Inmensas minor¨ªas
El p¨²blico es el espejo en el que se mira la obra de arte: sabemos m¨¢s sobre ella observando a las personas que se detienen a mirarla, las que abren un cierto libro o escuchan una m¨²sica o caminan intrigadas y atentas en torno a una escultura. En su admirable transposici¨®n al cine de La flauta m¨¢gica, Ingmar Bergman ocupaba enteros los minutos de la obertura fijando la c¨¢mara en las caras de los espectadores, deteni¨¦ndose unos momentos en cada una de ellas, desliz¨¢ndose luego de unas a otras para mostrar esa rara combinaci¨®n de experiencia solitaria y emoci¨®n compartida que vive el que se sienta en la butaca de un teatro. Todos los espectadores escuchaban la misma m¨²sica delicada y jovial y eran instant¨¢neamente tocados por ella, pero cada uno, visto en primer plano, lo estaba viviendo de una manera ¨²nica, confortado por la cercan¨ªa del grupo pero no sumergido ni borrado por ¨¦l: cada cara ten¨ªa una actitud de escucha distinta, a cada persona la m¨²sica le estaba llegando en un estado particular de ¨¢nimo y en una edad de la vida. Pero en todas, en los hombres y en las mujeres, en los m¨¢s j¨®venes y en los todav¨ªa maduros y en los ya instalados en la vejez, hab¨ªa un temple com¨²n de complacencia y de expectativa, un dejarse llevar que no inclu¨ªa la abdicaci¨®n del propio gusto ni de la inteligencia. S¨®lo mostrando las caras del p¨²blico que la escuchaba Bergman estaba revelando algo sobre la m¨²sica de Mozart: su celebraci¨®n fundamental de la raz¨®n y la cordialidad humanas, la suma de puerilidad y de refinamiento en la que se basa lo mejor que somos, o que podr¨ªamos ser; y tambi¨¦n el car¨¢cter democr¨¢tico del arte, que se ofrece por igual a todos los que eligen prestarle atenci¨®n y le pide a cada uno que lo reciba a su manera y lo premie o lo castigue seg¨²n su gusto secreto, no seg¨²n las ordenanzas del que manda o los dict¨¢menes del entendido. Me acuerdo del p¨²blico sueco de aquella Flauta m¨¢gica mirando a mi alrededor mientras espero a que comience el concierto del Cuarteto Vertavo un lunes de marzo, en el auditorio de la ampliaci¨®n algo gal¨¢ctica que le hizo Jean Nouvel al Reina Sof¨ªa. El auditorio es grande, cuatrocientas butacas, pero ya est¨¢ casi lleno, y sigue entrando p¨²blico. Cada lunes, sin ninguna publicidad muy visible, sin que ning¨²n medio se desviva por hacerlo saber, en el Reina Sof¨ªa hay un concierto de m¨²sica contempor¨¢nea, programado por el compositor Jorge Fern¨¢ndez Guerra. Cada lunes m¨²sicos casi siempre j¨®venes y siempre de primera fila exploran el continente ignorado de esa m¨²sica que se hace ahora mismo: la m¨¢s cercana en el tiempo a nosotros, y sin embargo la m¨¢s inaudible, porque muchos aficionados al repertorio cl¨¢sico la huyen, y porque tampoco tiene sitio en el papanatismo de lo cool, en la vacua beater¨ªa de la tendencia y de lo ¨²ltimo. Pero miro a mi alrededor, a la gente que llena esta tarde el auditorio, y las caras que veo me alegran el alma, como cuando he ido a los conciertos de m¨²sica del siglo XX del C¨ªrculo de Bellas Artes: hay caras muy j¨®venes y caras ancianas; hay modernos de patilla larga y pantal¨®n estrecho que saltan de una fila a otra y caballeros mel¨®manos que suben por las gradas con lentitud majestuosa; hay esas se?oras de mediada edad que frecuentan por las ma?anas los museos asintiendo con inter¨¦s a las explicaciones de los gu¨ªas y esas muchachas de expresi¨®n alerta que lo mismo pueden estar prepar¨¢ndose para tocar el fagot o para convertirse en escultoras o en novelistas. Hay, en fin, de todo, gente experta que sabe a lo que viene y aficionados curiosos que aspiramos a descubrir algo, a formarnos el gusto no s¨®lo con lo ya conocido sino con lo inesperado.
Aplaudimos hasta que nos duelen las manos. Aplaudimos lo que conoc¨ªamos y nos pareci¨® nuevo y lo que desconoc¨ªamos y nos da la pista para descubrimientos futuros
Habr¨ªa m¨¢s p¨²blico si fuera mejor la educaci¨®n, y si los medios prestaran cotidianamente un poco m¨¢s de atenci¨®n a lo que no lleva el sello instant¨¢neo de la moda
Lo conocido esta noche, al menos para m¨ª, es Stravinski y Webern; lo inesperado, los dos compositores vivos del programa, sobre los que no s¨¦ nada, la brit¨¢nica Judith Weir y el dan¨¦s Per Norgard. Para el rudo esnobismo hisp¨¢nico que desde?a cualquier cosa que no sea la ¨²ltima moda no debe de haber nada m¨¢s risible que la idea de un cuarteto de cuerda, ancianos moribundos en frac tocando m¨²sica de muertos para un p¨²blico de carcamales elitistas. El Cuarteto Vertavo son unas sonrientes noruegas de una media de treinta y tantos a?os, vestidas con una formalidad singularmente moderna, dotadas de una energ¨ªa expansiva que arrebata tanto como su impetuoso virtuosismo desde el instante en que sujetan los m¨¢stiles de sus instrumentos y rasgan las cuerdas con sus arcos. O¨ªdos en disco, los Cinco movimientos de Webern pueden ser prodigiosos y tambi¨¦n abstractos. Pero la m¨²sica se hace espacial y visible en la interpretaci¨®n igual que la palabra en el teatro: vi¨¦ndolos tocados por las mujeres del Cuarteto Vertavo se empieza a entender de verdad toda la compresi¨®n tremenda que hay en esa m¨²sica, la tensi¨®n f¨ªsica requerida y expresada por ella de modo que tantas cosas puedan caber en algo menos de once minutos interrumpidos cuatro veces por el silencio, desde la percusi¨®n m¨¢s ronca hasta la quebradiza melod¨ªa, desde la complicaci¨®n suprema del contrapunto a la pura sensaci¨®n t¨¢ctil de una materia ¨¢spera que se pulsa o se roza.
Aplaudimos hasta que nos duelen las manos. Aplaudimos lo que conoc¨ªamos y nos pareci¨® nuevo y lo que desconoc¨ªamos y nos da la pista para descubrimientos futuros. No s¨¦ si alg¨²n peri¨®dico habr¨¢ hecho la cr¨®nica de ese concierto memorable. No s¨¦ si los que ahora llaman cazadores de tendencias reparan en la clase de p¨²blico que llena los lunes el auditorio del Reina Sof¨ªa, que se parece mucho al que acude en masa a ver la exposici¨®n contigua de Picasso, o la de Vel¨¢zquez en el Prado, o la de Modigliani en el Thyssen, el p¨²blico que llena las funciones de T¨ªo Vania en el Mar¨ªa Guerrero y del Rey Lear en el Valle-Incl¨¢n, el que hace que Vasili Grossman y Stefan Zweig sean dignos ¨¦xitos de ventas y vuelve taquilleras pel¨ªculas tan agrias como Cuatro meses, tres semanas, dos d¨ªas o En el valle de Elah: una minor¨ªa, desde luego, pero una minor¨ªa inmensa, variada, democr¨¢tica, llena de curiosidad y bastante limpia de prejuicios, que se pasea por Arco lo mismo que por el Prado y puede admirar a Carmela Soprano y a Emma Bovary, que desmiente por igual las jeremiadas a lo Juan Goytisolo o Saramago sobre la perversidad del mercado que el cinismo canalla de los proveedores televisivos de inmundicia, as¨ª como la superstici¨®n de que todo lo que no sea gastronom¨ªa o pases de modelos es un anacronismo. Hay una inmensa minor¨ªa que ama la literatura, el arte, la m¨²sica, que lee peri¨®dicos y compra libros. Si no es m¨¢s amplia no es porque sea elitista, ni porque las cosas que le gustan no sean accesibles, o porque a la gente joven s¨®lo le interesen las nuevas tecnolog¨ªas audiovisuales. Habr¨ªa m¨¢s p¨²blico si fuera mejor la educaci¨®n, y si los medios prestaran cotidianamente un poco m¨¢s de atenci¨®n a lo que no lleva el sello instant¨¢neo de la moda.
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