Las guerras de Alejandro
Alejandro Magno: el solo nombre lo deja a uno boquiabierto, con la mirada so?adora perdida en un horizonte infinito de grandeza, pasi¨®n y misterio. "Alejandro ten¨ªa magia, la magia de la juventud, fue un hombre de ambiciones apasionadas y no cre¨ªa que nada fuera imposible", afirma Robin Lane Fox (Eton, 1946), que desborda un arrebatado y contagioso entusiasmo al hablar del personaje. El autor de Alejandro Magno. Conquistador del mundo (Acantilado), un monumental ensayo de 800 p¨¢ginas devenido un cl¨¢sico y que se lee compulsivamente, entre el chasquido de bronce de las sarisas, el silbido de angustia de los elefantes mutilados en el Hidaspes y el "?Alalalalai!" de la caballer¨ªa macedonia en Isos, es un historiador muy poco al uso: capaz de emocionar profundamente, dotado de un enorme sentido del humor y una calidad literaria extraordinaria. "Alejandro es mi vida", confiesa. Dice Lane Fox que el gran Alejandro nunca se aburri¨® ni hizo jam¨¢s nada aburrido. Ley¨¦ndolo y escuch¨¢ndolo a ¨¦l as¨ª parece. "La historia no es verdad s¨®lo cuando resulta aburrida", recalca.
"Era joven, vital, conquistador del mundo, pod¨ªa acostarse con quien quisiera, y lo hac¨ªa. Am¨® a ambos sexos"
PREGUNTA. ?Era de verdad tan valiente Alejandro, corr¨ªa tantos riesgos?
RESPUESTA. S¨ª. Lo prueba el hecho de que sufri¨® muchas heridas. Esa actitud, ese valor, era crucial para sus ¨¦xitos. Alejandro siempre se pone frente al peligro. No ten¨ªa miedo.
P. Pero ?se puede dirigir una batalla desde en medio de la misma, en pleno fragor, luchando al mismo tiempo?
R. Alejandro basaba su estrategia en movimientos r¨¢pidos, creaba un punto d¨¦bil en el enemigo, un lugar de fractura y concentraba todo el ataque ah¨ª. Empezaba con un despliegue digno del ajedrez, que mostraba y abr¨ªa esa debilidad del rival. Y entonces se lanzaba liderando el ataque.
P. Entonces no pod¨ªa revisar el plan...
R. No, era todo o nada. No hab¨ªa medias tintas. Es cierto que, recu¨¦rdelo, contaba con unas tropas enormemente profesionales y muy buenos oficiales, conduc¨ªa el ej¨¦rcito creado, adiestrado y testado por su padre Filipo.
P. Pero ¨¦l pod¨ªa morir en cualquier momento.
R. Desde luego. Fue muy afortunado. Pero en la India, en el Punjab, en las murallas de Multan...
P. ?La misma Multan Sikh del asalto brit¨¢nico en 1849 tras el asesinato de Agnew y Anderson y su pu?ado de gurkas?
R. Exacto, Alejandro, en su momento, tambi¨¦n siti¨® la ciudad, una fortaleza temible. Impaciente por el lento progreso de sus hombres, tom¨® una de las escaleras de asalto y trep¨® ¨¦l mismo a las almenas, seguido por uno de sus veteranos que embrazaba el supuesto escudo sagrado de Aquiles, cogido por el rey en el templo de Troya. El caso es que la escalera se rompi¨®, dejando al heroico pero irresponsable Alejandro aislado en lo alto de la muralla y casi solo en el ataque. Reparti¨® tajos a diestro y siniestro, pero un arquero le clav¨® una flecha de un metro en el pecho. Imag¨ªnese la escena. Se salv¨® porque finalmente sus tropas pudieron reunirse con ¨¦l, pero la herida fue muy grave, posiblemente le perfor¨® un pulm¨®n y dej¨® a Alejandro casi lisiado. En fin, ¨¦se era ¨¦l, energ¨ªa, impulso, coraje inconsciente... Si puedes ser as¨ª, ?qu¨¦ ejemplo para tus soldados! Eso explica la devoci¨®n que despertaba, ¨²nica. Sus hombres lo veneraban y lo segu¨ªan a todas partes. Es cierto que no es el hombre al que confiar¨ªas tus ahorros: ?demasiado arriesgado!, aunque podr¨ªa hacerte rico...
P. Pierre Briant, el eminente orientalista especialista en el mundo persa, me dijo en una conversaci¨®n que en realidad Alejandro luchaba muy protegido, que se arriesgaba poco, vamos.
R. Bah, Briant es franc¨¦s. Las heridas y la naturaleza de Alejandro dicen lo contrario. ?Briant deber¨ªa haberlo visto aquel d¨ªa en las murallas de la fortaleza india! Filipo era igual. Filipo est¨¢ poco valorado, pero ¨¦l fue el que cre¨® el ej¨¦rcito que us¨® Alejandro, era un gran militar. Filipo y Octavio Augusto son los dos grandes organizadores del mundo antiguo.
P. Hablando de Filipo, conoci¨® usted al gran Manolis Andronikos, el arque¨®logo que descubri¨® la tumba del padre de Alejandro, uno de los grandes hallazgos del siglo XX. Era un hombre extraordinario.
R. S¨ª, estuve en 1977 con ¨¦l, en Vergina, la antigua Aigai capital del reino maced¨®nico, el mismo a?o del descubrimiento. ?Ha estado all¨ª?
P. S¨ª, con Valerio Manfredi, que se puso a declamar trozos de su novela Alexandros
en el preciso lugar donde asesinaron a Filipo, en el teatro.
R. Vaya. Recordar¨¢ la cabecita de marfil del lecho hallado en la tumba y que representa a Alejandro. Todo el ajuar funerario es asombroso. El larnax de oro con las cenizas, la coraza, las canilleras de bronce, la aljaba.
P. Se puso en duda el hallazgo.
R. Desde Estados Unidos, sobre todo, se atac¨® a los arque¨®logos griegos y se dijo que la tumba no era la de Filipo sino la del medio hermano retrasado de Alejandro, Arrideo, hijo de Filipo y una amante tesalia, quiz¨¢ una bailarina. Siempre es sano cuestionar las cosas, pero la tumba es sin duda la de Filipo.
P. Dice la tradici¨®n que Alejandro ol¨ªa bien. Eso siempre me ha fascinado.
R. Se dice que desprend¨ªa un olor dulce. Pero ha de entender que no se trata de un rasgo personal, de h¨¢bitos de higiene, era algo divino, un s¨ªmbolo de divinidad. Supongo que, en realidad, en batalla deb¨ªa oler fatal.
P. Parece que era muy guapo.
R. ?Guapo? En las im¨¢genes lo es. Podemos creerlo o no. Era bajo. Quiz¨¢ ten¨ªa grandes ojos o los exagerar¨ªa. Las mujeres lo amaban, y algunos hombres. Pero ?no nos amar¨ªan igualmente a usted y a m¨ª de ser nosotros tambi¨¦n reyes poderosos?
P. Se le ha calificado de "el James Dean de la antig¨¹edad", ?qu¨¦ le parece?
R. Tiene gracia, ?y por qu¨¦ no el Douglas Fairbanks? Algo de estrella ten¨ªa, se anticip¨® a Hollywood, pero Alejandro no era un actor, era un rey.
P. ?C¨®mo cree que muri¨®?
R. Eso es un problema. En Alejandro nada es sencillo, ni su final. Desde que cay¨® enfermo hasta que muri¨® transcurrieron dos semanas. Lo que parece un claro indicio de que no fue envenenado: hubiera sido muy arriesgado darle algo que no le matara r¨¢pidamente. La hip¨®tesis del asesinato sirvi¨® a los que aspiraban a sucederle para acusarse unos a otros.
P. Se ha propuesto que pudo morir de malaria.
R. ?Una sola persona de todo el ej¨¦rcito? Habr¨ªa habido m¨¢s casos. Y el patr¨®n de la enfermedad no coincide.
P. ?La bebida, entonces? Parece que era un gran bebedor.
P. Desde luego no cuando dirig¨ªa su ej¨¦rcito. Una tradici¨®n achaca la muerte de Alejandro a sus vicios. Nunca he estado de acuerdo. Mi opini¨®n es que muri¨® por causas naturales. Alejandro era seguramente un hombre devastado por los esfuerzos. Hab¨ªa sufrido nueve heridas en diferentes partes del cuerpo. La verdad es que no podemos saber a ciencia cierta qu¨¦ pas¨®. En el libro he tratado de barajar todas las hip¨®tesis.
P. La tumba, el cuerpo, ?d¨®nde cree que est¨¢n?
R. Era un gran mausoleo, en el ¨¢rea p¨²blica de Alejandr¨ªa. Fue muy visitado en la antig¨¹edad. Pero ha desaparecido. Quiz¨¢ sigue ah¨ª, bajo la ciudad moderna o en la vieja zona de los palacios que ha cubierto el agua. ?Y d¨®nde est¨¢, por cierto, la tumba de Hefesti¨®n, su amante? Se la concibi¨® como uno de los monumentos m¨¢s asombrosos del mundo antiguo. El monumento m¨¢s grande jam¨¢s levantado para un novio.
P. Sorprende en Alejandro el equilibrio entre vehemencia y c¨¢lculo pol¨ªtico.
R. Alejandro es impetuoso, ¨¦sa es su naturaleza, pero es adem¨¢s muy inteligente. Es r¨¢pido en captar las situaciones: su forma de tratar a la familia de Dar¨ªo, a los sacerdotes egipcios, su gesto de restaurar monumentos, la magnanimidad que muestra con el enemigo que se rinde... hay en todo ello generosidad, sin duda, pero tambi¨¦n mucha inteligencia, mucho arte del poder. Lo que hizo de incorporar iranios a la Administraci¨®n del imperio, su idea de crear un imperio de los mejores sin tener en cuenta su procedencia, fue muy inusual, y muy inteligente. Tambi¨¦n es un conquistador, claro, pero es un error verlo s¨®lo como el hombre de riesgo, el aventurero.
P. Venga, hablemos de su vida sexual.
R. A algunos historiadores les gustar¨ªa que s¨®lo hubiera amado a hombres, chicos y eunucos. Pero am¨® a ambos sexos. Se enamor¨® de Roxana y de Hefesti¨®n. Tuvo amantes apasionados, dos esposas persas m¨¢s y durmi¨® con una reina india. ?Afortunado mortal! Tambi¨¦n se dice que se acost¨® con una amazona, pero dejemos eso en el terreno de la leyenda.
P. Entonces, lo de Alejandro como icono gay...
R. La realidad es m¨¢s poli¨¦drica. Era joven, vital, conquistador del mundo: pod¨ªa acostarse con quien quisiera, y lo hac¨ªa. Es cierto que Hefesti¨®n fue probablemente la relaci¨®n verdadera m¨¢s importante de su vida.
P. ?Se recreaba a s¨ª mismo Alejandro, se modelaba literariamente?
R. La gente lo hace. La gente cambia su vida y la modela por la literatura. ?l eligi¨® el ideal de un h¨¦roe hom¨¦rico. En Troya, Alejandro hizo esperar al ej¨¦rcito para rendir tributo a sus modelos. Corri¨® desnudo hasta el sepulcro de Aquiles. El acto de un rom¨¢ntico. No era s¨®lo propaganda. El macedonio era un reino hom¨¦rico, en el que todas esas historias estaban muy vivas. Macedonia no era Atenas.
P. ?Qu¨¦ plan ten¨ªa? De haber podido, ?hasta d¨®nde hubiera ido?
R. Lo quer¨ªa todo. Quiere ir hasta los confines del mundo. Explorar y conquistar hasta las cuatro esquinas del mundo. Va al Este pensando que el fin del mundo est¨¢ en la India. Su siguiente paso era, obviamente, el Oeste. Pero su geograf¨ªa era muy mala. En la India pensaba que estaba cerca de Egipto, y confundi¨® el Hindu Kush con el C¨¢ucaso de Prometeo.
P. Conquistarlo todo, pero ?por qu¨¦?
R. Porque era glorioso. Por eso se da el nombre a las ciudades -¨¦l a sus m¨¢s de veinte Alejandr¨ªas-. Por ser inmortal.
P. Hab¨ªa le¨ªdo mucho a Homero.
R. Lo ley¨® demasiado literalmente.
P. ?Quer¨ªa morir joven, hab¨ªa una b¨²squeda irracional de eso?
R. No. La gloria era m¨¢s importante que la vida, pero no, no hay una pulsi¨®n de muerte en Alejandro si se refiere a eso. Ten¨ªa muchos planes. No parar¨ªa.
P. No dej¨® precisamente las cosas bien atadas. Eso que dicen que contest¨® en el lecho de muerte cuando le preguntaron a qui¨¦n le dejaba el reino: "Al m¨¢s fuerte"...
R. Eso son leyendas, Alejandro seguramente muri¨® sin poder hablar. No creo que pensara mucho en su sucesi¨®n. Era muy joven. Dudo que imaginara que le fuera a pasar algo. ?se es un rasgo t¨ªpico de la juventud.
P. ?No cree que hay algo irreductible en Alejandro, algo inexplicable?
R. Es posible. Pero tuvo suerte, y tres cosas que contaban mucho: ej¨¦rcito, oportunidad y ambici¨®n.
P. Su colega Bosworth, en su libro Alexander and the East
(Clarendon Press, 1996), pone el acento en el horror de las campa?as de Alejandro y lo describe como un verdadero genocida. Dice que ten¨ªa "una estremecedora eficiencia en la matanza".
R. A Bosworth no le gusta Alejandro. Alejandro no buscaba la masacre. No era un d¨¦spota al uso corrompido por sus grandes conquistas. Si te rend¨ªas hab¨ªa honor. S¨®lo se mostr¨® implacable con los que se obstinaron en resist¨ªrsele, los que cuestionaban su grandeza.
P. Un guerrero, un conquistador belicista, eso juega hoy contra ¨¦l.
R. No nos gusta la conquista, los muertos; pero en el mundo de Alejandro la conquista era gloria. En mi libro hago una reinterpretaci¨®n de Alejandro desde el punto de vista de su propia moralidad. No desde nuestro punto de vista moderno vegetariano y pacifista. Su identidad hom¨¦rica, su identificaci¨®n con Aquiles, no era irrelevante. Compart¨ªa esos valores heroicos. No tiene sentido criticar a Alejandro en relaci¨®n con unos valores morales que, simplemente, entonces no exist¨ªan. Hay que ver el mundo con sus ojos. Durante a?os estuvo de moda escribir viendo a Alejandro peque?o y no grande -?Alejandro el M¨ªnimo: qu¨¦ error, qu¨¦ estafa!-, y su imperio como un reino de terror. Pero Alejandro no era Stalin ni Hitler. Los a?os cincuenta proyectaron en Alejandro sus propios temores. Pero, si lees esos libros de entonces, te preguntas, ?por qu¨¦ la gente segu¨ªa a Alejandro? ?C¨®mo alguien se sentir¨ªa fascinado por ese tipo? Por eso escrib¨ª mi libro, para explicarlo. Alejandro era un genio, un hombre extraordinario, como sab¨ªan todos en su tiempo. Me reprocharon que mi punto de vista era el de un ingl¨¦s nost¨¢lgico del Imperio Brit¨¢nico. Est¨¢n ciegos, no ven que Alejandro no es un imperialista ni un colonialista. Las interpretaciones cambian pero la antig¨¹edad no, y no debemos traicionarla.
P. Usted es un caso ¨²nico entre los historiadores de Alejandro: ha podido luchar bajo su mando, entre sus filas. ?Eso es empirismo!
R. Hice de asesor de la pel¨ªcula de Oliver Stone y durante el rodaje en Marruecos, en 2004, me dej¨® hacer de extra como soldado de caballer¨ªa macedonio en la escena de la batalla de Gaugamela. Todos, menos yo, eran expertos jinetes, la mayor¨ªa espa?oles -aunque en realidad Alejandro no tuvo, claro, caballer¨ªa hisp¨¢nica, al rev¨¦s que C¨¦sar, al que los compatriotas de usted le dieron grandes ¨¦xitos-. Cargu¨¦ como uno m¨¢s, con casco y lanza en mano. Una experiencia maravillosa, impagable para un historiador que dif¨ªcilmente puede experimentar sobre el terreno el movimiento de masas militares. Mi caballo, por cierto, se llamaba Gladiador.
P. ?Y qu¨¦ tal los persas, estaban a la altura?
R. Eran figurantes franceses, as¨ª que era f¨¢cil matarlos.
P. ?Qu¨¦ le pareci¨® la pel¨ªcula?, aparte de su escena.
R. Oliver Stone admiraba mi libro pero ten¨ªa ideas propias. Se bas¨® s¨®lo en parte en mi Alejandro Magno. Hay cosas muy interesantes, te permite entender c¨®mo eran las batallas antiguas, la escala. Eran ej¨¦rcitos enormes, como no se volvieron a ver hasta la edad moderna. Yo me encontr¨¦ cuestion¨¢ndome asuntos de log¨ªstica en los que usualmente no caes: ?c¨®mo alimentaban a toda esa gente?
P. Alejandro ha sido carne de novela hist¨®rica. ?Qu¨¦ opina del g¨¦nero y de c¨®mo lo ha tratado?
R. El pasado siempre es m¨¢s sorprendente que la imaginaci¨®n del novelista. Ellos est¨¢n muy anclados en su propio mundo y se toman a menudo excesivas licencias: ?que las cosas pasaran hace sesenta generaciones no significa que no haya que respetar los hechos! Hablamos demasiado de la correcci¨®n pol¨ªtica y poco de la correcci¨®n cronol¨®gica. Se viola demasiado a menudo el pasado.
P. ?Hay alguna otra figura comparable a Alejandro?
R. ?En la antig¨¹edad? Se ha sugerido que An¨ªbal. La comparaci¨®n con Julio C¨¦sar es interesante, pero ¨¦ste no ten¨ªa la misma fuerza sobre el ej¨¦rcito, no era un rey. Despu¨¦s de la antig¨¹edad... No. Alejandro era tan especial, tan capaz. Ten¨ªa un ojo geom¨¦trico, estupendo para el terreno, para dilucidar la forma de moverse y luchar en ¨¦l. Para m¨ª es el mejor, ?sin duda!
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