Un crucero por el gran Danubio
De Viena al mar Negro, cinco pa¨ªses y un ¨²nico retrato del alma centroeuropea
Embarqu¨¦ en Viena con una excitaci¨®n fuera de lo com¨²n. El Danubio, 2.888 kil¨®metros de arteria y de frontera entre b¨¢varos, germanos, dorios, bohemios, bizantinos, eslavos, jud¨ªos, otomanos, magiares y gitanos, a mi alcance, y en uno de sus muelles, el Theodore Korner, con sus 95 metros de eslora, a punto de cobrar amarras.
Rememor¨¦ lo que esas mismas aguas hab¨ªan dejado curso arriba: la pol¨¦mica sobre si este r¨ªo nace en el grifo de un establo o en el palacio de los F¨¹rstenberg en la Selva Negra; su cruce con el Rin marcando las coordenadas y abscisas del continente; la casita en la que Martin Heidegger ide¨® su filosof¨ªa: ¨²nicamente viajando, perdi¨¦ndonos y extra?¨¢ndonos podemos esperar la llegada del yo, eso dijo; el pueblecito de Joseph Mengele, el carnicero de Auschwitz; el Walhalla d¨®rico que levant¨® Luis I de Baviera a mayor gloria de la H¨¦lade griega; el campo de exterminio de Mauthausen; la cama en la que muri¨® Kafka; el suicidio de Rodolfo de Habsburgo y Mar¨ªa Vetsera en el pabell¨®n de caza de Mayerling; las tertulias de los vanguardistas vieneses en el Caf¨¦ Central... El Danubio conduce la historia de Centroeuropa con su poderosa corriente.
En pocos minutos el barco baja 10 pisos gracias al sistema de esclusas de Gabc¨ªkovo-Nagymaros, entre Eslovaquia y Hungr¨ªa. Se abre la compuerta y entramos en aguas h¨²ngaras
Belgrado es, todav¨ªa, el centro productor y distribuidor de la mejor m¨²sica balc¨¢nica. Aqu¨ª naci¨® en los noventa el 'turbofolk', una m¨²sica de baile con elementos ¨¦tnicos que se ha transmutado en 'chill-out' o 'hip-hop'
A 60 kil¨®metros de Viena est¨¢ Bratislava. Son las dos capitales m¨¢s cercanas del continente. El centro hist¨®rico es una bombonera de palacios, plazas, callejones, artesanos y tabernas. Su castillo, en contra de lo que ocurre en Praga, s¨ª domina la ciudad en la cima de una colina a la que se accede en tranv¨ªa. Desde lo alto, uno observa la pujanza de la capital de Eslovaquia. Aprisionados hist¨®ricamente entre Viena y Budapest, los eslovacos aprovechan la oportunidad que les brinda la Uni¨®n Europea. Su crecimiento econ¨®mico ronda el 6%, en buena parte debido a la implantaci¨®n de empresas occidentales tentadas por los bajos sueldos. En un rinc¨®n de la plaza de la Prefectura de Bratislava, un anciano vende insignias del r¨¦gimen comunista como reliquias de un tiempo heroico que ya no volver¨¢. Una fanfarria de gitanos toca alegres melod¨ªas al aire libre. Los roman¨ªes, m¨¢s de un 5% de la poblaci¨®n, est¨¢n fuera del sistema. Malditos en todos los pa¨ªses, tambi¨¦n en Eslovaquia, pasean su estigma de Levante a Poniente siguiendo la el¨ªptica del sol.
Los austriacos dec¨ªan que m¨¢s all¨¢ de la calle Rennweg, que atraviesa Viena, comenzaba Asia, los Balcanes. Pero la verdadera puerta de Oriente es el sistema de esclusas de Gabc¨ªkovo-Nagymaros, entre Eslovaquia y Hungr¨ªa. Si es cierto, como afirma Plinio y otros historiadores antiguos, que Jas¨®n y sus argonautas remontaron el Danubio curso arriba hasta el Adri¨¢tico, no debi¨® de ser salvando escalones de 28 metros como ¨¦ste. No, en tiempos del vellocino no exist¨ªan estos desniveles: son obras de los Gobiernos comunistas para obtener energ¨ªa hidroel¨¦ctrica del r¨ªo. Hay un protocolo de navegaci¨®n para atravesar las compuertas. Cada barco ocupa su puesto en el estanque, pero hasta que no se llena de embarcaciones no se cierra el port¨®n trasero.
La puerta de Hungr¨ªa
Ahora, el Theodore Korner est¨¢ abarloado junto a m¨¢s paquebotes y gabarras. Los turistas y marineros se observan a pocos metros desde las ventanillas en medio de la noche. Sopla un viento de fuerza 6 que provoca choques contra las defensas neum¨¢ticas. Se cierra la compuerta. Estamos atrapados. El nivel del agua comienza a descender. En pocos minutos bajamos diez pisos, pero el Danubio quiere entrar en la esclusa. Hay olas que sobrepasan la corona y que caen con estr¨¦pito sobre la cubierta. La aventura dura una hora. Se abre la compuerta de salida y entramos en Hungr¨ªa. Miles de gaviotas nos dan la bienvenida. ?De d¨®nde salen tantas gaviotas, si estamos a 300 kil¨®metros del mar m¨¢s cercano?
Salen de la Panonia, la llanura que crea el r¨ªo entre Hungr¨ªa y Croacia; seg¨²n El Danubio, de Claudio Magris -un libro indispensable-, "una llanura de barro, empastada de polvo, de pantanos, de hojas marchitas, de las huellas sangrientas que han dejado, a lo largo de los siglos, las migraciones y las luchas de civilizaciones diversas". El curso hacia Budapest es uno de los lugares m¨¢s bellos de Europa, comparable al B¨®sforo o a los fiordos adri¨¢ticos. Los abedules y sauces de los pretiles han ido estiliz¨¢ndose en hayas, robles y sicomoros, conforme tambi¨¦n las monta?as de la ribera han ganado altura. Un verde forestal rodea el ambiente y se disputa el monopolio con el azul denso del amanecer. El misterio del r¨ªo nos envuelve en forma de preguntas absurdas sobre qui¨¦n vivir¨¢ en aquella casita escondida, tenuemente iluminada por una bombilla, o c¨®mo cocinar¨¢ la carpa ese pescador que arruga el rostro desde un diminuto muelle. Islas, aves, bosques, playas y, por fin, detr¨¢s de los ojos de un puente tit¨¢nico, aparece Buda.
Lo primero que uno lamenta al vislumbrar las fachadas pastel, las agujas ocre del Parlamento de Pest, los bulbos verdosos de las iglesias, es el tiempo transcurrido hasta gozar de tanta belleza escondida. Esta ciudad es un milagro que ha sobrevivido a los mongoles, a los turcos, a los nazis, a los aliados, al Ej¨¦rcito Rojo y a las crecidas del r¨ªo. Su barrio del castillo, en Buda, es en s¨ª una ciudadela en la que se api?an iglesias, museos, funiculares, balnearios. Las avenidas recuerdan Barcelona, Par¨ªs. Eiffel construy¨® aqu¨ª su estaci¨®n de tren, que fue escala importante en el hoy recortado itinerario del Orient Express.
En la capital h¨²ngara, de dos millones de habitantes y resultado de la unificaci¨®n, en 1873, de Buda, en la orilla derecha, y Pest, en la izquierda, la noche est¨¢ abierta a la sed. Las tabernas del pasado r¨¦gimen comunista son ahora catacumbas y subterr¨¢neos por los que circula la ¨²ltima m¨²sica de Europa. Las camareras lucen vertiginosas minifaldas como anzuelo para directores atrevidos, porque aqu¨ª se han instalado tambi¨¦n otras industrias occidentales: las productoras de cine X. Hoy, Budapest es el centro del porno europeo.
Quiz¨¢ esa posibilidad ya figurara en el subconsciente de los obreros de la isla Csepel, en mitad del r¨ªo, cuando en 1956 segu¨ªan aserrando la estatua de Stalin, pese a la cercan¨ªa de los tanques rusos. La estatua ya hab¨ªa sido derribada, pero quedaban en pie las botas del padrecito. Los obreros siguieron limando el acero mientras por la esquina asomaron los blindados... Los operarios de la isla Csepel fueron los ¨²ltimos resistentes de una revoluci¨®n liberal que se repetir¨ªa 12 a?os despu¨¦s en Praga, 24 a?os despu¨¦s en Gdansk y 34 a?os despu¨¦s en Berl¨ªn hasta acabar con el tel¨®n de acero. Aquel muro de acero comenz¨® a derribarse por los pies de Stalin en una isla del Danubio.
Flujo de doble sentido
Una isla que queda atr¨¢s, como todo en el r¨ªo conduce hacia el mar Negro. Pero, seg¨²n acierta Magris en su libro, la corriente no nos lleva hacia el futuro, sino hacia nuestros or¨ªgenes como cultura. El mismo impulso vital que mueve al mejor poeta del r¨ªo, H?lderlin, a reclamar la vuelta de los dioses griegos curso arriba para purificar Alemania. El Danubio, por tanto, es un flujo en los dos sentidos.
Por la noche, los tel¨¦fonos m¨®viles se excitan ante operadores que ya no son h¨²ngaros y todav¨ªa no son serbios. La ingenier¨ªa que nos rodea es m¨ªtica. Barreras, aduanas, controles, pasamanos, terminales. La combinaci¨®n de estalinismo y nacionalismo ha acabado creando un glamour particular, que tendr¨ªa incluso su encanto si no fuera porque atravesamos escenarios ensangrentados. Ciudades como V¨²kovar y Osijek figuran en la n¨®mina negra de Europa como enclaves de depuraci¨®n ¨¦tnica en la infamante guerra serbocroata de 1991-1995.
Hoy estos puertos croatas comparten el r¨ªo con ciudades vecinas como Novi-Sad, de la que fueron enemigos hace s¨®lo 12 a?os. Novi-Sad, capital de la Vojvodina, presume de lema: la Atenas serbia. Su fortaleza de Petrovaradin preside el paso del r¨ªo. Las emisoras hablan, como poco, en cinco lenguas: serbio, h¨²ngaro, eslovaco, rumano y rutenio.
Belgrado quiere decir Ciudad Blanca. Sus muros est¨¢n repletos de pintadas de j¨®venes que se preguntan por qu¨¦ no pueden disfrutar de la misma libertad que sus vecinos rumanos o b¨²lgaros. Sus padres han dejado imp¨²dicamente al aire los edificios bombardeados por la OTAN en 1999, como una respuesta vac¨ªa. La capital bulle de vida y ajetreo multi¨¦tnico: serbios, montenegrinos, roman¨ªes, croatas, macedonios y musulmanes, muchos de ellos refugiados de la contienda, pululan por calles que recuerdan el Madrid de los a?os cincuenta. Al otro lado del r¨ªo, Novi Beograd es un ap¨¦ndice formado por los bloques de viviendas del socialismo autogestionario de Tito.
El templo de San Sava es la iglesia ortodoxa m¨¢s grande de los Balcanes. A sus puertas se extiende un mercadillo de apicultores. El domingo cae ocioso sobre la confluencia del Danubio con el r¨ªo Sava. En las calles de Belgrado se ha detenido el desarrollo del siglo. Salvo la coqueta v¨ªa peatonal Mihailova, que recuerda a San Petersburgo, la capital serbia no destaca por sus palacios. Antes de la OTAN, nazis y aliados tambi¨¦n la bombardearon. Un tranv¨ªa me env¨ªa al extrarradio, donde encuentro otro bazar de ropa. Las marcas son falsas, pero la calidad, m¨¢s que aceptable, y los precios, quiz¨¢ los m¨¢s baratos del continente. Los serbios encaran la vida con un desapego muy mediterr¨¢neo, sin caer nunca en la autocompasi¨®n. "Vamos tirando", confiesa Selena, que se gana la vida cantando jazz en un pub.
Belgrado es, todav¨ªa, el centro productor y distribuidor de la mejor m¨²sica balc¨¢nica. Aqu¨ª naci¨® en los noventa el turbofolk, una m¨²sica dance con elementos ¨¦tnicos que se ha transmutado en otros estilos como el chill-out y el hip-hop. La esencia de algunas ciudades es ser frontera. Belgrado estuvo siempre a caballo entre Bizancio y Roma, entre el alfabeto cir¨ªlico y el latino, entre su pasado otomano-austroh¨²ngaro y su futuro incierto. Y en esta indefinici¨®n ha acabado por encontrar su sitio.
Ahora amanece y el caudal corre enca?onado y abrupto entre bosques de tilos y abetos, y sobre colosales centrales hidroel¨¦ctricas, como la de Djerdrap, bajo cuyas aguas reposa la isla turca de Ada Kaleh. Cuando uno penetra en la regi¨®n carp¨¢tica de las Puertas de Hierro cree estar propasando las barreras de alg¨²n conf¨ªn. Eso debieron de pensar los soldados de Trajano cuando recibieron la orden de conquistar la Dacia a principios del siglo II. Les esperaban una regi¨®n monta?osa y hostil, de tribus resistentes, y un clima fr¨ªo. En Turnu-Severin, los romanos construyeron un puente de 1.200 metros sobre 20 arcos de piedra. Hoy s¨®lo quedan dos de aquellas arcadas, pero casi veinte siglos despu¨¦s el lema de la ciudad sigue siendo Puerta de la latinidad; y Trajano figura en el himno nacional. Cerca de Severin comenz¨® la revuelta de Timisoara que acabar¨ªa con el r¨¦gimen comunista de Ceausescu en s¨®lo siete d¨ªas.
Camino del mar Negro
Rumania, tierra de romanos, rumanos y roman¨ªes. Y de godos, valacos, moldavos, magiares y transilvanos. En los prados de las orillas pacen reba?os de asnos y vacas. Son millas y millas de ¨¦xtasis rural y de llanuras melanc¨®licas. El Danubio circula en esta regi¨®n sin necesidad de fundar ciudades.
En Cetate, ya en la frontera con Bulgaria, los artistas locales han rehabilitado el peque?o puerto, en el que hac¨ªa medio siglo que no recalaba ning¨²n buque, y lo han convertido en museo. Saludan la llegada del Theodore Korner con gorrinos y patos a la brasa, quesos frescos, pasteles, vino tinto, violines y fanfarrias. Los pueblos pintorescos de Europa ya no est¨¢n en Andaluc¨ªa o en Las Hurdes. Ahora moran en las monta?as de Transilvania o del Banato, en peque?os centros r¨²sticos y de ocio que no pasan desapercibidos para los inversores occidentales.
El peque?o Sor¨ªn, de la minor¨ªa gitana, lleva toda la tarde haciendo de gu¨ªa con el periodista. "Alg¨²n d¨ªa, t¨² tambi¨¦n podr¨¢s serlo", le digo en la despedida, con cierto nudo en la garganta y antes de subirme en un autob¨²s hacia Bucarest. Al fondo corre el Danubio. Aguarda la llanura b¨²lgara y activos puertos, como Svistov o Russe, patria de Canetti, con sus fachadas amarillas y sus amplios parques. Despu¨¦s entrar¨¢ de nuevo en Rumania y se derramar¨¢ por siete bocas en un ancho e inquietante cenagal junto al mar Negro.
- Emilio Garrido dirige y presenta el programa de Radio 3 La ba?era de Ulises.
GU?A PR?CTICA
Visitas
- DDSG Blue Danube (0043 1 588 800; www.ddsg-blue-danube.at) ofrece varias opciones para navegar por el Danubio. Por ejemplo: un viaje de ocho d¨ªas, que incluye avi¨®n de Viena a Constanza y vuelta a Viena en barco; unos 1.500 euros por persona. El trayecto de ida y vuelta entre Viena y Budapest cuesta 109 euros.
Informaci¨®n
- Turismo de Viena (www.wien.info) y de Austria (www.austria.info).
- Turismo de Eslovaquia (www.slovakia.travel) y de Bratislava (www.bratislava.sk).
- Turismo de Hungr¨ªa (www.hungriaturismo.com) y de Budapest (www.budapestinfo.hu).
- Turismo de Serbia (www.serbia-tourism.org).
- Turismo de Rumania (www.romaniatourism.com).
- Turismo de Bulgaria (www.bulgariatravel.org).
Bibliograf¨ªa
- El Danubio. Claudio Magris. Anagrama, 1997. 9 euros.
- Un puente sobre el Drina. Ivo Andrich. De Bolsillo, 2003. 9,95 euros.
- Auto de fe. Elias Canetti. De Bolsillo, 2005. 9,95 euros.
- Eur¨®polis. Eugen P. Botez. Miraguano, 1993. 11,27 euros.
- Tres t¨ªtulos de S¨¢ndor M¨¢rai: El ¨²ltimo encuentro, Divorcio en Buda y La hermana. Salamandra. 6,95, 14 y 15,50 euros, respectivamente.
- Interpretaciones sobre la poes¨ªa de H?lderlin. Martin Heidegger. Ariel, 1983. 6,80 euros.
- Hiperi¨®n o el eremita en Grecia.
Friedrich H?lderlin. Hiperi¨®n. 10 euros.
- Antolog¨ªa po¨¦tica. Friedrich H?lderlin. C¨¢tedra. 8 euros.
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