"El que se sienta totalmente feliz es un cretino"
Umberto Eco es un hombre casi feliz. Un profesor que disfruta de sus alumnos y que ahora, jubilado a los 76 a?os de sus m¨²ltiples ocupaciones acad¨¦micas, sigue trabajando ?a¨²n m¨¢s que antes?, impartiendo clases doctorales, escribiendo libros (??ni media palabra sobre el que hago ahora!?, exclama, poni¨¦ndose el dedo sobre los labios), asistiendo a congresos (cuando le vimos, estaba a punto, de ir a uno en el que ten¨ªa que hablar de las matem¨¢ticas locas, y ahora vendr¨¢ a Granada, a principios de abril, al Mapfre Hay Festival), leyendo tebeos (?ahora son demasiado intelectuales?) y riendo como un chiquillo. Serio cuando habla de Italia, cuyas elecciones se le vienen encima con la amenaza cierta de que las gane Berlusconi, y optimista cuando habla de Espa?a. ??Ustedes tienen la suerte de Zapatero!?. Cuando Jordi Soc¨ªas le pidi¨® que posara con un borsalino, el tipo de sombrero que ha hecho mundialmente conocido a su pueblo, Alessandria, se divirti¨® como si volviera al patio de su familia, en ese lugar que cada vez est¨¢ m¨¢s cerca de su memoria, como si la edad le hiciera recuperar los sabores perdidos de la adolescencia.
Vive en una casa espl¨¦ndida, llena de libros y de ejemplares antiguos, muchos de los cuales consigue en una librer¨ªa que est¨¢ cerca de aqu¨ª, en la calle de Rovelo; cada tarde, cuando est¨¢ en Mil¨¢n y no viaja, este hombre que ya se queja de que le quitan la sal de las comidas y ahuyenta los dulces como una tentaci¨®n maldita, acude a esa librer¨ªa de libros viejos, repasa cat¨¢logos y procedencias, y luego se va a tomar el aperitivo a un caf¨¦ donde Eco es il professore. Cerca de la librer¨ªa, por cierto, est¨¢ Antonio, su peluquero, que ha colocado en la puerta de cristales un retrato de Eco con su borsalino; dentro est¨¢ retratado mientras Antonio le hace la barba. La barba, por cierto, ya tiene las canas de un hombre que se dice a s¨ª mismo viejo, pero que mantiene la marcha que le ha hecho legendario entre los acad¨¦micos del mundo, por su actividad y por la variedad de sus gustos.
Sigue siendo ese hombre feliz (?casi feliz, ?quien diga que es totalmente feliz es un cretino!?) que canta, recita, se sabe de memoria citas enteras, se interes¨® antes que nadie por las nuevas tecnolog¨ªas, las us¨® para sus trabajos (el ¨²ltimo, Decir casi lo mismo, publicado por Lumen, aparece ahora, traducido por Helena Lozano) y las usa constantemente, aunque tiene el telefonino (sobre cuyo uso tanto ha escrito) casi siempre apagado, pero usa el mail obsesivamente, como si fuera una prolongaci¨®n natural de las conversaciones. Charlando sigue siendo aquel hombre t¨ªmido que teme meter la pata ??si hablo demasiado, es para rellenar los tiempos muertos??, pero cuando agarra un asunto que le divierte, su carcajada llena el escenario, se convulsiona, es feliz, casi. En su libro Decir casi lo mismo, que es sobre la traducci¨®n, cuenta un chiste que s¨®lo pueden entender los que hablan espa?ol y los que hablan italiano; es el de un empresario extra?ado de que uno de sus operarios se vaya cada d¨ªa a la una en punto de la tarde para regresar, siempre, a las tres en punto, dos horas m¨¢s tarde. El empresario dispone que otro de sus empleados le vigile y le informe. ?Este hombre se va cada d¨ªa a la una, se compra una botella de champ¨¢n, se va a su casa y se entretiene con su mujer?. ?Pero?, exclama el empresario, ??y no podr¨ªa entretenerse por la noche, como todo el mundo??. Despu¨¦s de muchas idas y venidas, el investigador le explica a su jefe: ?Quiz¨¢ usted lo entienda si me deja tratarle de t¨²?.
Ha escrito El nombre de la rosa, que fue un ¨¦xito mundial absoluto; El p¨¦ndulo de Foucault; abri¨® las puertas de la fama como ensayista con Apocal¨ªpticos e integrados ante la cultura de masas, pero sigue confiando en que la comunicaci¨®n, de la que es un maestro, s¨®lo se digiere si el que la emite es ameno, capaz de ponerse a la altura del que le oye. Por eso, tanto en la conversaci¨®n como en los libros siempre pespuntea con chistes as¨ª sus reflexiones o sus ap¨®logos. Cuando fuimos a comer, a un restaurante donde le tratan como si fuera el due?o de Mil¨¢n, o del Milan, seguimos la conversaci¨®n que hab¨ªamos tenido en su casa, y le sacamos el asunto de la juventud, qu¨¦ le pasa a la juventud. Y ¨¦l nos explic¨®: ?La juventud es como ese anciano que va al ur¨®logo porque se orina encima y el ur¨®logo le receta una especie de tranquilizante. Al cabo de un mes vuelve el viejo a la consulta y le explica al m¨¦dico que est¨¢ curado. ??Curado??, pregunta el m¨¦dico, ?o sea, que ya no se orina encima?. ?S¨ª, me sigo orinando encima, pero ahora me da completamente igual?. Y as¨ª es la juventud, lo est¨¢ pasando igual de mal que siempre, no sabe ad¨®nde ir, pero ahora le da completamente igual?.
Hablamos de Espa?a, de sus amigos espa?oles (Beatriz de Moura, Esther Tusquets, su primera editora; Jorge Sempr¨²n, ?lo quieren hacer doctor honoris causa en la Complutense, qu¨¦ alegr¨ªa?), del premio Pr¨ªncipe de Asturias que recibi¨® en 2000 y de la comida. Le pusieron una lubina, sin sal ?no sabe a nada?, y los ojos se le iban hacia la focaccia, un manjar que termin¨® apartando. Sigue estudiando; cuando le dejamos se iba a su casa, acaso a ocuparse de Carlomagno (?Di Carlomagno, as¨ª creer¨¢n que escribo sobre ¨¦l en mi pr¨®?ximo libro, y empezar¨¢ el boca a boca?). Divertido siempre, y siempre casi feliz. En la casa, al volver, le esperaba su mujer, Renate, y las camelias que ¨¦sta cultiva con el mismo entusiasmo con que su marido explora los libros viejos de la calle de Rovelo, y con el esmero con el que Antonio impide que la barba de Eco deje de ser la que ya se asocia a la cara del professore.
Hay una escena en su vida, cuando toca la trompeta para los partisanos, tiene trece a?os, est¨¢ en la plaza de Alessandria. Esa escena transmite felicidad, y usted siempre parece tan feliz. Ah¨ª hay dos cosas: aquel ni?o y la felicidad. Son diferentes, no pueden coincidir. Yo no creo en la felicidad, si le digo la verdad. Creo solamente en la inquietud; o sea, nunca estoy feliz del todo, siempre necesito hacer otra cosa. Pero admito que en la vida hay felicidades que duran diez segundos, o incluso media hora, como cuando naci¨® mi primer hijo; en ese instante estaba feliz. Pero son momentos brev¨ªsimos. Alguien que es feliz toda la vida es un cretino. Por eso prefiero, antes que ser feliz, ser inquieto.
Y ha mencionado al ni?o; ese ni?o es el que sale en El p¨¦ndulo de Foucault, y aqu¨¦l fue un momento feliz, por supuesto, pero no estoy seguro de haberlo sido de verdad en aquel momento o en el momento en que lo estaba contando. Hay momentos de felicidad cuando logras expresar algo de lo que te sientes contento, y adem¨¢s porque mientras contaba sobre aquel ni?o estaba feliz porque ?s¨¦ muy bien que es una afirmaci¨®n muy reaccionaria? creo que la vida sirve s¨®lo para recordar la propia infancia.
Ah¨ª est¨¢ la literatura. Eso dicen. Cada momento en que consigo recordar bien un instante de mi infancia es un momento de felicidad, pero esto no quiere decir que los de mi infancia hayan sido momentos de felicidad. Yo creo que la infancia y la adolescencia son periodos muy tristes. Los ni?os son seres muy infelices. Quiz¨¢ yo, mientras tocaba la trompeta, con miedo a que esa fuera la ¨²ltima vez que tocaba aquel instrumento, era un ni?o infeliz. Me siento feliz ahora record¨¢ndolo, y quiz¨¢ sea ¨¦ste el motivo por el cual escribo, para encontrar estos momentos muy breves de felicidad que consisten en recordar momentos de la propia infancia. S¨ª, por eso escribo.
Y para eso se envejece. Algo muy hermoso que ocurre al envejecer es que se recuerdan un mont¨®n de cosas de la infancia que estaban olvidadas. El otro d¨ªa me ha venido a la mente el nombre de mi dentista, de cuando ten¨ªa ocho o nueve a?os. No s¨®lo me acuerdo del dentista, sino tambi¨¦n del t¨¦cnico que le ayudaba, el doctor Correggia y el se?or Romagnoli. No s¨¦, pero estaba content¨ªsimo de volver a pensar en mi dentista, al que hab¨ªa olvidado totalmente. Por tanto, yo voy al encuentro con el progreso de mi vejez con mucho optimismo, porque cuanto m¨¢s envejezco, m¨¢s recuerdos tengo de mi infancia.
Claro, y cada d¨ªa m¨¢s cerca de Alessandria, de aquella familia suya? Mi padre era el primero de 13 hermanos. Era una familia enorme; hubo un primo que muri¨® a los 20 a?os y que yo no conoc¨ª? Haga el c¨¢lculo: si cada hermano tuvo dos hijos, eran 26 primos, de modo que era dif¨ªcil tener relaci¨®n con todos. Mi relaci¨®n m¨¢s estrecha fue con mi abuela materna, que fue la que me inici¨® en la literatura. Era una mujer sin cultura alguna, creo que hizo cinco a?os de primaria, pero ten¨ªa pasi¨®n por la lectura. Estaba suscrita a una biblioteca, as¨ª que tra¨ªa a casa un mont¨®n de libros; le¨ªa de manera desordenada. Un d¨ªa pod¨ªa leer a Balzac, y luego, una novelita de amor de cuatro perras, y le gustaban las dos. Y as¨ª hizo conmigo: me daba a leer, a los 12 a?os, una novela de Balzac y una novela de amor de ¨ªnfima calidad. Pero me transmiti¨® el gusto por la lectura.
Y, aparte de la abuela, ?qui¨¦nes fueron los otros maestros? El maestro de la escuela primaria aparece en mi novela La misteriosa llama de la reina Loana; era un fascista, que hizo la marcha sobre Roma, que pegaba a sus alumnos, no a m¨ª, sino a los m¨¢s pobres. Y aunque conmigo se port¨® siempre bien, no era una buena persona. En cambio, tuve una educadora fabulosa, aunque tan s¨®lo durante un a?o; era la se?orita Bellini, que todav¨ªa vive, tiene 91 a?os, y cada vez que sale un libro m¨ªo nuevo se lo env¨ªo. Era una gran educadora; nos estimulaba a escribir, a contar, a ser espont¨¢neos, y ha sido una de las personas que m¨¢s han influido en mi vida.
Pocas veces se habla de usted como profesor. ?Qu¨¦ aprendi¨® para ense?ar? Ante todo, sigo aprendiendo. El primer curso que di como profesor vers¨® acerca de la po¨¦tica de Joyce, que aparece en Obra abierta. Conoc¨ªa el argumento, pero al empezar a dar clase me di cuenta de que no sab¨ªa nada sobre el tema. Aprend¨ª, y sigo aprendiendo? Cuando escribes un libro puedes aparentar que sabes mucho, pero en clase es distinto. Lo que hice desde aquella primera experiencia es hablar a partir de los libros que iba a escribir, no de los libros que hab¨ªa escrito. Quiero decir que mi relaci¨®n con los estudiantes siempre ha sido una relaci¨®n de aprendizaje, porque ense?¨¢ndoles aprendo yo tambi¨¦n.
Una relaci¨®n de ida y vuelta. Una relaci¨®n er¨®tica, porque la de un profesor con un estudiante es como la relaci¨®n de un actor con su p¨²blico: cuando sales a escena es como si salieras por primera vez, y tienes la sensaci¨®n de que si no has conquistado al p¨²blico en los primeros cinco minutos, lo has perdido. Eso es lo que yo llamo una relaci¨®n er¨®tica, en el sentido plat¨®nico del t¨¦rmino. Adem¨¢s, hay una relaci¨®n can¨ªbal: t¨² comes sus carnes j¨®venes y ellos comen tu experiencia. Hay gente infeliz que pasa los primeros a?os de su vida con gente m¨¢s joven que ellos para poderlos dominar, y cuando envejecen est¨¢n con gente m¨¢s anciana que ellos. A m¨ª me ha pasado lo contrario: cuando yo era joven estaba con gente mayor que yo para aprender, y ahora, teniendo estudiantes, estoy con j¨®venes, que es una manera de mantenerse joven. Es una relaci¨®n de canibalismo, nos comemos el uno al otro. Por eso no he dejado, a pesar de mi jubilaci¨®n, de tener una relaci¨®n universitaria.
?Y usted a qui¨¦n mordi¨®? A la persona que dirigi¨® mi tesis, Luigi Paris; a Norberto Bobbio? Tengo un buen recuerdo de mis maestros. Mi profesor de filosof¨ªa en el instituto era uno de estos profesores que pod¨ªan interrumpir la clase para hacerte escuchar a Wagner, o si le preguntabas por Freud, dejaba de hablar de Plat¨®n y te hablaba de Freud. Era en verdad un gran maestro. Todo eso est¨¢ en mis novelas, donde siempre hay una relaci¨®n entre un joven y un maestro m¨¢s anciano.
Tantos estudiantes? A lo mejor record¨¢ndolos halle usted una historia de la evoluci¨®n de la juventud en este ¨²ltimo medio siglo? No se puede dar una respuesta porque a lo largo de los a?os el di¨¢logo con tus estudiantes cambia. La relaci¨®n ideal entre maestro y alumnos es de 15 a?os de diferencia. T¨² tienes 30 a?os, y el alumno, 20. Fue precisamente en ese periodo cuando he tenido una relaci¨®n m¨¢s intensa con mis alumnos. Porque si los estudiantes tienen menos a?os no hay relaci¨®n, y si la diferencia es m¨¢s grande ya no podemos ser amigos. Con los estudiantes de los a?os sesenta sal¨ªamos a cenar, a bailar; con los de ahora no se puede, les da verg¨¹enza ir contigo. En el 68 fue interesante, ah¨ª coincid¨ªas con estudiantes que ten¨ªan 15 a?os menos que t¨²; no pod¨ªa ser como ellos, pero no me ve¨ªan como su enemigo, por eso hab¨ªa una relaci¨®n a veces pol¨¦mica, a veces amistosa y continua.
Ahora vivimos un momento raro, usted dice que como el del final del Imperio Romano? En concreto, en Italia creen que en Espa?a estamos en el mejor de los mundos, y en Espa?a se habla de crisis? Est¨¢is en un momento muy interesante en Espa?a, mejor que en Italia.
?Y c¨®mo est¨¢ Italia? En uno de los peores momentos de su historia, con una clase pol¨ªtica vieja que no se renueva. Hubo un extra?o equilibrio que dur¨® 50 a?os entre la Democracia Cristiana y los partidos de izquierda. Ahora se ha roto. El 50% de los italianos vota a Berlusconi, que es un ¨ªndice de una profunda inmadurez pol¨ªtica. Es un momento extremadamente triste, en el que los elementos de esperanza y de entusiasmo son muy pocos y donde emerge cada vez m¨¢s la condena eterna de los italianos.
?Cu¨¢l es esa condena? Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistan¨ª o indio, me pregunt¨® de d¨®nde era. Contest¨¦ que de Italia, y ¨¦l quiso saber d¨®nde se encontraba ese pa¨ªs. Me di cuenta de que ten¨ªa ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y ¨¦l sigui¨® pregunt¨¢ndome: ??Qu¨¦ idioma habl¨¢is??. ?El italiano?, dije, y ¨¦l me pregunt¨®: ??Y cu¨¢l es vuestro enemigo??. Le pregunt¨¦ qu¨¦ quer¨ªa decir, y me contest¨® que cada pa¨ªs tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contest¨¦ que no tenemos. Y me mir¨® muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril. Pero luego reflexion¨¦: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ¨¦sa es tambi¨¦n nuestra manera de entender la pol¨ªtica. Nuestra fragmentaci¨®n es en doscientos mil partidos diferentes, el Gobierno de Prodi cae por sus propios aliados, no por la oposici¨®n. Nunca como hoy ha ca¨ªdo tanto Italia en su enemistad interna.
?Y de d¨®nde viene esto? Italia se ha convertido en un Estado unitario hace 150 a?os, antes no lo era, y Espa?a lo fue por lo menos desde 1300, ?desde el Cid Campeador!, y han sido unitarios Francia, Inglaterra. Italia era una pluralidad de tribus que hablaban un idioma diferente antes de que llegasen los romanos. Vosotros ten¨¦is a los vascos y a los catalanes, y a los gallegos? pero nosotros ¨¦ramos cuatrocientos, cada cinco kil¨®metros hab¨ªa una diferencia como la que existe entre Catalu?a y Galicia. El Imperio Romano unific¨®, pero no lo suficiente. Adem¨¢s, si no hubiera existido la Iglesia, quiz¨¢ las ciudades italianas habr¨ªan encontrado una forma de Estado unitario por la que regirse. El ¨²nico Estado que ha quedado es la Iglesia, y lo dem¨¢s es una fragmentaci¨®n de ciudades que ha hecho que en Italia no exista el sentido del Estado. Por ello existe la corrupci¨®n, porque la gente no paga impuestos, porque no existe el sentido del Estado.
?Y por qu¨¦ gana Berlusconi? ?Porque dice que no hay que pagar impuestos! ?l fomenta la falta de sentido del Estado porque no lo tiene.
Usted habl¨® de un taxista. Yo le nombro otro, el que me trajo del aeropuerto. Dijo: ??C¨®mo se puede elegir de presidente a un hombre con tantos juicios pendientes??. Da por efecto lo que es la causa. Berlusconi ha conseguido instaurar un tipo de poder fundado en la desconfianza en la magistratura y la justicia, por lo que puede gobernar, a pesar de tener juicios pendientes. Berlusconi no es el efecto en este caso, sino la causa. Ha hecho unas leyes precisamente para permitir a los que est¨¢n enjuiciados llegar al Parlamento, y ataca continuamente a la magistratura. Berlusconi pudo llegar al Gobierno atacando a las fuerzas del orden, estimulando los instintos m¨¢s bajos del italiano medio. Y ahora est¨¢ cerca de tener el poder otra vez.
?No hay soluci¨®n para esta maldici¨®n italiana? ?Que Espa?a haga una guerra de conquista! ?Ja ja ja!
?Ve a Espa?a como ejemplo? En este momento, Espa?a se encuentra en una situaci¨®n econ¨®mica de crecimiento, Zapatero es simp¨¢tico, y, por tanto, me alegro de que haya ganado las elecciones. Est¨¢ sin duda en una fase m¨¢s din¨¢mica con respecto a Italia. En los tiempos de Franco, ustedes ven¨ªan aqu¨ª a contemplar el milagro econ¨®mico de Italia, y ahora nosotros miramos a Espa?a con mucha admiraci¨®n.
As¨ª que el futuro italiano? Depende de que mueran unas decenas de personas que ya son muy mayores; es un hecho biol¨®gico. Y luego tendr¨ªa que venir una nueva clase pol¨ªtica. Somos el pa¨ªs con la clase pol¨ªtica m¨¢s anciana del mundo.
?Y Veltroni? S¨ª, Veltroni es un joven. Tiene cincuenta a?os, pero los dem¨¢s son muy viejos. Berlusconi tiene m¨¢s de setenta a?os. En Italia, aunque alguien pierda las elecciones, vuelve a presentarse, es como si Al Gore volviera a ser candidato en Estados Unidos, o como si en Francia volviera a presentarse Jospin. En Italia, sin embargo, vuelve siempre el de antes. ?ste es el s¨ªntoma de una clase pol¨ªtica que no quiere renunciar al poder.
A lo mejor eso contribuye a que la gente dispare siempre contra la pol¨ªtica, los j¨®venes lo consideran algo ajeno. Los j¨®venes de todas las ¨¦pocas y pa¨ªses son los que se excitan con las grandes ideas de transformaci¨®n; son revolucionarios, pero se quedan dentro del famoso esquema, ?todos nacemos incendiarios y morimos bomberos?. Ahora, con la globalizaci¨®n y el fin de las ideolog¨ªas, ya no se presentan tantas posibilidades de transformaci¨®n, porque la transformaci¨®n es planetaria, y hay que esperar las grandes tragedias ecol¨®gicas, la muerte de la Tierra. El gran error de las Brigadas Rojas en Italia fue tener una idea justa, aunque muchos pensaban que era delirante, que era atacar a las multinacionales del mundo, y otra idea equivocada, que hab¨ªa que hacer terrorismo para crear una revoluci¨®n en Italia. Si existe el gobierno de las multinacionales, no lo arreglas haciendo la revoluci¨®n en Italia. El proyecto terrorista estaba condenado al fracaso; ya entonces exist¨ªa la globalizaci¨®n, aunque no tan intensa. Ya no hay posibilidad de transformaci¨®n planificable, a no ser que ocurra como cuando la ca¨ªda del Imperio Romano, con el nacimiento de las ¨®rdenes mon¨¢sticas: te encerraban en el monte, en un convento, e intentabas salvar lo poco de la espiritualidad y el conocimiento mientras el mundo se desmoronaba. Hoy puede haber j¨®venes que van al desierto a poner en pr¨¢ctica una vida ecol¨®gica. Eso es lo m¨¢ximo que se puede hacer: no cambiar el mundo, sino retirarse del mundo; por eso existe el desinter¨¦s por la pol¨ªtica.
En Italia acab¨® el terrorismo, y en Alemania, y en Irlanda. En Espa?a permanece. Y han surgido otros. ?Cu¨¢l es su opini¨®n sobre los terrorismos que han emergido en los noventa? El deseo de revoluci¨®n, entre comillas, permanece siempre. Incluso all¨ª donde no puedes hacerla, lo intentas? En pa¨ªses donde existen grupos ¨¦tnicos hay el territorio suficiente para que se produzcan insurrecciones. En Italia, esos enfrentamientos se convierten en ri?as futbol¨ªsticas. Y en otros territorios funciona la violencia, el fanatismo, la superstici¨®n; llevado eso al terreno de la pol¨ªtica, pues ya se ve c¨®mo acaba?
Estamos hablando el 11 de marzo de 2008, cuatro a?os despu¨¦s del atentado m¨¢s grave de la historia de Europa, y fue en Espa?a. Al Qaeda fue la responsable. ?Este terrorismo es la celebraci¨®n del mal? Hay que diferenciar los terrorismos. El hecho de que utilicen m¨¦todos parecidos no los hace iguales. Los terrorismos internos no utilizan formas suicidas. Lo de Al Qaeda es un fen¨®meno b¨¦lico; es un grupo fundamentalista que se siente en guerra contra el mundo occidental y que, no pudiendo usar los instrumentos de la guerra tradicional ?no habr¨ªa ej¨¦rcitos suficientes?, usa el terrorismo suicida. Esto no quiere decir que haya un enfrentamiento entre el mundo occidental y el mundo isl¨¢mico, pero sin duda hay una parte del mundo isl¨¢mico que se siente en situaci¨®n de inferioridad y est¨¢ en guerra.
El 11-S cambi¨® el estado de ¨¢nimo del mundo, ahora somos menos felices? El 11-S ha creado un estado de miedo, pero tanto en Espa?a como en Italia ha habido atentados, han entrado y salido asesinos, hemos tenido guerras civiles, y sin embargo, Estados Unidos era la primera vez que sent¨ªa en sus carnes un ataque as¨ª. Los americanos no lo han digerido, y por esto han tenido reacciones irracionales, como la guerra en Irak, que ha creado m¨¢s terrorismo que el que hab¨ªa. Es precisamente la reacci¨®n de alguien que no estaba acostumbrado a la guerra en el propio territorio.
?Hay alguna salida a este malestar universal? Por el momento no. ?Y si tuviera la receta, la vender¨ªa al presidente de Estados Unidos por unos miles de millones de d¨®lares!
Por cierto, ?qui¨¦n ser¨¢? Y yo qu¨¦ se, los escritores no somos Nostradamus.
Lo que s¨ª es cierto es que hace a?os usted dijo que ir¨ªamos rapid¨ªsimo, y ahora vamos a velocidades supers¨®nicas? Y todo lo que ahora existe ser¨¢ obsoleto dentro de nada, hasta el mail ser¨¢ obsoleto porque todo se har¨¢ con el m¨®vil. A lo mejor las nuevas generaciones se acostumbrar¨¢n a eso, pero hay una velocidad del proceso de tal calibre, que quiz¨¢ la psicolog¨ªa humana no conseguir¨¢ adaptarse. Estamos a tal velocidad, que no hay ninguna bibliograf¨ªa cient¨ªfica americana que cite libros de m¨¢s de cinco a?os. El que est¨¢ escrito antes ya no cuenta y ¨¦sta es una p¨¦rdida tambi¨¦n de relaci¨®n con el pasado.
La fe ciega en Internet crea monstruos, por otra parte. S¨ª, parece que todo es cierto, que tienes toda la informaci¨®n, pero no sabes cu¨¢l es buena y cu¨¢l equivocada. Esta velocidad provocar¨¢ la p¨¦rdida de memoria. Y esto ocurre en las j¨®venes generaciones, que ya no recuerdan ni qui¨¦n era Franco ni qui¨¦n era Mussolini, ?o incluso Felipe Gonz¨¢lez! La abundancia de informaci¨®n sobre el presente no te permite reflexionar sobre el pasado. Cuando yo era chico pod¨ªan llegar a la librer¨ªa tres libros por mes, hoy llegan mil. Y ya no sabes qu¨¦ libro importante fue publicado hace seis meses. Eso tambi¨¦n es una p¨¦rdida de la memoria. La abundancia de informaci¨®n sobre el presente es una p¨¦rdida y no una ganancia.
La memoria es el olvido, que dir¨ªa Mario Benedetti. Es la historia de Funes, el memorioso, de Borges. El que tiene toda la memoria es un est¨²pido.
Tanta informaci¨®n hace que los peri¨®dicos parezcan irrelevantes. ?se es uno de nuestros problemas contempor¨¢neos. La abundancia de informaci¨®n irrelevante y la dificultad de seleccionarla, y la p¨¦rdida de memoria del pasado, no digo ya la hist¨®rica. La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si t¨² pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma.
?Cu¨¢l ser¨ªa hoy el papel de la informaci¨®n? Yo creo que perdemos mucho tiempo en plantearnos estas cuestiones mientras las generaciones m¨¢s j¨®venes sencillamente han dejado de leer los peri¨®dicos y se comunican a trav¨¦s de SMS. Yo no puedo desprenderme de los peri¨®dicos; para m¨ª, la lectura de prensa es la oraci¨®n de la ma?ana del hombre moderno; no puedo tomar caf¨¦ por la ma?ana si no tengo por lo menos dos peri¨®dicos para leer. Pero a lo mejor somos los restos de una civilizaci¨®n, porque los peri¨®dicos tienen muchas p¨¢ginas, no mucha informaci¨®n. Sobre el mismo tema hay cuatro art¨ªculos que a lo mejor dicen lo mismo? Existe la abundancia de informaci¨®n, pero tambi¨¦n la abundancia de la misma informaci¨®n. No s¨¦ si se acuerda de mi teor¨ªa del Fiji Journal. Yo estaba en las islas Fidji buscando informaci¨®n sobre los corales para mi libro La isla del d¨ªa antes, y a mi hotel llegaba cada ma?ana el Fiji Journal, que ten¨ªa ocho p¨¢ginas, seis de publicidad, una de noticias locales y otra de noticias internacionales. Aquel mes que estuve all¨ª estaba a punto de estallar la primera guerra del Golfo, y en Italia hab¨ªa ca¨ªdo el primer Gobierno de Berlusconi. Me enter¨¦ de todo porque en una sola p¨¢gina de noticias internacionales, en tres o cuatro l¨ªneas, me daban las noticias m¨¢s importantes.
Como Internet. Acudimos a Internet para conocer las noticias m¨¢s importantes. La informaci¨®n de los peri¨®dicos ser¨¢ cada vez m¨¢s irrelevante, m¨¢s diversi¨®n que informaci¨®n. Ya no te dicen qu¨¦ decidi¨® el Gobierno franc¨¦s, sino que te dan cuatro p¨¢ginas de cotilleo sobre Carla Bruni y Sarkozy. Los peri¨®dicos se parecen cada vez m¨¢s a las revistas que te daban en la peluquer¨ªa o en la sala de espera del dentista.
Volvamos al principio, profesor. ?Qu¨¦ le hace a usted feliz? No s¨¦, ya dije que no creo en eso, pero, en fin, me hace feliz encontrar un libro que buscaba hace mucho tiempo. Cuando lo compro y lo tengo, lo miro, soy feliz, pero all¨ª se acaba la sensaci¨®n. Mientras que la infelicidad es lo que me produce no tener este o aquel libro. La verdadera felicidad es la inquietud. Ir de caza, no matar al p¨¢jaro.
Es raro: un espa?ol y un italiano, y en hora y media de conversaci¨®n, la palabra ?Iglesia? ha salido s¨®lo tres veces. Se est¨¢ produciendo un retroceso al siglo XIX, cuando hab¨ªa un enfrentamiento entre el Estado liberal y la Iglesia. ?De qui¨¦n es la responsabilidad? No es una casualidad que este enfrentamiento se haya hecho m¨¢s duro con la llegada de Ratzinger; por tanto, a lo mejor se debe a la pol¨ªtica clerical del nuevo pont¨ªfice. Su lucha contra la cultura moderna, el llamado relativismo, ha vuelto a los grandes temas de la Iglesia del siglo XIX, que hablaba contra la revoluci¨®n y contra la ciencia moderna. Emergen ahora muchas posiciones anticlericales y mucha gente se declara atea. Ya nadie pensaba en eso. Ha subido al trono un Papa que piensa como un Papa del siglo XIX.
Usted ha escrito que Napole¨®n s¨®lo vivi¨® la Revoluci¨®n Francesa? y yo he vivido la II Guerra Mundial, la ca¨ªda del fascismo, la guerra partisana, la bomba de Hiroshima, la ca¨ªda de la URSS, y la Guerra Civil espa?ola. Hay una maldici¨®n china que dice: ?Espero que vivas en una ¨¦poca interesante?. Hay j¨®venes generaciones que han vivido s¨®lo ¨¦pocas tranquilas, como la de la guerra fr¨ªa. Ah, por cierto, eso que dije de Napole¨®n est¨¢ equivocado, porque no s¨®lo vivi¨® la Revoluci¨®n Francesa, sino tambi¨¦n la historia de Napole¨®n. ?Ja ja ja!
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