Los convidados de piedra
Los inmigrantes somos los convidados de piedra de las sociedades europeas. Escuchamos hablar de nosotros, pero nadie nos pregunta nuestra opini¨®n. Decidimos elecciones pero no participamos en ellas. Los debates sobre nosotros suelen ser enconados y radicales. Algunos sectores parecen creer que somos muy malos, otros que somos muy buenos, y por lo general resulta dif¨ªcil explicar que somos gente nom¨¢s.
La propuesta del contrato para inmigrantes del Partido Popular ha sido un buen ejemplo. La izquierda ha reaccionado indignada. La derecha -y m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n- parece encantada. Parad¨®jicamente, nadie encuesta a los extranjeros porque no votan. Ni siquiera existen instrumentos estad¨ªsticos para medir su sensibilidad pol¨ªtica.
Papeleo, colas y p¨¦rdida de tiempo es lo m¨¢s temido del contrato del PP
Los inmigrantes tienen m¨¢s deberes y menos derechos que los espa?oles
Y sin embargo, una encuesta entre inmigrantes quiz¨¢ producir¨ªa sorpresas. Al menos entre los inmigrantes que conozco, de diversos pelajes, or¨ªgenes y profesiones, la preocupaci¨®n mayoritaria ante la idea del contrato no es la que reproducen los peri¨®dicos, sino una m¨¢s prosaica:
-Y si eso se aprueba ?tendremos que hacer m¨¢s colas para firmar ese papel?
En realidad, comprometernos a comportarnos con cierta decencia -supongo que eso significa "seg¨²n las costumbres espa?olas"- no parece una exigencia demasiado macabra, considerando que para algunos visados ya hay que certificar sanidad mental, no drogadicci¨®n y ausencia de enfermedades infectocontagiosas. En cuanto al aprendizaje obligatorio de la lengua, no conozco a ning¨²n inmigrante que se oponga. Al contrario, lo necesitan para conseguir un trabajo. Si alguna vez he escuchado argumentos contrarios al aprendizaje del espa?ol, ha sido m¨¢s bien en boca de nacionalistas vascos o catalanes, todos ellos ciudadanos que sin duda se comportan de acuerdo con las costumbres espa?olas.
Lo que s¨ª enfadar¨ªa seriamente a muchos extranjeros -gente mayoritariamente ocupada- es perder toda una ma?ana en una cola para pedir un n¨²mero para hacer otra cola de otra ma?ana para firmar un papel.
Mi sondeo de opini¨®n no es representativo ni riguroso, pero acaso haya arrojado otro resultado sorprendente: m¨¢s inmigrantes simpatizan con la derecha que con la izquierda. No con Rajoy en particular, sino con los valores de la derecha pragm¨¢tica, que pone el ¨¦nfasis en el libre mercado. La libre competencia favorece a los inmigrantes, que rinden m¨¢s por menos. En efecto, las quejas gremiales contra la inmigraci¨®n se han debido sobre todo a que los extranjeros trabajan demasiado -en el ¨¢mbito del peque?o comercio-, y a que cobran muy poco -por ejemplo en la restauraci¨®n, sector que los espa?oles, como ha hecho notar un apenado directivo del PP, van abandonando-.Esa actitud es l¨®gica, porque un inmigrante sabe que disfrutar¨¢ de menos beneficios sociales que un espa?ol. Salvo casos especiales, recibe un primer permiso de trabajo limitado al ¨¢rea que el Estado crea necesario incentivar con mano de obra barata. Mientras dure ese permiso, no se le permite cambiar de ocupaci¨®n ni de localidad aunque tenga ofertas concretas. Tampoco tiene el mismo derecho al paro que los espa?oles. Si cobra del Estado durante seis meses o m¨¢s, puede olvidarse de renovar su residencia. Y por supuesto, no tiene derecho a votar, de modo que no participa en las decisiones econ¨®micas que le afectan. En cambio, tiene "derecho" a pagar impuestos y seguridad social.
Existe incluso la pr¨¢ctica ilegal de emitir contratos falsos para que los inmigrantes puedan cotizar de su bolsillo y mantengan la residencia. Es la ¨²nica modalidad de fraude en el mundo que se realiza no para embolsarse dinero, sino para desembolsarlo. Y el beneficiario directo es el Estado espa?ol.
Por eso, el problema con el discurso sobre la inmigraci¨®n del Partido Popular no es pol¨ªtico. El problema es que sus bases son falsas. El PP ha sustentado sus propuestas sobre la idea de que los inmigrantes tienen menos obligaciones que los espa?oles. Y si eso fuese cierto, ser¨ªa razonable corregirlo. Pero en realidad, los inmigrantes tienen m¨¢s deberes y menos derechos que los ciudadanos espa?oles, que a su vez, reciben de ellos m¨¢s beneficios que perjuicios.
Sin embargo, todos esos beneficios, igual que el crecimiento macroecon¨®mico, son dif¨ªciles de percibir en la experiencia cotidiana. Una parte importante de la poblaci¨®n siente que s¨²bitamente, y en tiempo r¨¦cord, la composici¨®n social de Espa?a se ha enrarecido. Leen el peri¨®dico y encuentran extranjeros en las p¨¢ginas policiales (lo cual es bastante normal, porque los millones de extranjeros con una conducta intachable no salen en el peri¨®dico). Adem¨¢s, muchos espa?oles temen que la nueva poblaci¨®n amenace sus puestos de trabajo, su seguridad y su porci¨®n del Estado del bienestar. Y en los barrios m¨¢s pobres, de hecho los amenaza, porque la proporci¨®n de inmigrantes es mucho mayor en esos sectores. Parad¨®jicamente, eso se debe a que la inmigraci¨®n est¨¢ bien controlada y restringida a sectores no profesionales. Los pobres de Espa?a, en buena medida, son importados.
Sin embargo, el temor subsiste entre los votantes. Y ante ¨¦l, la derecha tiene un discurso autoritario y severo. Mientras, la izquierda no tiene ninguno. El apoyo del 56% de los espa?oles al contrato de los inmigrantes refleja un electorado que siente que la izquierda no habla de sus preocupaciones. Y en realidad, sobre todo en campa?a, la clave es hablar. En la pr¨¢ctica, hasta donde ha sido explicado, el contrato de Rajoy sigue siendo m¨¢s amable que buena parte de las leyes europeas, como las austriacas. La verdadera novedad de esta campa?a ha surgido en el discurso. Las palabras de los dirigentes del Partido Popular son m¨¢s agresivas que las medidas concretas que proponen.
El discurso conservador levanta una falsa barrera entre dos grupos. En realidad, las preocupaciones de la mayor¨ªa de inmigrantes, de manera natural, son las mismas que las de la mayor¨ªa de espa?oles. Quieren salir a la calle sin ser asaltados u hostigados. Quieren llegar a fin de mes. Quieren acceder a una educaci¨®n y salud de calidad. Pero la discusi¨®n pol¨ªtica crea la ficci¨®n de un enfrentamiento de intereses: nosotros vs. ellos. Cuando en realidad, todos viajamos en el mismo barco.
A los inmigrantes con que converso el contrato de Rajoy los tiene sin cuidado. La mayor¨ªa de los papeles y tr¨¢mites que deben hacer ya les parecen tan absurdos que uno m¨¢s no les amarga la existencia. Ellos ya han admitido que son extranjeros y se tienen que ganar cierto derecho de piso. No han venido a Espa?a a hacer pol¨ªtica, ni tienen tiempo de hacerla. Si siguen temas pol¨ªticos, es en sus pa¨ªses. Todos, sin embargo, insisten en lo mismo: sus hijos ya no ser¨¢n extranjeros.
Me pregunto si la falsa divisi¨®n que proclama el discurso conservador se extender¨¢ a esos hijos. Las barreras de cemento se erigen o se tumban, pero las murallas creadas en el lenguaje son m¨¢s dif¨ªciles de derrumbar. Si a¨ªslas a un grupo, lo conviertes en un "ellos" ?sus hijos tambi¨¦n ser¨¢n "ellos" y no "nosotros"? Los j¨®venes que quemaron coches en los suburbios de Par¨ªs hace dos a?os no eran argelinos o africanos, sino franceses. S¨®lo despu¨¦s de la violencia los franceses tomaron consciencia de que a esos chicos nadie les daba trabajo por temor a los inmigrantes y sus "malas costumbres". Que ninguno de ellos hab¨ªa llegado a ministro, y ya puestos, ni siquiera a presentador de televisi¨®n ?Hasta qu¨¦ generaci¨®n se es extranjero?
?O hasta qu¨¦ cantidad? En Suiza, la UDC se publicitaba con el cartel de unas ovejitas blancas echando del corral a la oveja negra, y gan¨® las elecciones con el 30% de los votos. Lo curioso es que los extranjeros son en Suiza m¨¢s de la cuarta parte de la poblaci¨®n ?Es razonable que la mayor¨ªa electoral conseguida por el gobierno sea num¨¦ricamente igual que la minor¨ªa a la que ese gobierno pretende excluir?
La inmigraci¨®n en Espa?a ha sido un fen¨®meno muy r¨¢pido, y como la mayor¨ªa de los fen¨®menos de un mundo global, nos cuesta entenderlo con las herramientas conceptuales tradicionales. Pero Espa?a tiene una gran ventaja: puede aprender de las experiencias europeas. Puede evitar -y por cierto no lo est¨¢ haciendo- que los colegios p¨²blicos de los barrios pobres se conviertan en guetos de inmigrantes. Pero para eso ser¨¢ necesario que los chicos negros, musulmanes, chinos sean entendidos como espa?oles, con los mismos derechos -ni m¨¢s ni menos- que cualquier espa?ol. Cuando ellos dejen de ser convidados de piedra, este pa¨ªs habr¨¢ firmado el contrato social de su futuro.
Santiago Roncagliolo es escritor peruano.
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