La rebeli¨®n se llama Eufrosina Cruz
Una mexicana de Oaxaca encabeza la lucha contra los 'usos y costumbres' ind¨ªgenas que anulan a la mujer
Eufrosina Cruz Mendoza, de 27 a?os, se ha convertido en el referente de la lucha de las mujeres ind¨ªgenas del Estado mexicano de Oaxaca que reclaman el derecho a participar en la vida pol¨ªtica. Desde el 4 de noviembre, esta joven de la etnia zapoteca libra una batalla desigual que ha puesto sobre la mesa los abusos de la tradici¨®n ancestral de usos y costumbres en las comunidades ind¨ªgenas.
De los 570 municipios de Oaxaca, 418 se rigen por esas pr¨¢cticas milenarias, y en un centenar la palabra mujer no existe en las leyes comunitarias, lo que le impide votar y participar como candidata en las elecciones municipales. Contra viento y marea, Eufrosina quiso ser alcalde de Santa Mar¨ªa Quiegolani, un municipio donde el poder pol¨ªtico est¨¢ exclusivamente en manos de los hombres. Lo intent¨®, inscribi¨® su candidatura al margen de la asamblea del pueblo, y sus papeletas acabaron en la basura. La mujer no tira la toalla y ha puesto en pie el Movimiento Quiegolani por la Equidad de G¨¦nero, que crece como una mancha de aceite en tierras ind¨ªgenas de Oaxaca y amenaza con extenderse a otros Estados.
Eufrosina se postul¨® para alcaldesa. Sus papeletas acabaron en la basura
Las mujeres tienen prohibida la entrada en la asamblea del pueblo
En M¨¦xico existen 62 pueblos y comunidades ind¨ªgenas, aunque en el pa¨ªs se hablan m¨¢s de 85 lenguas y sus respectivas variantes. La poblaci¨®n ind¨ªgena asciende a 13 millones de personas, que representan el 12% de todos los mexicanos. La mayor¨ªa se concentran en Oaxaca, Guerrero y Chiapas, los Estados m¨¢s pobres y con los ¨ªndices de desarrollo humano y social m¨¢s bajos de toda la rep¨²blica. En Oaxaca hay m¨¢s de 15 grupos ¨¦tnicos, como los zapotecos, chontales, mixtecos y triquis, y se hablan 16 lenguas ind¨ªgenas.
Un municipio de 1.300 habitantes, oculto en el mapa, que est¨¢ a seis horas de la capital del Estado a trav¨¦s de una pista de tierra que se encarama por la Sierra Sur, es hoy noticia en M¨¦xico. La atenci¨®n de los medios de comunicaci¨®n aument¨® cuando el pasado 18 de enero el gobernador oaxaque?o, Ulises Ruiz, realiz¨® una visita hist¨®rica a Quiegolani. Era la primera vez que la m¨¢xima autoridad del Estado se dejaba ver por aquellas tierras olvidadas. Eufrosina Cruz no desaprovech¨® la oportunidad. Ni corta ni perezosa se plant¨® ante el se?or gobernador, y en tono firme le anunci¨® que no reconocer¨ªa jam¨¢s la autoridad del alcalde que gan¨® la dudosa elecci¨®n de noviembre. "No respeto al alcalde, porque ser¨ªa darle la raz¨®n a los abusos y costumbres. Le dije al gobernador que vigilar¨¦ la actuaci¨®n de las nuevas autoridades y estar¨¦ atenta a que no se violen los derechos de mi gente".
El jefe del Gobierno estatal exhort¨® al alcalde a impulsar la participaci¨®n activa de las mujeres en las elecciones municipales, y de regreso a Oaxaca promovi¨® una iniciativa de ley en este sentido, que la diputada Sof¨ªa Castro, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), present¨® el jueves pasado en el Congreso del Estado. Las autoridades se empiezan a dar cuenta de que algo se mueve en las comunidades ind¨ªgenas oaxaque?as, y ya hay quien habla de la revoluci¨®n de los alcatraces (denominaci¨®n local de las flores calas), s¨ªmbolo de las mujeres ind¨ªgenas de Quiegolani. Las puertas de los despachos oficiales ya se abren para Eufrosina, que empieza a recibir promesas e invitaciones a participar en foros internacionales.
"No me convertir¨¦ en uno de ellos, no traicionar¨¦ a mi gente", dice con voz firme junto al fuego, mientras su madre prepara tortillas de ma¨ªz. "Tengo a mis padres que viven all¨ª, veo la tristeza, la injusticia en las caras de las mujeres, veo sus manos endurecidas... Las tengo grabadas en mi mente". El origen de la historia de Eufrosina Cruz tiene que ver con la vida que le espera a toda mujer en esta aldea zapoteca: levantarse a las tres de la madrugada, ir al campo a buscar le?a, moler ma¨ªz, preparar las tortillas, atender a los hijos y limpiar la casa. Y as¨ª, d¨ªa tras d¨ªa. "Yo no quer¨ªa vivir eso, por eso sal¨ª del pueblo". Ten¨ªa 11 a?os. "Vi por primera vez un autob¨²s, llegu¨¦ a una comunidad desconocida, y luego a una ciudad gigantesca. Escuch¨¦ por primera vez hablar espa?ol".
Obtuvo una beca a base de dar clases en una comunidad muy pobre y pudo terminar una carrera universitaria. Cuando volv¨ªa a su pueblo de vacaciones ve¨ªa la misma situaci¨®n. El reloj segu¨ªa parado en Quiegolani. "Mi hermana no paraba de tener hijos. Tuvo nueve, aunque murieron tres. Mi mam¨¢ segu¨ªa levant¨¢ndose a las tres de la madrugada, y mi pap¨¢ caminaba dos horas para ir al ranchito". Quiso ser alcaldesa con la esperanza de que las cosas pod¨ªan cambiar. Pero aquel 4 de noviembre tropez¨® con la dura realidad. "Ah¨ª me di cuenta de que las mujeres somos como una pared blanca. Nadie se arriesga por nosotras, empezando por los maridos, los pol¨ªticos y mucho menos las organizaciones. Somos una pared blanca en la que nadie se atreve a escribir. Yo me arriesgu¨¦ y me estoy enfrentando a una cantidad inmensa de obst¨¢culos que no s¨¦ c¨®mo derribar¨¦".
Sus enemigos en el pueblo difunden toda clase de chismes, dicen que la china est¨¢ loca, que sus padres no le hablan, que anda como perra rabiosa y que hay que pararla como sea, con un balazo si es preciso. Y do?a Guadalupe Mendoza, 67 a?os, madre de Eufrosina, no logra conciliar el sue?o, porque el miedo se apodera del cuerpo. Sabe bien c¨®mo las gasta la gente mala. Al caer la noche, unas 50 mujeres se re¨²nen en una casa de una vecina. Es la guarida. Asisten tambi¨¦n algunos hombres que apoyan el movimiento. "Queremos hacer ruido para que nos hagan caso como mujeres", dice Eva Olivera, maestra chontal. "S¨ª se acuerdan de nosotras cuando hay elecciones presidenciales, cuando los partidos necesitan votos, pero no para elegir a nuestras autoridades".
"Este movimiento empez¨® en noviembre", recuerda Eufrosina, a quien todos los asistentes escuchan con devoci¨®n. "Quiz¨¢ no hemos logrado muchas cosas, pero ah¨ª vamos. Los usos y costumbres no pueden estar por encima de la Constituci¨®n". Una de las mujeres cuenta las amenazas de muerte que ha recibido, y Eufrosina recuerda que ha presentado denuncia ante la fiscal¨ªa de la naci¨®n.
En la sede del Ayuntamiento, Eloy Mendoza, el nuevo alcalde que asumi¨® el 1 de enero, habla de una costumbre milenaria en el municipio. "Para la se?ora Eufrosina, todo mi respeto", dice con un tono que suena a sarcasmo. "Lamentablemente, s¨®lo pudieron votar los hombres. En esta ocasi¨®n, ella quiso competir y fue aceptada por un grupo de ciudadanos, pero el detalle es que no vive en la comunidad. Uno de los puntos de los usos y costumbres es que todo candidato debe vivir en la comunidad". "Yo comparto mucho la idea de una participaci¨®n activa de las mujeres en las cuestiones pol¨ªticas", a?ade. ?No es hora de que los usos y costumbres empiecen a cambiar? "Bien, muy bien, estoy de acuerdo", responde el alcalde. "El cambio es un proceso gradual que tiene que desembocar en la m¨¢xima autoridad, que es la asamblea del pueblo, que determinar¨¢ qu¨¦ hacer". Las mujeres tienen prohibida la entrada en dicha asamblea.
La peruana Katya Salazar es la directora de programas de la Fundaci¨®n para el Debido Proceso Legal (DPLF, por sus siglas en ingl¨¦s), con sede en Washington. Desde hace tres a?os desarrolla una intensa actividad en M¨¦xico, particularmente en el Estado de Oaxaca. "Es el ¨²nico lugar del mundo en que la ley reconoce la elecci¨®n por usos y costumbres", dice. "El c¨®digo electoral de Oaxaca no proh¨ªbe la participaci¨®n de las mujeres, son las propias reglas de algunas comunidades las que lo proh¨ªben". Salazar subraya que los usos y costumbres son Derecho ind¨ªgena. "Hay costumbres que tienen que cambiar, de igual modo que hay leyes que tienen que cambiar", dice al recordar que "en Am¨¦rica Latina, la justicia formal, los poderes judiciales no llegan a todos los rincones. Ni llegar¨¢n. No por mala fe, sino porque el poder judicial no tiene capacidad suficiente. ?Qu¨¦ ocurre cuando se comete un delito? Aparecen mecanismos espont¨¢neos en el interior de las comunidades para resolver conflictos. Lo que diga una autoridad comunal tiene m¨¢s peso que lo que diga Juan P¨¦rez, que viene de la capital, que est¨¢ a ocho horas". La antrop¨®loga Margarita Dalton, con un doctorado por la Universidad de Barcelona, tiene documentados m¨¢s de 30 casos de obst¨¢culos y amenazas a mujeres alcaldes o candidatas al cargo en municipios regidos por los usos y costumbres, y en aqu¨¦llos gobernados por los partidos pol¨ªticos tradicionales. Tomasa de Le¨®n, alcaldesa de Yolomecatl, en la Mixteca, se vio obligada a renunciar ante la presi¨®n de los hombres. En la costa oaxaque?a, Lupita ?vila Salina, del Partido de la Revoluci¨®n Democr¨¢tica (PRD), prometi¨® durante la campa?a hacer transparentar el uso de los recursos por parte del alcalde saliente, del PRI. Despu¨¦s de ganar las elecciones, ?vila fue asesinada por su antecesor, que sigue en libertad.
Eufrosina Cruz tiene ahora otro sue?o: ser abogada "para poder interpretar la ley como la interpretaron los diputados, y defenderme de nuestros adversarios con sus mismas herramientas".
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