Sin trabajo, sin esperanza, sin futuro
A los cinco a?os de la invasi¨®n de Irak, el tejido social est¨¢ roto, y la poblaci¨®n, desamparada
La vida de Hazim al M. se ha desmoronado con su pa¨ªs. Este iraqu¨ª emprendedor, que hace cinco a?os ve¨ªa por fin despegar su peque?o negocio de venta de sanitarios, pasa ahora las ma?anas sentado en un caf¨¦ de Hay al Darag con la mirada perdida y el t¨¦ enfri¨¢ndose sobre la mesa. "No me voy a quedar en casa como una mujer", justifica. La imposibilidad de ganar un sueldo para mantener a su esposa y su hijo es la ¨²ltima humillaci¨®n en una sociedad a¨²n profundamente patriarcal. Al menos el 60% de la poblaci¨®n activa se encuentra en paro. M¨¢s all¨¢ de las recientes mejoras en la seguridad, la destrucci¨®n del tejido social ha dejado a los iraqu¨ªes desamparados.
"Desconfiamos de todos, incluso de los vecinos", reconoce Yasm¨ªn
El 70% de la poblaci¨®n carece de agua potable, y el 80%, de alcantarillado
En Bagdad, el suministro el¨¦ctrico resulta tan variable como imprevisible
"Incluso despu¨¦s de la invasi¨®n logr¨¦ algunos contratos para instalar cuartos de ba?o en centros de salud aqu¨ª en Bagdad y en Diyala, aunque enseguida llegaron las coacciones", manifiesta con amargura. Pero fue el atentado contra la Mezquita de Samarra en 2006 lo que termin¨® de enterrar sus esperanzas. "La vida se par¨®", recuerda. "Tuve que cerrar la tienda en Al Kifah por temor a que me secuestraran. Varios vecinos me advirtieron a ra¨ªz de que el Ej¨¦rcito del Mahdi se llevara a otro comerciante y no lo soltara hasta que su familia pag¨® 80.000 d¨®lares. No fui el ¨²nico. Tres se fueron al norte y otro a Egipto".
Hazim es sun¨ª y el Ej¨¦rcito del Mahdi que tom¨® el control de Al Kifah es una milicia chi¨ª, pero se niega a aceptar que las diferencias religiosas est¨¦n en la base de la lucha fratricida que desangra su pa¨ªs. "Nadie est¨¢ seguro, sea sun¨ª o chi¨ª. Quienes tienen armas imponen su ley, sean los del Mahdi u otros", subraya mientras busca con la mirada la aprobaci¨®n de Al¨ª, su amigo del alma chi¨ª que me ha llevado hasta ¨¦l. Ambos sirvieron juntos en la guerra contra Ir¨¢n.
Con la tienda cerrada y sin otros ingresos, Hazim ha ido consumiendo sus ahorros. "Estoy sin trabajo, sin futuro y sin esperanza", se duele a sus 45 a?os. Se acabaron las salidas a cenar los viernes, las excursiones al lago Habaniya e incluso las reuniones de todos los hermanos con sus familias en casa de su madre. "Cualquier desplazamiento resulta peligroso", explica, "temo cuando mi hijo va al colegio; mi mujer se preocupa si no vuelvo a la hora; nos pasamos el d¨ªa llam¨¢ndonos unos a otros para asegurarnos de que seguimos vivos".
No todos han sido tan afortunados. Entre 81.639 y 89.110 civiles han muerto en estos cinco a?os a causa de la guerra, seg¨²n la organizaci¨®n independiente Iraq Body Count (www.iraqbodycount.org). Otras fuentes elevan esa cifra hasta cerca del mill¨®n, pero se trata de proyecciones, no de muertes documentadas. En cualquier caso, la gravedad de la situaci¨®n se refleja en los casi 4,5 millones de iraqu¨ªes que se han sentido compelidos a abandonar sus hogares a causa de la violencia, casi una quinta parte de la poblaci¨®n de antes de la guerra. Unos dos millones se hallan desplazados dentro de Irak, el resto, refugiados en los pa¨ªses vecinos.
Y a pesar de una reciente mejora de la seguridad, a¨²n no hay en marcha una operaci¨®n retorno. Apenas 30.000 familias de refugiados y 6.000 de desplazados internos regresaron el a?o pasado a sus hogares, seg¨²n fuentes del Gobierno iraqu¨ª que la ONU no est¨¢ en condiciones de confirmar por falta de personal sobre el terreno. Mientras, una media de 60.000 iraqu¨ªes sigue abandonando su pa¨ªs cada mes. Quienes regresan lo hacen, adem¨¢s, a barrios o zonas que se han vuelto homog¨¦neas en cuanto a la composici¨®n ¨¦tnica o religiosa de sus habitantes.
"Desconfiamos de todo el mundo, incluso de los vecinos con los que hemos convivido durante a?os", reconoce Yasm¨ªn, una cristiana cuya mejor amiga muri¨® asesinada hace unos meses a manos de fan¨¢ticos musulmanes. Ella, su marido y sus dos hijos han cambiado varias veces de casa como medida de precauci¨®n. Otros, como Fuad, un farmac¨¦utico chi¨ª de Karrada, han optado por instalar a sus familias en Jordania o Siria, para reducir el riesgo y la ansiedad. A las farmacias, como las panader¨ªas, no les afecta la situaci¨®n.
No es el caso de otros negocios. En la calle Arrasat al Hidie, donde se concentraba la mayor¨ªa de los restaurantes y tiendas de moda de Bagdad, una tiene la sensaci¨®n de haber regresado a los d¨ªas de los bombardeos estadounidenses. Como entonces, s¨®lo el Latakiya permanece abierto y no se ve un alma. Un poco m¨¢s all¨¢, en Karrada Dajel, parece por un instante que hubiera regresado la normalidad. Las tiendas invaden las aceras con sus mercanc¨ªas. Electrodom¨¦sticos iran¨ªes y chinos compiten por compradores tan ¨¢vidos de bienes como escasos de dinero. Al caer la tarde, j¨®venes ociosos llenan los cafetines, su ¨²nico lugar de esparcimiento. El pasado d¨ªa 6, dos terroristas suicidas acabaron con el espejismo.
Pero cinco a?os despu¨¦s del derrocamiento de Sadam Husein, la mayor inseguridad que sufren los iraqu¨ªes tiene que ver con sus necesidades b¨¢sicas. Un 43% sobrevive con menos de un d¨®lar al d¨ªa, el umbral de la pobreza extrema. Seis millones de personas necesitan ayuda humanitaria, el doble que en 2004, inmediatamente despu¨¦s de la guerra, pero s¨®lo el 60% de la poblaci¨®n tiene acceso a las raciones que entonces eran universales. Adem¨¢s, ante las presiones del Banco Mundial, el Gobierno iraqu¨ª estudia poner fin a esas raciones y al subsidio a los carburantes. "Est¨¢ bien que echaran a Sadam, pero s¨®lo quer¨ªan hundirnos en la miseria para que no podamos volver a levantarnos", interpreta Hazim, el vendedor de sanitarios. En su opini¨®n, los estadounidenses han elegido a lo peor de lo peor para dirigir Irak. "Sean chi¨ªes o sun¨ªes no tienen ninguna preparaci¨®n, todos exhiben t¨ªtulos falsos y s¨®lo se preocupan de llenarse el bolsillo", se?ala repitiendo una queja habitual entre la gente de la calle.
Para los iraqu¨ªes resulta incomprensible que las infraestructuras no hayan mejorado en cinco a?os. El 70% de la poblaci¨®n sigue sin agua potable y el 80% carece de alcantarillado. En Bagdad, el suministro el¨¦ctrico resulta tan variable como imprevisible, frente a las 12 horas diarias -con cortes preanunciados semanalmente- que eran la norma en tiempos de Sadam. Ni siquiera la producci¨®n de petr¨®leo ha logrado superar los niveles previos a la invasi¨®n (en torno a los 2,4 millones de barriles diarios), en parte debido a los ataques a las instalaciones que s¨®lo ahora empiezan a remitir.
Durante el r¨¦gimen de Sadam, Hazim s¨®lo echaba de menos la libertad de poder viajar al extranjero. Hoy, ni ¨¦l ni la mayor¨ªa de los iraqu¨ªes tienen dinero para hacerlo, ni las embajadas presentes en su pa¨ªs est¨¢n dispuestas a darles visados. A la pregunta de qu¨¦ le pide al futuro, duda un momento antes de responder: "Que regrese la felicidad".
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