"Ninguna respuesta evitaba la muerte"
Duch, profesor de matem¨¢ticas, extermin¨® durante 40 meses a toda la clase intelectual camboyana con precisi¨®n matem¨¢tica en la escuela de Tuol Sleng, en el coraz¨®n de Phnom Penh. Habla en voz baja, con respeto, pero al mismo tiempo su voz se despliega sin incertidumbres ni sumisi¨®n. Parece como si estuviera recitando un mantra, una plegaria budista, pero en realidad lo que se oye es la banda sonora de una pesadilla cargada a¨²n de interrogantes. Es imposible identificar su aspecto humilde, an¨®nimo, casi gr¨¢cil, con el papel de verdugo. Entre 1975 y comienzos de 1979, durante el r¨¦gimen tenebroso y mani¨¢tico de Pol Pot, dos millones de hombres y mujeres, casi un tercio de la poblaci¨®n camboyana, fueron eliminados de una forma brutal. Unos 17.000 dirigentes del partido, diplom¨¢ticos, monjes budistas, ingenieros, m¨¦dicos, profesores, estudiantes y artistas de la antiqu¨ªsima tradici¨®n nacional de m¨²sica y danza entraron en esa escuela transformada en centro de tortura. S¨®lo seis lograron salir con vida.
"Quien entraba all¨ª deb¨ªa ser destruido, eliminado de forma progresiva. No hab¨ªa escapatoria posible"
"?ramos 4.000 en mi grupo; sobrevivimos cuatro", dice el general Neang Phat, y muestra las huellas de tortura
"Mi cu?ado era una persona estupenda, pero ten¨ªa que eliminarlo, fingir que consegu¨ªa su confesi¨®n con violencia"
"Si intentaba huir, ellos ten¨ªan como reh¨¦n a mi familia. Mi fuga, mi rebeli¨®n no habr¨ªa ayudado a nadie"
Duch es el apodo elegido de joven cuando entr¨® en la guerrilla. Su verdadero nombre es Kang Kek Ieu. Tiene 66 a?os. Tras la ca¨ªda de los jemeres rojos, el verdugo se escondi¨® entre sus compatriotas, en los campos de refugiados y en las aldeas, desaparecido como muchos otros en el caos de la posguerra, absorbido por la nada. Se hab¨ªa convertido al cristianismo gracias a los misioneros de la Golden West Christian Church de Los ?ngeles. Se descubri¨® su verdadera identidad en 1998, y fue inmediatamente detenido. El suyo es el testimonio m¨¢s inquietante de esa locura pol¨ªtica proyectada por los jemeres rojos tras la muerte de Pol Pot y de Ta Mok, el carnicero cojo. Hoy est¨¢ recluido en la c¨¢rcel de la ONU, en Phonm Penh, pero durante m¨¢s de ocho a?os ha estado en una c¨¢rcel camboyana controlada por militares de su pa¨ªs.
Esta entrevista es la ¨²nica autorizada de todo ese periodo. Sin grabadora, sin c¨¢mara fotogr¨¢fica, sin hablar directamente con Duch en franc¨¦s o en ingl¨¦s, pero con la mediaci¨®n obligatoria de un int¨¦rprete camboyano. El general Neang Phat, secretario de Estado, y otros generales est¨¢n sentados en la misma habitaci¨®n, escuchan y observan a este hombre indefinible e inaprensible. Duch es el perfecto retrato de la banalidad y la inocencia del mal.
Pregunta. ?Cu¨¢ndo se cre¨® el centro de tortura en la escuela de Tuol Sleng?
Respuesta. El 15 de agosto de 1975, cuatro meses despu¨¦s de la entrada de los jemeres rojos en Phnom Penh. Pero en realidad empez¨® a funcionar en el mes de octubre.
P. ?Usted fue responsable desde el principio?
R. Me encargaron que creara el centro, que lo pusiera en funcionamiento, aunque nunca supe por qu¨¦ me eligieron a m¨ª precisamente. Es verdad que antes de 1975, cuando los jemeres rojos viv¨ªan en la clandestinidad, en la jungla, en las zonas liberadas, yo era el jefe de la Oficina 13 y el responsable de la polic¨ªa en la zona especial que limitaba con Phnom Penh.
P. ?Qui¨¦n organizaba la vida en el campo, qui¨¦n decid¨ªa los m¨¦todos de interrogatorio?
R. Los interrogadores proced¨ªan en parte de la Oficina 13; eran hombres que hab¨ªan trabajado conmigo, ex dirigentes de la organizaci¨®n. Y despu¨¦s estaban los que proven¨ªan de la Divisi¨®n 703, militares, gente que utilizaba la violencia, con m¨¦todos brutales. Se puede decir que los carceleros eran de dos tipos, pero la mayor¨ªa del personal de la prisi¨®n no hab¨ªa sido reclutado por m¨ª.
P. ?C¨®mo era su jornada en ese lugar?
R. Todos los d¨ªas ten¨ªa que leer y controlar las confesiones. Realizaba esta lectura desde las siete de la ma?ana hasta medianoche. Y todos los d¨ªas, hacia las tres de la tarde, me llamaba el profesor Son Sen, ministro de Defensa. Le conoc¨ªa desde que ense?aba en el instituto. Fue ¨¦l quien me pidi¨® que me uniera a la guerrilla. Me preguntaba c¨®mo iba el trabajo.
P. ?Y despu¨¦s?
R. Llegaba un mensajero, un emisario, que recog¨ªa las confesiones y las llevaba a Son Sen. Usted sabe que los jemeres rojos hab¨ªan vaciado la capital. No hab¨ªa poblaci¨®n urbana. Las escuelas estaban cerradas; los hospitales, cerrados; las pagodas, vac¨ªas; las calles, vac¨ªas. S¨®lo pod¨ªan moverse poqu¨ªsimas personas. Estos mensajeros eran el ¨²nico nexo entre una oficina y otra. Por la noche no dorm¨ªa en Tuol Sleng. Ten¨ªa varias casas y, por razones de seguridad, dorm¨ªa cada noche en un sitio diferente.
P. ?Tuvo momentos de incertidumbre, dudas, sentimiento de rebeli¨®n mientras aniquilaba a toda la clase intelectual de su pa¨ªs?
R. Para entender ese mundo, esa mentalidad, tiene que tener presente que la pena de muerte ha existido siempre en Camboya.
P. Incluso en los bajorrelieves de los templos de Angkor Wat hay escenas de masacres terribles, pero fueron esculpidas hace muchos siglos.
R. Los jemeres rojos hab¨ªan estudiado en la Sorbona, en Par¨ªs, no eran salvajes incultos. Pero en Tuol Sleng hab¨ªa una convicci¨®n difundida y t¨¢cita, y no se necesitaban indicaciones por escrito. Yo y todos los dem¨¢s que trabajaban en ese lugar sab¨ªamos que quien entraba all¨ª deb¨ªa ser destruido psicol¨®gicamente, eliminado de una forma progresiva; no hab¨ªa escapatoria posible. Ninguna respuesta serv¨ªa para evitar la muerte.
P. ?Alguien por encima de usted ped¨ªa su opini¨®n?
R. Esos m¨¦todos no me convenc¨ªan desde que trabajaba en la Oficina 13. Pero consider¨¦ que entonces exist¨ªa el pretexto de la lucha revolucionaria, de la clandestinidad, de neutralizar a los esp¨ªas infiltrados o a los que pod¨ªan convertirse en esp¨ªas. Despu¨¦s, cuando comenz¨® el trabajo en Tuol Sleng, preguntaba de vez en cuando a mis jefes: "?Pero tenemos que usar tanta violencia?". Son Sen no contestaba nunca. Pero Nuon Chea, el hermano n¨²mero 2 en la jerarqu¨ªa del poder, que ten¨ªa m¨¢s autoridad que ¨¦l, me dec¨ªa: "No pienses en eso". Personalmente no ten¨ªa una respuesta. Lo entend¨ª con el paso del tiempo: era Ta Mok (considerado por todos el jemer rojo m¨¢s sanguinario) quien hab¨ªa ordenado que se eliminara a todos los prisioneros. Ve¨ªamos enemigos, y m¨¢s enemigos, por todas partes. Cuando descubr¨ª que en la lista de las personas a las que hab¨ªa que eliminar estaba incluso el ministro de Econom¨ªa, Von Vet, sufr¨ª un choque, una verdadera conmoci¨®n.
Le interrumpe con rabia el general Neang Phat, que hasta ese momento se hab¨ªa mantenido circunspecto y taciturno. Se quita los zapatos y los calcetines, y le ense?a las huellas de la tortura que a¨²n tiene en sus piernas, aunque ya han pasado m¨¢s de 30 a?os. "?ramos 4.000 en mi grupo", recuerda, "y s¨®lo sobrevivimos cuatro. Para salvarnos tuvimos que escapar m¨¢s all¨¢ de la frontera. Vosotros, sin embargo, continuasteis torturando y matando". Callan los otros militares. Calla el int¨¦rprete. Su padre era el embajador camboyano en China, el pa¨ªs que protegi¨® a Pol Pot. Fue reclamado para que volviera a su pa¨ªs y muri¨® en Tuol Sleng, ese centro de torturas dirigido por ese hombre peque?o con los pies descalzos que ahora est¨¢ ante ¨¦l. Duch responde al general, su voz se afianza, se expresa de forma concisa. Junta las manos, se inclina hacia adelante, con el gesto t¨ªpico de los monjes budistas, y esboza una sonrisa. En Camboya, y en muchas zonas de Oriente, sonre¨ªr es muestra de dulzura, de cortes¨ªa, pero tambi¨¦n de ambig¨¹edad, de incomodidad y a veces de aut¨¦ntica perfidia. Esta sala rectangular, silenciosa, limpia, bien amueblada, est¨¢ llena de pesadillas. Fuera hace un d¨ªa precioso de sol y la temperatura es suave.
P. ?Qu¨¦ sent¨ªa ante ese n¨²mero creciente de v¨ªctimas que usted contribu¨ªa a aumentar?
R. Me sent¨ªa empujado hacia un rinc¨®n, como todos en ese engranaje; no ten¨ªa opci¨®n. En la confesi¨®n de Hu Nim, ministro de Informaci¨®n y uno de los dirigentes jemeres m¨¢s importantes, tambi¨¦n arrestado ahora, estaba escrito que la seguridad en una cierta zona estaba garantizada, asegurada. Pero Pol Pot, el hermano n¨²mero 1, el jefe de todo, no estaba satisfecho con esa afirmaci¨®n; era demasiado normal, hab¨ªa que sospechar siempre, temer algo, y llegaba la petici¨®n: "Interrogadlo otra vez, interrogadlo mejor".
P. Lo que significaba s¨®lo una cosa: nuevas torturas.
R. Pasaba siempre eso. Por ejemplo, en el caso de mi cu?ado. Le conoc¨ªa muy bien, se hab¨ªa creado una relaci¨®n aut¨¦ntica de parentesco, pero ten¨ªa que eliminarlo de todas formas; sab¨ªa que era una persona estupenda, pero, sin embargo, ten¨ªa que fingir que cre¨ªa en esa confesi¨®n conseguida con la violencia. As¨ª que para protegerlo no analic¨¦ con demasiado rigor esas declaraciones. Y en esa ocasi¨®n mis superiores empezaron a dejar de tener plena confianza en m¨ª. Al mismo tiempo, yo ya no me sent¨ªa seguro.
P. ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado en realidad?
R. Un d¨ªa me llamaron a las cinco de la madrugada. No era un horario normal para nosotros. Me dicen que estoy convocado para una reuni¨®n en la oficina de los mensajeros. Como he dicho antes, ¨¦se era un centro muy importante en el sistema de poder creado por Pol Pot, eran los ¨²nicos que pod¨ªan moverse. Ni siquiera pod¨ªan salir los diplom¨¢ticos de las poqu¨ªsimas embajadas que estaban abiertas. Mandaban a alguien a la calle, llamaban al soldado que estaba all¨ª cerca, ¨¦ste escuchaba y despu¨¦s refer¨ªa lo que hab¨ªa escuchado.
P. Es decir, una imposibilidad total de moverse.
R. Se hab¨ªan eliminado las comunicaciones telef¨®nicas en el pa¨ªs, ya no exist¨ªa el servicio postal. Todas las directrices llegaban y volv¨ªan a su lugar de origen mediante esos mensajeros, se notaba mucho una persona en esas calles vac¨ªas.
P. Y entonces, ?qu¨¦ pas¨® ese d¨ªa de la llamada telef¨®nica?
R. A las cinco de la madrugada cojo una bicicleta y me voy hasta la estaci¨®n de tren, donde se encontraba esa oficina. Veo una luz encendida en una casa. Pensaba que tambi¨¦n para m¨ª hab¨ªa llegado la hora de ser eliminado. Encontraban siempre acusaciones infundadas. Pero, por el contrario, me dicen: "Tiene que ir a tu oficina un mensajero. Cuando llegue arr¨¦stalo e interr¨®galo".
P. Usted mantuvo su puesto hasta el ¨²ltimo momento. ?Era un ejecutor perfecto?
R. Obedec¨ªa. Quien llegaba a nuestro centro no ten¨ªa ninguna posibilidad de salvarse. Y yo no pod¨ªa liberar a nadie.
P. ?Hasta cu¨¢ndo sigui¨® funcionando el campo de internamiento de Tuol Sleng?
R. Hasta el 7 de enero de 1979, cuando las fuerzas de liberaci¨®n camboyanas, apoyadas por los vietnamitas, conquistaron Phnom Penh. En ese momento, mi superior era Noun Chea, el hermano n¨²mero 2.
P. ?No exist¨ªa un plan de emergencia, no hab¨ªa el temor a que los opositores tuvieran ya fuerzas suficientes para derribar el r¨¦gimen?
R. No hab¨ªa ning¨²n plan de fuga, de retirada. Organiz¨¢bamos todo en el momento. ?ramos 300 hombres en Tuol Sleng. Todos juntos nos dirigimos hacia la sede de la radio, que en esa ¨¦poca estaba en una zona bastante perif¨¦rica. Y a partir de ese momento nos dividimos en dos grupos, cada uno por su camino.
P. Desde ese momento, usted desaparece de las cr¨®nicas camboyanas, se pierden sus huellas, y un d¨ªa se convierte al cristianismo. ?Qu¨¦ es lo que le lleva a tomar esa decisi¨®n?
R. Estaba convencido de que los cristianos eran una fuerza, y que esa fuerza pod¨ªa vencer al comunismo. En la ¨¦poca de la guerrilla yo ten¨ªa 25 a?os, Camboya estaba corrompida, el comunismo estaba lleno de promesas y yo cre¨ªa en ellas. Sin embargo, ese proyecto fracas¨®. Entr¨¦ en contacto con los cristianos en la ciudad de Battambang, con la Golden West Christian Church, con el pastor Christopher LaPelle.
P. Parece un nombre franc¨¦s.
R. No, es camboyano. Se llama Danath La Pel. Adopt¨® ese nombre para difundir mejor el mensaje de Cristo en el mundo. A principios de los a?os ochenta se fue a Estados Unidos. Y en 1992 volvi¨® a Camboya para ayudar a sus compatriotas a encontrar a Cristo.
P. Usted ya no sigue las ense?anzas de Buda. ?Es cristiano?
R. S¨ª.
P. ?El padre Christopher conoc¨ªa su vida, su papel en Tuol Sleng?
R. Al principio no, pero despu¨¦s de convertirme le cont¨¦ todo.
P. La planicie de Indochina fue el santuario de Pol Pot. Los mismos lugares, cuarenta a?os despu¨¦s, albergan las iglesias de los misioneros cristianos.
R. Significa que otros tambi¨¦n han elegido mi camino.
P. Usted est¨¢ ahora arrepentido, pero ?qu¨¦ pasa con todos esos miles de v¨ªctimas, esa violencia practicada con m¨¦todos primitivos, esas mentiras transformadas en verdad?
R. Si alguien busca la responsabilidad, y los diferentes grados de responsabilidad, lo ¨²nico que puedo decir es que no hab¨ªa v¨ªa de escape para quien entraba en la m¨¢quina de poder ideada por Pol Pot. S¨®lo los dirigentes conoc¨ªan la verdadera situaci¨®n del pa¨ªs, pero los cuadros intermedios la ignoraban. Y adem¨¢s hab¨ªa esa obsesi¨®n por el secretismo. Est¨¢ claro que usted me pregunta si no pod¨ªa rebelarme, o por lo menos huir.
P. Eso es.
R. Si intentaba huir, ellos ten¨ªan como reh¨¦n a mi familia, que habr¨ªa corrido la misma suerte que los otros prisioneros de Tuol Sleng. Mi fuga, mi rebeli¨®n no habr¨ªa ayudado a nadie.
P. Hoy no hay ning¨²n jemer rojo, entre los jefes de ese r¨¦gimen, como Khieu Sampan o Ieng Sary, que admita haber tenido alguna culpa, alguna responsabilidad. ?Erais todos unos cobardes entonces o ahora sois todos unos mentirosos?
De la boca de Duch no sale ni una palabra.
Desde el fondo de la sala, alguien dice con insistencia que el tiempo ha terminado, que ha llegado la hora de la comida para el prisionero. Es el pretexto m¨¢s banal, m¨¢s burocr¨¢tico, para interrumpir el relato del verdugo. Duch, el secuaz de Pol Pot y hoy seguidor de Cristo, junta las manos, se inclina y se aleja. El plato de arroz est¨¢ listo. Sin embargo, la hora de la justicia por el genocidio de Camboya espera desde hace 30 a?os.
Traducci¨®n de Valentina Valverde
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