"Nuestra obligaci¨®n es explicar la experiencia de la guerra"
Sir Max Hastings (Londres, 1945) aparece con estricta puntualidad brit¨¢nica entre los dos grandes ca?ones de la pieza de artiller¨ªa naval instalada en los jardines a la puerta del Imperial War Museum londinense. Va impecablemente trajeado y lo primero que llama la atenci¨®n en ¨¦l es su extraordinaria estatura. Reverenciado y controvertido corresponsal de guerra -ha cubierto 11 conflictos b¨¦licos y entre sus legendarios logros est¨¢ el haber entrado el primero, por delante de las propias tropas brit¨¢nicas con las que marchaba, en Port Stanley durante la guerra de las Malvinas-, director luego del Daily Telegraph y el Evening Standard, Hastings se ha convertido en uno de los m¨¢s famosos autores contempor¨¢neos de historia militar con una docena de libros, entre ellos los sensacionales Armaged¨®n, sobre la derrota de Alemania en la II Guerra Mundial, o el reciente N¨¦mesis, dedicado al hundimiento del Jap¨®n (ambos, en Cr¨ªtica). Hastings, que se cri¨® con las historias de C. S. Forester, del Guards Camel Corps, del 21? de Lanceros en Omdurman, de la fuga de Colditz o de los "h¨¦roes en c¨¢scaras de nuez" (los comandos en canoas) y que de adolescente se apunt¨® a una unidad de paracaidistas, est¨¢ en su salsa, como pueden imaginarse, en el Museo Imperial de la Guerra. Se deja retratar -no sin antes haber extra¨ªdo un peine del bolsillo y pas¨¢rselo cuidadosamente por el cabello- con la paciencia c¨®mplice de alguien del oficio y un cierto punto de narcisismo (no en balde ha sido una aut¨¦ntica vedette del periodismo). Entre aviones, tanques y ca?ones se va generando una confianza. Hastings, pese a que no han sido pocos sus colegas que lo han considerado poco menos que una v¨ªbora pomposa y ego¨ªsta en su af¨¢n por conseguir una exclusiva a toda costa, se muestra cordial y cercano. Debe ser duro ser tan alto en medio de una guerra, me atrevo a comentarle banalmente. "Bueno, nadie quer¨ªa estar cerca de m¨ª cuando empezaban los tiros", responde con una sonrisa. La entrevista la hacemos en la cafeter¨ªa del centro donde un grupo de jovencitas brit¨¢nicas ¨¦mulas de Boadicea y ebrias seguramente de la testosterona que rezuma tanta arma junta, montan un jaleo de mil demonios.
?Recuerda qu¨¦ d¨ªa era ayer?
?Ayer?? ayer era? 22 de enero. ?S¨ª, el aniversario de Rorke's Drift!
La victoria del pu?ado de 'casacas rojas' brit¨¢nicos atrincherados en aquel peque?o puesto cerca del r¨ªo B¨²falo ante cerca de cuatro mil guerreros zul¨²es, en 1879. Resistieron y se ganaron ?11 cruces Victoria! Tiene usted un libro estupendo, 'Warriors' (Harper Collins, 2005), en el que dedica un cap¨ªtulo al inesperado art¨ªfice de aquella heroicidad -aparte de los mort¨ªferos rifles Martini-Henry-, el teniente John Chard, al que encarnaba Stanley Baker en la inolvidable 'Zulu'. ?Lo ha le¨ªdo? S¨ª, Chard es un h¨¦roe curioso, tras ese momento de gloria no volvi¨® a hacer nada militarmente importante en su vida. Tampoco lo hab¨ªa hecho antes; en realidad ten¨ªa fama de vago?
El valor es una cosa extra?a, como prueba el Faversham de 'Las cuatro plumas'. Usted mismo, en sus tan interesantes 'memoirs', 'Going to the wars' (Mcmillan, 2000), un gran libro sobre periodismo de guerra, aunque, si me lo permite, a veces parece que le vaya demasiado la marcha militar, se tacha a s¨ª mismo de cobarde. As¨ª es.
Me parece un juicio muy sumario para alguien que ha cubierto la guerra de Biafra, ha sobrevolado en un Huey, con los pies colgando, las posiciones norvietnamitas en Chow Duc, se ha inmiscuido en una batalla de tanques en los altos del Gol¨¢n durante la guerra del Yom Kippur o ha acompa?ado a los comandos del SAS en el ataque a una colina en las Malvinas -y leyendo a Gibbon-. Un cobarde es otra cosa, se lo digo yo. En el cl¨¢sico The anatomy of courage, Lord Moran concluye que el valor es un capital y no un ingreso, algo de lo que cada hombre posee una cantidad precisa y consumible. En mi caso, muy escasa. Me falta el dono di coraggio. Constatar eso fue lo que me hizo renunciar a la carrera militar cuando era cadete paracaidista, a los 17 a?os, no sin antes ganar las alas saltando. Hice bien porque no estaba hecho para ser un soldado. Opt¨¦ por el papel del bardo Ian Lom Macdonald, al que las tropas escocesas de Lord Monrose apartaron de la batalla en Inverlochy en 1645 dici¨¦ndole: "Si mueres, ?qui¨¦n explicar¨¢ lo que pase?". Una buena excusa para los corresponsales de guerra. Yo decid¨ª que mi papel era el de observador y cronista de las batallas.
?De d¨®nde le viene el inter¨¦s por la guerra? De la familia, supongo. Mi padre, Macdonald Hastings, fue un c¨¦lebre corresponsal de guerra, desembarc¨® en Normand¨ªa el D¨ªa D. Mi t¨ªo abuelo, el mayor Lewis Hastings, fue corresponsal militar de la BBC; hab¨ªa servido en la guerra del k¨¢iser en ?frica del suroeste en la Imperial Light Horse, y a los sesenta a?os segu¨ªa saltando en paraca¨ªdas. Su hijo Stephen, mi primo, sirvi¨® en los Scots Guards y gan¨® una MC con el SAS en el desierto antes de unirse a los partisanos en el norte de Italia. Mi bisabuelo materno gan¨® tambi¨¦n una condecoraci¨®n en Flandes. Crec¨ª con un enorme af¨¢n por la aventura y la creencia de que era m¨¢s f¨¢cil encontrarla en la guerra que en la paz. Creo que la guerra es la m¨¢s terrible, pero tambi¨¦n la m¨¢s conmovedora de las experiencias humanas.
Como historiador, se ha centrado en la II Guerra Mundial. Fue muy especial, el mayor suceso del siglo XX y el m¨¢s sangriento de toda la historia. Ninguna guerra se le puede comparar, por la escala, por la enormidad. Basta pensar que Italia, por ejemplo, perdi¨® en un solo d¨ªa el 65% de sus tanques. Para m¨ª es algo maravilloso, y todo un privilegio, poderme sentar ante la gente que pas¨® esa guerra y hablar con ella. Son personas que vivieron cosas asombrosas, y ante las suyas, nuestra vida es una frusler¨ªa. En Queens, en Nueva York, entrevist¨¦ a una encantadora jud¨ªa h¨²ngara que durante varias horas me habl¨® de sus experiencias en un campo de concentraci¨®n nazi. Al terminar, el taxi que deb¨ªa llevarme al aeropuerto se retrasaba y yo me puse muy nervioso. "Rel¨¢jese", me dijo. "Si hubiera estado en un campo de exterminio, se dar¨ªa cuenta de que perder un avi¨®n no es algo tan importante". Somos unos privilegiados y en cambio vivimos preocupados por trivialidades. Nunca hemos tenido que experimentar lo que nuestros mayores -los de ustedes, la Guerra Civil; los nuestros, la II Guerra Mundial-. Ellos entend¨ªan lo que era realmente importante. Esa gente es en verdad extraordinaria. En buena parte es por ellos por lo que escribo de la II Guerra Mundial y no de otras como la de Irak o Vietnam.
Se?ala usted en 'N¨¦mesis' que en realidad la II Guerra Mundial fueron dos guerras, la de Occidente y la de Oriente. S¨ª, s¨ª, es muy importante eso. Comprendemos mejor la II Guerra Mundial si lo entendemos as¨ª. En realidad, lo ¨²nico que tienen en com¨²n es que japoneses y alemanes escogieron a los mismos enemigos. Hab¨ªa, claro, una separaci¨®n geogr¨¢fica, pero es sorprendente ver el poco esfuerzo que hicieron para luchar juntos. Hab¨ªa formas de aprovechar la alianza y no las explotaron. Por ejemplo, en 1944-1945, los alemanes hab¨ªan desarrollado el mejor cazatanques posible, el Panzerfaust, un arma soberbia y barata, y algo de lo que carec¨ªan los japoneses y que les hubiera sido de enorme ayuda. Pero no hubo ning¨²n intento de hacerles llegar uno para que lo copiaran. No hab¨ªa inter¨¦s en la guerra del otro, lo que dio pie a escenas rid¨ªculas dignas de comedia negra como el que en 1945 el agregado naval japon¨¦s pidiera a Ribbentropp que enviara los restos de la flota alemana a Jap¨®n, especialmente los submarinos, y que ¨¦ste le contestara, ?el 17 de abril!: "El f¨¹hrer est¨¢ extremadamente ocupado".
Por lo que usted escribe en 'N¨¦mesis', la relaci¨®n entre los Aliados en el teatro del Pac¨ªfico tampoco era muy buena. Estaba constre?ida a unos l¨ªmites. Estados Unidos ten¨ªa claro que no luchaba para restaurar los imperios europeos, le entusiasmaba m¨¢s bien poco que Gran Breta?a recuperase su hegemon¨ªa en Birmania y Malasia y nada que Francia retuviera sus posesiones en Indochina. Eso cre¨® fricciones y sospechas mutuas. La pol¨ªtica anticolonial de Washington motiv¨® que las unidades de la OSS prestaran apoyo al Vietminh, que consideraba tan enemigos a los franceses como a los japoneses. Un miembro de la OSS lleg¨® a definir a Ho Chi Minh como "un t¨ªo guay". EE UU y Gran Breta?a ten¨ªan cada uno sus propias ilusiones en la II Guerra Mundial en Oriente. Los brit¨¢nicos, restaurar su imperio; EE UU, convertir a China en una gran democracia a su estilo. Hubo muchos desacuerdos. Para Gran Breta?a, la campa?a prioritaria era la de Birmania. Fue una de las m¨¢s exitosas de la guerra, pero no sirvi¨® para acortar un d¨ªa la contienda, no tuvo el m¨¢s m¨ªnimo significado estrat¨¦gico.
Ah¨ª se emple¨® a fondo Slim, al que usted admira. ?No fue ¨¦l quien dijo: "En toda guerra va bien que muera un general porque eso anima a las tropas?". Lo s¨¦ porque la frase aparece en las bolsas de la tienda de 'souvenirs' del National Army Museum, donde, por cierto, se exhibe la catana del general Honda. Bill Slim fue el mejor comandante de campa?a de la guerra, era un tipo normal, con gran sentido com¨²n, poco pretencioso. Tambi¨¦n dijo: "El sentimiento predominante en el campo de batalla es la soledad".
Habla usted bien asimismo de Nimitz, un gran profesional. En cambio, vapulea a otros grandes personajes como MacArthur, Lord Mountbatten o los tan heroicos Chennault, el de los Tigres Voladores, y Wingate, jefe de los 'chindits'; lo de este ¨²ltimo no s¨¦ si perdon¨¢rselo. MacArthur era megal¨®mano, mezquino, ambicioso y poco racional. Pero no se le puede negar carisma. Mountbatten era todo pose y un hombre propenso a la insensatez. El general Claire Chennault fue un aventurero que ascendi¨® a una posici¨®n demasiado elevada. En cuanto a Orde Wingate, era un personaje desequilibrado y mesi¨¢nico, sus operaciones con los guerrilleros chindits costaron mucha sangre y sirvieron de muy poco.
Hablemos de la crueldad e inhumanidad de los soldados japoneses. Parece que no estamos ante un t¨®pico. Usted explica c¨®mo oficiales japoneses en Chichi Jima se sirvieron en porciones, una vez decapitado, a un piloto de portaaviones estadounidense, Marve Mershon, para estimular su virilidad -la de los japoneses, se entiende-. A ocho aviadores de un B-29 prisioneros se les practic¨® la vivisecci¨®n sin anestesia en un hospital de Fukuoka. Oh, ¨¦se es un punto muy importante. Hay un gran consenso en que los japoneses hicieron cosas terribles con los europeos, especialmente con los prisioneros de guerra, como la marcha de la muerte de Bataan. Pero eso es s¨®lo una parte peque?a de la historia. Fueron unos millares de prisioneros. Una cifra min¨²scula si se compara con las v¨ªctimas asi¨¢ticas del imperio japon¨¦s. Se baraja la cifra de 50 millones de chinos muertos por los japoneses. Una de las razones para escribir un libro sobre la II Guerra Mundial como N¨¦mesis es explicar eso. No se trata de decir cosas nuevas, lo cual respecto a ese conflicto es muy dif¨ªcil, sino de mostrarlo en su contexto completo. El recurso a la masacre fue promovido asiduamente en todo el ej¨¦rcito japon¨¦s. La sociedad japonesa, sin embargo, a¨²n trata de excusar lo que pas¨®. Jap¨®n a¨²n ha de asumir lo que hizo. Sigue en la actualidad eludiendo sus responsabilidades de aquella guerra, por ejemplo, la de indemnizar a sus v¨ªctimas. Los abogados de la empresa Mitsubishi, que emple¨® trabajo esclavo chino, han llegado a cuestionar en los tribunales la propia invasi¨®n de China por parte de Jap¨®n.
Para todos es dif¨ªcil echar cuentas con el pasado. Siempre es algo doloroso, pero hay que hacerlo. Ustedes, los espa?oles, lo est¨¢n haciendo. Pero algunas sociedades son menos proclives a ello, los japoneses, los rusos -que abrieron sus archivos y los han vuelto a cerrar-, o los franceses: Francia es el ¨²nico gran combatiente de la II Guerra Mundial que no ha publicado su historia.
Los aliados tambi¨¦n cometieron atrocidades, en 'N¨¦mesis', un oficial de 'marines' explica c¨®mo despach¨® a sangre fr¨ªa en Okinawa, a tiros, a una anciana y a un ni?o. Una de las im¨¢genes m¨¢s espeluznantes de su libro es la del 'marine' aburrido que se entretiene haciendo punter¨ªa lanzando trozos de coral al cr¨¢neo abierto del cad¨¢ver de un japon¨¦s al que le han volado los sesos. En la guerra todo el mundo hace cosas terribles. La diferencia es que en el ej¨¦rcito japon¨¦s, o en las unidades de las SS, esas cosas eran habituales, no excepciones.
Estuvo con los paracaidistas y comandos en las Malvinas, se dice que los 'gurkas' vejaron y mataron prisioneros. A veces se trata de diferentes opiniones sobre lo que es guerra limpia o no. En la II Guerra Mundial, Estados Unidos sol¨ªa fusilar a los francotiradores, porque cre¨ªa que actuaban con felon¨ªa. En las Malvinas se produjeron episodios de rendiciones dudosas en los que los argentinos volv¨ªan a disparar tras alzar la bandera blanca. Esas cosas pasan.
?Qui¨¦nes fueron militarmente los mejores soldados en la II Guerra Mundial? Los alemanes, sin duda. El soldado japon¨¦s era extraordinariamente valiente, pero en ataque y defensa, en todas las fases de la guerra, las tropas de Hitler, hombre por hombre, fueron las mejores. La manera en que aguantaron al final es incre¨ªble. Los soldados de las democracias tienen limitaciones, y eso hace que, hablando estrictamente desde un punto de vista b¨¦lico, no sean tan buenos.
?Qu¨¦ diferencia a sus libros de otros sobre la II Guerra Mundial? Gente como yo o mi amigo Antony Beevor, aunque trabajamos muy rigurosamente el aspecto puramente militar -qu¨¦ divisiones hicieron qu¨¦-, no perdemos de vista la experiencia civil. Un alto porcentaje de lectores quieren saber c¨®mo era la guerra en su contexto amplio, para los hombres y para las mujeres, para el marine y para el campesino chino. Una de nuestras obligaciones es explicar la experiencia humana de la guerra en todos sus aspectos.
Pero el lector de historia militar sigue siendo predominantemente masculino. Los hombres son mayoritariamente los que combaten en las guerras y es l¨®gico que sientan un gran inter¨¦s por lo que sucede en ellas. Muchos se preguntan qu¨¦ habr¨ªan hecho, de llegar el caso, en una batalla. La respuesta es que lo har¨ªan, en t¨¦rminos militares, mejor de lo que se piensan. De hecho, y esto es sorprendente, todo el mundo lo hace.
?Quiere decir?? Pensaba que s¨®lo los que tienen madera de h¨¦roes? Ah, los soldados tienen mucho miedo a los h¨¦roes. No quieren ser liderados por h¨¦roes, sino por hombres que conozcan su oficio y los devuelvan vivos a casa. He conocido algunos hombres que estaban obsesionados con ser valientes y conseguir la Cruz Victoria [VC].
?El teniente coronel Herbert H Jones, comandante del 2? de Paracaidistas que gan¨® en un imprudente arrebato una VC p¨®stuma al atacar una trinchera argentina en Goose Green? Iba a hablarle de ¨¦l, le conoc¨ª en las Malvinas, poco antes de que lo mataran; estuvimos hablando de historia militar, que le apasionaba. Estaba ansioso por entrar en acci¨®n. Quer¨ªa ser un h¨¦roe. No gustaba a sus hombres, los pon¨ªa nerviosos. Tengo una teor¨ªa: cuando un hombre gana la VC o la Medalla de Honor del Congreso, despu¨¦s nunca lo ascienden. La idea que subyace es que un hombre capaz de ese valor es demasiado inconsciente para las responsabilidades del mando. Los h¨¦roes no son buenos l¨ªderes. En la II Guerra Mundial, cuando los brit¨¢nicos promovieron a gente de esa clase fue un desastre. Me temo que los que la gente tiene en general por h¨¦roes y valientes son en realidad bastante limitados. Todo ej¨¦rcito necesita un pu?ado de h¨¦roes, pero s¨®lo unos cuantos, los justos para ganar, el resto ha de ser gente normal con ganas de volver a casa.
Un c¨¢lculo de h¨¦roes. No puedes ganar una batalla sin tener en tu unidad a un n¨²mero determinado de gente muy valiente. Es una buena cuesti¨®n cu¨¢ntos deben ser. Un coronel estadounidense de la II Guerra Mundial calcul¨® que para tener ¨¦xito en un ataque necesitas que un 10% o un 15% de tus hombres vayan contigo, los otros pueden seguirte, temblando, m¨¢s tarde.
De nuevo estamos hablando de valor y cobard¨ªa. Cu¨¦nteme de su experiencia personal en los paracaidistas. Fui el peor paracaidista que hayas conocido. De hecho, me obligaron a darme de baja por mi pobre actuaci¨®n en unas maniobras en Chipre. A¨²n no ten¨ªa 18 a?os. Cuando era joven quer¨ªa ser un h¨¦roe, pero descubr¨ª que para ello hab¨ªa que hacer cosas heroicas para las que no estaba preparado en absoluto.
Pero se hizo corresponsal de guerra. La excitaci¨®n de la noticia, de tener una historia, te da la capacidad de afrontar peligros que en condiciones normales no correr¨ªas.
?Qu¨¦ opina de la profesi¨®n? Hay verdaderos corresponsales, pocos, quiz¨¢ un 20%, y muchos de los que llamamos "turistas de guerra". Vietnam estaba lleno de ellos porque Estados Unidos daba grandes facilidades. Mucha gente ve la profesi¨®n simplemente como una forma rom¨¢ntica de vida. Es sin duda la manera m¨¢s r¨¢pida de labrarse una reputaci¨®n en el periodismo. Para nosotros, esa oportunidad la ofrec¨ªa Vietnam, ahora los chicos van a Irak y Afganist¨¢n.
?Cu¨¢nto le ha servido la experiencia de corresponsal de guerra en su faceta de historiador? Mucho. Conocer la sensaci¨®n de estar bajo el fuego ayuda cuando escribes sobre el tema, siempre hay paralelismos. Cuando quieres cruzar una calle y las piernas no te obedecen? ese tipo de sensaciones. Saber de primera mano c¨®mo act¨²an los hombres en batalla es muy ¨²til.
?Seguir¨¢ escribiendo sobre la II Guerra Mundial? Empiezo a pensar que paso demasiado tiempo ah¨ª. Pero s¨ª, ahora mismo escribo un libro sobre Churchill en ese periodo.
?Qu¨¦ opini¨®n le merecen las pel¨ªculas sobre la II Guerra Mundial? Es muy dif¨ªcil encontrar una que sea enteramente satisfactoria. Salvar al soldado Ryan tiene 10 primeros minutos espl¨¦ndidos, pero luego cae en una historia muy convencional, llena de clich¨¦s de Hollywood. En los cincuenta en general se hicieron muy buenos filmes, como The cruel sea o Dambusters.
?Y libros? Buena pregunta. La novela de Nicholas Montserrat Mar cruel en la que se bas¨® la pel¨ªcula es uno de los mejores libros sobre la guerra en el mar. Las memoirs del reci¨¦n fallecido George Macdonald Fraser, que luch¨® en Birmania, son quiz¨¢ las m¨¢s elocuentes de un soldado en la II Guerra Mundial. Es excelente tambi¨¦n The struggle for Europe, del corresponsal de guerra australiano Chester Wilmot; Los desnudos y los muertos, de Mailer; El baile de los malditos, de Shaw?
Max Hastings mira su reloj. Le espera su mujer para ir a la ¨®pera. Unas ¨²ltimas preguntas. ?Su figura militar favorita? "Espero no parecer muy aburrido si digo que Wellington". ?Y el recuerdo de algunos amigos comunes? "Paddy Leigh Fermor es mi modelo de h¨¦roe de guerra, pero dudo mucho del valor real de lo que hicieron ¨¦l y los otros agentes del Special Operations Executive". Secuestrar al general Kreipe en Creta, ?signific¨® algo militarmente? No. S¨®lo un espl¨¦ndido acto rom¨¢ntico para los brit¨¢nicos, y para los cretenses, una dura represi¨®n de los nazis". El museo est¨¢ cerrando. Ha ca¨ªdo un espeso silencio sobre las armas. Mientras nos dirigimos a la puerta, Hastings pasa la mano sobre el costado de un tanque Shermann. "Los brit¨¢nicos somos el ¨²ltimo pueblo militar del mundo, los ¨²nicos a los que les importan ya estas cosas y que est¨¢n orgullosos de su pasado de soldados. Todo el mundo tiene alguna foto en casa con parientes de uniforme". El historiador se despide cort¨¦smente y se marcha en paz, entre las rosaledas perfumadas que se abren bajo el poderoso calibre de los ca?ones.
Un historiador en armas
Es autor de una veintena de libros que incluyen historia militar, reportajes, biograf¨ªas -la que hizo sobre el coronel Yoni Netanyahu, el jefe de la unidad especial israel¨ª Sayeret Matkal, que liber¨® a los rehenes del avi¨®n retenido en Entebe, le caus¨® problemas con Israel por desvelar secretos de Estado- y escritos sobre el campo (le encanta la jardiner¨ªa).
En sus memorias de corresponsal de guerra, Going to the wars, explica sus experiencias. En los cap¨ªtulos dedicados a la guerra de las Malvinas, cuya cobertura le hizo especialmente famoso, no deja de recoger la pol¨¦mica de que fue objeto al considerar muchos de sus colegas que el ej¨¦rcito le dio un trato de favor. En N¨¦mesis relata las ¨²ltimas fases de la guerra contra los japoneses. En ¨¦l, Hastings considera justificable el lanzamiento de las bombas at¨®micas, denuncia la falta de reconocimiento de culpa de los japoneses y tacha de indigno el papel de las fuerzas australianas.
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