50 euros por tocar a muerto
El envejecimiento de la poblaci¨®n ha convertido el cargo de campanero en el trabajo m¨¢s codiciado de las parroquias rurales. Cada vez que hay difunto, se cobra
"Con la ca¨ªda de la hoja y la matanza do porco... ya se sabe, muere todo el mundo. Y los campaneros, pues... qu¨¦ quieren que les diga: estamos de temporada alta". Jos¨¦ Pontes Garc¨ªa se hizo con el puesto de tocador oficial de la parroquia santiaguesa de Santa Cristina de Fecha hace un a?o. Hab¨ªa m¨¢s candidatos, pero como ¨¦l ya la hab¨ªa tocado "de chaval" y adem¨¢s es el sacrist¨¢n, part¨ªa con ventaja en la carrera. Con su buena disposici¨®n y unos b¨ªceps cultivados "con flexiones", capaces de aupar a pulso el badajo de la Berenguela, a los 62 cumplidos Jos¨¦ se hizo con un cargo del que no tendr¨¢ que jubilarse.
En Galicia hay 3.799 parroquias y, en las rurales, cuando queda vacante el puesto de campanero, le surgen muchos novios a la cuerda. "Es un trabajo muy bueno", reconoce Jos¨¦ Calvo Canosa, campanero de San Xi¨¢n de Moraime, en Mux¨ªa. "Por tocar cada vez que hay difunto o funeral las pompas me pagan 50 euros. 50 limpios de polvo y paja, todos para el bolsillo porque eso no se declara". Calvo, jubilado de 71 a?os, relev¨® en el cabo de la maroma a Servita Touri?¨¢n, la primera mujer campanera de Moraime, una de las primeras de Galicia, que ejerci¨® muchos a?os, hasta que sopl¨® las 82 velas, a la vera del anterior p¨¢rroco.
El repique de Jos¨¦ Pontes se distingue, seg¨²n ¨¦l, por su "aire de mui?eira"
"Lo que me pagan las pompas est¨¢ limpio de polvo y paja: no se declara"
Servita Touri?¨¢n, pionera entre las campaneras, toc¨® hasta los 82 a?os
La remuneraci¨®n del campanero depende de la familia del finado, de la aseguradora o, en la mayor¨ªa de los casos, de la empresa funeraria que domine la comarca. "En muchos sitios pagan 60 euros, aunque yo gano algo menos", comenta el tocador de Santa Cristina sin entrar en m¨¢s detalles. Este dinero cada vez que toca a muerto, en una Galicia envejecida, supone el grueso de lo que ingresa por sus quehaceres parroquiales. El resto son, seg¨²n ¨¦l, s¨®lo 612 euros anuales. "El sueldo de sacrist¨¢n, por cuidar la iglesia, mirar que haya cera y pasarle la m¨¢quina a la hierba, me lo pagan entre 51 vecinos. Cada casa pone 12 euros al a?o".
Jos¨¦ Pontes presume de tener un estilo propio, y el virtuosismo lo demuestra m¨¢s en las misas del domingo (que vienen adosadas al puesto pero no se pagan) que en las que le dan de comer. Un funeral o un entierro no dan tanto juego como el alegre repenicar de campanas de la misa. Ah¨ª es donde cada campanero deja su impronta, y Pontes dice que ¨¦l le da un "aire de mui?eira". En cambio, cuando hay difunto de por medio, Pontes cumple con la r¨ªgida partitura que hace distingos entre sexos: "Si es hombre, dos toques en la campana gorda y uno en la peque?a; si es mujer, dos en la peque?a y uno en la gorda". Siempre dejando, eso s¨ª, que se extinga del todo el sonido de una campana antes de tocar la siguiente. El d¨ªa del ¨®bito, se toca tres veces "entre 10 y 15 minutos", dependiendo de las ganas que le ponga a su oficio el campanero. Al d¨ªa siguiente, el del sepelio, el ta?edor acompa?ar¨¢ al muerto con su m¨²sica hasta el nicho. Cuando la comitiva llega al hoyo, se acaba la sesi¨®n, y con ella la jornada laboral del m¨²sico.
Estos tocadores tienen en com¨²n con los de la catedral de Santiago, la de Valencia y la Almudena que tocan campanas hechas en Arcos da Condesa (Caldas de Reis) por los Sucesores de Hermanos Ocampo, ¨²nicos fabricantes de Galicia y ¨²nicos de Espa?a que siguen fundi¨¦ndolas de manera artesanal desde que empezaron a hacerlo en 1630. Estos sucesores son Enrique L¨®pez Ocampo, de 55 a?os, y su hijo Jos¨¦ Enrique, de 30, que ya no lleva el se?ero apellido y no quiere que su hijo, si alg¨²n d¨ªa lo tiene, siga con la tradici¨®n de ir sustituyendo las campanas que firmaron sus abuelos: "Es un oficio bonito, y siempre hay campanas que cambiar, porque no duran m¨¢s all¨¢ de 120 a?os, pero es m¨¢s seguro estar en plantilla de una empresa cualquiera".
En los ¨²ltimos tiempos han introducido una novedad. En vez de preparar ellos la aleaci¨®n de cobre y esta?o, encargan la mezcla "secreta" a Catalu?a. El resto es como siempre: siguen contando el peso en arrobas; midiendo los grosores que aseguran el mejor sonido con el escantill¨®n, una herramienta de madera, infalible, que est¨¢ all¨ª desde el siglo XVII; siguen haciendo moldes de barro y rellen¨¢ndolos con el metal que funden en el destartalado horno que preside el bajo con suelo de tierra. Esa tierra que cubre las piezas durante tres d¨ªas, porque el templado lento da vuelo al son de las campanas.
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