"No reconoc¨ª a mis hijos, ni ellos a m¨ª"
Desarraigo y depresi¨®n acompa?an el desembarco de la inmigraci¨®n femenina
![Juan Jes¨²s Azn¨¢rez](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F6c0df8bd-0ff3-4468-936e-c96fafaa26b6.png?auth=b5d935e44f236e02ca04903532080bbde3883da024a5334989732c8e86c47147&width=100&height=100&smart=true)
Hace pocos meses, la colombiana Luz Marina A., de 51 a?os, acudi¨® a un locutorio para poder ver, por primer vez en siete a?os, a sus dos hijos en Bogot¨¢, de 18 y 12 a?os, a trav¨¦s de una c¨¢mara conectada a Internet. "No pude decir una palabra. Lloraba. Yo no les reconoc¨ªa f¨ªsicamente, ni ellos a m¨ª. Y lo peor de todo es que me preguntaban por el dinero". Luz Marina no puede viajar a su pa¨ªs porque, al estar irregularmente en Espa?a, si sale, no podr¨¢ entrar. La mensualidad de 400 euros a sus hijos, de los que se separ¨® cuando ten¨ªan diez y cuatro a?os, forma parte de los m¨¢s de 7.500 millones transferidos por los inmigrantes en Espa?a a sus familias el pasado a?o.
"Es incre¨ªble el n¨²mero de mujeres que salen llorando del locutorio..."
"Hay necesidades m¨¢s urgentes que comprar un m¨®vil o un ordenador"
Las mujeres no quieren reproducir los modelos de vida de las de su entorno
El masivo desembarco de divisas ayuda al desarrollo, pero esconde desgarros familiares, rupturas matrimoniales, hijos descontrolados, p¨¦rdida de afectos, depresiones, malos tratos y suicidios. Son los da?os colaterales de la inmigraci¨®n, fundamentalmente femenina: el drama invisible. "No s¨¦ si hice bien en venirme a Espa?a", dice Luz Marina, cuidadora de una anciana espa?ola.
La mayor¨ªa de las mujeres separadas de sus esposos e hijos por la inmigraci¨®n sufre las dolorosas consecuencias de una lejan¨ªa y un reagrupamiento que tarda en llegar, o fracasa porque los miembros de la familia ya no se aceptan, ni se reconocen. Apenas hay estad¨ªsticas sobre un fen¨®meno que se sufre calladamente, sin registro demosc¨®pico.
Las mujeres latinoamericanas abrieron el camino en Espa?a en condiciones penosas: cuidan hijos ajenos y sufren el distanciamiento de los propios. Durante el arduo proceso hacia la regularizaci¨®n, numerosas mujeres perdieron al marido, que las olvid¨® o se emparej¨® de nuevo en Quito, Cali o Santo Domingo.
Muchas veces el dinero de las remesas se agota en dispendios, proyectos irresponsables o estafas. "No sabe la cantidad de mujeres que salen llorando del locutorio y tengo que consolar. O es el marido, o los hijos, o la madre o el dinero, pero siempre problemas", resume el encargado de un locutorio en el distrito madrile?o de Ciudad Lineal. Muchas pierden el trabajo y acaban en la prostituci¨®n, una actividad que ocultan a sus familias. El 80% de las 300.000 mujeres que se prostituyen en Espa?a, seg¨²n estimaciones, son extranjeras en situaci¨®n irregular, y por tanto m¨¢s expuestas a los abusos.
Espa?a cuenta con 1.700.000 mujeres inmigrantes, con una media de 34 a?os de edad, el 80% de ellas empleadas en el servicio dom¨¦stico, el comercio y la hosteler¨ªa, seg¨²n datos oficiales. El 54,2% de la inmigraci¨®n latinoamericana es ahora femenina, pero hace seis a?os representaba casi las dos terceras partes, de acuerdo con un estudio del Fondo de Naciones Unidas para la Poblaci¨®n.
"Son mujeres a las que se exige y que se exigen adaptarse a los tiempos, a los ritmos, a las demandas y a las necesidades de los otros", se?ala Gema de Cabo, jefa de proyectos del Centro de Estudios Econ¨®micos Tomillo (CEET). "Sus intereses, sus necesidades, sus sentimientos, como mujer o como persona quedan en segundo t¨¦rmino", a?ade.
Muchas no encuentran sentido a su presencia en Espa?a, se arrepienten de haber venido, viven solas y tristes, y creen que su trabajo no les permitir¨¢ alcanzar sus sue?os. "Son mujeres que se sienten cada d¨ªa m¨¢s lejos de los suyos, atrapadas y sin futuro: ni en su pa¨ªs, ni en Espa?a", resalta De Cabo.
La vulnerabilidad emocional y la sensaci¨®n de desamparo son tan intensas, que Sandra, una inmigrante ecuatoriana, se dej¨® embarazar por un pelanas para tener un hijo y mitigar su soledad. A los tres meses, lo pens¨® mejor y abort¨®. "Quiero volver a Ecuador para ganarme el cari?o de mi hija, aunque quiz¨¢s no lo consiga", se lamenta. Quiere volver, pero no sabe cu¨¢ndo, ni a qu¨¦.
La presidenta de la Asociaci¨®n Hispano-Ecuatoriana Rumi?ahui, Dora Aguirre, conoce bien el drama, causado por las fuertes presiones psicol¨®gicas y emocionales a las que est¨¢n sometidas las mujeres de la inmigraci¨®n. "Nuestras vidas, sociales, familiares, de pareja, est¨¢n rotas, y nuestros c¨®digos de asimilaci¨®n de la nueva realidad que vivimos est¨¢n sometidos a una constante evoluci¨®n", subraya. "Y en estos casos, las circunstancias laborales en que nos encontramos inmersas son criminales. Hay casos de internas que se han suicidado, y mujeres que sufren profundas depresiones, ansiedad, bulimia y anorexia".
Hijos que ya no quieren vivir con sus padres, parejas rotas, y mujeres que han cambiado su personalidad en Espa?a: se han hecho m¨¢s libres. El desarrollo de esa individualidad, sin embargo, entra en colisi¨®n con el secular machismo del esposo. En muchos casos, el desencuentro acaba en violencia. Un total de 99 mujeres, 28 de ellas extranjeras, fueron asesinadas el pasado a?o en Espa?a, seg¨²n un informe sobre muertes violentas en el ¨¢mbito dom¨¦stico y de g¨¦nero. La mitad de las mujeres que denuncian maltrato son extranjeras en algunas comunidades, entre ellas La Rioja.
La entrada en colisi¨®n responde a que la mujer inmigrante es aut¨®noma, tiene un empleo e ingresos propios y ya no depende de su pareja, mayoritariamente machista. En muchos casos mantiene a toda la familia. "El hombre no lo acepta bien y ah¨ª se produce un deterioro de las relaciones y frecuentemente el maltrato", agrega Aguirre.
El formato es ¨¦ste: el esposo llega a Madrid, Barcelona o M¨¢laga despu¨¦s de a?os de separaci¨®n y se topa con una esposa menos sumisa, menos dispuesta a aguantar los gritos, la bebida y las infidelidades. En ocasiones, la esposa mantiene relaciones con otro compatriota o con un espa?ol. Pero hasta el reencuentro, bueno o malo, los maridos e hijos esperan el dinero de Espa?a como agua de mayo.
"Yo quiero lo mejor para ellos, pero no dejan de pedir. El otro d¨ªa tuve una gran bronca con mi hija adolescente porque no quiero mandarle dinero para un ordenador y un m¨®vil. Hay otras necesidades m¨¢s urgentes", se?ala la paraguaya Elvira, empleada en el servicio dom¨¦stico. Es otro de los da?os colaterales: cuentan con m¨¢s dinero que sus amigos, cuyos padres en Asunci¨®n pueden ganar 300 o 400 euros al mes. El 40% de los habitantes de la regi¨®n vive en la pobreza.
Rosa Peris, directora del Instituto de la Mujer, constata que aumenta el n¨²mero de mujeres protagonistas de proyectos migratorios aut¨®nomos para mejorar sus condiciones de vida "y aliviar las formas de control social tradicionales, y que no quieren reproducir los modelos de vida de las mujeres de su entorno, que quieren estudiar y ejercer una profesi¨®n". Son mujeres pioneras que pagan cara su emancipaci¨®n.
La escritora argentina Cristina Civale, autora de varios trabajos sobre exclusi¨®n, violencia e inmigraci¨®n cita las violaciones de los derechos humanos causados a muchas empleadas dom¨¦sticas, con trabajos que exceden sus funciones: "Se enfrentan a la paradoja de estar junto a unos ni?os extra?os ganando dinero para sus propios hijos, que en el 70% de los casos vive todav¨ªa en los pa¨ªses de origen, y a los que no pueden ver muchas veces por a?os".
Noelia, de 40 a?os, dom¨¦stica sin contrato, sabe lo que es sufrir. "Mientras com¨ªa la se?ora, yo ten¨ªa que estar de pie, junto a ella, por si acaso necesitaba algo. Y no me dejaba ducharme todos los d¨ªas. Y cuando no pod¨ªa dormir, ten¨ªa que sentarme en su cama tom¨¢ndole la mano".
Noelia coment¨® a los hijos de la se?ora, de unos 70 a?os, el trato que recib¨ªa, pero no le hicieron mucho caso. "No te preocupes. A veces es un poco rara, pero no es mala". Un d¨ªa Noelia, se hart¨®, cobr¨® la mensualidad, y despu¨¦s se meti¨® en la ba?era y disfrut¨® del ba?o y del agua caliente durante una hora. "La vieja pegaba en la puerta para que saliera, pero no le hice caso. Fue una peque?a venganza", recuerda.
No tard¨® en buscar otro trabajo. Una vez que consigui¨® legalizar su situaci¨®n, se trajo de Ecuador a su marido y a sus dos hijos, y con los cuatro sueldos compraron un piso. "Mi marido es un poco machista, pero lo quiero y le aguanto. Ya no bebe tanto como antes. Espero que poco a poco vaya cambiando".
Algunas parejas consiguen la deseada conciliaci¨®n, pero otras sucumben en el intento.
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