Las armas y las letras de Fidel Castro
Cansado y enfermo, el Comandante en Jefe cubano renuncia de modo definitivo a las armas, con los sentimientos encontrados del que sab¨ªa que era bueno para pelear, y escoge el camino tard¨ªo de las letras
Alguien me dijo hace tiempo, a prop¨®sito de un retrato literario, que Fidel Castro le parec¨ªa una persona simp¨¢tica. Pienso, por mi lado, que el concepto de simpat¨ªa o de antipat¨ªa no es aplicable al personaje. Fidel Castro es un consumado actor, un hombre de notable talento para dominar ambientes peque?os y grandes, y es capaz, si se lo propone, hasta de inspirar simpat¨ªa. El novelista ingl¨¦s Graham Greene, que visit¨® la isla con relativa frecuencia y que fue recibido m¨¢s de una vez por el Comandante en Jefe, me dijo que le daba la impresi¨®n de un maestro de escuela. Entiendo que Greene era hijo de un maestro de escuela, de modo que hablaba con conocimiento de causa y quiz¨¢ con un prejuicio favorable. Castro pod¨ªa encarnar para ¨¦l la figura del padre autoritario, reformista, voluntarioso, preocupado de la subsistencia de su numerosa familia y que no pod¨ªa desligarse de esta obligaci¨®n. Por eso se cre¨ªa indispensable, irremplazable, necesario, y por eso no delegaba sus poderes en nadie y no confiaba, en definitiva, en nadie.
"Si necesitan ayuda en Chile, p¨ªdanmela. Seremos malos para producir, pero buenos para pelear"
A Fidel Castro el tema de los escritores le provocaba una incomodidad instintiva
El domingo, la Asamblea parlamentaria decidi¨® acerca de su sucesi¨®n. Yo supon¨ªa que esa decisi¨®n estaba tomada de antemano y que Fidel Castro hab¨ªa susurrado algo al o¨ªdo de las personas que corresponden. En efecto, no hubo sorpresa: Ra¨²l Castro fue el designado. Fidel Castro, ya lo sab¨ªamos, es el tipo de persona que s¨®lo conf¨ªa en sus familiares m¨¢s cercanos, y que castiga toda forma de traici¨®n con el m¨¢s severo de los castigos.
Ahora, fen¨®meno curioso, en su retiro, en el oto?o de su patriarcado, y de acuerdo con su propio anuncio, Fidel Castro se dedicar¨¢ a escribir. Como ya lo viene haciendo desde hace un rato, comunicar¨¢ sus reflexiones, sus orientaciones, sus cr¨ªticas, sus consejos, en columnas de prensa. El Comandante en Jefe tiene una visi¨®n contradictoria, ambivalente, apasionada, de la escritura, de toda forma de escritura, y el hecho de que termine su ciclo humano dedicado a escribir, a influir desde la sombra por medio de la palabra escrita, no deja de ser elocuente y sorprendente.
Cuando estuve de representante diplom¨¢tico en Cuba, a fines del a?o 1970 y a comienzos del 71, en los primeros meses del Gobierno de Salvador Allende en Chile, me pregunt¨® muchas veces, casi en cada ocasi¨®n en que nos encontramos, que por qu¨¦ a los chilenos se les hab¨ªa ocurrido mandar a la Isla a un escritor. Nosotros, dec¨ªa siempre, hicimos lo mismo en la primera etapa de la Revoluci¨®n, pero ya no volveremos a hacerlo. Quer¨ªa decir: ya no volveremos a repetir este error garrafal, pero no lo dec¨ªa en esta forma para no ser hiriente. Porque el Comandante ten¨ªa un buen control del lenguaje: s¨®lo era hiriente cuando se lo propon¨ªa.
En mi perspectiva de hoy, me parece que el Jefe M¨¢ximo, durante mi breve misi¨®n en la isla (que me hizo pensar muchas veces en la ?nsula Barataria, la que gobern¨® Sancho Panza, y los conocedores del Quijote saben que la comparaci¨®n no es trivial ni accidental), siempre manej¨® sus apariciones con teatralidad, en forma calculada y deliberada.
En la primera noche de mi llegada me llevaron a las dos de la ma?ana a una sala de reuniones del diario Granma con el pretexto de hacerme una entrevista. No era hora de entrevistas, como comprender¨¢ el lector. Pues bien, me encontr¨¦ frente a una mesa de proporciones nobles, rodeado de personajes que sonre¨ªan, que hac¨ªan comentarios sobre el estado del tiempo, que me preguntaban c¨®mo hab¨ªa sido mi viaje en avi¨®n, hasta que se abri¨® una puerta lateral estrecha, donde Fidel se ve¨ªa fuera de escala, y descubr¨ª que a mi lado hab¨ªa una silla vac¨ªa que lo hab¨ªa estado esperando. En esa primera conversaci¨®n no me habl¨® de escritores, y menos de literatura. Sac¨® a relucir, en cambio, con gran fuerza, el tema de la guerra, el de la revoluci¨®n armada. Hac¨ªa un rato hab¨ªa anunciado por televisi¨®n el fracaso de la zafra gigante de 10 millones de toneladas de az¨²car, un proyecto que hab¨ªa movilizado a toda la isla durante el a?o 1970 completo. Pues bien, lo que me dijo en ese encuentro nocturno, a prop¨®sito de la naciente y balbuceante revoluci¨®n chilena, estaba claramente relacionado. Si ustedes en Chile necesitan ayuda, dijo, p¨ªdanmela. Porque seremos malos para producir, pero para pelear s¨ª que somos buenos. El fracaso que acababa de anunciar en cadena nacional revelaba, en efecto, que las tareas productivas no eran su lado m¨¢s fuerte; en cambio, la capacidad militar del fidelismo ya se hab¨ªa demostrado en Cuba y se seguir¨ªa demostrando en otros lugares del mundo.
A veces uno interpreta en exceso, con el mayor rebuscamiento, las palabras de los grandes l¨ªderes pol¨ªticos, y ocurre que tomarlas al pie de la letra no es una mala forma de interpretaci¨®n. Aquel "seremos malos para producir", que dentro del contexto de esa jornada de diciembre de 1970 adquir¨ªa un tono entre autocr¨ªtico e ir¨®nico, no se me ha olvidado hasta este minuto. Pero entonces, como si se hubiera propasado en las palabras, Fidel cambi¨® de tema de un modo brusco y pregunt¨® que por qu¨¦ no hab¨ªa vino chileno en la mesa. Se bebi¨® un poco y se discuti¨® sobre el vino que exportaba desde Chile el senador Baltazar Castro, hasta que Fidel me dijo de repente: "Pero t¨² eres encargado de negocios, pero de negocios no sabes nada, porque eres escritor...". Sal¨ªa, pues, como de contrabando, al pasar, el tema de la escritura, y le respond¨ª que Baltazar Castro, que andaba en esos d¨ªas de paseo por la isla, tambi¨¦n era escritor (de hecho, hab¨ªa escrito y publicado varias novelas). Fidel Castro hizo un gesto como de sorpresa, como si se saliera de su libreto, y exclam¨®: "?Estos escritores chilenos son unos diablos!".
Me dio la impresi¨®n, en ese primer encuentro en Granma, y me la sigui¨® dando en los que siguieron, que su relaci¨®n con la escritura, con los escritores, con los mundos literarios, era m¨¢s compleja de lo que se pod¨ªa pensar a primera vista. Ya en esos d¨ªas, hab¨ªa diversos casos de escritores cubanos disidentes, aunque fuera de Cuba se sab¨ªa muy poco del asunto, y al final de mi estada de tres meses y medio estall¨® el bullicioso y escandaloso caso Padilla. Mi observaci¨®n personal me indicaba que a Fidel Castro el tema de los escritores le provocaba una especie de incomodidad instintiva.
La carta de los escritores, intelectuales y artistas cubanos contra Pablo Neruda, difundida con bombos y platillos a partir de mediados de 1966, hab¨ªa sido escrita por inspiraci¨®n suya. Nadie que conozca el ambiente pol¨ªtico de la isla podr¨ªa pensar que fue espont¨¢nea, no consultada a los niveles m¨¢ximos. El propio Neruda, desde luego, no se hac¨ªa la menor ilusi¨®n a este respecto. A m¨ª me toc¨® ser testigo de un detalle revelador. En la c¨¢mara del comandante del barco, en el Buque Escuela Esmeralda, hab¨ªa un calendario de lujo editado por cuenta de la Compa?¨ªa de Aceros del Pac¨ªfico. Cada mes iba precedido de un texto de alguno de los mejores poetas de Chile. Fidel, hu¨¦sped en ese momento en el puerto de La Habana del comandante chileno Ernesto Jobet, se puso a hojear el calendario de gran formato. Ley¨® unos versos de Gabriela Mistral descriptivos de un erizo de nuestros mares y le parecieron un perfecto disparate. Despu¨¦s ley¨® fragmentos de un antipoema de Nicanor Parra e hizo ostentosos gestos de desagrado. Dobl¨® la p¨¢gina y le toc¨® un poema de Pablo Neruda. Guard¨® un estricto silencio, un silencio pol¨ªticamente prudente, y pas¨® a otro tema.
Ahora, cansado, enfermo, renuncia de un modo definitivo a las armas, con los sentimientos encontrados del que sab¨ªa que era bueno para pelear, y escoge con resignaci¨®n y hasta con una pizca de humor el camino tard¨ªo de las letras. Nosotros esperaremos sus columnas escritas. Y nos imaginaremos lo que habr¨ªa podido decir, frente a una elecci¨®n de esta naturaleza, el Caballero de la Triste Figura.
Jorge Edwards, escritor chileno, fue embajador en Cuba.
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