Un mundo m¨¢gico
Ah¨ª arriba, por alguna parte, est¨¢ mi foto. No logro entender qu¨¦ inter¨¦s puede tener alguien en conocer el aspecto de quien escribe, pero el fen¨®meno parece imparable. Poco a poco, los peri¨®dicos se han llenado de caritas, sonrientes, t¨ªmidas, espantadas. Cuando se anunci¨® que los art¨ªculos de este diario ir¨ªan acompa?ados por una imagen del autor, rogu¨¦ que me eximieran. Lo consegu¨ª, creo, en el primero de esta err¨¢tica serie marginal. Para el segundo echaron mano de una imagen disponible en Internet. No creo que el dise?o de esta p¨¢gina haya ganado en est¨¦tica. Tampoco es grave.
Las obras de ¨¦xito (y aqu¨ª estamos hablando ya, obviamente, de algo muy ajeno a esta columna) imponen una tremenda presi¨®n sobre el autor. Se espera que est¨¦, al menos, a la altura de sus creaciones. Y eso es imposible, o casi. Existe alg¨²n caso. El de Bill Watterson, por ejemplo. Watterson realiz¨® durante una d¨¦cada (1985-1995), con algunas pausas, las tiras c¨®micas m¨¢s tiernas, profundas e inquietantes del siglo XX. ?sa es s¨®lo mi opini¨®n, claro. Pero puedo pregonarla sin escr¨²pulos: la fotito de arriba me autoriza a desvariar sin otro l¨ªmite que el impuesto por las leyes vigentes.
Calvin y Hobbes jam¨¢s han hecho publicidad ni han adornado camisetas. Lo que hay en el mercado son falsificaciones
Calvin y Hobbes, la tira de Watterson, sigue public¨¢ndose en diarios de todo el mundo, repiti¨¦ndose de forma infinita. Calvin es un ni?o de seis a?os, y Hobbes, un tigre de peluche. El enunciado resulta disuasorio. Y, sin embargo, la obra de Watterson (que sufre con las traducciones) soporta todas las relecturas. Es un prodigio de originalidad e imaginaci¨®n.
Bill Watterson (Washington DC, 1958) libr¨® una batalla dur¨ªsima contra el ¨¦xito de Calvin y Hobbes, y venci¨®. Logr¨® mantenerse a salvo. Apenas circulan im¨¢genes del dibujante (yo s¨®lo conozco una, que muestra a un tipo delgado, sonriente y con bigote, muy parecido al padre de Calvin) o entrevistas con ¨¦l. Durante a?os se resisti¨® a acudir a actos p¨²blicos o autografiar libros para sus admiradores; lo que hac¨ªa era pasar de vez en cuando por una librer¨ªa cercana a su casa y escribir, en secreto, dedicatorias en el interior de los ¨¢lbumes de Calvin y Hobbes. Lo dej¨® al descubrir que esos ejemplares eran subastados por fortunas.
Pele¨® contra los miles de peri¨®dicos que publicaban sus tiras, y logr¨® ampliar el formato tradicional. Pele¨®, sobre todo, contra el uso comercial de sus personajes. Ni Calvin ni Hobbes han hecho jam¨¢s publicidad, ni han adornado camisetas, ni han simbolizado otra cosa que a ellos mismos: lo que pueda encontrarse en el mercado (y se encuentra) son falsificaciones, traiciones al esp¨ªritu indomable del ni?o y el tigre.
Watterson no es un recluso m¨¢s o menos soci¨®pata, al estilo de Salinger. De vez en cuando publica alg¨²n art¨ªculo (The Wall Street Journal, Los Angeles Times) sobre su oficio o sobre la gente que admira, como el recientemente fallecido Charles Schultz (el de Charlie Brown y Snoopy), y hace tres a?os respondi¨® a unas cuantas preguntas formuladas por internautas. El tono dispar de las preguntas y de las respuestas subrayaba la distancia entre el arte, o la percepci¨®n de la obra por parte del p¨²blico, y el artista, un tipo con sus propios problemas cotidianos. Cuando se le inquir¨ªa por los elementos morales y teol¨®gicos de sus tiras (realmente abundantes), explicaba que nunca hab¨ªa entrado en una iglesia. Ante la eterna cuesti¨®n, la presencia de elementos autobiogr¨¢ficos en las aventuras de Calvin y Hobbes, ofrec¨ªa la ¨²nica explicaci¨®n posible, honesta y descorazonadora: "Tenga presente que las tiras c¨®micas se escriben en un cierto clima de p¨¢nico, y fui invent¨¢ndolas mientras trabajaba; s¨®lo puse lo que se me ocurr¨ªa y me parec¨ªa divertido". Y cuando se le planteaba el asunto de la filosof¨ªa individualista de Calvin, m¨¢s honestidad: "Yo s¨®lo aspiraba a conseguir un trabajo como historietista".
Calvin y Hobbes oscilaban entre el pesimismo intelectual y el entusiasmo por la vida. Un ejemplo de lo primero: "La prueba m¨¢s evidente de que existen otras formas de vida inteligente en el universo es que ninguna de ellas ha intentado jam¨¢s contactar con nosotros". Un ejemplo de lo segundo, la ¨²ltima vi?eta, en un paisaje nevado: "?ste es un mundo m¨¢gico, Hobbes, viejo amigo... ?vamos a explorarlo!".
It's a magical world, de Bill Watterson. Warner Books, 1996. 165 p¨¢ginas.
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