En libertad amenazada
La pesadilla comenz¨® hace ocho a?os. Un hombre fue decisivo para el ¨¦xito de una operaci¨®n antidroga desarrollada en las provincias de C¨¢diz, Sevilla y Huelva, que provoc¨® un enorme revuelo porque culmin¨® con 140 detenciones. De no ser por su testimonio preciso y detallado, la acci¨®n policial habr¨ªa resultado in¨²til: revel¨® uno por uno el paradero de los miembros de una organizaci¨®n que distribu¨ªa coca¨ªna, hach¨ªs y droga sint¨¦tica por Andaluc¨ªa. En la oscuridad de la noche, condujo a la polic¨ªa hasta sus domicilios, se?al¨® aquellos escondrijos donde se almacenaba la droga y qu¨¦ veh¨ªculos se utilizaban para el transporte. Facilit¨® incluso gran cantidad de n¨²meros de los tel¨¦fonos m¨®viles. El disco duro con los detalles de la organizaci¨®n estaba en su cerebro. Uno de los inspectores de polic¨ªa que intervino en aquella operaci¨®n elogi¨® su "prodigiosa memoria".
Con 24 a?os, la vida le sonre¨ªa. Era narcotraficante. Ganaba medio mill¨®n de pesetas a la semana
De madrugada acompa?aba a los polic¨ªas en un coche camuflado para darles informaci¨®n
Vivi¨® durante dos a?os encerrado en un ¨¢tico. Toda su compa?¨ªa era una televisi¨®n en blanco y negro
Las promesas nunca se cumplieron. Vivi¨® entre 'okupas', rob¨® comida en hipermercados, pero siempre con miedo
Justicia e Interior responden con evasivas sobre el programa de protecci¨®n de testigos: "Es materia reservada"
Aquel individuo era un testigo protegido. No fue el ¨²nico (hubo un segundo testigo), pero su informaci¨®n result¨® determinante. Todo lo que se pudo saber entonces del personaje fue que era un hombre muy joven que desempe?aba un papel principal en la organizaci¨®n reci¨¦n desarticulada. Le hab¨ªan detenido unos meses antes en un chalet del puerto de Santa Mar¨ªa donde encontraron 10 kilos de coca¨ªna. Enviado a prisi¨®n, decidi¨® colaborar con la justicia y no pareci¨® haber actuado por venganza. Rompi¨® con la ley del silencio, que impera en las mafias del narcotr¨¢fico. Y, literalmente, se jug¨® el tipo.
Dos o tres a?os despu¨¦s, su abogado inform¨® de que la integridad de su defendido corr¨ªa serio peligro y que la actuaci¨®n de la justicia estaba siendo especialmente deficiente. Durante su estancia en prisi¨®n, sufri¨® varios traslados de c¨¢rcel por amenazas de muerte. Pero lo m¨¢s sorprendente fue conocer que sali¨® en libertad provisional sin lograr que le concediesen una nueva identidad. Viv¨ªa escondido, tem¨ªa por su vida y carec¨ªa de medios de subsistencia.
Pas¨® el tiempo.
De posteriores comunicaciones con el abogado se deduc¨ªa que la situaci¨®n apenas hab¨ªa mejorado. Todo cuanto hab¨ªa logrado conseguir era un nuevo carn¨¦ de identidad para su defendido, que resultaba poco ¨²til por no ir acompa?ado de un n¨²mero de la Seguridad Social: no pod¨ªa trabajar, disponer de carn¨¦ de conducir o recibir un subsidio. En esas circunstancias, las noticias que recib¨ªa de su cliente eran cada vez m¨¢s escasas. El abogado perd¨ªa la paciencia y el personaje estaba abandonado a su suerte.
Transcurrieron unos a?os m¨¢s.
Ocho a?os despu¨¦s de haber tenido la primera noticia de su existencia, merec¨ªa la pena intentar una entrevista con aquel testigo, petici¨®n a la que se hab¨ªa opuesto siempre su abogado. Ocho a?os era tiempo suficiente como para que los obst¨¢culos hubieran terminado por superarse. Sin embargo, las noticias volvieron a ser desalentadoras. Su abogado hab¨ªa dejado el caso. Reconoci¨® su impotencia, su desesperaci¨®n, su incomodidad: hac¨ªa mucho tiempo que no percib¨ªa sus honorarios. Lo ¨²ltimo que sab¨ªa era que le hab¨ªan adjudicado un letrado de oficio. Desconoc¨ªa su nombre. Del testigo ya no le llegaban noticias: vivir¨ªa escondido en alguna parte. Todas las medidas de protecci¨®n que le prometieron fueron incumplidas. El abogado sospechaba que algunos polic¨ªas le hab¨ªan facilitado un n¨²mero de tel¨¦fono al que recurrir si necesitaba ayuda urgente. No ten¨ªa m¨¢s informaci¨®n de ¨¦l.
Tampoco la ten¨ªa su nueva abogada. Era una joven letrada de Madrid, Nuria Rodr¨ªguez Vidal. Ella s¨ª era partidaria de una entrevista con su defendido, pero hab¨ªa un serio problema: no hab¨ªa podido contactar con ¨¦l desde que le adjudicaron el caso. Y necesitaba hacerlo con cierta urgencia, pero desconoc¨ªa hacia d¨®nde dirigir sus pasos para encontrarle. En esas circunstancias, lleg¨® un golpe de suerte: indagando entre las personas que hab¨ªan tenido alg¨²n contacto con el testigo surgi¨® un n¨²mero de tel¨¦fono donde poder dejar al menos un mensaje. Quedaba en segundo plano la posibilidad de convencerle para que aceptara una entrevista.
Meses despu¨¦s, acept¨® una cita. Con una condici¨®n: el encuentro se celebrar¨ªa en una gran ciudad, en un sitio donde pudiera pasar inadvertido. Una vez en dicha localidad, el contacto se establecer¨ªa por tel¨¦fono para decir d¨®nde podr¨ªamos vernos, en qu¨¦ calle y en qu¨¦ lugar. Llegado ese momento, facilit¨® una direcci¨®n y pregunt¨® si el periodista acudir¨ªa en taxi.
Tard¨¦ en darme cuenta de las caracter¨ªsticas del lugar que ¨¦l hab¨ªa elegido para la cita: a unos pasos de una comisar¨ªa de polic¨ªa. Y ¨¦l vigilaba a distancia la llegada de un taxi.
El hecho ten¨ªa su explicaci¨®n: si el periodista no parec¨ªa ser quien dec¨ªa ser, si en los primeros segundos observaba algo sospechoso, ¨¦l tendr¨ªa tiempo para correr y refugiarse en la comisar¨ªa. Era una evidencia del miedo que condiciona la vida de este hombre.
Ahora tiene 32 a?os. Es alto, delgado, de complexi¨®n fuerte, gesto serio y una amargura en la mirada que persiste incluso en los breves momentos en los que se atreve a esbozar una t¨ªmida sonrisa. Los ¨²ltimos ocho a?os de su vida han dejado secuelas que ¨¦l mismo explica: "Le entregu¨¦ mi vida a la justicia. Creo que me he vuelto esquizofr¨¦nico. El rostro se me ha vuelto agresivo. Me ha quedado un tic nervioso en un ojo, de todas las medicinas que me he tomado. Llegaba a tomar 70 en un d¨ªa. He perdido memoria. Los m¨¦dicos dicen que tengo un 53% de minusval¨ªa. Lo ¨²nico que quiero es acabar con esto".
El hombre autoriza a que se utilice en este reportaje el nombre de Crist¨®bal Toledo Gallego, la identidad que las autoridades le dieron para su estancia en la c¨¢rcel, donde residi¨® los primeros dos a?os y medio de esta pesadilla. Crist¨®bal ha tenido tres identidades desde entonces. La suya propia, la que tuvo en prisi¨®n y la de un nuevo DNI que le facilitaron tiempo despu¨¦s de salir en libertad. Ninguna de ellas fue ¨²til. Su caso es uno de tantos que evidencia c¨®mo el programa de protecci¨®n de testigos es ineficaz en Espa?a. Regulado por la Ley org¨¢nica 19/94 de Protecci¨®n de testigos y peritos en causas criminales, qued¨® pendiente de una regulaci¨®n que no se ha efectuado nunca. Todos los expertos consultados coinciden en criticar su falta de desarrollo. Uno tan destacado como Javier Zaragoza, actual fiscal jefe de la Audiencia Nacional, lleg¨® a afirmar en una ponencia que la regulaci¨®n actual es "incompleta, insuficiente e inadecuada". Un documento elaborado por Joaqu¨ªn S¨¢nchez Covisa, fiscal del Tribunal Supremo, abunda en id¨¦nticos comentarios. El juez Juan del Olmo, en una reciente conferencia en la escuela de verano de la Universidad Complutense de Madrid, lament¨® que el sistema espa?ol de protecci¨®n de testigos impida realizar un trabajo efectivo: "Desde 1994, el Estado", dijo, "no se ha ocupado en dotar con fondos al sistema de protecci¨®n, lo cual lo hace ineficaz y obliga en ocasiones a los jueces a recurrir a otras v¨ªas para aumentar la protecci¨®n".
La pesadilla de Crist¨®bal Toledo comenz¨® cuando ten¨ªa 24 a?os. La vida le sonre¨ªa. Viv¨ªa en un chalet, conduc¨ªa un BMW, ganaba medio mill¨®n de pesetas a la semana. Hab¨ªa dejado su casa unos a?os antes, siendo adolescente, el d¨ªa en que su padre le peg¨® una paliza. Hombre muy estricto, director de un instituto, no pod¨ªa soportar que su hijo fuera un mal estudiante y se pasara todo el d¨ªa en la calle. Aquella paliza termin¨® con una pierna rota y su decisi¨®n de no regresar a casa. La vida callejera le llev¨® a un destino inevitable en el lugar donde viv¨ªa: el menudeo de la droga, dinero al contado si eres lo suficientemente atrevido. Empez¨® por abajo, con una Vespino con la que consumi¨® cientos de kil¨®metros. Crist¨®bal ten¨ªa don de gentes. Sus contactos aumentaban. Su radio de acci¨®n se ampli¨® hasta escalar posiciones en la organizaci¨®n para la que trabajaba. Pic¨® cada vez m¨¢s alto y sus relaciones alcanzaron algunas discotecas de la Costa del Sol. Prosperaba: cuando logras poner un pie en Marbella y sus aleda?os empiezas a competir en la Primera Divisi¨®n del sector. Utilizaba cuatro tel¨¦fonos m¨®viles, cambiaba de tarjetas cada semana, pero todo estaba en su cabeza: nombres, direcciones, matr¨ªculas de coches, n¨²meros de tel¨¦fono. No necesitaba una agenda. Ten¨ªa facilidad para los n¨²meros.
"Llevaba conmigo a mis perrillos". As¨ª llama Crist¨®bal a otros j¨®venes que le acompa?aban, a los que manten¨ªa, su cohorte privada. Su ritmo de vida era intenso y en eso ten¨ªa mucho que ver la coca¨ªna que consum¨ªa. "Apenas dorm¨ªa. Disfrutaba de la vida a tope y gastaba parte de mis ganancias en coca¨ªna. Cada vez me reservaba m¨¢s para m¨ª, para mi propio consumo".
Probablemente, tanta excitaci¨®n le llev¨® a cometer alg¨²n error. Lo cierto es que la noche del 31 de octubre de 2000, la polic¨ªa le sorprendi¨® en su chalet. Le hab¨ªan estado vigilando. Encontraron diez kilos de coca¨ªna en el inmueble y le detuvieron.
Si hubiera encajado el golpe como tantos otros en su oficio, su vida habr¨ªa sido diferente. De haber mantenido la boca cerrada, la organizaci¨®n le habr¨ªa protegido, enviado dinero a la c¨¢rcel y contratado un buen abogado. La ley del silencio es muy efectiva en el mundo del narcotr¨¢fico: te comes el marr¨®n y te callas, que la organizaci¨®n velar¨¢ por ti y los tuyos. El ejemplo lo ha vivido en sus propias carnes: buena parte de aquellos a quienes delat¨® salieron de la c¨¢rcel antes que ¨¦l y no les ha faltado dinero ni trabajo desde entonces. Pero ¨¦l decidi¨® hablar. Fue el error de su vida.
El juez, el fiscal y su abogado le convencieron para que colaborase con la justicia. Le prometieron otorgarle la doble condici¨®n de arrepentido y testigo protegido. Su identidad quedar¨ªa a salvo, disfrutar¨ªa de beneficios penitenciarios y podr¨ªa rehacer su vida. Le facilitar¨ªan un lugar donde vivir y unos medios econ¨®micos para salir adelante. Ninguna de esas promesas se cumpli¨®. El sistema fall¨® estrepitosamente.
Diez veces sali¨® de la c¨¢rcel donde estaba ingresado. En algunas ocasiones durmi¨® en la propia comisar¨ªa. Durante la madrugada, acompa?aba a los agentes en un coche camuflado para indicarles in situ todos los detalles de la organizaci¨®n: matr¨ªculas de coches, almacenes donde se ocultaba la droga, domicilios, lugares de contacto. Recuerda que una de aquellas noches, el veh¨ªculo policial pinch¨® una rueda y hubieron de esperar para repararla. Sus descripciones eran precisas. "Se conoc¨ªa todos los caminos con exactitud por complicados que fueran, incluso durante la noche, cuando no es f¨¢cil moverse por ciertos lugares", recuerda uno de los agentes, entrevistado tiempo despu¨¦s. En uno de los documentos que obran en el sumario del caso, constan las declaraciones de polic¨ªas de la UDYCO de Sevilla y C¨¢diz, que testificaron a su favor, reconocieron la importancia de su colaboraci¨®n y "el peligro potencial elevado" al que se expon¨ªa con su testimonio. "Nunca hemos tenido un testigo que nos lo pusiera tan f¨¢cil", confes¨® uno de ellos.
La operaci¨®n fue un ¨¦xito. Un golpe espectacular, al mejor estilo de la Operaci¨®n Pit¨®n, aquella que protagoniz¨® en C¨¢diz el juez Garz¨®n en los a?os noventa. Tres centenares de agentes de la polic¨ªa y la Guardia Civil irrumpieron en varias localidades gaditanas para hacer los correspondientes registros. Se hallaron varios miles de kilos de hach¨ªs, varias decenas de kilos de coca¨ªna, armas de fuego, numerosos veh¨ªculos, propiedades y cuentas corrientes a nombre de personas que no ten¨ªan oficio conocido. Se practicaron 140 detenciones.
Como resultado de la operaci¨®n policial, algunos de los detenidos ingresaron en la misma c¨¢rcel donde resid¨ªa Crist¨®bal. Ya se hablaba por entonces de un par de testigos protegidos y de amenazas de muerte. As¨ª comenz¨® su peregrinaje carcelario a la espera de que se cumplieran las promesas. Lleg¨® a estar en cinco. En ellas recibi¨® una identidad, la de Crist¨®bal Toledo Gallego. Como el riesgo era alto, fue trasladado a la de Aranjuez, de m¨¢xima seguridad, suficientemente alejada de su entorno.
Sus recuerdos de la c¨¢rcel son agradables. Crist¨®bal se ejercit¨® en el boxeo, se puso en forma, lleg¨® a trabajar como guardaespaldas de algunos reclusos islamistas detenidos tras el 11-S. "Esos t¨ªos manejaban dinero y pagaban bien", recuerda. Pero los beneficios terminaron ah¨ª. Estuvo dos a?os y medio en prisi¨®n: m¨¢s tiempo de lo que hab¨ªa calculado.
Un d¨ªa se top¨® con la realidad que le esperaba en el exterior. Por la megafon¨ªa de la prisi¨®n anunciaron que se presentara al director. Lo sorprendente de aquel anuncio fue que le citaron por su verdadero nombre. Le cost¨® unos segundos darse cuenta de que se refer¨ªan a ¨¦l. "Me hab¨ªa olvidado de mi verdadera identidad. Todo el mundo, hasta los funcionarios, me conoc¨ªan por Crist¨®bal". De hecho, ¨¦stos tambi¨¦n se sorprendieron. "Si no te est¨¢n llamando a ti, si t¨² eres Crist¨®bal", le dec¨ªan. El equ¨ªvoco dur¨® unos minutos, hasta que el director le comunic¨® que quedaba en libertad provisional y pod¨ªa salir a la calle.
"Me dijeron que, dada mi situaci¨®n, me daban 10 euros para un taxi hasta la estaci¨®n y me pagaban un billete de tren hasta el lugar que yo eligiera. Les dije que no pod¨ªa salir as¨ª, que no ten¨ªa dinero, que no pod¨ªa volver a mi casa, que me pod¨ªan matar en cuanto saliera de la c¨¢rcel".
Contact¨® con su abogado. Se intensificaron las gestiones para darle una nueva identidad y dotarle de medios econ¨®micos de subsistencia. Visit¨® al juez del caso. Comenz¨® a invadirle el p¨¢nico.
A pesar del empe?o del juez, sus autos estaban resultando in¨²tiles. El primero se hab¨ªa firmado el 9 de enero de 2001, en el que se acordaba protecci¨®n especial, traslado de centros penitenciarios si era preciso y protecci¨®n policial de sus familiares a la vista de la existencia de algunas amenazas. En febrero de 2001 se acord¨® cambiarle la identidad en la c¨¢rcel, el 28 de marzo de 2001 se dict¨® otro auto aumentando su nivel de protecci¨®n y un nuevo cambio de c¨¢rcel. Nuevas peticiones se formularon el 21 de mayo y el 1 de octubre, cuando se solicit¨® su traslado a Aranjuez. Las solicitudes continuaron in¨²tilmente: el 12 de marzo de 2002 se ampliaron medidas protectoras, se eliminaron sus datos personales en las piezas del sumario y se dio curso de su caso a una pieza separada.
As¨ª hasta el 31 de octubre de 2002, cuando se acord¨® su libertad con la conformidad del fiscal, se solicit¨® se le expidiera un nuevo DNI, se le asign¨® una escolta y medios econ¨®micos para su subsistencia. El juez orden¨® que Interior cumpliese estas medidas "en el plazo m¨¢s breve posible".
A pesar de todos esos documentos, Crist¨®bal sali¨® de la c¨¢rcel sin nueva identidad y totalmente desprotegido. No tuvo otra alternativa que ocultarse en una buhardilla propiedad de un familiar.
En su interior vivi¨® encerrado durante dos a?os.
El ¨¢tico era muy peque?o. Apenas pod¨ªa ponerse de pie sin golpear su cabeza contra el techo. Durante un tiempo, un familiar le trajo comida. El mobiliario se limitaba a una cama y una mesita donde descansaba un televisor en blanco y negro que manten¨ªa encendido las 24 horas del d¨ªa. Era su ¨²nica compa?¨ªa. Pasado el tiempo, algunas noches se atrevi¨® a salir a la azotea. Lo hac¨ªa acurrucado para que nadie pudiera advertir su presencia. Se miraba al espejo y le daba la sensaci¨®n de que se estaba poniendo amarillo. Carec¨ªa de dinero. No pod¨ªa salir a la calle. Le suministraron algunas pastillas para dormir, que a veces mezclaba con alcohol. Le sobrevino la idea del suicidio.
Un d¨ªa consigui¨® acudir a la consulta de un psiquiatra. Sali¨® a la calle camuflado. Atemorizado. De aquel psiquiatra guarda un buen recuerdo, "porque se moj¨® por m¨ª". Desde ese momento, las medicinas comenzaron a ser sus compa?eras de viaje. Consumi¨® una mezcla de ansiol¨ªticos, antidepresivos, pastillas contra el insomnio y protectores estomacales. Crist¨®bal conserva algunas recetas. Trazadona Clorhidrato, Topamax, Trankimazin, Clonazepan, Omoprazol, Noctamid, Clorazepato hipot¨¢sico. Posiblemente no hizo un buen uso de ellas. No hay p¨ªldoras que eliminen el miedo a las amenazas, ni medicinas que liberen de un encierro entre cuatro paredes.
Escrib¨ªa cartas a su madre que nunca envi¨® al correo. Cartas a sus hermanas, a la novia que perdi¨® tras la detenci¨®n. Escrib¨ªa porque no pod¨ªa hablar con nadie, porque no deb¨ªa complicarle la vida a nadie. Engord¨®. Lleg¨® a pesar 125 kilos. Sus m¨²sculos se atrofiaron. Alguna vez se le descoloc¨® una clav¨ªcula. Su cuerpo se deterioraba.
A partir de un determinado momento, los acontecimientos se dispararon. Los recuerda de forma m¨¢s imprecisa. "Ya no tengo la memoria de antes", repite una y otra vez. Decidi¨® huir de esa prisi¨®n privada y encontrar una salida en otra parte.
Se sinti¨® perdido. Vivi¨® durante un tiempo entre unos okupas. Vend¨ªa sus medicinas a unos yonquis para obtener algo de dinero. Era una vuelta a su pasado de camello si no fuera porque ese regreso le estaba vedado: le matar¨ªan si le reconocieran. Se alimentaba de lo que robaba en los hipermercados. Iba de un sitio a otro.
Viaj¨® a Madrid sin trabajo. No le fue bien. Llegaron a robarle el DNI y cuando acudi¨® a una comisar¨ªa para denunciarlo le detuvieron. "En el ordenador de la polic¨ªa estaba mi identidad nueva y la verdadera y resulta que estaba en busca y captura". No hab¨ªa acudido al requerimiento de un juzgado en su d¨ªa. ?C¨®mo podr¨ªa hacerlo si no ten¨ªa domicilio conocido y apenas se comunicaba con su abogado?
La ayuda prometida nunca lleg¨®. El abogado comenz¨® a dar el caso por perdido. El 18 de mayo de 2004, el juez firm¨® un nuevo auto reiterando que se le concediesen las medidas de protecci¨®n. En diciembre de ese mismo a?o se produjo un curioso intercambio de comunicaciones entre el Ministerio de Justicia y la Consejer¨ªa de Justicia de la Junta de Andaluc¨ªa. El ministerio le ped¨ªa a la Junta que adoptara las medidas econ¨®micas para ayudar a un testigo protegido y la Junta respond¨ªa por dos veces que las competencias de Justicia transferidas a la Junta no contemplaban "los gastos ocasionados por la protecci¨®n a testigos". Gobierno central y Junta de Andaluc¨ªa se pasaban la pelota y el asunto quedaba en el alero. Crist¨®bal segu¨ªa busc¨¢ndose la vida.
El 22 de diciembre de 2005, el Defensor del Pueblo Andaluz contest¨® a una carta de su abogado admitiendo a tr¨¢mite el caso. Por un momento, se abri¨® la luz. Le ofrecieron un trabajo en una residencia de ancianos. All¨ª trabaj¨® y all¨ª vivi¨® tambi¨¦n porque no pod¨ªa residir en otro sitio. A cambio deb¨ªa dejar una buena parte de su sueldo. La situaci¨®n no dur¨® mucho y le invitaron a marcharse.
Cambi¨® de ciudad, trabaj¨® de camarero, de vigilante en una discoteca. Trabajos espor¨¢dicos que cumpli¨® con el miedo en el cuerpo y una dependencia cada vez mayor de los medicamentos. Su situaci¨®n no encontraba salida.
Como sucede en algunas pel¨ªculas, el destino le sonri¨® por primera vez. Conoci¨® a una mujer, con la que viaj¨® a Francia durante un tiempo (siete meses) y le ayud¨® a combatir su dependencia. Es la ¨²nica persona que le retiene entre los vivos.
Su caso fue transferido a la Audiencia Nacional porque, a pesar de todo, todav¨ªa tiene una deuda con la justicia. Est¨¢ imputado en un sumario, en una pieza separada. El juez Grande Marlaska le oblig¨® a viajar a Madrid a prestar declaraci¨®n bajo la amenaza de ponerle en b¨²squeda y captura, pero no resolvi¨® su situaci¨®n como testigo protegido. Meses despu¨¦s, hubo de acudir a un juicio en una ciudad andaluza en calidad de testigo. Le situaron en una sala aparte y declar¨® por videoconferencia, pero cuando termin¨® su intervenci¨®n escuch¨® con estupor c¨®mo el juez se desped¨ªa de ¨¦l por su verdadero nombre.
La vida al lado de su nueva compa?era le ha permitido ir sobreviviendo, tener alg¨²n trabajo temporal, cambiar de domicilio de vez en cuando. Pero no es vida si est¨¢ dominada por el miedo.
Su abogado decidi¨® dejar el caso. La letrada de oficio que se le asign¨®, Nuria Rodr¨ªguez Vidal, no deja de sorprenderse por los avatares de su cliente. Ha necesitado de varios meses para localizarle y poder entrevistarse con ¨¦l. Se ha encontrado con alg¨²n hecho consumado: el juez Baltasar Garz¨®n, una vez se reintegr¨® a su puesto tras un periodo sab¨¢tico en Estados Unidos, no ejecut¨® la orden de protecci¨®n. "Argument¨® que no era el juez competente", explica la abogada. Fue una forma radical de zanjar el asunto. Ya no hab¨ªa caso.
Pero s¨ª lo hay. Crist¨®bal necesita una sentencia para que todo quede cerrado y el asunto va demasiado despacio. Su abogada cree que el juicio no se celebrar¨¢ hasta pasados unos a?os, m¨¢xime teniendo en cuenta que ha quedado como un asunto menor y que los sumarios se agolpan en la Audiencia Nacional. "Habr¨¢ una dilaci¨®n importante que obrar¨¢ a su favor. No creo que haya condena. Es muy improbable que vuelva a la c¨¢rcel, entre otras cosas porque merecer¨¢ una rebaja por colaboraci¨®n con la justicia", supone la letrada.
La respuesta de portavoces de Justicia e Interior a cualquier pregunta period¨ªstica sobre el programa de protecci¨®n de testigos, el n¨²mero de adscritos al mismo o su dotaci¨®n econ¨®mica encuentra la t¨ªpica evasiva ante preguntas inc¨®modas: "Es materia reservada. No se pueden ofrecer datos". Aunque algunas fuentes citan un n¨²mero de varios cientos de testigos protegidos, nadie confirma la cifra exacta y mucho menos c¨®mo se coordinan las medidas de protecci¨®n, cu¨¢ntas identidades se han cambiado y en cuantos casos se han dispuesto cambios de domicilio o prestaciones econ¨®micas. Dichas fuentes reconocen que los casos de terrorismo, sobre todo el islamista, han obligado a esos departamentos ministeriales a ser m¨¢s rigurosos en las medidas de protecci¨®n. Por otro lado, fuentes policiales reconocen que evitan recurrir a la figura del testigo protegido por la manifiesta ineficacia del sistema.
En Espa?a se han celebrado varios simposios sobre la materia de los que se desprende una firme llamada a las autoridades a desarrollar la ley. Observatorios especializados en lucha contra el crimen organizado de la ONU y de la Uni¨®n Europea enfatizan la necesidad de acudir a esta figura para luchar eficazmente contra las mafias. La protecci¨®n de testigos es una asignatura pendiente en Espa?a.
Los expertos reconocen que Estados Unidos e Italia tienen los sistemas m¨¢s avanzados en la materia. Reino Unido y alg¨²n otro pa¨ªs europeo han hecho progresos. La experiencia de los primeros 25 a?os de programa federal en Estados Unidos demostr¨® que, a pesar de su complejidad y su elevado costo econ¨®mico (se otorg¨® protecci¨®n a 6.500 testigos con extensi¨®n a 9.000 familiares), el sistema se justificaba con una evidencia: se hab¨ªan logrado condenas en el 89% de los casos en los que los testigos protegidos hab¨ªan podido declarar.
Durante estos ocho a?os, asociaciones anti droga de C¨¢diz y partidos pol¨ªticos sin excepci¨®n han criticado en numerosas ocasiones que la mayor¨ªa de las grandes operaciones contra el narcotr¨¢fico en la provincia hayan terminado sin condenas, con buena parte de los imputados en libertad.
Sin embargo, Crist¨®bal Gallego Toledo s¨ª ha sido condenado. A vivir en una condici¨®n de libertad amenazada. ?Cu¨¢ndo podr¨¢ pasear por la calle sin ocultarse?
El encuentro ha terminado. Nos despedimos. El hombre se da media vuelta y camina hacia alguna parte, pero gira una ¨²ltima vez su cabeza hacia atr¨¢s para observar hacia d¨®nde se dirigen mis pasos. El miedo sigue vigente. -
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