Dios con nosotros
Si tienes a Dios bien amarrado, puedes permitirte el lujo de ser un poco mal¨¦volo
Aunque Dios no es un tipo que se caracterice por su locuacidad es incre¨ªble la cantidad de cosas que le hacen decir. Viene el se?or arzobispo de Valencia, Agust¨ªn Garc¨ªa-Gasco, y afirma que en Espa?a no hay democracia (por culpa de Zapatero, claro). A rengl¨®n seguido aparece en escena Antonio Ca?izares, el requenense arzobispo de Toledo, y nos recuerda -tambi¨¦n con una mueca m¨ªstica- que la "unidad de Espa?a" es un inequ¨ªvoco mandamiento moral (al mismo nivel, supongo, que no matar o no robar). Garc¨ªa-Gasco es adusto y largo; Ca?izares es peque?o y rechoncho. Ambos comparten, sin embargo, lo esencial, y no me refiero precisamente a su valencianismo (seamos serios). A ambos les habla Dios al o¨ªdo. A ambos los usa Dios como transmisores de la verdad.
Es fant¨¢stico contar en tu equipo con un personaje al que nadie ha visto y que s¨®lo se manifiesta en curaciones milagrosas y en la severa voluntad de algunos m¨¢rtires, que asesinan con su nombre en la boca (ellos lo llaman Al¨¢). Contar con Dios es tener ganado el partido antes de disputarlo, puesto que si alguien duda de tus planteamientos, siempre te quedar¨¢ el recurso inefable: "Me lo ha dicho Dios". Y si no te lo crees, demu¨¦stralo.
En noches febriles suelo leer la Biblia. Sus historias emotivas y terribles me retrotraen a un punto primigenio de mi propia especie, en una atm¨®sfera que no es diferente a la que se crea cuando un padre lee a su hijo un cuento infantil. Hay una piedad y un horror que son espec¨ªficos del gran texto sagrado. Ciertas almas puras han convertido sus mensajes en el sustento que les ha permitido pasar por la vida como seres dichosos. Otros lectores, en cambio, extraen de esas p¨¢ginas temblorosas un cieno que les nubla la vista, y solo son capaces de diseminar el odio a su paso. No creo que la palabra de Dios tenga la culpa de germinar de manera tan distinta en cada uno de los que abreva. Puede que Dios sea inocente y en cambio nosotros, que somos responsables de su existencia, no podemos ser nada m¨¢s que culpables.
Garc¨ªa-Gasco y Ca?izares, como otros gerifaltes conspicuos de la Iglesia espa?ola, visten a Dios de General¨ªsimo en campa?a porque no pueden evitarlo. Como son hombres cultos, maduros, responsables y austeros, conocen perfectamente qu¨¦ quiere decir usar el nombre de Dios en vano. Sin embargo, est¨¢n convencidos de que ese peligro no va con ellos. La posesi¨®n de la verdad los exonera de cualquier injusticia al respecto. Si Dios est¨¢ contigo, todo te est¨¢ permitido. Si tienes a Dios bien amarrado, puedes permitirte el lujo de ser un poco mal¨¦volo (la carne es d¨¦bil).
?ltimamente se ha puesto de moda la figura de Jesucristo. Para ser un novelista de ¨¦xito mundial basta con remontarse a los a?os en que el hijo de Dios cortejaba a Mar¨ªa Magdalena, explicar detalladamente su descendencia y arroparlo todo con unas notas templarias, o c¨¢taras, o gn¨®sticas. Como reacci¨®n a tanta banalidad, la Iglesia se ha encerrado en un b¨²nker y amenaza con no salir de ¨¦l hasta que alg¨²n cataclismo termonuclear borre de la faz de la tierra toda incredulidad.
Puede que Garc¨ªa-Gasco o Ca?izares consideren seriamente que solo se puede ser cristiano fustigando las cat¨¢strofes liberales (la iron¨ªa, la libertad, el sexo, el sarcasmo, el descreimiento). Es el momento, supongo, de a?orar otros modelos. En Borriana a¨²n celebramos, por ejemplo, actos por el centenario del nacimiento del cardenal Taranc¨®n. No s¨¦ qu¨¦ clase de conversaciones manten¨ªa con Dios el cardenal de la Transici¨®n, pero cuando acababa de orar se liaba un cigarrillo y con cuatro chupadas establec¨ªa un equilibrio entre la virtud y la necesidad, que luego sustanciaba en se?ales de humo. ?Era menos cristiano Taranc¨®n que Ca?izares?
Los cl¨¦rigos valencianos con mando en plaza no son precisamente progresistas. Se comportan como r¨ªgidos ayatol¨¢s, m¨¢s preocupados por los m¨¢rtires de la Guerra Civil (sus m¨¢rtires) que por el bienestar com¨²n. Pero nunca se olvidan de recordarnos que su comportamiento est¨¢ basado estrictamente en Dios. Dios les habla. Dios les avala.
Quiz¨¢ Dios s¨®lo sea un peque?o enigma -como una hermosa estrella m¨¢s- en el coraz¨®n de las personas y, en su honor, deber¨ªamos derruir los templos convertidos en cuarteles donde se espera a los b¨¢rbaros. Ese d¨ªa algunos tristes prestes se descubrir¨ªan peque?os y sordos y correr¨ªan a esconderse en la zona oscura de su propia verg¨¹enza. Otros, en cambio, esperar¨ªan a un atardecer sin tumultos para encender su pipa y entablar entonces conversaci¨®n con almas amigas sin sentir la necesidad de restregarles por los labios un anillo de oro.
Todos hablan en su nombre, pero Dios, en realidad, no dice nunca nada. Solo el que imite su silencio se ganar¨¢ el cielo. Los dem¨¢s simplemente est¨¢n trabaj¨¢ndose una peque?a parcela en el infierno de la discordia civil. Por culpa de Zapatero, claro.
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