La novela, en el siglo XXI, goza de buena salud
La literatura supera lo trivial al aportar conocimiento, emoci¨®n, placer y una nueva mirada al mundo. Los nuevos medios conviven con ella.
El art¨ªculo de Vicente Verd¨² Reglas para la supervivencia de la novela acerca de la virtualidad que, en este comienzo de siglo marcado por los nuevos horizontes que ofrecen las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n, tiene la novela como g¨¦nero literario sustentado en la ficci¨®n, en la "historia", suscita algunas reflexiones de largo alcance.
?Estamos ante la decadencia de la novela y, m¨¢s all¨¢, del arte narrativo? ?Ofrece la vida tantas posibilidades de experiencia al ciudadano medio que convierte en in¨²til la lectura de ficci¨®n? Las nuevas tecnolog¨ªas aplicadas a la comunicaci¨®n escrita -internet, el correo electr¨®nico, la telefon¨ªa m¨®vil- ?reducen el campo de la novela tal y como la hemos entendido hist¨®ricamente? ?Pierde todo sentido contar una "historia" mediante la novela cuando hay otros medios con capacidad para hacerlo con eficacia como el cine o la televisi¨®n? La "historia", el argumento, ?han de ser transferidos al gui¨®n cinematogr¨¢fico, o televisivo, abandonando el campo de la novela? A estas y otras preguntas, acaso no muy diferentes a las que se formularon no pocos escritores en los a?os veinte y treinta con la irrupci¨®n del cine y con la aparici¨®n de las vanguardias literarias, o a finales de los cincuenta con la crisis de la "historia" en la novela, el auge del experimentalismo que represent¨® el nouveau roman y la generalizaci¨®n del medio televisivo, intenta dar respuesta Verd¨² con una conclusi¨®n, a mi juicio, cuanto menos discutible.
Nabokov: "La literatura no naci¨® el d¨ªa en que un chico lleg¨® corriendo del valle neandertal gritando 'el lobo, el lobo', con un enorme lobo gris pis¨¢ndole los talones; naci¨® el d¨ªa en que el chico lleg¨® gritando 'el lobo, el lobo', sin que le persiguiera ning¨²n lobo"
Podemos convenir que los ¨²ltimos premios literarios (Verd¨² cita s¨®lo el Herralde) han premiado a novelas de la periferia del sistema (Latinoam¨¦rica y otras zonas del mundo), donde todav¨ªa pervive la novela convencional. Tambi¨¦n que en el resto de los premios se han galardonado obras de autores espa?oles que responden al "molde tradicional". Seg¨²n Verd¨², estas ¨²ltimas ser¨ªan productos que ya no se cultivan con la debida dignidad por haber caducado mucho antes de iniciarse el siglo XXI. A partir de esa l¨®gica, incurrir¨ªa en torpeza o en falta de sentido hist¨®rico quien opta por seguir escribiendo novela como si "no existiera publicidad, correo electr¨®nico, chats, cine, YouTube, MySpace o blogosfera". Se tratar¨ªa, por tanto, de excluir historia y argumento del arte narrativo, de la literatura, y situarlos s¨®lo en el ¨¢mbito del cine, del telefilme, de otros productos audiovisuales que buscan el entretenimiento a trav¨¦s del gui¨®n.
No parece, sin embargo, que ese diagn¨®stico sea acertado. Premios literarios a novelas escritas con poca dignidad se han dado a lo largo de toda la historia de los premios de novela (no hay m¨¢s que repasar la n¨®mina de obras galardonadas en algunos de los m¨¢s sonados para darse cuenta de ello) y carece de rigor identificar "novela con historia" con mero cauce para el entretenimiento. Entre otras razones porque, siempre, todo arte literario, incluso el m¨¢s alejado del argumento como la poes¨ªa, ha tenido una vertiente nada desde?able en el entretenimiento, en la b¨²squeda del placer del lector, en la posibilidad de invitarlo a vivir otros mundos y a gozar de la experiencia lectora.
Cierto que las mesas de novedades de las librer¨ªas viven, desde hace algunos a?os, una invasi¨®n de t¨ªtulos basados en intrigas vaticanas, en argumentos situados en tiempos remotos, de productos de encargo cuya ¨²nica finalidad es entretener mediante trucos y apelaciones a misterios supuestamente no revelados. Pero tan cierto como eso es que la pujanza de otra narrativa, transmisora de conocimiento sobre la condici¨®n humana, impulsora de reflexi¨®n sobre la Historia y sobre los azares del presente, profundamente vinculada a la tradici¨®n literaria, tambi¨¦n con historia y con argumento, cosecha altos niveles de aceptaci¨®n entre los lectores de todas las clases y sensibilidades, desde el p¨²blico joven y universitario, frecuentador del chat y de internet, hasta los p¨²blicos m¨¢s exigentes y cultivados pasando por lo que entendemos convencionalmente como lector medio -seguramente, muy pocos de los "lectores melanc¨®licos que transpiran alcanfor" a los que alude Verd¨²-. Paul Auster o Richard Ford, Julian Barnes o William Boyd, S¨¢ndor M¨¢rai o Imre Kert¨¦sz, Irene N¨¦mirovski o Niall Williams, Jonathan Littell -su voluminosa novela Las ben¨¦volas es, formalmente, tan convencional como cualquiera de las de los autores hasta aqu¨ª citados- son, entre otros muchos autores que cultivan una narrativa que descansa en una historia, narradores con un p¨²blico vasto que no buscan en sus obras entretenimiento (aunque su lectura lo conlleve), sino lo que siempre ha ofrecido la literatura: una forma de entender la relaci¨®n del ser humano con el mundo, con los otros, con la propia existencia, con las incertidumbres que le acechan en su vida cotidiana.
Discrepo, por ello, con Verd¨² respecto a que la ficci¨®n literaria, en este comienzo del siglo XXI, debe considerarse superada. A lo largo del siglo XX no han sido pocos los peligros que han planeado sobre la virtualidad de la novela como recipiente de historias: el cine, la radio con sus seriales (seguidos en algunas etapas del siglo por colectivos ampl¨ªsimos de oyentes), la televisi¨®n como impulsora de historias propias y como soporte del cine y del teatro, el c¨®mic, el tebeo... Es decir, las bases t¨¦cnicas que pod¨ªan poner en crisis la capacidad de la novela como aparato de lenguaje con capacidad para albergar una historia ya estaban, hace casi medio siglo, dadas. Sin embargo, la novela (o, por ser m¨¢s estrictos, la narrativa entendida en sentido amplio) sigui¨® gozando de una enorme vitalidad: tanto en nuestro pa¨ªs como en aquellos pa¨ªses, m¨¢s modernos y avanzados, con democracias consolidadas desde hac¨ªa muchos a?os, en los que se desarroll¨® como un g¨¦nero prestigiado por los nuevos colectivos de lectores engendrados por la burgues¨ªa primero y por la universalizaci¨®n de la educaci¨®n despu¨¦s. Eso ha ocurrido porque nunca la novela (ni siquiera la buena novela negra), desde su aparici¨®n como g¨¦nero literario, ha sido solamente historia, relato de acontecimientos. Ha sido "historia" m¨¢s lenguaje, literatura a fin de cuentas. Es decir: un artefacto distinto a cualquier otro, un h¨ªbrido en el que siempre (no s¨®lo en el siglo XX) han confluido elementos de otros g¨¦neros: ensayo, poes¨ªa, periodismo, teatro, documento, filosof¨ªa, meditaci¨®n.
En toda ¨¦poca -no s¨®lo en la actual- ha habido malas novelas, textos reducidos a la redacci¨®n de una peripecia con crimen e intriga incorporados, del mismo modo que ha habido malas pel¨ªculas o c¨®mics nefastos, poes¨ªa ripiosa y periodismo amarillo. Chandler, Hammett, Simenon construyeron casi todas sus novelas a partir de uno o varios cr¨ªmenes y desarrollaron sus respectivas tramas con la tensi¨®n inherente al proceso de descubrimiento del asesino. Todos ellos escribieron alguna que otra obra maestra que, le¨ªda hoy, mantiene todo el vigor originario, toda la frescura del momento en que fue escrita. Porque, gracias a la combinaci¨®n de estructura, argumento y lenguaje sus autores lograron construir un artefacto literario, una materia aut¨®noma y viva s¨®lo sustentada en el lenguaje y su poder irreemplazable.
M¨¢s de medio siglo despu¨¦s de su publicaci¨®n, El guardi¨¢n entre el centeno mantiene viva su capacidad de concitar la reflexi¨®n y el gozo literario en las nuevas generaciones de lectores. De un modo parecido podr¨ªamos referirnos a Santuario, de Faulkner; a Cr¨®nica de una muerte anunciada, de Garc¨ªa M¨¢rquez, y a un n¨²mero incalculable de espl¨¦ndidas obras narrativas escritas despu¨¦s del Quijote. De muchas de ellas ha habido versiones cinematogr¨¢ficas, series televisivas y radionovelas, versiones infantiles o para j¨®venes, traslaciones a soportes como el c¨®mic, el telefilme o los dibujos animados. Sin embargo, ninguna de esas versiones ha podido sustituir a las piezas narrativas originales. Esa realidad pone en precario la afirmaci¨®n de Verd¨² en el sentido de que las "historias" las cuenta mucho mejor el v¨ªdeo, el telefilme, el cine. Novela y cine, incluso cuando aqu¨¦lla cuenta una historia, son territorios radicalmente distintos. Nunca una novela podr¨¢ ser sustituida por una pel¨ªcula salvo que quien lo decida quiera, al tiempo, amputar una parte importante de las posibilidades de gozo art¨ªstico, de meditaci¨®n, de ejercicio de la memoria, de reflexi¨®n cr¨ªtica que ofrece la historia contada mediante el lenguaje. Cada palabra es un universo de significados, un recipiente de experiencia individual y colectiva, de evocaciones, de sutilezas emocionales y psicol¨®gicas. ?Puede una imagen sustituir la capacidad metaf¨®rica de las palabras, las m¨²ltiples lecturas que ¨¦stas ofrecen, las posibilidades de recreaci¨®n ¨ªntima que en el lector generan?
Parece plausible pensar en un futuro en que la novela literaria (de calidad, para entendernos) conviva con internet y con los nuevos medios, tambi¨¦n con el cine y la televisi¨®n. De hecho, lo est¨¢ haciendo ya. Dir¨ªa m¨¢s: convivir¨¢n novelas en las que tenga un peso esencial la historia con aquellas otras que ensayen nuevos lenguajes, que carezcan de argumento y de estructura, que se nutran de t¨¦cnicas importadas de otros g¨¦neros y de otras ¨¢reas de la comunicaci¨®n. ?Acaso no ocurr¨ªa algo parecido cuando conviv¨ªan Rayuela y Cien a?os de soledad, o La celos¨ªa, de Robbe-Grillet, y La peste, de Camus? ?C¨®mo explicar, entonces, la simultaneidad, con parecidos niveles de calidad literaria, de Carver, el cuentista directo y esc¨¦ptico, cr¨ªtico de la era Reagan, y Pynchon, el narrador de la quiebra de la estructura narrativa que ya en los a?os sesenta calific¨® una de sus novelas, La subasta del lote 49, de "tecnoficci¨®n"? ?Qu¨¦ fueron El hombre sin atributos, de Musil, o Ulises, de Joyce, sino intentos de trasladar a la narrativa componentes propios de otras artes y disciplinas convirtiendo la novela en un espacio mestizo que conviv¨ªa con obras directas, casi historias en esqueleto, como las de Hemingway?
Todas esas experiencias son arte, literatura. Como lo son hoy todas aquellas novelas que, tengan o no historia, se sustenten en una opci¨®n narrativa tradicional o lo hagan en un molde vanguardista, experimental, basado en la b¨²squeda de la belleza est¨¦tica, descansan sobre un uso del lenguaje revelador, capaz de aportarnos conocimiento, incertidumbre, emoci¨®n, placer, empat¨ªa con otras vidas y otros mundos. El propio Verd¨², seguramente sin pretenderlo, define lo que creo debe de ser la novela contempor¨¢nea intentando descalificar lo que llama novela tradicional. Afirma: "Cualquier obra literaria actual debe insistir m¨¢s que nunca en la categor¨ªa de su escritura. Es decir, en su habilidad para hacerse indispensable como medio de conocimiento y comunicaci¨®n peculiar". En efecto: as¨ª debe ser. As¨ª ha sido hist¨®ricamente. Y as¨ª ser¨¢. Pero incluso en la era de internet, de la blogosfera y de la interactividad, la escritura, la narrativa como g¨¦nero literario, se sustentar¨¢ en una "historia". El autor, al escribirla, incorporar¨¢ todos los ingredientes que considere oportunos, sean novedosos o tradicionales. Y lo que dar¨¢ una dimensi¨®n superadora de lo trivial a la obra no ser¨¢ la presencia o la ausencia del elemento "historia" (tampoco la persona desde la que hable el narrador) sino la originalidad, el acierto, la capacidad de dotar al lenguaje de nuevos significados, de transmitir conocimiento sobre la vida interior y exterior del lector, de aportar una nueva mirada sobre el mundo. Creo que todos los libros citados en el presente art¨ªculo cuentan con tales atributos. Y, curiosamente, en casi todos ellos se cuenta una historia. De un modo peculiar, irrepetible, y con unos efectos que el soporte audiovisual nunca nos ofrecer¨¢. Es decir: la novela sigue vigente se base o no en una "historia". Entre otras razones, porque es un artificio construido con lenguaje que vive y cobra sentido en el territorio del lenguaje escrito y en ning¨²n otro.
Nabokov, a mediados de la d¨¦cada de los cincuenta del pasado siglo, escribi¨®: "La literatura no naci¨® el d¨ªa en que un chico lleg¨® corriendo del valle neandertal gritando 'el lobo, el lobo', con un enorme lobo gris pis¨¢ndole los talones; la literatura naci¨® el d¨ªa en que el chico lleg¨® gritando 'el lobo, el lobo', sin que le persiguiera ning¨²n lobo". En esa frase se resume la magia, el poder seductor de la ficci¨®n literaria. Una frase que, hoy, casi al final de la primera d¨¦cada del siglo XXI, permanece vigente.
Manuel Rico (Madrid, 1952) es novelista y poeta. Sus ¨²ltimos libros son Trenes en la niebla (Espasa) y Mon¨®logo del entreacto (Hiperi¨®n).
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