El ¨²ltimo maldito
Muchos se resisten a reconocer el talento de C¨¦line por sus simpat¨ªas hitlerianas, pero nadie como ¨¦l describi¨® con intuici¨®n genial esta humanidad obtusa y est¨²pida.
Curioso por el entusiasmo que despert¨® en Onetti, sobre el que escribo un ensayo, la primera novela de C¨¦line, he vuelto a leer -?despu¨¦s de casi medio siglo!- al ¨²ltimo escritor "maldito" que produjo Francia. Como escribi¨® panfletos antisemitas y fue simpatizante de Hitler, muchos se resisten a reconocer el talento de Louis-Ferdinand C¨¦line (1894-1961). Pero lo tuvo, y escribi¨® dos obras maestras, Viaje al final de la noche (1932) y Muerte a cr¨¦dito (1936), que significaron una verdadera revoluci¨®n en la narrativa de su tiempo. Luego de estas dos novelas su obra posterior se desmoron¨® y nunca m¨¢s despeg¨® de esa peque?ez y mediocridad en que viven, medio asfixiados y al borde de la apoplej¨ªa hist¨¦rica, todos sus personajes.
Las dos primeras novelas de C¨¦line, m¨¢s que para ser le¨ªdas, parecen escritas para ser o¨ªdas
Bajo las apariencias de un mundo que guarda las formas, anida toda clase de monstruos
En aquellas dos primeras novelas lo que destaca es la ferocidad de una postura -la del verboso narrador- que arremete contra todo y contra todos, cubriendo de vituperios y exabruptos a instituciones, personas, creencias, ideas, hasta esbozar una imagen de la sociedad y de la vida como un verdadero infierno de malvados, imb¨¦ciles, locos y oportunistas, en el que s¨®lo triunfan los peores canallas y donde todo est¨¢ corrompido o por corromper. El mundo de estas dos novelas, narradas ambas en primera persona por un Ferdinand que parece ser el mismo (en Muerte a cr¨¦dito cuenta su ni?ez y adolescencia hasta que se enrola en el Ej¨¦rcito y, en El viaje al final de la noche, su experiencia de soldado en la Primera Guerra Mundial, sus aventuras en el ?frica y en Estados Unidos y su madurez de m¨¦dico en los suburbios de Par¨ªs), ser¨ªa intolerable por su pesimismo y negrura, si no fuera por la fuerza cautivadora de un lenguaje virulento, pirot¨¦cnico y sabroso que recrea maravillosamente el argot popular y finge con ¨¦xito la oralidad, y por el humor truculento e incandescente que, de tanto en tanto, transforma la narraci¨®n en peque?os aquelarres apocal¨ªpticos. Estas dos novelas de C¨¦line, m¨¢s que para ser le¨ªdas, parecen escritas para ser o¨ªdas, para entrar por los o¨ªdos de un lector al que los dichos, exclamaciones, improperios y met¨¢foras del titi parisi¨¦n de los suburbios le sugieren todo el tiempo un gran espect¨¢culo sonoro y visual a la par que literario. Qu¨¦ o¨ªdo fant¨¢stico tuvo C¨¦line para detectar esa poes¨ªa secreta que escond¨ªa la jerga barriobajera enterrada bajo su soez vulgaridad y sacarla a la luz hecha literatura.
No hay un solo personaje entra?able en estas novelas, ni siquiera alguno que merezca solidaridad y compasi¨®n. Todos est¨¢n marcados por el resentimiento, el ego¨ªsmo y alguna forma de estupidez y de vileza. Pero todos imantan al lector, que no puede apartar los ojos -los o¨ªdos- de sus disparatadas y s¨®rdidas peripecias, sobre todo cuando hablan. El menos repelente de todos ellos es, sin duda, el astronauta e inventor de Muerte a cr¨¦dito, Courtial des Pereires -una versi¨®n gangsteril y diab¨®lica del tierno Silvestre Paradox de P¨ªo Baroja-, que luego de estafar a media Francia con sus delirantes invenciones y sus exhibiciones aerost¨¢ticas, termina descerraj¨¢ndose un escopetazo en la boca que lo convierte en una masa gelatinosa que pringa las ¨²ltimas cincuenta p¨¢ginas de la novela y hasta a los lectores los ensucia de pestilentes detritus humanos. No creo haber le¨ªdo jam¨¢s unas novelas que se sumerjan tanto y con semejante placer y regocijo en la mugre humana, en toda ella, desde las funciones org¨¢nicas hasta los vericuetos m¨¢s puercos de los bajos instintos.
Siempre se ha dicho que el C¨¦line pol¨ªtico s¨®lo apareci¨® despu¨¦s de escribir sus dos primeras novelas, cuando su antisemitismo lo llev¨® a excretar Bagatelles pour une masacre y otros repugnantes panfletos de un racismo homicida. Pero la verdad es que, aunque, en t¨¦rminos estrictamente anecd¨®ticos, estas novelas no desarrollen temas pol¨ªticos, ambas constituyen una penetrante radiograf¨ªa del contexto social en que el nazismo y el fascismo echaron ra¨ªces en Europa en los primeros a?os del siglo veinte. El mundo que C¨¦line describi¨® en sus novelas no es el de la burgues¨ªa pr¨®spera, ni el de la desfalleciente aristocracia, ni el de los sectores obreros de lo que, a partir de aquellos a?os, se llamar¨ªa el cintur¨®n rojo de Par¨ªs. Es el de los peque?os burgueses pobres y empobrecidos de la periferia urbana, los artesanos a los que las nuevas industrias est¨¢n dejando sin trabajo y empujando a convertirse en proletarios, los empleados y profesionales que han perdido sus puestos y clientes o viven en el p¨¢nico constante de perderlos, los jubilados a los que la inflaci¨®n encoge sus pensiones y condena a la estrechez y al hambre. El sentimiento que prevalece en todos esos hogares modestos, donde los apuros econ¨®micos provocan una sordidez creciente, es la inseguridad. La sensaci¨®n de que sus vidas avanzan hacia un abismo y que nada puede detener las fuerzas destructoras que los acosan. Y, como consecuencia, esa exasperaci¨®n que posee a hombres y mujeres y los induce a buscar chivos expiatorios contra la condici¨®n precaria y miedosa en la que transcurre su existencia. Bajo las apariencias ordenadas de un mundo que guarda las formas, anidan toda clase de monstruos: maridos que se desquitan de sus fracasos golpeando a sus mujeres, empleados y polic¨ªas coloniales que maltratan con brutalidad vertiginosa a los nativos, el odio al otro -sea forastero al barrio, o de distinta raza, lengua o religi¨®n-, el abuso de autoridad, y, en el ¨¢nimo de esos esp¨ªritus enfermos, en resumen, la secreta esperanza de que algo, alguien, venga por fin a poner orden y jerarqu¨ªas a pistoletazos y carajos en este burdel degenerado en que se ha convertido la sociedad.
Todos estos personajes son nacionalistas y provincianos en el peor sentido de estas palabras: porque no ven ni quieren ver m¨¢s all¨¢ de sus narices. Como el Ferdinand Bardamu de El viaje al final de la noche pueden recorrer el ?frica negra y vivir en Estados Unidos, o, como el Ferdinand de Muerte a cr¨¦dito pasar cerca de dos a?os en Inglaterra. In¨²til: no entender¨¢n ni aprender¨¢n nada sobre los otros porque, por prejuicio, desgana o desconfianza, son incapaces de abrirse a los dem¨¢s y salir de s¨ª mismos. Por eso, regresar¨¢n a su suburbio aldeano, a su campanario, como si nunca lo hubieran abandonado. No saben nada de lo que ocurre m¨¢s all¨¢ de su entorno porque no quieren saberlo: como si romper las celdas en que se han encerrado por el miedo cr¨®nico en que viven, fuera a hacerlos m¨¢s vulnerables a esos misteriosos enemigos de que se sienten rodeados. Pocos escritores han descrito mejor que C¨¦line ese esp¨ªritu tribal que es el peor lastre que arrastra una sociedad que intenta progresar y dejar atr¨¢s los prejuicios y h¨¢bitos re?idos con la modernidad. En C¨¦line no hay la menor intenci¨®n cr¨ªtica frente a esta humanidad obtusa y est¨²pida que describi¨® con intuici¨®n genial. Para ¨¦l, el mundo es as¨ª, los seres humanos est¨¢n hechos de ese apestoso barro y nada ni nadie los mejorar¨¢.
C¨¦line pertenec¨ªa a este mundillo y nunca sali¨® de ¨¦l. Por sus simpat¨ªas hitlerianas, al final de la guerra huy¨® a Alemania tras los nazis que escapaban de Par¨ªs y, luego de un peregrinaje pat¨¦tico que narr¨® en unas seudo novelas que no son ni sombra de las dos primeras que escribi¨®, termin¨® en una c¨¢rcel danesa. Dinamarca se neg¨® a extraditarlo argumentando que si lo entregaba a Francia no tendr¨ªa un juicio imparcial y ser¨ªa poco menos que linchado. (Estuvo a punto de ser asesinado durante la ocupaci¨®n por un comando de la resistencia en el que, por lo menos eso juraba ¨¦l, particip¨® el escritor Roger Vailland). En 1953, fue amnistiado y pudo regresar a Par¨ªs. Volvi¨® a la banlieu donde acostumbraba jugar a la p¨¦tanque con amigos de su barrio. Jam¨¢s se arrepinti¨® de nada. Poco antes de morir concedi¨® una entrevista en la televisi¨®n a Roger St¨¦phane. Nunca he olvidado esa cara del viejo C¨¦line con la barba crecida y sus ojos enloquecidos, clavados en el vac¨ªo, mientras, apretando su pu?ito esquel¨¦tico, su vocecita cascada rug¨ªa, fren¨¦tica, ante la c¨¢mara: "?Cuando los amarillos entren a Breta?a, ustedes, franceses, reconocer¨¢n que C¨¦line ten¨ªa raz¨®n!".
? Mario Vargas Llosa, 2008. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL. 2008.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.