Pasos de baile
Acaba de publicarse completo un libro excepcional; y aparece, tambi¨¦n del mismo autor, continuaci¨®n de aqu¨¦l, otro a¨²n m¨¢s extraordinario y apasionante, enteramente in¨¦dito. Los dos son libros extensos, lo cual les beneficia. El primero se public¨® expurgado por primera vez en 1958 con el t¨ªtulo de En Espa?a con Federico Garc¨ªa Lorca; el segundo lleva el de Madrid sufre (Diarios de guerra en el Madrid republicano). Recoge aqu¨¦l su relaci¨®n con mucha gente, pero sobre todo con el poeta Garc¨ªa Lorca, del que el autor lleg¨® a ser amigo ¨ªntimo. En cuanto a Madrid sufre, avancemos que se trata, en mi modesta opini¨®n, de uno de los libros m¨¢s subyugantes referidos a la Guerra Civil espa?ola y, desde luego, un documento ¨²nico que habr¨¢ de convertirse a partir de ahora en imprescindible para conocer la vida, las intrigas, calamidades y miserias pol¨ªticas, militares y diplom¨¢ticas de la guerra en Madrid. Ambos libros tienen la forma de un diario, pero no es en absoluto exagerado asegurar que se leen, sobre todo el segundo, como la mejor novela que se haya uno tropezado de ese momento y de esta ciudad. Estos dos libros, el ya publicado y el in¨¦dito, los escribi¨® el chileno Carlos Morla Lynch.
Morla era impulsivo, sentimental, extrovertido y fr¨ªvolo, sensible y culto. Desde el primer momento Lorca y ¨¦l congeniaron
No sabemos la raz¨®n por la que intimaron. ?El amor a los bellos, como S¨®crates? Puede ser. El diario no lo aclara
Morla, m¨²sico de vocaci¨®n, hab¨ªa nacido en Par¨ªs en 1885 y era diplom¨¢tico de carrera. Cuando en 1928 le lleg¨® la orden de trasladarse desde la embajada de Par¨ªs como consejero a la de Madrid, ten¨ªa cuarenta y tres a?os y atravesaba por un momento especialmente dram¨¢tico: despu¨¦s de haber perdido una hija hac¨ªa nueve a?os en condiciones dram¨¢ticas, perd¨ªa otra no menos dram¨¢ticamente. Ser¨¢ dif¨ªcil saber si fue la muerte de esas hijas la que rompi¨® su matrimonio con Beb¨¦ Vicu?a o si, por el contrario, ese quebranto ven¨ªa de atr¨¢s. En todo caso, Morla y Beb¨¦ nunca volvieron a compartir dormitorio aunque jam¨¢s dejaron de vivir bien avenidos bajo el mismo techo. Cabe sospechar tambi¨¦n que en el distanciamiento de la pareja influyera el entusiasmo manifiesto que despertaba en Morla la camarader¨ªa viril con cuantos j¨®venes limpiabotas, barmans y maletillas sal¨ªan a su encuentro por la Plaza Mayor y la Puerta del Sol y, sin duda, su repertoriado visiteo a tascas, bares y cocteler¨ªas. En cualquier caso, la afici¨®n a los guapos garzones le franque¨® las puertas del muy clandestino club del que eran socios Lorca, Cernuda y otros artistas del 27.
Morla era consciente de que su carrera diplom¨¢tica le hab¨ªa puesto al lado de gentes singulares y en ambientes interesantes, exclusivos, pintorescos. Supo tambi¨¦n que ten¨ªa un puesto de privilegio: en realidad, la diplomacia, en tiempos de paz, suele acabar en cotilleo de altura, con sus claves, sus mensajes cifrados y sus cortesanas comedias de juguete, discretas o sobreactuadas. Lo que Morla no pod¨ªa sospechar es que en su vida se iba a cruzar la Espa?a de la Rep¨²blica y de la guerra, la gran tragedia.
En Par¨ªs, ciudad por antonomasia de los minu¨¦s, Morla y Beb¨¦ hab¨ªan tenido ya durante ocho a?os uno de esos refinados salones tan corrientes all¨ª. Adoraban esa ciudad. Fueron amigos de Cocteau, de Milhaud y de otros componentes del Grupo de los Seis, participaban en la vida art¨ªstica, asist¨ªan a los estrenos de Falla, de Stravinski, de los ballets rusos, iban a los vernissages de Picasso y de Foujita, y su traslado les disgust¨® profundamente. Sin embargo, la llegada al poblach¨®n manchego cambi¨® sus vidas. Al poco tiempo de estar aqu¨ª cay¨® en manos de Morla un ejemplar del Romancero gitano, y fascinado por esa poes¨ªa le entraron unos vehementes deseos, irrefrenables, de conocer a Lorca. Morla era impulsivo. Era tambi¨¦n sentimental, extrovertido y fr¨ªvolo, sensible y culto, alguien a quien no le avergonzaba llorar en p¨²blico o hacerse perdonar con unas flores, con unos chocolates o unos cigarrillos. Desde el primer momento Lorca y ¨¦l congeniaron. Tanto, que Lorca les dedicar¨ªa a los Morla algunos de sus poemas y, poco despu¨¦s, Poeta en Nueva York. No sabemos exactamente la raz¨®n por la que hombres tan disparejos intimaron hasta ese punto. ?El amor a los bellos, como S¨®crates? Puede ser. El diario de Morla no lo aclara, porque no es un diario ¨ªntimo. No habla nunca de su intimidad m¨¢s que dando rodeos. Pasean Lorca y ¨¦l un d¨ªa por los jardines de la Magdalena, en Santander, y Morla escribe: "Confidencias. Qu¨¦ a gusto me siento con ¨¦l, unidos ambos en 'la verdad' del paisaje (...), confi¨¢ndonos 'la verdad' de lo que sentimos, 'la verdad' de lo que pensamos...". Pero lo cierto es que de esa "verdad" no cuenta nada. Nos ha dejado constancia, desde luego, de la admiraci¨®n absoluta, a veces un tanto ingenua, que siente por alguien a quien considera un genio, tan seductor como insondable. Y Lorca, ?qu¨¦ vio en Morla? Un hombre bueno y discreto con las "verdades" y alguien que pon¨ªa a su disposici¨®n un sal¨®n donde poder brillar: "Federico", nos dir¨¢ Morla, "es en general actor y raras veces p¨²blico". En muy poco tiempo, y animado por Lorca, el sal¨®n de los Morla y sus "t¨¦s intelectuales" se hacen c¨¦lebres. Por ellos, y por sus diarios, desfilan Salinas, Guill¨¦n, Alberti, Neruda, Aza?a, D'Ors, Mar¨ªa de Maeztu, Fernando de los R¨ªos, Victoria Ocampo, Ortega, Huidobro, Neruda, Mart¨ªnez Nadal, Gabriela Mistral, Rubinstein, Cernuda, Montes, Mourlane y cien m¨¢s... Y aunque los diplom¨¢ticos tengan un poco alma de entom¨®logos y acaben clavando a "sus" celebridades en su carnet de baile como si fueran ex¨®ticas mariposas, Morla se esfuerza por descubrir en cada uno de esos amigos, conocidos o saludados su "verdad", lanz¨¢ndose al ruedo ib¨¦rico, tan noble como esperp¨¦ntico. Y si Lorca y sus amigos van a su casa un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, ellos, en justa correspondencia, le circular¨¢n por camerinos, zambras y burladeros y, en algunos casos, alcobas, como Cernuda, quien le har¨¢ celestino de unos celos rabiosos. La vida social ha sido siempre, como se sabe, una simbiosis sofisticada: do ut des. Y Morla cumple: "El mundo est¨¢ bien hecho", podemos pensar leyendo ese primer diario suyo de un ambiente como el lorquista, con frecuencia un poco pitirifl¨¢utico y pueril. Si por fuera la Rep¨²blica se deshace en des¨®rdenes, asesinatos y luchas pol¨ªticas, en casa de los Morla las guitarras suenan a violines y hasta los intelectuales, mundanos, bohemios y de izquierda, aman el esmoquin y la etiqueta. Es divertido asistir hoy a la vida jaranera de personajes que se han hecho tan c¨¦lebres, y o¨ªr a Lorca declararse "del partido de los pobres" mientras flirtea cada noche con la misma encopetada y reaccionaria aristocracia que combatir¨ªa con sa?a dos o tres a?os despu¨¦s todo lo que ¨¦l hab¨ªa representado.
Pasados los a?os, Morla public¨® En Espa?a con Federico Garc¨ªa Lorca, que sorte¨® la censura franquista sin problemas, quiz¨¢ porque lo presentaba despojado de algunos fragmentos ahora restituidos (aunque, incomprensiblemente, no todos). De Madrid sufre, su continuaci¨®n, se han suprimido tambi¨¦n por desgracia otros pasajes, no sabemos cu¨¢les, ni las razones, pero incluso esto no nos impide afirmar que, tal como se nos da a conocer ahora este diario, jam¨¢s habr¨ªa podido publicarse entonces. Lo habr¨ªan impedido en primer lugar muchos de los influyentes personajes que salen en ¨¦l, y desde luego el R¨¦gimen no lo habr¨ªa tolerado. Claro que de haber triunfado el Frente Popular, tampoco.
De pocos libros se podr¨¢ decir que sea como ¨¦ste un espejo paseado a lo largo del camino. Una revoluci¨®n es siempre un gran argumento, y Morla lo repetir¨¢ a menudo: no acaba de creerse que todo est¨¦ sucediendo "para" ¨¦l, para que ¨¦l lo cuente. Creer¨ªamos incluso que lo vive desde fuera: "El ambiente es el de la revoluci¨®n rusa cuando se refleja en el cine", observar¨¢ como un futurista. Es adem¨¢s un privilegiado, a salvo de unos y de otros y con plena libertad de movimiento. Mientras los dem¨¢s luchan por conservar sus vidas, atacando o defendiendo, Morla entra, sale, mira, habla, parlamenta, y lo anota todo en un cuaderno que guarda bajo llave: de caer en manos indiscretas le pondr¨ªa en el mayor aprieto con todo el mundo, con sus colegas diplom¨¢ticos en primer lugar, y desde luego con "los blancos" y con "los rojos".
Al estallar la guerra las embajadas de Madrid empiezan a recibir a gentes que, copadas en la ciudad, tratan de ponerse a salvo. La de Chile, la principal en esa labor, llega a acoger a dos mil asilados de los ocho mil quinientos repartidos entre las treinta legaciones restantes, una avalancha humana despavorida por los "paseos" y las c¨¢rceles. Imaginemos s¨®lo aspectos pr¨¢cticos: v¨ªveres, higiene, convivencia en aquel pandemonio... Despu¨¦s de la corte y sus fastos, la checa y sus miserias. La desdicha, lo dec¨ªa Tolst¨®i, es, literariamente hablando, mucho m¨¢s fotog¨¦nica que la felicidad. El parecido con la novela de Fox¨¢, sin embargo, no va m¨¢s all¨¢ de ese t¨ªtulo, super¨¢ndola en mucho. Para empezar, Morla es un liberal de izquierdas, alguien que aspira a la neutralidad y a la ecuanimidad. Su profesi¨®n de diplom¨¢tico es intentar ser ambas cosas; su finura moral le ayuda a ser compasivo y su decencia a ponerse siempre del lado del m¨¢s d¨¦bil.
Entr¨® entonces su vida en una vor¨¢gine, como la de todas las personas de aquel drama. Pronto el viejo palacio de la calle del Prado donde se encontraba la embajada se angost¨® lo indecible. El propio Morla llega a asilar en su domicilio a cincuenta y tres personas. Cada uno de estos seres arrastra una tragedia de dimensiones hom¨¦ricas, y todos sienten la necesidad de contarla. Hay entre ellos, naturalmente, arist¨®cratas de tron¨ªo (alguno de los retratos que hace Morla, el de la duquesa de Pe?aranda, por ejemplo, gitana y sinverg¨¹enza, son magistrales), generales conocidos, pol¨ªticos, pr¨®fugos, mujeres, ancianos, j¨®venes, curas, monjas y escritores como Ros, Alfaro o un S¨¢nchez Mazas tremulento a quien el miedo no impidi¨®, en todo caso, escribir en la embajada su mejor novela, Rosa Kr¨¹ger... Morla escucha, anota y sobre todo trabaja de forma incansable, 16 horas diarias, para salvar esas vidas, sorteando balas y delaciones. La versallesca misi¨®n del diplom¨¢tico se declara ahora, no obstante, muy seria y crucial. No toma en consideraci¨®n las ideas de aquellos que le piden socorro, contrarias casi siempre a las suyas. Desprecia incluso sus comportamientos mezquinos y ego¨ªstas, al comprobar su ingratitud o su doblez. Todo lo que sucede, adem¨¢s, sucede al mismo tiempo: los cr¨ªmenes, los combates en el frente de la ciudad sitiada, las iniquidades, el miedo, la alegr¨ªa y la esperanza en la victoria, la exaltaci¨®n, la cobard¨ªa, las intrigas diplom¨¢ticas, los esp¨ªas
... Por otro lado, y en medio del paroxismo, los asilados acaban viviendo en sus tediosos y aterrados encierros un simulacro de normalidad, con su bacar¨¢ y sus bailes, las fugas y la angustia... Dir¨ªamos que con ese argumento el diario se va escribiendo solo, como una prodigiosa y envolvente sinfon¨ªa. Ni siquiera necesita ser especialmente brillante ni tener un gran estilo.
Consciente de la magnitud de la epopeya, Morla trata de buscar un justo medio, no siempre f¨¢cil. Ante unos cad¨¢veres vistos en la calle dir¨¢, asombr¨¢ndose de s¨ª mismo: "M¨¢s atroz pensado que visto. Uno se acostumbra a todo". Pero no, tampoco Morla se acostumbr¨® a todo, porque cada d¨ªa le trae sorpresas colosales, pol¨ªticas, diplom¨¢ticas, b¨¦licas, personales incluso (por entonces conoci¨® a Ojazos, otro de sus compa?eros de errabundaje por el tipismo madrile?o). A lo largo de setecientas p¨¢ginas, que no se pueden dejar de leer, nos desmenuzar¨¢ tan pintorescas como significativas y valiosas informaciones que no aparecen en ninguna parte. No, desde luego en los libros de historia (ni en el b¨¢sico Asilos y canjes durante la Guerra Civil, de Javier Rubio, ni el bilioso, valioso e inaceptable Diplom¨¢tico en el Madrid rojo, de Schlayer, ni en los Informes diplom¨¢ticos del propio Morla ni en el tremebundo Checas de Madrid de Borr¨¢s, ni mucho menos en las tediosas memorias del ef¨ªmero embajador de Chile, un sujeto infatuado que huy¨® de la embajada a los ocho meses dej¨¢ndole a Morla al frente y a quien Franco premi¨® su servilismo con una calle) ni en las novelas de otros literatos (no desde luego en el almibarado Meses de esperanza y lentejas, de Samuel Ros, ni en la sesgada de Fern¨¢ndez Fl¨®rez, Una isla en el Mar Rojo). La melod¨ªa principal de esta danza de la muerte escrita por Morla no puede ser otra que la vida de los asilados, las gestiones diplom¨¢ticas y el miedo en todo momento a ser asaltados por cenetistas de Castilla Libre o agentes del temible SIM o forajidos incontrolados. ?Y el bajo continuo? Sus borneos en un Madrid hambriento y masacrado por la aviaci¨®n fascista tanto como por los "paseos", las sediciones y el terror; los teatros, cines y corridas de toros que ni la guerra ha interrumpido; sus parrafadas con chicos guapos y desconocidos tropezados en las tabernas; las visitas a Pastora Imperio; los refugios, los esp¨ªas, las chinches; otra vez el hambre ("desde que hay revoluci¨®n y que se come poco, advierto que la gente est¨¢ m¨¢s gorda"); las zancadillas de los colegas; sus despachos con ?lvarez del Vayo, Miaja o Besteiro (de quien Morla se mostrar¨¢ entusiasta partidario hasta el final); la preocupaci¨®n acuciante para buscar v¨ªveres tanto como, a veces, algunos precarios festines; la visi¨®n fugaz de un Neruda, c¨®nsul de Chile, que sale huyendo de Madrid, muerto de miedo, o la visita a unos Alberti a quienes busca en su casa de Vel¨¢zquez 57 para ofrecerles asilo en marzo de 1939 ("?qu¨¦ van a querer que termine la guerra! Alberti vive ahora en una casa preciosa, moderna, elegante, con una terraza magn¨ªfica (...) Hay quienes no ten¨ªan nada, y ahora tienen casas, coches, medios. Con la victoria de Franco lo pierden todo"). Sin duda no le perdonaba que hubiera escrito hac¨ªa poco "un verso asqueroso refiri¨¦ndose al enemigo. Dice as¨ª: hijos de hombre con hombre"... Y, pese a todo, quiere ampararlos...
La victoria de Franco vaci¨® la embajada de Chile de unos asilados... para llenarla de otros. Pudo Morla entonces acoger o preparar la acogida de diecisiete republicanos (algunos, como Miguel Hern¨¢ndez, rechazaron el asilo). La historia se repet¨ªa, al rev¨¦s. Contradanza. Rigod¨®n. La embajada los defendi¨® de la ferocidad falangista, durante a?o y medio, como hab¨ªa defendido a los falangistas de los frentepopulistas. ?Qu¨¦ consigui¨® con ello Morla? Desde luego no una calle...
Sumados los dos libros nos dan m¨¢s de mil quinientas p¨¢ginas y once a?os, acaso los m¨¢s traum¨¢ticos en la vida espa?ola desde la expulsi¨®n de los moriscos. El propio Morla, que ha sobrellevado esa epopeya con Beb¨¦ (personaje tan fundamental en esta segunda parte como insignificante fue en la primera), no acaba de creerse que todo "eso" les haya sucedido a ellos, y que hayan sobrevivido. "Ya lo creo que se podr¨ªa escribir un libro ¨²nico", suspirar¨¢. Probablemente no sab¨ªa que ya lo estaba escribiendo ¨¦l, un libro al que ser¨¢ dif¨ªcil que supere ni el sesudo cronic¨®n hist¨®rico ni la a menudo alocada noveler¨ªa. Con una realidad como la que Morla ha rescatado de "los hunos y los hotros", probablemente saldr¨ªa sobrando cualquier otra novela, porque la suya ha sido escrita ya... y sin un ¨¢tomo de ficci¨®n.
Carlos Morla Lynch. En Espa?a con Federico Garc¨ªa Lorca (P¨¢ginas de un diario ¨ªntimo, 1928-1936). Pr¨®logo de Sergio Mac¨ªas Brevis. Renacimiento. Sevilla, 2008. 650 p¨¢ginas. 33 euros. Madrid sufre (Diarios de guerra en el Madrid republicano). Renacimiento. Sevilla, 2008. 840 p¨¢ginas. 35 euros. Se publicar¨¢ en mayo.
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