El elegido
En la novela cuyo t¨ªtulo encabeza este art¨ªculo, Thomas Mann narr¨® la historia m¨¢s rara que pueda concebirse. Un pecador arrepentido se retira a una roca para hacer penitencia, acaba fundido con los l¨ªquenes y musgos que cubren el pedrusco, tiene una visi¨®n celestial, vuelve al mundo, le hacen Papa y acaba confesando a su madre o a su hermana, ya no recuerdo, del incesto que ¨¦l mismo propici¨® en el pasado. Aquello s¨ª que eran elecciones.
Una vez superada la excitaci¨®n del virgo, parece que nuestro juego democr¨¢tico va camino de convertirse en una convenci¨®n cada vez menos hist¨¦rica y acabar¨¢ como esas conmemoraciones que celebran muertes y nacimientos cuando ya nadie recuerda al difunto o neonato. Llegar¨¢ un d¨ªa en que creeremos estar votando, pero en realidad estaremos celebrando la votaci¨®n anterior, como los italianos que llevan medio siglo girando la noria sin que las mulas cambien, ni el pa¨ªs se mueva un palmo.
Tambi¨¦n aqu¨ª la naturaleza de los partidos hace de ellos un c¨¢rtel de sindicatos cuya finalidad es mantener los puestos de trabajo. La obsesiva ocupaci¨®n del pol¨ªtico es defender el sueldo propio y el de los colegas, a poder ser desplazando al sindicato de la oposici¨®n. Para que el personal del sindicato pueda comprarse un coche nuevo hay que ocupar el mayor n¨²mero de parlamentos regionales, ministerios, alcald¨ªas, diputaciones, sillones del senado, secretar¨ªas, direcciones, entes p¨²blicos, comisiones, Gobiernos aut¨®nomos, en fin, la gigantesca mara?a de la Administraci¨®n. Bien es verdad que para ello deben montar un espect¨¢culo en el que simulen estar haci¨¦ndolo todo ("sacrificarse", le dicen) por el bien de la ciudadan¨ªa que paga esa colosal maquinaria in¨²til en un ochenta por ciento; todos sabemos, sin embargo, que la farsa s¨®lo dura unos meses y no compromete a nadie. Estar¨ªamos aviados si encima de asistir al entretenimiento alguien exigiese que la vida cotidiana se pareciera ni que fuera levemente a lo prometido por los pol¨ªticos en escena.
Lo bueno de los parlamentarios es que jam¨¢s cumplen lo que prometen. V¨¦ase, si no, lo que sucede all¨ª en donde los pol¨ªticos aplican de verdad una ideolog¨ªa, como en la Venezuela de Ch¨¢vez del todo arrasada y corrompida gracias a la honradez de un hombre ideol¨®gicamente pr¨ªstino. La aplicaci¨®n de las ideas pol¨ªticas conduce irremisiblemente a la calamidad incluso en los pa¨ªses civilizados. Es lo que sucedi¨® tras la elecci¨®n democr¨¢ticamente impecable de Adolf Hitler. S¨®lo pigmeos mentales como Stalin, Mao, Castro, Mil¨®sevic, Per¨®n, Otegi o Mussolini se empe?an en aplicar seriamente los programas pol¨ªticos que predican. En las democracias actuales, por fortuna, los pol¨ªticos no se toman en serio ni a s¨ª mismos. Por eso soy dem¨®crata y desear¨ªa que el mundo entero lo fuera.
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