En busca de la responsabilidad
Si deseamos aprender algo del tr¨¢gico caso de la ni?a Mari Luz Cort¨¦s, presuntamente asesinada por un pederasta con dos condenas por abusos sexuales pendientes de cumplir, no deber¨ªamos fijarnos tanto en los concretos fallos judiciales que lo han hecho posible -por lo dem¨¢s nada infrecuentes- como en la generalizada actitud de delegaci¨®n de la propia responsabilidad que se esconde tras ellos.
El que esa delegaci¨®n sea m¨¢s visible en determinados sectores de la vida social no es argumento en contra de su generalidad. Las irresponsabilidades judiciales en v¨ªa penal se cobran vidas humanas, lo que las hacen especialmente notorias y reprobables. Pero quien piense que no se producen exactamente igual en el resto de la Judicatura, de la Administraci¨®n, de la pol¨ªtica, del sector p¨²blico en general, incluso en cada vez m¨¢s ¨¢mbitos fuera de ¨¦l, no ha comprendido todav¨ªa que la huida de la responsabilidad individual por la v¨ªa de su delegaci¨®n en el "sistema" es un claro signo de nuestro tiempo.
El 'caso Mari Luz' es fruto de una cultura que reh¨²ye toda responsabilidad personal
En el caso concreto de Mari Luz, el juez alega haber cumplido su cometido de acuerdo con el procedimiento (que es dictar una resoluci¨®n judicial, no conseguir que la pena impuesta se lleve a efecto) y considera que es la falta de personal como consecuencia de una baja lo que impidi¨® a los dem¨¢s cumplir el suyo y evitar as¨ª el drama. Pero obs¨¦rvese que, aun cuando eso fuera verdad, el resto de los protagonistas puede igualmente afirmar que actuaron conforme al procedimiento, tanto para solicitar y obtener la baja como para cubrirla.
Del relato de este suceso, como de tantos otros semejantes que est¨¢n apareciendo estos d¨ªas, se aprecia con claridad el mecanismo interno en que consiste la delegaci¨®n de responsabilidad: el encarcelamiento del delincuente corresponde a la norma, no a ning¨²n sujeto en particular, que no tiene m¨¢s responsabilidad individual que el cumplimiento ciego (literal) de los pasos del procedimiento, al modo de humilde rodamiento de la m¨¢quina, pero en absoluto de que se produzca el resultado final que te¨®ricamente se persigue.
Es obvio que la norma no encarcela a nadie, no es m¨¢s que un instrumento para que el Juzgado, el Ministerio Fiscal y la Polic¨ªa lo hagan con todas las garant¨ªas. Pero desde un punto de vista puramente personal esa perspectiva es l¨®gica, y por eso est¨¢ tan generalizada. De hecho, cualquier iniciativa particular al margen de la literalidad de la norma, tendente a conseguir el resultado final "salt¨¢ndose" el procedimiento, corre el riesgo de atraer sobre su protagonista una responsabilidad que, en rigor, no le "corresponde". Las reclamaciones por los fracasos al sistema, por favor, siempre, eso s¨ª, que quede acreditado el cumplimiento de las formalidades.
No es de extra?ar, por tanto, la tendencia a que los procedimientos se detallen hasta el absurdo y se alarguen hasta la exasperaci¨®n, porque cuantos m¨¢s pasos y cuantos m¨¢s actores encargados de cada paso, m¨¢s responsabilidad para el sistema (es decir, para nadie) y menos para los rodamientos, aunque, por supuesto, eso haga todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil el que se obtenga el resultado pretendido.
No es de extra?ar tampoco que las inspecciones no sirvan para atajar los fallos, porque a su vez est¨¢n presididas por el mismo formalismo delegatorio: a trav¨¦s de procedimientos igualmente tasados se aprecia el cumplimiento de las formas, pero no la consecuci¨®n de los fines.
Esta actitud desconoce que no hay dise?o que pueda emanciparse de la complicidad de sus actores. Interpretar y ejecutar la norma, especialmente en una democracia, no es otra cosa que hacerse corresponsable con ella, con la finalidad que la norma pretende. Cualquier cosa al margen de eso es traicionarla, porque no hay norma ni procedimiento que por s¨ª solos puedan estar a la altura de la inabarcable realidad sin nuestra cooperaci¨®n solidaria y responsable. Por eso, es normal que este efecto de delegaci¨®n se sienta especialmente en el ¨¢mbito de lo p¨²blico, un espacio abandonado ideol¨®gicamente por intrascendente y residual. En un mundo en donde lo que prima por encima de todo son los intereses personales y donde, como ocurre en la esfera p¨²blica por antonomasia, no se incentiva el cumplimiento de los objetivos, sino s¨®lo de los procedimientos y las formas, todo queda abandonado al acierto del "sistema".
Esta falta de conciencia de la trascendencia de lo p¨²blico tiene graves repercusiones m¨¢s all¨¢ de un defectuoso funcionamiento de determinados servicios. Ha contaminado a la sociedad en general, al fomentar una actitud generalizada de delegaci¨®n de responsabilidad en el sistema pol¨ªtico y econ¨®mico. Estamos subidos a un autob¨²s en marcha y nos preocupamos porque el motor siga funcionando correctamente, pero no por ad¨®nde nos lleva. Entre los muchos efectos negativos de la especializaci¨®n profesional, el pensar que podemos delegar nuestra responsabilidad por esta tarea en los pol¨ªticos profesionales no ha sido el menor. Es precisamente en estos casos donde mejor se aprecia que la democracia es cosa de todos.
Rodrigo Tena es notario.
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