Los ¨²ltimos 'hammams' de El Cairo
A el Cairo no se va uno a ba?ar, sino a ver pir¨¢mides y tratar de distinguir, en el polvoriento aunque maravilloso Museo Egipcio, el atrezo f¨²nebre de Tutankam¨®n, los retratos hiperrealistas de El Fayum o las distintas narices de Nefertiti. A ba?arse y a sufrir los masajes m¨¢s ¨¢speros del mundo se va a Estambul, por ejemplo, o a Budapest, donde los denigrados turcos dejaron, entre otras huellas, el gusto y la f¨¢brica de unas espl¨¦ndidas casas de ba?os. Pero Egipto, como cualquier otro pa¨ªs musulm¨¢n, practica sagradamente el rito acu¨¢tico, y Egipto, m¨¢s que cualquier otro pa¨ªs de su entorno, vive adem¨¢s del agua, pues no habr¨ªa cultura, agricultura, econom¨ªa, ni siquiera vida sin el riego del Nilo, que cruza su territorio de norte a sur. Por eso la noticia de que los hammams de El Cairo est¨¢n desapareciendo, y hasta son hostigados con una mezcla de celo integrista y suciedad mental, produce, m¨¢s all¨¢ de la tristeza, la sensaci¨®n de algo incongruente y hasta sacr¨ªlego.
Siempre han estado all¨ª, y se dice que Egipto tuvo los primeros ba?os p¨²blicos, los m¨¢s numerosos del Oriente, los m¨¢s bellos, y tan apreciados por sus pobladores que existe la leyenda de que, en algunas ¨¦pocas de penuria, los libros de la Biblioteca de Alejandr¨ªa fueron quemados para calentar el agua de los ba?os de esa ciudad costera. Hay testimonios antiguos y muy admirativos de los hammams de El Cairo: el viajero ¨¢rabe por excelencia, Ibn Batutta, menciona satisfecho unas abluciones vistas en uno de ellos en el a?o 1326, y los dibuj¨® primorosamente el equipo de artistas que, bajo la direcci¨®n del gran escritor y erudito Vivant Denon, realiz¨® para Napole¨®n Bonaparte la monumental Description de l?Egypte; pero yo llevaba en la cabeza, antes de visitar por vez primera la ciudad, la gu¨ªa de un autor que fue mucho tiempo mi poeta de cabecera, G¨¦rard de Nerval. Como tantos rom¨¢nticos europeos, Nerval viaj¨® hacia el sur, y los cientos de p¨¢ginas inspiradas por sus andanzas egipcias, sirias y turcas constituyen uno de los textos m¨¢s perdurables del orientalismo decimon¨®nico, en su peculiar mezcla de cr¨®nica, relato y diario ¨ªntimo.
Aunque cueste creerle hoy cuando uno entra en el hammam cairota de Bichri, o ve el conjunto de fotos hermosas y lacerantes de este reportaje, Nerval, que los frecuent¨® en 1843, cuenta que la mayor parte eran "verdaderos monumentos que servir¨ªan muy bien de mezquitas o de templos", describiendo sus columnas de m¨¢rmol, sus gabinetes abovedados, sus fuentes de traza elegante. "All¨ª pod¨¦is aislaros o mezclaros con la muchedumbre, que no tiene nada del aspecto malsano de nuestras congregaciones de ba?istas, y se compone generalmente de hombres sanos y de hermosa raza, cubiertos, a la antigua, de una larga tela de lino. Las formas se dibujan vagamente a trav¨¦s de la lechosa bruma atravesada por los rayos blanquecinos de la b¨®veda, y uno puede creerse en un para¨ªso poblado de sombras dichosas".
Nerval experiment¨® tambi¨¦n el purgatorio de las piscinas de agua hirviente, donde "el ba?ista sufre diversas clases de cocci¨®n", y el castigo de los rudos masajes practicados en la zona por "esos terribles estafermos con las manos armadas de guantes de crin, que os desprenden de la piel largos rollos moleculares cuyo espesor os asusta, haci¨¦ndoos temer que acabar¨¦is siendo usados gradualmente como una vajilla demasiado lavada". Despu¨¦s viene el alivio de los hervores y las palizas, en tiempos de Nerval m¨¢s mullido de lo que hoy lo es; el escritor franc¨¦s describe, en el cap¨ªtulo sobre 'Las mujeres de El Cairo' de su Voyage en Orient, la toma del caf¨¦ y los sorbetes, el humo enajenante de su pipa de narguil¨¦, recostado en unas otomanas desde las que la clientela dominaba la sucesi¨®n de salas limpias y relucientes.
Fui a El Cairo con esas fantas¨ªas producidas por la palabra de Nerval y no encontr¨¦ lujo asi¨¢tico ni sabias manos f¨¦rreas que despu¨¦s de darte una tunda te dejan como nuevo. El hammam de Bab el Bahr, situado en el barrio comercial de Mouski, es uno de los menos dilapidados de la capital, pero sus salas no tienen gracia ni atm¨®sfera, al contrario que las de los m¨¢s antiguos ba?os cairotas de Beshtak (siglo XIV) y Sinaniye (siglo XVI); ninguno llega, en todo caso, a la altura de los mejores ba?os turcos de Estambul, aquellos -como el situado frente al Gran Bazar- que construy¨® en la primera mitad del siglo XVI Sin¨¢n, uno de los grandes arquitectos civiles y religiosos de lo que podr¨ªamos llamar el Renacimiento paneuropeo. Frente a la dram¨¢tica disposici¨®n de espacios, luces y sombras que caracterizan las obras maestras de Sin¨¢n, las construcciones de los ba?os de El Cairo, al menos tal y como hoy se encuentran, ofrecen estancias abigarradas, pero m¨¢s acogedoras, donde el repinte en colores chillones no siempre esconde la vejez ruinosa de los materiales. El de Bichri tiene algunos rincones que producen la impresi¨®n de un patchwork donde los pa?os colgados a secar, el amontonamiento de los divanes y la mancha de sus ventanas y puertas pintad¨ªsimas parecen la obra de un an¨®nimo art¨ªfice que un d¨ªa fuese adepto del pop art y al siguiente se levantara practicando el arte povera.
Tampoco el viajero actual encontrar¨¢ en los hammams de El Cairo la posibilidad del vicio que tanto atrajo a otro ilustre personaje, Gustave Flaubert. El autor de Madame Bovary viaj¨® por Oriente Pr¨®ximo pocos a?os despu¨¦s de Nerval, entre octubre de 1849 y junio de 1851, acompa?ado por el escritor y (excelente) fot¨®grafo Maxime du Camp. "El Oriente siempre", escrib¨ªa ya un Flaubert de 19 a?os a principios de 1841, y aunque la devoci¨®n resulte inveros¨ªmil en raz¨®n de su vida posterior, Gustave sigui¨® diciendo hasta el fin de sus d¨ªas que hab¨ªa nacido para vivir all¨ª. En las cartas que escribe desde Egipto, muchas de ellas a su gran amigo y consejero Louis Bouilhet, el novelista se muestra expl¨ªcito respecto a sus aventuras amorosas. As¨ª, mientras recorre el Alto Egipto se entera de que el sult¨¢n Abbas Pacha ha cerrado los burdeles y prohibido el espect¨¢culo de las danzarinas; Flaubert se las arregla para entrar en contacto con una prostituta clandestina, estableciendo la mujer y el cliente "una extra?a relaci¨®n en la que los dos se miran sin poder hablarse". Tambi¨¦n asiste a una "danza de las abejas" ejecutada en un garito por hombres disfrazados de mujer, y tanto le atrae esa peculiar exhibici¨®n de "parloteo muscular" de los travestidos que los va siguiendo por los ba?os turcos donde act¨²an. Ninguna indecencia les resulta, a ¨¦l y a Maxime, desde?able, fuera o dentro de los hammams; a Flaubert se le ve disfrutar refiri¨¦ndole a Bouilhet la escena -vista en un mercado de El Cairo- de un asno masturbado por un mono.
Esta lubricidad no brilla tan p¨²blicamente en los barrios y calles de El Cairo actual, pero aun as¨ª las noticias que llegan respecto a la amenaza oficial contra los ¨²ltimos ba?os p¨²blicos supervivientes de la ¨¦poca de los mamelucos y los fatim¨ªes apuntan, una vez m¨¢s en nuestros d¨ªas, y una vez m¨¢s con mayor virulencia en el ¨¢mbito musulm¨¢n, a operaciones de polic¨ªa moral. Y no por la eventualidad de que, como sucede con disimulo en uno o dos c¨¦ntricos ba?os turcos de Estambul, se practique entre sus aguas calientes la homosexualidad. Se tratar¨ªa, m¨¢s simplemente, de represaliar el concepto civil de estos lugares cerrados, pero abiertos a la palabra, ¨ªntimos y sensoriales, placenteros y purificadores, donde tradicionalmente se ha practicado, m¨¢s que el amor, el lujo de la conversaci¨®n. No s¨®lo entre los hombres, que han proporcionado por razones sabidas una mayor cantidad de iconograf¨ªa ba?ista. Las mujeres (al margen de las hur¨ªes y favoritas del har¨¦n) han sido siempre usuarias, en horario distinto al masculino, de estos espacios de relajaci¨®n, intercambio social e higiene del cuerpo; seg¨²n una de las m¨¢s perspicaces viajeras del siglo de las luces, lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador brit¨¢nico en Constantinopla, los hammams -que ella visit¨® en 1717- constitu¨ªan para las mujeres ¨¢rabes unos formidables centros de ocio no vigilado y libertad gen¨¦rica.
En Espa?a tenemos, naturalmente, una larga memoria y una presencia f¨ªsica de los ba?os ¨¢rabes y, antes, de la obsesi¨®n acu¨¢tica de los romanos, grandes cultivadores de una cultura y una innovadora ingenier¨ªa del agua. Siempre me ha gustado creer, pese a su aire de falsedad manifiesta, la an¨¦cdota, le¨ªda en un libro de historia de las termas, que hace al emperador Ner¨®n inventor de la palabra spa, tan de moda hoy. Ner¨®n, seg¨²n esa leyenda, habr¨ªa exclamado, al ver una noche las magn¨ªficas fuentes de Roma en pleno funcionamiento, la frase "?sanitas per aquas!" (la salud a trav¨¦s del agua), formando sus tres iniciales el rampante t¨¦rmino balneario.
No se me ocurrir¨ªa llamar spa a ninguno de estos peque?os y deca¨ªdos templos para la salvaci¨®n del cuerpo que ahora pueden desaparecer del rico tejido urbano de la capital egipcia. Guardo recuerdos de toallas cairotas transparentes por el mucho uso, de sillas de reposo desvencijadas, de un jab¨®n que me dieron tan espeso y oscuro que me hizo pensar en el que usaban los griegos de la palestra, hecho de cenizas y grasa de cabra, e id¨®neo, por lo visto, para la limpieza del poro y la eliminaci¨®n de todo lo que el cuerpo destila de malo. Esos recuerdos, mezclados en mi repaso triste a las fotos que ilustran estas p¨¢ginas, me han llevado a Cavafis. El refinado poeta alejandrino no fue muy proclive a los ba?os, pero la sensualidad amenazada le ata?e. Peligroso se llama uno de sus poemas mejores, un himno a la alianza entre la reflexi¨®n y la pasi¨®n, puesto en boca de un estudiante sirio de Alejandr¨ªa, Mirtias (cito un fragmento en la traducci¨®n de Ram¨®n Irigoyen): "Entregar¨¦ mi cuerpo a los placeres, / a los goces so?ados, / a los m¨¢s atrevidos deseos er¨®ticos, / a los lascivos ¨ªmpetus de mi sangre, sin / miedo alguno, porque cuando yo quiera / -y lo querr¨¦, fortalecido / como estar¨¦ con la contemplaci¨®n y los estudios- / en los momentos cr¨ªticos encontrar¨¦ otra vez, / como en tiempos, asc¨¦tico, mi esp¨ªritu".
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