Intelectuales en la era de la imagen
El que ve mal siempre ve algo de menos, el que oye mal siempre oye algo de m¨¢s.
As¨ª hablaba Nietzsche. As¨ª enfocaba su linterna para darle un poco de luz a estos tiempos en los que la cultura visual comienza a sustituir, lenta pero inexorablemente, a la cultura escrita como transmisora de saber en las sociedades occidentales. Esta mutaci¨®n cultural no s¨®lo incide en las artes visuales, que inundan la ideolog¨ªa, la documentaci¨®n, el activismo social, la moda, la publicidad o las reivindicaciones pol¨ªticas, sino tambi¨¦n en la literatura, que se ve obligada a manejar de otra manera sus esquemas creativos. La cultura visual, en su invasi¨®n total de nuestros modos de vida, arma nuevos discursos y otros usos en la condici¨®n de eso que en otros tiempos se llam¨® "el intelectual". En Normas para el parque humano, Peter Sloterdijk es elocuente sobre este asunto. Bajo los efectos de esta transformaci¨®n, se rompe la tradici¨®n epistolar que fue la filosof¨ªa durante 2.500 a?os, as¨ª como la posibilidad de "s¨ªntesis pol¨ªticas y culturales sobre la base de instrumentos literarios, epistolares y human¨ªsticos".
-Es el fin de la literatura como portadora de los esp¨ªritus nacionales-. As¨ª de rotundo.
En esta encrucijada, los artistas tienen ante s¨ª una tarea mucho m¨¢s importante que la de suturar las heridas abiertas desde la pol¨ªtica. Esa encomienda les conmina a convertirse, sin complejos, en los intelectuales de la era de la imagen. Esta condici¨®n suicida ya fue avistada por Hegel, quien consideraba al artista como el "hombre sin contenido" por el hecho de ir "m¨¢s all¨¢" del propio arte; de desaparecer despu¨¦s de dotarnos de un conocimiento visual y una emoci¨®n est¨¦tica. S¨®lo que el arte, despu¨¦s de abismarse a otros mundos -la pol¨ªtica, los media, la tecnolog¨ªa-, regresa averiado a la domesticaci¨®n de su Itaca de siempre: la protecci¨®n del museo y las formas de gratificaci¨®n tradicionales. Esa falta de coherencia entre un viaje de ida plet¨®rico y un viaje de vuelta menguado hace incre¨ªbles algunas propuestas del arte contempor¨¢neo. Y no porque no tenga el valor de desbordarse -"m¨¢s all¨¢ de s¨ª mismo"-, sino porque no consigue llevar hasta el ¨²ltimo puerto la envergadura radical que requiere semejante expansi¨®n. Como en la antigua met¨¢fora hind¨², le sucede a muchos creadores lo que al jinete que cabalga sobre un tigre: alcanza cotas in¨¦ditas de velocidad, extensi¨®n y aventura, pero termina abdicando. Un error, pues eso es, precisamente, lo que est¨¢ vedado en la leyenda: alguien que monta sobre un tigre no puede bajarse, porque ¨¦ste lo devorar¨ªa de inmediato.
Bien mirado, lo reprochable del arte actual no es, como dicen algunos conservadores, que se haya aventurado m¨¢s all¨¢ de s¨ª mismo, sino que no lo haya hecho suficientemente, que no haya completado del todo su gesto. Que despu¨¦s de haber explayado en territorios ignotos, regresara a su lugar de siempre, bajo el paraguas de la protecci¨®n que otros no tienen.
Ahora que los pol¨ªticos prefieren un museo a un mausoleo, y que las figuras p¨²blicas en lugar de por una estatua, claman por una exposici¨®n biogr¨¢fica, es un buen momento para discernir entre estos mundos y evitar que la pol¨ªtica se mantenga como el arte de lo posible
... pero s¨®lo para los pol¨ªticos. Tambi¨¦n son buenos estos d¨ªas para oponerse a ese acto narcisista mediante el cual el arte se convierte una y otra vez en el lugar de las pol¨ªticas imposibles... aunque s¨®lo para los artistas. -
Iv¨¢n de la Nuez (Cuba, 1964) es director del centro de exposiciones La Virreina, en Barcelona, y autor del ensayo Fantas¨ªa roja (Debate).
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