La lista de Keynes
En Ahora o nunca (The Bucket List, Bob Reiner), Carter Chambers (Morgan Freeman), es un enfermo terminal que apunta en una lista todo lo que le gustar¨ªa hacer antes de to kick the bucket ("dar la patada al cubo": estirar la pata). Su oportunidad llega cuando traba amistad con Edward Cole (Jack Nicholson), un millonario al que tambi¨¦n le queda poco tiempo y que decide financiar los deseos de su colega y compartir la experiencia de hacerlos realidad.
Cuando muere Jay Gatsby, el h¨¦roe tr¨¢gico de la gran novela de Scott Fitzgerald, su padre, ignorado hasta ese momento, revela al narrador los humildes or¨ªgenes de quien lleg¨® a ser el Trimalci¨®n de Long Island, y le muestra orgulloso los cuadernos en los que su hijo anotaba sus listas de prop¨®sitos para mejorar socialmente: practicar la dicci¨®n, conseguir aplomo, no mascar chicle ni fumar, ba?arse dos veces al d¨ªa.
Vivimos entre listas. En una ¨¦poca marcada por la usura del tiempo, disponemos de una enorme panoplia de "organizadores personales" a nuestro alcance (desde la agenda al PDA) que utilizamos para registrar esos peculiares contratos de cada cual consigo mismo que son nuestras listas. Las construimos como recordatorios y taxonom¨ªas, pero tambi¨¦n como inductores que nos estimulan a lograr nuestros objetivos; incluso las utilizamos como testigos de nuestros fracasos. Creamos listas de invitados, de amantes, de prop¨®sitos para el nuevo a?o, de compras, de citas, de tareas pendientes. Existen listas para casi todo. Los anglosajones, tan aficionados a ellas, disponen de lugares en Internet para personalizarlas, gestionarlas o contactar con quienes manifiestan deseos o aficiones semejantes (cons¨²ltese, por ejemplo, www.43Things.com), as¨ª como de sitios donde se almacenan "listas de listas".
Nos fijamos en las de otros si est¨¢n elaboradas por personas o instituciones a las que conferimos autoridad -celebridades, cr¨ªticos, diarios, editoriales-, y as¨ª nos "enteramos" de los m¨¢s ricos de la Tierra (revista Forbes), los mejores discos del a?o, las pel¨ªculas imprescindibles, los famosos peor vestidos, el ¨ªndice de obras prohibidas (en otros tiempos). Y hasta se publican como libros (un rentable subg¨¦nero representado a menudo en las listas de bestsellers) que revelan la n¨®mina de los "1001" libros, o pinturas, o lugares, o comidas, que hay que leer, contemplar, visitar o saborear "antes de morir".
De entre las listas de que he tenido noticia ¨²ltimamente, las que me resultan m¨¢s intrigantes son las que John Maynard Keynes (1883-1946) incluy¨® en sus llamados "diarios sexuales", depositados con sus otros papeles en el King's College de Cambridge. El c¨¦lebre economista, que desde ni?o hab¨ªa desarrollado la man¨ªa de inventariar y tabular casi todo (lo que, como se sabe, le ser¨ªa muy ¨²til m¨¢s tarde), consign¨® en dos diarios todo lo relacionado con la fren¨¦tica actividad homosexual que mantuvo desde su adolescencia hasta que contrajo matrimonio con la bailarina Lydia Lopokova. Al parecer, el primer diario es f¨¢cil de descifrar, y en su lista se mencionan a algunos de sus amantes m¨¢s fijos, como Duncan Grant o Lytton Strachey, conspicuos miembros del Bloomsbury Group, as¨ª como a otros eventuales (hasta nueve diferentes s¨®lo en 1913). Pero en el segundo, la lista de sus relaciones m¨¢s clandestinas -en la que registraba qui¨¦n, cu¨¢ndo, d¨®nde, e incluso puntuaba el encuentro- permanece oculta tras una sofisticada clave (letras, alias, abreviaturas) que todav¨ªa est¨¢ por descodificar, y que va a mantener entretenidos durante bastante tiempo a scholars y bi¨®grafos m¨¢s o menos serios que se aproximan al jerogl¨ªfico con la misma tenacidad con que el pobre William Legrand estudiaba los criptogramas de El escarabajo de oro (Poe). Y es que, ahora que todos somos keynesianos (como dijo Nixon), de todas las listas que cre¨® sir John esta es la ¨²nica que todav¨ªa se muestra nimbada con el aura del morbo.
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