Del centro de Vitoria a Armentia con una parada en El Prado

?D¨®nde vive Javier Rojo? Ni ¨¦l mismo lo sabe. El reci¨¦n reelegido presidente del Senado (Pamplona, 1949) es un torrente de an¨¦cdotas sobre los muchos lugares que ha visitado en los ¨²ltimos cuatro a?os en su papel de cuarta autoridad en el protocolo del Estado. Se ve a s¨ª mismo como "un privilegiado", pero, puestos a elegir un rato de ocio, mira al territorio de su ni?ez, a Vitoria. Espera a EL PA?S en la barra de Los Guaran¨ªs, una instituci¨®n entre los bares y restaurantes vitorianos, sito en la calle Portal de Castilla, con un botell¨ªn de agua en las manos.

Vitoria luce una tarde de primera primavera, uno de esos d¨ªas extraordinarios que se cuelan entre las habituales lluvias de abril. El pol¨ªtico socialista, c¨®modo en la conversaci¨®n, se considera "un urbanita", el hijo de un ferroviario que viv¨ªa en lo que casi eran las afueras de la capital alavesa y hoy es el centro, la calle Sancho el Sabio. Considera este punto o cualquier otro del coraz¨®n de la ciudad buen lugar para iniciar la marcha, el paseo hasta la bas¨ªlica rom¨¢nica de Armentia, hasta el bosque que lo rodea, donde uno se "puede perder" sin salir apenas de la ciudad.

El presidente del Senado gusta de ir al bosque casi sin salir de la ciudad

En el camino hacia Armentia, justo enfrente de Los Guaran¨ªs, se encuentra El Prado, otro bosque en la ciudad. "Quise vivir en esta zona y tuve un piso mirado, pero..." Cruzan ni?os, paseante y corredores. Desde el parque, Rojo recuerda su escuela p¨²blica, hoy la sede de CCOO en al ciudad, y a su maestra, "la se?orita Crescencia". Mira hacia la Capilla del Prado, donde hizo su Primera Comuni¨®n, y recuerda lo lejos que entonces estaba del centro lo que hoy es ya ese mismo centro urbano.

Ser presidente del Senado permite viajar, pero tambi¨¦n vuelve imposible el anonimato. Rojo, quien vive entre Madrid y Vitoria lo tiene asumido y asegura que ofrece compensaciones: "Lo que aprendes, la gente que conoces". En Vitoria todo el mundo le mira; unos le quieren y otros no, pero asegura tajante que nunca dar¨¢ la espalda a la ciudad. El paseo an¨®nimo queda para los viajes de trabajo, para las otras ciudades que visita. Camino a Armentia est¨¢ el complejo deportivo Estadio de la Caja Vital, que evoca con nostalgia y ahora visita poco, pero del que no sigue siendo abonado.

Se sienta en la tierra h¨²meda de El Prado y aguanta las fotos entre risas y rayos de sol en la cara. Mientras, la gente le mira. No puede dejar de evocar momentos de sus ¨²ltimos cuatro a?os, del orgullo de "representar a Espa?a" en un discurso en la ONU o en los funerales por el ex presidente de EEUU Ronald Reagan, a la emoci¨®n en los aniversarios del campo de exterminio nazi de Auschwitz o de la liberaci¨®n de Par¨ªs, o la dureza del ?frica subsahariana.

"Relativizas las cosas. La patrias chicas me dicen tan poco,..." asegura un Rojo feliz, contento de mirar a su ni?ez e incapaz de renunciar a su "territorio": "Le represento". La mirada al pasado no le impide reconocer que haber viajado le hace ver las cosas de otra manera: "Conocer mundo te vuelve m¨¢s tolerante y respetuoso. Soy muy de mi tierra, pero no hago dogma de nada".

"Armentia es un desconocido para mucho vitorianos", apunta sin pensar en las campas y en el patr¨®n de la provincia, San Prudencio. Rojo mira m¨¢s al bosque: "Un monte sencillo y salvaje. c¨®modo, sombr¨ªo. S¨®lo te molestan los p¨¢jaros. Tenemos a 25 minutos a pie del centro lo que a otros les cuesta horas". Rojo recuerda que camino a Armentia se puede parar y refrescarse en el bar de El Prado o, ya en el pueblo, en ¨¢lguno de sus bares o sidrer¨ªas. El presidente del Senado se despide contento. Le quedan unas horas en Vitoria y luego, rumbo de nuevo a Madrid donde le espera el arranque de la nueva legislatura.