El refugio de Dios
Se ha repetido estos d¨ªas. Con peque?as variaciones, se dio tambi¨¦n hace unos meses, a prop¨®sito de "la manifestaci¨®n de los obispos" o cuando el Papa, en su enc¨ªclica Spe salvi, la emprendi¨® contra la democracia por sus vecindades con el nihilismo. La misma reacci¨®n: discutir a los que trafican con las almas el derecho a terciar en los asuntos del mundo. La religi¨®n ser¨ªa algo privado, cosa de cada cual, como la digesti¨®n. Mejor, como "ser del Bar?a".
Una comparaci¨®n con problemas. Salvo para iluminados, como el actual presidente del club, "ser del Bar?a" no requiere participar de una concepci¨®n del mundo. Por el contrario, una religi¨®n, mal que bien, supone un sistema conceptual con el que abordar el mundo y situar al ser humano en ¨¦l. Entre otras cosas, conlleva un conjunto de ideas acerca de c¨®mo una vida debe ser vivida. Con esas herramientas, sus practicantes transitan por sus d¨ªas y, para que su tr¨¢nsito sea m¨¢s fluido, aspiran a modelar el mundo, esto es, la vida de todos. No s¨®lo eso. Por lo general, las religiones tienen pretensiones de validez y universalidad. No hay que dramatizar demasiado: al cabo, conozco a muy pocas personas que sostengan que sus propias creencias son incorrectas, que no tienen razones para defender lo que defienden.
Si los cl¨¦rigos hablan de asuntos mundanos, deben aceptar que otros puedan criticarles
Si juegan, han de aceptar el reglamento, incluidas las burlas. No valen los vetos
Ahora bien, las religiones tambi¨¦n aspiran a la infalibilidad. Y esa es ya otra liga. Sobre todo si cuaja en cosas como "el texto de las Sagradas Escrituras es inalterable, su traducci¨®n oficial en otra forma de lenguaje, sin el consentimiento previo de la Iglesia autoc¨¦fala de Constantinopla, est¨¢ prohibida", seg¨²n reza en la Constituci¨®n griega y me entero leyendo un reciente libro de Francisco Laporta.
En realidad, los que lamentan que los obispos se metan en asuntos mundanos, lo que lamentan es que se metan con ellos. Sucede algo parecido con los actores y futbolistas. Cuando opinan igual que nosotros, estamos encantados de su "compromiso". Cuando no, les recordamos lo de "zapatero a tus zapatos". Y eso no procede. Si se est¨¢ dispuesto a alabar al Papa cuando critica la guerra del Golfo, no es de ley remitirlo al departamento de intimidades cuando arremete contra la democracia.
Quien defiende la teolog¨ªa de la liberaci¨®n por su "compromiso", tiene que apechugar con las proclamas conservadoras del Vaticano, no menos comprometidas. La acostumbrada trampa de vincular compromiso con tesis progresistas confunde el contenido de las ideas con la disposici¨®n a defenderlas. En el mejor de los casos, una confusi¨®n conceptual. Otras veces, otra cosa, menos digna. El silencio de los actores "comprometidos" en el festival de San Sebasti¨¢n sobre lo que pasa en San Sebasti¨¢n, por ejemplo, es otra cosa.
Pero hay otros dos modos de reexpedir la religi¨®n a la intimidad que incluso cuentan con la aquiescencia de religiosos m¨¢s o menos apocados. Uno consiste en reducir la religi¨®n a la sensibilidad moral. Una idea poco clara que, cuando se desbroza, nos deja en las puertas de unas cuantas intuiciones compartidas acerca de lo que est¨¢ bien y lo queno. Algo la mar de interesante, pero que no cae bajo el negociado de las religiones. Si acaso, bajo el de la biolog¨ªa, seg¨²n muestran investigaciones que parecen confirmar que los humanos compartimos un conjunto de opiniones morales. Las disposiciones morales, aunque menos divertidas, ser¨ªan como las sexuales, simple instinto.
Por cierto que, para desconsuelo de fil¨®sofos y racionalistas en general, parece que el acuerdo en las pr¨¢cticas morales no se extiende a los procedimientos que utilizamos para fundamentarlas. Estamos de acuerdo en lo que est¨¢ bien, pero no en su porqu¨¦. En todo caso, no est¨¢ de m¨¢s a?adir que la religi¨®n no parece favorecer el m¨²sculo moral. La proporci¨®n de criminales con convicciones religiosas se corresponde con la que se da en el conjunto de la poblaci¨®n.
El otro modo de remitir la religi¨®n a la intimidad apuesta por sustituir la claridad doctrinal de la religi¨®n por una vaga "experiencia religiosa" com¨²n a todas las religiones. En realidad, los contornos se difuminan tanto, que habr¨ªa que incluir en el lote desde las ansiedades hipocondr¨ªacas de alg¨²n personaje de Woody Allen hasta cualquier experiencia psicotr¨®pica medianamente decente. Un mal negocio para quienes gestionan las religiones, sin duda. Pero tambi¨¦n un mal negocio intelectual. Siempre es posible, limando aqu¨ª y all¨¢, encontrar semejanzas entre las religiones. Pr¨¢cticamente todas comparten algunas tesis, aunque s¨®lo sean negativas; por ejemplo, que la bondad de una vida no consiste en acumular dinero. Y, por supuesto, siempre cabe atribuirles parejas funciones, empezando por la de dotar de sentido a la vida. Pero eso constituye una magra cosecha, al alcance incluso de los boy scouts.
Las religiones ser¨¢n insensatas, pero son precisas. Cada una de ellas se perfila seg¨²n particulares ideas acerca del origen del mal y sobre las terap¨¦uticas para encararlo. Las diferencias no son menudencias. Los cristianos lidian con el pecado, el perd¨®n divino y la reparaci¨®n; los hinduistas, con la ignorancia y el conocimiento del Brahman; los jainitas, con la dependencia y su liberaci¨®n; los budistas, con las esencias que perduran y el reconocimiento de la transitoriedad de los estados. Hay que pasar muchas veces la batidora de conceptos si se quiere sostener que todo eso es lo mismo.
As¨ª que nada de circunscribir a quienes mercadean con el m¨¢s all¨¢ a la gesti¨®n de la intimidad. Pueden decir lo que quieran. Ahora bien, con todas las consecuencias. Lo que no cabe es que, despu¨¦s de recomendarnos c¨®mo tenemos que vivir, de opinar sobre esto y aquello, cuando se les replica, echen mano del "?casa!" de los juegos infantiles para sentirse agredidos y reclamar "respeto a sus creencias".
Si juegan, y, por lo que acabo de decir, no pueden dejar de jugar, han de aceptar el reglamento, incluidas las burlas de buen o mal gusto, como todos, sin que importe que sus practicantes sean uno o un mill¨®n. No valen los vetos.
Por supuesto, lo primero es impedir las malas maneras, las coacciones de quienes exigen a los otros que compartan la fe propia para conceder su respeto. No es lo com¨²n por aqu¨ª, en donde a lo m¨¢s que se llega es al "soborno del cielo", del que Borges dijo liberarse, pero conviene avisar. Pero, sobre todo, hay que recordarles que, aunque ellos cimenten sus puntos de vista sobre "valores religiosos", las ¨²nicas razones que pueden hacer circular con los dem¨¢s han de ser seculares, atendibles por todos. Y en serio, esto es, que si no las encuentran, han de revisar sus juicios, al menos en la arena pol¨ªtica, y no invocar un salvoconducto especial para rehuir las demandas de la raz¨®n p¨²blica. Entonces, s¨ª, a la intimidad, para siempre. Y a no abrir boca.
F¨¦lix Ovejero Lucas es profesor de ?tica y Econom¨ªa de la Universidad de Barcelona.
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