Camboya, templos de esperanza
Durante una jornada que imaginamos pesada por el calor y pegajosa de humedad, quiz¨¢ cayendo ya una noche inquieta por silbidos de insectos, crujidos vegetales y gritos de mam¨ªferos y aves, Henri Mouhot vivi¨® despierto el sue?o de todo aventurero: descubrir un extraordinario tesoro. Dicen que se top¨® con la visi¨®n alucinante de esa riqueza persiguiendo a una peque?a mariposa.
Ya sabemos que la imagen del explorador Mouhot, sudorosa por el sol y acaso por la fiebre de una malaria que poco despu¨¦s le mat¨®, probablemente no sea cierta, y no fuera nuestro ferviente Henri el primero en vislumbrar, alrededor de 1860, el tesoro sobre el que se ha encumbrado su memoria. Pero lo que se abr¨ªa a sus ojos era de tan colosales dimensiones y de tan misteriosa belleza, que no es de extra?ar que el naturalista franc¨¦s se considerase un elegido. Aunque el a?o pasado no result¨® escogida en la absurda y medi¨¢tica votaci¨®n impulsada por el suizo Bernard Weber e inspirada en las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, lo que se desplegaba ante Mouhot s¨ª era una de esas maravillas: el conjunto arquitect¨®nico de Angkor, en Camboya, el m¨¢s extenso y monumental de Asia, construido seg¨²n los patrones de la mitolog¨ªa hind¨² y cuyo valor arqueol¨®gico es comparable al de las grandiosas construcciones egipcias, mayas e incas. A lo largo de casi 300 kil¨®metros cuadrados de jungla se escond¨ªan un centenar de imponentes templos, m¨¢s de mil estructuras de diversa finalidad, restos de instalaciones hidrol¨®gicas, cientos de esculturas e innumerables bajorrelieves con reveladoras inscripciones, escenas sexuales y estampas de la vida cotidiana de lo que fue la capital del reino de Camboya entre, aproximadamente, los siglos IX y XV, el apogeo del imperio jemer.
Si Henri Mouhot llegara hoy al recinto de Angkor, en las inmediaciones de la ciudad de Siem Reap, tendr¨ªa que compartir su asombro con el de cerca del mill¨®n de turistas que lo visita cada a?o, acaso inspirados por El caballero del sal¨®n, relato del novelista Somerset Maugham sobre su viaje a Oriente, o seducidos desde las pantallas de los cines por Lara Croft: Tomb Raider, la pel¨ªcula rodada all¨ª en 2001 y protagonizada por Angelina Jolie, que adopt¨® en Camboya a su hijo Madox. El impacto de ese n¨²mero de visitantes comienza a preocupar a las autoridades camboyanas y a los especialistas de la Unesco, que en 1992 lo declararon patrimonio de la humanidad para reconocer su valor y salvaguardarlo del abandono y el pillaje. Pero el turismo es la principal esperanza econ¨®mica de un pa¨ªs que hace apenas diez a?os ha depuesto las armas de sucesivas guerras y se recupera del que posiblemente sea el mayor genocidio del siglo XX: el que cometi¨® el r¨¦gimen de los Jemeres Rojos liderados por Pol Pot, un burgu¨¦s educado en Par¨ªs que entre 1975 y 1979 impuso una revoluci¨®n campesina de inspiraci¨®n mao¨ªsta traducida en ¨¦xodo, purga, terror, tortura y muerte. Lo llam¨® Kampuchea Democr¨¢tica. Instaur¨® el A?o Cero. En busca del llamado "enemigo oculto", elimin¨® a los intelectuales y profesionales, masacr¨® a los monjes budistas, vaci¨® las ciudades y recurri¨® al exterminio: casi dos millones de camboyanos fueron asesinados, un tercio de la poblaci¨®n.
El genocidio tambi¨¦n fue cultural. Los Jemeres Rojos destruyeron, saquearon y destinaron al contrabando numerosas obras de arte antiguo, sobre todo esculturas y pagodas. Aunque con Pol Pot alcanz¨® el paroxismo, ni la tragedia hab¨ªa comenzado en ese ficticio anacronismo del A?o Cero, pues apenas hac¨ªa dos d¨¦cadas que Camboya se hab¨ªa liberado del colonialismo franc¨¦s, ni acab¨® con la invasi¨®n del ej¨¦rcito vietnamita, enfrentado a la guerrilla jemer por los derechos territoriales del delta del Mekong. Los Jemeres Rojos permanecieron emboscados en la selva y siguieron atacando. No estaban solos. Tuvieron apoyo internacional contra el Gobierno de Hanoi, principalmente de unos Estados Unidos insuflados de af¨¢n de venganza tras la humillaci¨®n de su guerra con Vietnam, aunque Nixon y Kissinger, en su ciega persecuci¨®n al Vietcong, hab¨ªan bombardeado antes Camboya con sus B-52 hasta la extenuaci¨®n, radicalizando, colateralmente, el impulso mao¨ªsta jemer. Hasta 1997 se han sucedido en Camboya, hoy una monarqu¨ªa constitucional, guerras civiles y golpes de Estado, y los camboyanos han tenido que esperar a 2007 para sentar en el banquillo a los fratricidas. Por todo ello, la generaci¨®n actual, primera que conoce la paz en 100 a?os, conf¨ªa su recuperaci¨®n a los templos que ilustran su bandera nacional. El turismo, en su versi¨®n masiva del rom¨¢ntico viajero decimon¨®nico, responde a su llamada. Aprovechando la precariedad, los ladrones de arte, tambi¨¦n.
De alg¨²n modo, la atracci¨®n que Angkor ejerce entre turistas y expoliadores es responsabilidad del apasionado Mouhot. En un sentido estricto, ¨¦l no descubri¨® su existencia, pues los camboyanos la conocieron siempre y, de hecho, su templo principal, Angkor Wat, hab¨ªa sido reconvertido en monasterio budista en el siglo XVI. Hay constancia adem¨¢s de que el franc¨¦s Charles Emile Bouillevaux, un fraile de misi¨®n en Battambang, hab¨ªa visitado Angkor cinco a?os antes que ¨¦l mismo, e incluso noticias de otros remotos misioneros. Pero el libro p¨®stumo de Mouhot Voyage dans les royaumes de Siam, de Cambodge et de Laos, publicado en Par¨ªs en 1868, fue el primero en advertir al mundo occidental de que los vestigios de Angkor demostraban que en Indochina hab¨ªa existido una magn¨ªfica civilizaci¨®n cuyos arquitectos y artistas estaban a la altura de Miguel ?ngel. La Royal Geographical Society y la Zoological Society of London, que hab¨ªan patrocinado sus expediciones, alimentaron el mito y contagiaron a las autoridades coloniales francesas: en 1875, el brit¨¢nico John Thompson hizo las primeras fotos de Angkor y, dos a?os despu¨¦s, el arquitecto Lucien Fournereau traz¨® los primeros mapas.
?Por qu¨¦ su contemplaci¨®n produce a¨²n tal impacto? ?Qu¨¦ cuentan esas piedras de la historia de Camboya? "Tengo ante m¨ª, no s¨®lo una capital vac¨ªa, sino 700 a?os sin anales. Y el m¨¢s terrible prodigio de la muerte: el silencio", escribi¨® en el siglo XIX un sobrecogido Guy de Portal¨¨s. El silencio al que se refiere Portal¨¨s cay¨® sobre la capital de Angkor de la mano de la decadencia pol¨ªtica. Es el silencio que trajo consigo la muerte de aquella fastuosa civilizaci¨®n. Los escritos locales posteriores referidos a ella, si bien escasos, tambi¨¦n sucumbieron a la furia de los Jemeres Rojos. Pero siglos atr¨¢s habr¨ªa podido o¨ªrse el bullicio de una vida poderosa en cada rinc¨®n ocupado despu¨¦s por el sigilo de un pertinaz olvido y el mutismo de las continuas desgracias. Porque a comienzos del siglo XIII, Camboya gobernaba sobre vastos territorios que prosperaban a orillas de los r¨ªos Mekong y Tonl¨¦ Sap, y se extend¨ªan por una parte importante de lo que hoy es Tailandia, Laos, parte de Birmania y Malasia. Su centro era la ciudad sagrada de Angkor, donde arquitectura y naturaleza aunaban el poder¨ªo de hombres y dioses. Un imperio de corte absolutista que representaba su hegemon¨ªa cultural, social y religiosa, pero sin duda militar y pol¨ªtica, en la figura del dios-rey. Angkor fue el hogar de los dioses y el trono de los hombres. Ambos, capaces de realizar milagros: si los unos hab¨ªan podido dar muestras de su infinita sabidur¨ªa plasmando la belleza de la Creaci¨®n en la delicada ala de una mariposa, los otros dejar¨ªan patente lo que de divino hab¨ªa en su naturaleza erigiendo en su honor asombrosas construcciones que no desmerecieran a la belleza original. De paso, cohibir¨ªan a los coet¨¢neos con sus conocimientos y riquezas, y la historia, rendida a la evidencia, no les podr¨ªa olvidar. Pero la historia de Camboya, la historia de los hombres, discurri¨®, tr¨¢gica y violenta, sobre Angkor, y el tiempo, implacable en toda latitud, invadi¨® su esplendor con siglos de silencio. S¨®lo la jungla conserv¨® su hegemon¨ªa en la vieja ciudad: los ¨¢rboles siguieron creciendo, los insectos siguieron silbando, los monos siguieron chillando, los elefantes siguieron reinando. Millones de mariposas siguieron desplegando la levedad y la belleza de sus alas para escribir, en el aire, la historia de los dioses.
En el imaginario colectivo de los camboyanos permanece, no obstante, el fant¨¢stico recuerdo de aquel tiempo en el que sus antepasados eran semidivinos y semihumanos. ?Parientes de los dioses? Seg¨²n una cierta perspectiva de la historia de Angkor, s¨ª. A¨²n hoy d¨ªa, antes de construir cualquier edificio, ya sea el m¨¢s modesto palafito, el pueblo camboyano invoca a Preah Visnukar, el arquitecto celeste, el mismo que construy¨® la casa en la Tierra de Preah Ket Melea. ?ste ¨²ltimo, hijo del rey del estrato celeste y de una mujer terrenal, desped¨ªa un olor humano que desagradaba al resto de los dioses. El rey, cediendo a sus protestas, se ve obligado a enviarle a la Tierra y le propone que elija un edificio del estrato divino que ser¨¢ fielmente copiado en el estrato humano. Preah Ket Melea escoge el establo. El rey suelta a un buey en la llanura de Angkor y, en el punto exacto en el que el animal se tumba, el arquitecto Preah Visnukar erigir¨¢ el templo de Angkor Vat. Si la leyenda pudiera ser verdad, ¨¦sta explicar¨ªa adem¨¢s la obsesi¨®n de los camboyanos por el aroma de las esencias de flores, frutas e inciensos perfumados; su af¨¢n por que todo huela divinamente, como si quisieran alejar el olor demasiado humano que, en realidad, producen el clima tropical y la indisimulable pobreza.
Pero seg¨²n una lectura menos m¨ªstica o m¨ªtica, es otra la historia del ¨¢rbol geneal¨®gico de Angkor. En el siglo I de nuestra era, Indochina, entonces una tierra sin civilizaci¨®n, fue colonizada por comerciantes, brahmanes y militares procedentes de la India. De la mezcla entre inmigrantes y aut¨®ctonos se supone que surgieron los reinos de Funan y Chenla, que a¨²n constituyen una inc¨®gnita para historiadores y arque¨®logos. Con ellos evolucion¨® la agricultura, en especial unos arrozales que se convirtieron en su principal actividad gracias al aprendizaje de la canalizaci¨®n de los r¨ªos. Cuando los indios se retiraron, alrededor del siglo V, los jemeres, una tribu de las monta?as cuya prehistoria tambi¨¦n resulta ignota, fueron bajando a la jungla y rob¨¢ndole terreno. Dicen que se trataba de un pueblo tosco, que dio muestras de temeridad y salvajismo. Pero los monumentos demuestran que su desarrollo intelectual y art¨ªstico fue espl¨¦ndido y que lograron erigir lo que el Libro Guinness de los R¨¦cords considera la mayor estructura religiosa del mundo.
En cualquier caso, aquel presunto primitivismo de los jemeres monta?eses hizo posible su lucha contra el tit¨¢nico enemigo natural que era esa inmensa selva. Se hicieron con ella, pero no pudieron resistirse al legado religioso de los indios que les precedieron, que hab¨ªan tra¨ªdo consigo el hinduismo y practicaban el culto a la tr¨ªada formada por los dioses Brahm¨¢, Shiva y Visn¨², creador, destructor y preservador del universo. Los nuevos reyes de la selva, los monarcas jemeres, se autoproclamaron como la reencarnaci¨®n de Visn¨² en la Tierra: reyes sagrados. Y Jayavarman II fund¨® la espl¨¦ndida ciudad de Angkor a orillas del lago Tonl¨¦ Sap, el mismo donde hoy se mece la miseria en las aldeas flotantes de los desarraigados y despreciados vietnamitas que se quedaron en Camboya. Suyabarman II construy¨® all¨ª m¨¢s tarde Angkor Vat, gigantesco templo en piedra que imita al monte Meru, para los hinduistas, la monta?a basal del planeta. De ah¨ª la exquisita iconograf¨ªa de los bajorrelieves en los templos de Angkor Vat, Bayon, Preah Khan o Banteai Srei: deidades zoomorfas, lujuriosas ninfas celestiales, escenas del Ramayana y el Mahabarata.
La ca¨ªda del imperio jemer y el abandono de Angkor es un misterio cuyas inc¨®gnitas se multiplican y bifurcan como las ramas y ra¨ªces de la jungla que lo engull¨®: la invasi¨®n de los guerreros de Siam (antiguos tailandeses), el declive acarreado por una grave crisis econ¨®mica, la devastaci¨®n de una cat¨¢strofe ecol¨®gica, la furia de una plaga e incluso el diezmo humano y material que hubo de pagar su construcci¨®n y su mantenimiento.
Cuando llegu¨¦ a Camboya, llevaba el ¨¢nimo dividido entre dos expectativas: las maravillas de los templos y la tragedia de un pueblo. Se cumplieron las dos. Entro por vez primera en Angkor en un amanecer h¨²medo y caluroso como el de Mouhot, aunque sin duda menos solitario. Taxis, autobuses y tuk-tuks esperan en las inmediaciones el regreso de los pasajeros que han madrugado m¨¢s. Pero experimento su mismo impacto al asomarme a la Terraza de los Elefantes y a la del Rey Leproso, al enfrentarme a Bay¨®n, al penetrar en el maravilloso reino de los ¨¢rboles que sostienen Ta Prom, templo que no se ha restaurado porque el bosque no ha podido ser vencido. Me rodean monjes naranjas y ni?os con mocos y sonrisas que venden cualquier cosa. Quiz¨¢ alguno de ellos duerma esta noche en la calle, solo, acechado por otro tipo de turistas. La prostituci¨®n infantil en Camboya es otro de sus dramas. Y cuando me topo con la delicadeza de los bajorrelieves del arte jemer que describen episodios b¨¦licos, tengo la sensaci¨®n de que este pueblo sobrevive a una ¨²nica, eterna y despiadada batalla que estuviera destinado a librar. ?La guerra de los hombres o la guerra de los dioses? En cualquier caso, las consecuencias de esa condena son visibles y afectan a la gente y a los templos. La peor, las minas antipersona: cada d¨ªa, cinco personas, sobre todo ni?os y campesinos pobres, mueren o sufren heridas graves y la probable amputaci¨®n de sus miembros a consecuencia de una explosi¨®n. El jesuita espa?ol Kike Figaredo ha creado el Centro Arrupe en Battambang para dar un hogar y un futuro a esos ni?os mutilados que acaso s¨®lo persegu¨ªan a una peque?a mariposa. Porque la apacibilidad del campo camboyano, la verde suavidad de los arrozales, esconde a¨²n entre dos y cuatro millones de minas perversamente diseminadas.

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