, sin clases, sol¨ªa decirse, y sin las tradicionales divisiones ideol¨®gicas y pol¨ªticas que impregnaban al continente europeo. Hab¨ªa algo excepcional, sin embargo, que pon¨ªa en duda esa celebraci¨®n de la abundancia: el racismo que prevalec¨ªa tanto en el norte como en el sur, el hecho de que millones de norteamericanos de otras razas diferentes a la blanca se toparan en la vida cotidiana con una aguda discriminaci¨®n en el trabajo, en la educaci¨®n, en la pol¨ªtica y en la concesi¨®n de los derechos legales.
La batalla por los derechos civiles, dura y violenta en ocasiones, cosech¨® en los a?os sesenta frutos extraordinarios. La Civil Right Act de 1964, bajo el Gobierno del dem¨®crata Lyndon Johnson, prohibi¨® la discriminaci¨®n en el trabajo por motivos de raza o g¨¦nero y los trabajadores negros y las mujeres comenzaron a rechazar el tratamiento de segunda clase que se les daba en muchas industrias y servicios. A finales de esa d¨¦cada, miles de negros hab¨ªan sido elegidos en el sur como alcaldes, sheriffs o legisladores de los diferentes Estados. El programa "Great Society" de Johnson, y su guerra contra la pobreza, dobl¨® el presupuesto de la naci¨®n destinado a las prestaciones sociales, a lo que entonces ya se llamaba en todos los pa¨ªses m¨¢s avanzados el Estado de bienestar.
Fueron a?os de conflictos masivos, de desobediencia civil, en los que las iglesias sustituyeron en muchas ocasiones a los sindicatos como organizadores de las protestas. Inspiradas por las victorias logradas por los negros, a la lucha se sumaron con ardor cientos de miles de mujeres que articularon un nuevo lenguaje para describir la opresi¨®n que padec¨ªan, reclamaron el fin de la discriminaci¨®n por sexo y traspasaron lo que hasta entonces parec¨ªan problemas personales al ¨¢mbito de la pol¨ªtica.
La campa?a por la legalizaci¨®n del aborto fue el mejor ejemplo. Antes de 1970, el aborto era ilegal pr¨¢cticamente en todos los Estados. En 1973, tras agrias disputas y movilizaciones, una decisi¨®n del Tribunal Supremo garantiz¨® el acceso de las mujeres al aborto en las primeras fases del embarazo.
Si la batalla por los derechos civiles revel¨® las divisiones internas de la sociedad estadounidense, la guerra de Vietnam sac¨® a la luz las tensiones derivadas de la posici¨®n de Estados Unidos en el mundo. Lo que comenz¨® como una demostraci¨®n de fuerza contra el comunismo, dur¨® m¨¢s de una d¨¦cada, reclut¨® a cientos de miles de ciudadanos, la mayor¨ªa pobres y j¨®venes sin estudios, y tuvo un tremendo impacto en una sociedad profundamente dividida en torno a esa intervenci¨®n, con un fuerte movimiento antib¨¦lico que escindi¨® al Partido Dem¨®crata, y traumatizada por la brutalidad de la contienda y por las decenas de miles de muertos y heridos que gener¨®. La todopoderosa Am¨¦rica hab¨ªa sido derrotada por un peque?o y subdesarrollado pa¨ªs comunista.
La guerra, los conflictos raciales y los grandes temas morales planteados por el feminismo y las luchas de las mujeres empujaron a muchos votantes a la derecha y al abstencionismo. En su campa?a para la reelecci¨®n de 1972, Richard Nixon, que hab¨ªa subido al poder con una estrecha victoria en 1968, se?al¨® a los radicales, hippies, activistas negros y a las "madres del Estado del bienestar" como las causas de los problemas de Estados Unidos. Comenz¨® a configurarse una nueva derecha, que moviliz¨® a quienes se sent¨ªan amenazados por los grandes cambios de los sesenta y percib¨ªan que los viejos valores -la familia, la religi¨®n y el patriotismo- estaban en peligro. La raza, el g¨¦nero, el feminismo, el aborto y la negativa a que los impuestos se utilizaran en grandes gastos sociales fueron sus principales caballos de batalla. Ronald Reagan gan¨® en 1980 el sur, donde hab¨ªan basado su poder los dem¨®cratas, desde Franklin Delano Roosevelt a Johnson, pasando por John Fitzgerald Kennedy, y su abrumadora victoria acab¨® con m¨¢s de una generaci¨®n de control dem¨®crata del Senado.
La raza y el g¨¦nero han importado y pueden importar, y mucho, en Estados Unidos, en la sociedad y en la pol¨ªtica. Todos sus presidentes, desde George Washington a George W. Bush, cuarenta y tres en m¨¢s de doscientos a?os, han sido hombres y blancos. Esa historia puede cambiar el 4 de noviembre de 2008. Y entonces se har¨ªa realidad aquella predicci¨®n que lanz¨® Martin Luther King a mediados de los cincuenta en Alabama, cuando ¨¦l era un joven de 26 a?os y comenzaba a surgir en ese Estado el movimiento por los derechos civiles: "En los libros de historia que escribir¨¢n las generaciones futuras, los historiadores tendr¨¢n que hacer una pausa y decir: 'All¨ª vivi¨® un gran pueblo -el pueblo negro- que inyect¨® nuevos prop¨®sitos y dignidad en las venas de la civilizaci¨®n".
Eso es lo que est¨¢ tambi¨¦n en juego ahora, que la elecci¨®n de un negro o de una mujer deje atr¨¢s la parte m¨¢s oscura del legado racista y los prejuicios contra el feminismo y las luchas pol¨ªticas y sociales de las mujeres. Se trata de algo m¨¢s que una batalla simb¨®lica o cultural. Son las pol¨ªticas de identidad.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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