"El rey est¨¢ desnudo"
Un promotor local me env¨ªa un recorte de Pollstar, revista exclusiva para profesionales de la m¨²sica en vivo. Contiene una historia aparentemente trivial, que comienza cuando Andrew Winters, un roadie brit¨¢nico, ficha para una gira de dos meses con Morrissey. Ojo: no hay revelaciones del tipo "me obligaron a hacer algo ilegal / inmoral", pero palpamos el venenoso clima en la corte del ex cantante de los Smiths.
Winters conoc¨ªa el percal y modul¨® su respuesta cuando se plante¨® aspirar al puesto de ayudante del road manager. As¨ª, la foto que mand¨® le mostraba acariciando un gatito: admiraba a Morrissey pero intu¨ªa (correctamente) que mejor no presumir de esa devoci¨®n; a los fans se les mantiene a distancia.
Si adoras a un artista, mejor no tratarle; puedes descubrir a un monstruo
Tras rellenar un cuestionario, con preguntas muy personales, le citaron en un pub: no quer¨ªan que se colara en el equipo alg¨²n bruto, cuyos modales ofendieran la sensibilidad del cantante. Fue aceptado, tras comprometerse a seguir el vegetarianismo de Morrissey: si descubr¨ªan que ped¨ªa una hamburguesa al servicio de habitaciones, adi¨®s. Cuando vol¨® hacia Los ?ngeles, centro de operaciones de Morrissey, hab¨ªa orden de servirle el men¨² vegetariano.
Sus funciones consist¨ªan b¨¢sicamente en cuidar de los m¨²sicos: planchar sus uniformes, abrillantar sus zapatos, moverles. Durante su primer d¨ªa, mientras llevaba a un instrumentista a unos recados, Winters fue interrogado informalmente. Algunas de sus respuestas fueron inadecuadas. Quiz¨¢ no estuvo cool cuando confes¨® que el primer disco que compr¨® fue Rocket man, de Elton John; err¨® al reconocer que le gustaba Harmony in my head, el programa radiof¨®nico de Henry Rollins, ex Black Flag y figura del spoken word.
Esa noche, salud¨® a Morrissey en una especie de acto de confraternizaci¨®n en un bar: los integrantes de la banda beb¨ªan de un trago pintas de cerveza, mientras el cantante daba palmas flamencas. Morrissey apenas le habl¨® pero estuvo cordial. Temeroso de entrometerse en un ritual privado, Winters se retir¨® al hotel con un m¨²sico aquejado de jet lag.
A la ma?ana siguiente, ten¨ªa un correo electr¨®nico tajante. Le comunicaban que estaba despedido y los datos de su vuelo de vuelta a Inglaterra. In¨²til exigir una explicaci¨®n: "No lo tomes como algo personal, pudo ser tu corte de pelo o tu camisa". Winters piensa que Morrissey le ech¨® por sus pecados musicales. Consultando Internet, supo que vituper¨® a Elton John en alg¨²n concierto. Y se hab¨ªa hecho notar en un recital de Henry Rollins, lanz¨¢ndole insultos como un hooligan cualquiera.
Esto me recuerda las an¨¦cdotas del paso de Morrissey por un festival malague?o, donde prohibi¨® que los trabajadores del backstage le miraran. Un truco viejo: exigir absurdos para sugerir que ha llegado una superestrella (algo que Morrissey no es, en t¨¦rminos comerciales). Pero la peripecia de Winters ilustra que el mundo del hombre de Manchester tiene mucho de t¨®xico.
Est¨¢ el esp¨ªritu de delaci¨®n, propio de colegiales perversos. Y ese ambiente de palacio de reyezuelo, donde uno puede perder el favor por un desliz m¨ªnimo. Uno sospecha de que Morrissey ha degenerado musicalmente, mientras dedica sus energ¨ªas a perfeccionar su personaje de dandi intolerante. Finalmente, ratifica la regla de oro: si adoras a un artista, mejor no tratarle; casi siempre, descubrir¨¢s que se ha convertido en un monstruo.
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