Veinticuatro im¨¢genes de la alienaci¨®n
Regresa el proteico Murakami (Kioto, 1949) con Sauce ciego, mujer dormida, una caja de 24 bombones de papel bajo el brazo, rellenos de deliciosos venenos o de eficaces placebos, de muy amargo cacao algunos, otros extra light envueltos en llamativos papeles de colores o trufados con extra?as y adictivas especias psicol¨®gicas, todos de formas m¨²ltiples, marca de la casa. Veinticuatro cuentos publicados de 1983 a 2005 por fin reunidos en una caja que vale por un muestrario de esa obra suya exc¨¦ntrica escrita con hipn¨®tico, simb¨®lico e histri¨®nico estilo, que juega a componer historias de onirismo, globalizaci¨®n y extravagancia que devienen puzles ontol¨®gicos ("?eran una ilusi¨®n? ?O era yo, quiz¨¢, la ilusi¨®n? Fui incapaz de discernirlo", escribe en 'El cuchillo de caza'), constantes ejercicios de especulaci¨®n metaficcional ("yo -Murakami- soy el autor de estos relatos" es el modo como arranca 'Viajero por azar', que sigue con f¨®rmulas como "?anda! Eso es inventado, ?verdad?, me dijeron. Como soy novelista, la gente tiende a creer que todo cuanto escribo es una invenci¨®n"), alegor¨ªas o relatos ¨¤ clef (como esa letal parodia de los cr¨ªticos literarios escondida en 'Conitos') y, por encima de todo, un tentador juego sin reglas de la imaginaci¨®n truculenta y las tribulaciones emocionales, un taller de escritura verdaderamente creativa. "Para m¨ª el cuento es una especie de laboratorio experimental como novelista, de modo que, sin cuentos, la tarea de escribir novelas resultar¨ªa a¨²n m¨¢s dif¨ªcil", confiesa en la introducci¨®n y, de hecho, es f¨¢cil advertir que cuentos como 'El p¨¢jaro que da cuerda al mundo', 'La luci¨¦rnaga' o 'Los gatos antrop¨®fagos' fueron reescritos para incorporarse al texto de sus novelas Cr¨®nica del p¨¢jaro que da cuerda al mundo (1995), Tokio blues (Norwegian Wood) (1987) y Sputnik, mi amor (1999).
Sauce ciego, mujer dormida
Haruki Murakami
Traducci¨®n de Lourdes Porta
Tusquets. Barcelona, 2008
386 p¨¢ginas. 12 euros
Tradujo al japon¨¦s El guardi¨¢n entre el centeno, de Salinger, y no en vano uno de los escasos denominadores comunes de sus relatos es su poderosa primera persona arrastrando al lector a un viaje por el subconsciente y sus fantas¨ªas animadas. Las apariciones fantasmales, el azar prodigioso, que comparte con Auster, el poder perturbador de sus im¨¢genes -nacidas de la fruta, la noche, los espejos reveladores de la (multi)identidad, que comparte con Nabokov, o los claros de luna-, los espacios ex¨®ticos ("la jungla tropical engulle dentro de su tiempo eterno una mariposa de colores", 'El a?o de los espaguetis') o los diminutos pero m¨¢gicos procesos de la vida cotidiana, junto a la atm¨®sfera psic¨®tica y on¨ªrica a un tiempo de muchas de las p¨¢ginas remiten al cine de David Lynch sin asomo de duda, Blue Velvet viene a la memoria y la envolvente ficci¨®n de Murakami se yergue entonces majestuosa, cargada de rara intensidad y convocando instant¨¢neas trascendencias. Sus incontables lectores sabemos, sin embargo, que el estilo de Murakami surge de la perversi¨®n de combinar esa intensidad emocional con meros ejercicios l¨²dicos de travieso exhibicionismo narrativo y de banalidad bien condimentada. Que en ocasiones no dispara sino textos de fogueo, chucher¨ªas narrativas que nos entusiasman aunque satisfagan el apetito pero no alimenten. Que busca lo repulsivo -"(las moscas) se quedan dentro del cuerpo de la mujer y van comi¨¦ndose su carne" (Sauce ciego, mujer dormida")- y alcanza lo hermoso ("all¨ª soplaba el viento del fin del mundo..."). Que es un fino lector de Scott Fitzgerald pero se vale de la violencia gore de los mangas, que es un name-dropper de la cultura pop occidental, a la vez que un audaz poeta en prosa (sus personajes piden una Perrier o recuerdan a Liz Taylor, y el narrador se gusta escribiendo frases nabokovianas del tipo "la luz de la luna parec¨ªa la simb¨®lica escenograf¨ªa de una obra de teatro de vanguardia"), un gamberro y un presunto m¨ªstico alucinado, y que la consciencia y el humor son herederos por igual de un surrealismo de ¨²ltima generaci¨®n que el autor de Tokio blues (Norwegian Wood) cultiva a sus anchas.
Su ficci¨®n no dispone de instrucciones de uso, surge de forma aparentemente caprichosa e improvisada como un ready-made pese a esas obsesivas recurrencias en forma de sue?os, patolog¨ªas (v¨®mitos, tipos que hablan a solas o van al zoo), animales m¨¢gicos, epifan¨ªas, alucinaciones o llamadas telef¨®nicas, im¨¢genes de la alienaci¨®n del individuo contempor¨¢neo. Muestra en la misma p¨¢gina su genialidad y sus carencias, sus experimentos fallidos y sus historias memorables: "Ciertamente, en el terreno de la ficci¨®n me invento historias sin recato (de hecho, ¨¦ste es el papel de la ficci¨®n)", confiesa en 'Viajero por azar', y ya dec¨ªa la se?orita Saeki en Kafka en la orilla (2002), con su pluma Montblanc en la mano y haci¨¦ndole de portavoz a su creador, que "el hecho de escribir ha sido importante. Aunque lo que haya escrito, como resultado, no tenga ning¨²n sentido" (Tusquets, Barcelona, 2006, p¨¢gina 395). Prefiere ensayar o tantear a resolver, por eso su ¨¢lter ego, el novelista Junpei de 'La piedra con forma de ri?¨®n que se desplaza d¨ªa tras d¨ªa', dice que sus "novelas son muy dif¨ªciles de clasificar. No se adscriben a ning¨²n g¨¦nero concreto". Menos a¨²n sus cuentos. Y es que es un prestidigitador literario. Es que, como se?ala un personaje m¨¢s adelante, "es una especie de performer", un embaucador maravilloso que no cambia sus trucos porque seduce igual. -
Un dec¨¢logo murakamiano ap¨®crifo
1. Silogismo: la ficci¨®n es imaginaci¨®n y la imaginaci¨®n es real, luego ?la ficci¨®n es real?
2. Ante la duda, jam¨¢s desprecies la ficci¨®n de g¨¦nero: Raymond Chandler o J. G. Ballard tambi¨¦n valen su peso en oro.
3. Lleva raz¨®n Roland Barthes: el que habla (en el relato) no es el que escribe (en la vida) y el que escribe no es el que es.
4. Pulp fiction y Cult fiction conviven en la novela sin necesidad de cuidados especiales.
5. Una f¨®rmula para la felicidad: un vaso de Wild Turkey leyendo cuentos de Carver mientras suena la Suite francesa de Poulenc (o cualquier tema de Bill Evans o Bird Parker, de cualquier grande del jazz, mejor).
6. Un c¨®ctel que nunca falla en narrativa: 1/3 de ambig¨¹edad, 1/3 de humor y 1/3 de memoria inventada.
7. No existe la ficci¨®n americana, rusa o japonesa. Existe la ficci¨®n (que ser¨¢ global o no ser¨¢).
8. Kafka en el altar: "Explica lo m¨¢s extra?o como si fuese lo m¨¢s natural".
9. Balzac y Gauguin discutiendo sobre si Star Trek es mejor que Fort Apache mientras Hitchcock les espera en Starbucks tomando un caf¨¦.
10. Goyesca japonesa: "El sue?o de la ficci¨®n produce monstruos".
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