La carrera de la fe y la pelea
Higuero sobrepasa a Casado en los ¨²ltimos metros para ganar la medalla de bronce de los 1.500 metros
Fue curioso c¨®mo los acontecimientos se conjuraron para que a Arturo Casado, el serio, el regular, el seguro, le invadiera el desasosiego en dos d¨ªas tremendos en Valencia y c¨®mo a Juan Carlos Higuero, su compa?ero de habitaci¨®n, de fisio y de prueba, que pasa por ser un t¨ªovivo emocional, le sobreviniera una raz¨®n de paz espiritual habiendo hecho pr¨¢cticamente lo mismo. Dos carreras de 1.500 metros: una, para entrar en la final; otra, para acabar cuarto y tercero, respectivamente. La culpa fue de una p¨¢jara del madrile?o en una semifinal corrida por encima de sus posibilidades y que termin¨® convertido en una ruina f¨ªsica y mental y de un vaiv¨¦n de descalificaci¨®n-recalificaci¨®n del et¨ªope Deresse Mekonnen.
El sentido del c¨¢lculo no entra en los genes de Higuero. Lo suyo es remontar
"No aguanto m¨¢s la inquietud. Que me lo digan, que me lo digan. Quiero que me confirmen que soy medallista", repet¨ªa Casado durante las dos horas y media que vivi¨® en una nube entre que termin¨® el cuarto la final y le confirmaron que, en efecto, hab¨ªa terminado el cuarto. Entre medias, la noticia de la descalificaci¨®n del et¨ªope, que hab¨ªa terminado el primero, por pisar fuera de la cuerda, lo que convirti¨® a Casado temporalmente en medallista de bronce y a Higuero, que le hab¨ªa superado en los ¨²ltimos metros, en medallista de plata.
Sin embargo, a las 22.30, el jurado de apelaci¨®n inform¨® de que hab¨ªa admitido la reclamaci¨®n del equipo et¨ªope y se regresaba al punto de partida. Lo que apenas cambia el an¨¢lisis de una carrera que permiti¨® al chico de Aranda de Duero, a Higuero, a?adir su nombre a la lista, larga, de la aristocracia espa?ola en el 1.500: Gonz¨¢lez, Abascal, Ca?ellas, Cacho, D¨ªaz, Est¨¦vez; y al chaval de Santa Eugenia, recuperar la fe en sus cualidades de gran pele¨®n.
A sus amigos, a los que se conf¨ªa de vez en cuando, Casado les suele decir que el que quiera ganarle en pista cubierta le tiene que adelantar. No es una perogrullada, y menos bajo techo, como descubri¨® espantado Ramzi. A Higuero, su entrenador, Antonio Serrano, le tiene ense?ado que para ganar en pista cubierta las dos ¨²ltimas vueltas hay que estar en cabeza o el segundo, que se puede adelantar a uno, pero no a dos ni tres. Pero, claro, ese sentido del c¨¢lculo no figura en los genes del burgal¨¦s y no parece que entre muy pronto en su comportamiento. Lo suyo es remontar. Y vaya si remonta. Ni siquiera el volumen de su amigo Casado pegado a la cuerda se lo puede impedir. Quedaron el tercero y el cuarto por razones atl¨¦ticas como ¨¦stas, porque son hombres de campeonato, acostumbrados a los codazos y a los cambios bruscos de ritmo, a imponer su ley, a crear su espacio vital, y no de m¨ªtin, de carreras imposibles y limpias con liebres marcando un ritmo regular e in crescendo. A los dos les sorprendi¨® que sus semifinales se corrieran a ritmo y a estilo de m¨ªtin; a los dos les mantuvo vivos la esperanza de que las cosas cambiaran al d¨ªa siguiente, de que ninguno de los favoritos se decidiera a tirar, a hacer de liebre, para que los dem¨¢s le desvalijaran en la ¨²ltima vuelta. "Har¨¦ una carrera reservona", anunci¨® Casado, a la fuerza ahorcan.
Y su esperanza se hizo materia. Nadie se responsabiliz¨® de marcar un ritmo r¨¢pido. Baba, el marroqu¨ª; Gebremedhin y Komen se turnaron en cabeza, a tirones, a empellones, al gusto de Casado, quien contemplaba la lucha desde la cola y quien a falta de 600 metros se aventur¨® hacia la cabeza, cuando Komen y Mekonnen, quien no sab¨ªa que pod¨ªa estar corriendo en vano, cambiaron definitivamente el ritmo. Se fue tras ellos y no desfalleci¨®. Quien me quiera ganar me tiene que pasar. Lo intent¨® Ramzi, de terrible final. Lo intent¨® al final de la pen¨²ltima recta. Y Casado, imponente, gast¨® su ¨²ltimo cambio: sab¨ªa que, si llegaba a la curva delante, ni en sue?os le adelantar¨ªa el marroqu¨ª nacionalizado en Bahrein, el doble campe¨®n mundial (800 y 1.500 metros) de Helsinki. A Ramzi, el intento a destiempo, le cost¨® la vida; a Casado, la medalla, pues Higuero, el inesperado, empez¨® a recoger cad¨¢veres a sus espaldas. Primero, el de Ramzi; luego, en los cuadros, el del propio Casado, que ya boqueaba agonizante. Mekonnen y Komen ya le quedaban muy lejos.
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