La tumba s¨²bita
Malamud pas¨® la vida obstinado. Ten¨ªa la dignidad de quien, a pesar de los contratiempos, quiere dar un paso m¨¢s all¨¢ en la obra a la que ha entregado la vida.
Descubr¨ª la escritura de Bernard Malamud leyendo 'La tumba perdida', el cuento de cinco p¨¢ginas que cierra Ficci¨®n s¨²bita (varios autores, traducci¨®n de Jes¨²s Pardo, Anagrama, Barcelona, 1989), antolog¨ªa del relato m¨ªnimo norteamericano. No hab¨ªa otra cosa de Malamud en casa y le¨ª ese cuento breve y me pareci¨® tan genial que desde entonces no dejo de leer a este autor. En 'La tumba perdida' se cuenta la historia del viejo Hecht, que es despertado una noche por el ruido de la lluvia y piensa en su joven esposa en su sepulcro h¨²medo. A la ma?ana siguiente, busca la tumba, pero no la encuentra. Le confiesa al director del cementerio que en realidad nunca se llev¨® bien con su mujer y que ella hac¨ªa ya muchos a?os que se hab¨ªa ido a vivir con otro hombre cuando la sorprendi¨® la muerte. A los pocos d¨ªas, el director llama a Hecht para decirle que ya han encontrado la tumba, pero que su mujer no est¨¢ en ella. Su amante consigui¨® a?os atr¨¢s una orden judicial para que la trasladaran a otra tumba, donde tambi¨¦n a ¨¦l le enterraron al morir. As¨ª pues, su mujer descansa enga?¨¢ndole eternamente junto a otro hombre. Pero, eso s¨ª, la propiedad de Hecht sigue all¨ª. "No olvide que ha salido ganando una tumba para uso futuro -le dice el director del cementerio-. Est¨¢ vac¨ªa y la parcela le pertenece".
Coincid¨ªan en ¨¦l un temperamento angustiado, un sentido muy peculiar del humor y un instinto de hombre honesto
No habr¨ªa le¨ªdo ese cuento m¨ªnimo de no haber sido por el magistral retrato que Philip Roth hace de Malamud en El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (traducci¨®n de Ram¨®n Buenaventura, Seix Barral, Barcelona, 2003). El retrato se abre con el joven Roth acerc¨¢ndose en 1961 a Oreg¨®n para entrevistar a un consagrado Malamud. A primera vista, y para alguien que, como Roth, se hab¨ªa criado entre agentes de seguros, aquel escritor ten¨ªa toda la pinta de pertenecer a ese gremio: "Podr¨ªa haber pasado por uno de los que trabajaban con mi padre en su sucursal de Metropolitan Life". El viaje inici¨¢tico a Oreg¨®n est¨¢ cargado de evidentes conexiones con La visita al maestro, la novela de Roth en la que Nathan Zuckerman, joven de obra incipiente, se dirige en el invierno de 1956 hasta el agreste refugio de un autor al que considera su maestro, E. L. Lonoff, trasunto del propio Malamud y personaje que ha reaparecido recientemente en Sale el espectro, donde Zuckerman tiene ya 71 a?os y ha comenzado tambi¨¦n a pensar en tumbas h¨²medas. Tras una d¨¦cada de aislamiento, Zuckerman ha regresado a Nueva York y all¨ª, entre otras cosas, ha descubierto que Lonoff ha sido olvidado, lo que no deja de ser un dato real, pues Malamud es un autor que, veinte a?os despu¨¦s de su muerte, parece haber ca¨ªdo en un cierto olvido.
Por aquella ¨¦poca, a principios de 1961, Malamud hab¨ªa ya publicado, entre otras novelas, El dependiente, la memorable historia de Frank Alpine, delincuente de poca monta que trabaja en un colmado jud¨ªo de Brooklyn y que al final del libro, "debido a algo que llevaba dentro, algo que no acertaba a definir, un recuerdo acaso, un ideal perdido y despu¨¦s recobrado", veremos transformado en una mejor persona. La verdad es que me atrae tanto el Malamud que merodea tercamente alrededor de la capacidad de mejorar del ser humano como el que crea todo tipo de seres grises, de seres con aires de agentes de seguros que, a causa de ese algo que llevan dentro, intentan ir a fondo y, como en el caso del afligido y sombr¨ªo ruso de El reparador -uno de sus mejores libros-, se transforman en grandes obstinados, siempre en lucha por ir m¨¢s all¨¢ en todo.
Coincid¨ªan en Malamud un temperamento angustiado, un sentido muy peculiar del humor y un instinto de hombre honesto y esforzado, siempre comprometido con su exigencia de cotas altas, y obstinado, en definitiva, en ir m¨¢s all¨¢ en todo, tambi¨¦n en su literatura. A esa obstinaci¨®n constante le sientan bien unas bellas palabras de Bukowski, que a veces me parecen de Roberto Bola?o y que recuerdan el don supremo que se esconde en toda aut¨¦ntica vocaci¨®n literaria: "Si vas a intentarlo, que sea a fondo. Si no, mejor que ni empieces. Puede que pierdas familia, mujer, amistad, trabajos y hasta la cabeza. Puede que no comas en d¨ªas, puede que te congeles en un banco de la calle. No importa. Es una prueba de resistencia para saber que puedes hacerlo. Y lo har¨¢s. A pesar del rechazo y de la incertidumbre, ser¨¢ mejor que cualquier cosa que hayas imaginado. Te sentir¨¢s a solas con los dioses, y las noches arder¨¢n en llamas. Cabalgar¨¢s la vida hasta la risa perfecta. Es la ¨²nica batalla que cuenta".
Veinticuatro a?os despu¨¦s de que el joven Roth se hubiera acercado a Oreg¨®n para entrevistar a Malamud, se produjo el encuentro ¨²ltimo entre los dos escritores, con Roth convertido ya en un gigante de las letras americanas, y Malamud inmerso en una cierta decadencia despu¨¦s de haber cabalgado hasta la risa perfecta. Fue en el verano de 1985, en la casa que el matrimonio Malamud ten¨ªa en Vermont. Cuenta Roth que a lo largo de los a?os hab¨ªan hablado mucho de libros y del hecho de escribir, pero muy raras veces hab¨ªan mencionado la narrativa del otro, respetando as¨ª una regla de urbanidad que no est¨¢ recogida en ninguna parte, pero que los escritores conocemos muy bien y que generalmente aplicamos: conviene no meterse en berenjenales y eludir lo m¨¢ximo posible los comentarios sobre el libro del otro, sobre el libro de tu amigo o colega escritor; cuanto m¨¢s los evites, menos conflictos tendr¨¢s, pues conviven peligrosamente siempre en el otro -tambi¨¦n en ti, para qu¨¦ negarlo- un gran orgullo junto a una susceptibilidad a flor de piel, siempre dispuestos a unirse en mezcla explosiva. Ese d¨ªa de 1985 en Oreg¨®n, un envejecido Malamud, al que le temblaban las manos y que mostraba todos los signos de su declive vital y literario, se obstin¨® -y nunca mejor dicho en alguien que se pas¨® la vida obstinado- en leerle al matrimonio Roth el arranque de la nueva novela en la que intentaba trabajar.
Aquel arranque, nos dice Roth, carec¨ªa de inter¨¦s alguno, no era nada. Y escuchar lo que su amigo le¨ªa fue "como verse conducido a un agujero oscuro para admirar, a la luz de una antorcha, el primer relato de Malamud jam¨¢s escrito en la pared de una caverna". A Roth le habr¨ªa gustado poder decirle algo estimulante sobre el texto, pero sinti¨® que no pod¨ªa ser insincero y pregunt¨® c¨®mo segu¨ªa aquello.
-Da igual c¨®mo siga o deje de seguir-, respondi¨® Malamud malhumorado.
Hab¨ªa no obstante en ¨¦l la dignidad del escritor vocacional que, en pleno declive, en el fondo sigue esperando mejorar, sigue intent¨¢ndolo, sigue queriendo pensar que, a pesar de los contratiempos, puede dar todav¨ªa un paso m¨¢s all¨¢ en la obra a la que ha entregado la vida. "Si vas a intentarlo, que sea a fondo. Si no, mejor que ni empieces...". Ahora sabemos que, incluso al final de sus d¨ªas, en noches que ard¨ªan en llamas, Malamud estuvo entre aquellos que empecinadamente siempre buscaron algo m¨¢s. Pero tambi¨¦n es verdad que el viejo maestro, en su terco oficio de tinieblas, se orientaba ya hacia la tumba que hab¨ªa visto s¨²bitamente perfilarse en su horizonte. De hecho, cuando Roth, meses despu¨¦s de aquella visita ¨²ltima, le mand¨® una nota proponi¨¦ndole que fuera a Connecticut el verano siguiente y as¨ª poder volver a reunirse, la respuesta que recibi¨® de Malamud fue lac¨®nica, fue de madera de ata¨²d puro y duro. Le encantar¨ªa ir, le dijo a Roth, pero tambi¨¦n quer¨ªa recordarle que "el verano que viene es el verano que viene". El 18 de marzo de 1986 fue el ¨²ltimo de su larga trayectoria de d¨ªas obstinados. Muri¨® tres noches antes de que llegara la primavera, y s¨®lo un a?o despu¨¦s de haber publicado en Esquire aquel cuento que giraba en torno a una tumba perdida, pero tambi¨¦n sobre las ventajas de una risa final perfecta. -
raducci¨®n de Vida Ozores. El Aleph Editores. Barcelona, 2007. 279 p¨¢ginas. 19 euros.
El reparador.
raducci¨®n de J. Ferrer Aleu. Sexto Piso. M¨¦xico DF/Madrid, 2007. 327 p¨¢ginas. 19 euros.
El dependiente. Bernard Malamud. T Bernard Malamud. T
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